Silvia Tomasa Rivera
LA SAL DEL MAR
La traición de este mar
no tiene nombre.
Se ha unido a la tormenta
en contra de los hijos de la tierra.
No le basta con haber plantado sus banderas de marea roja encima de las plataformas.
Ha dejado a los moradores de la playa sin una aldea específica. Cualquiera puede ser el sitio a lo largo del golfo
que se mantiene alerta del petróleo al diluvio.
Nada se puede hacer:
cuatro helicópteros sobrevuelan el vendaval
y anuncian la tarea de salvación.
Los cuerpos giran;
los algodones no alcanzan ya
para curar heridas de tormenta.
El mar está vivo, es una bestia que mete su lengua hasta el corazón de la tierra. Elevó su vaho
a la altura de un vuelo de gaviotas y arrastró un helicóptero.
¿Qué se podía esperar de los bohíos que formaban su hilera entre los médanos?
Viene la ola
encima de la turbiedad del mar. A horcajadas, los hombres en la orilla se montan, en lo que pudo ser su espuma delirante.
Viene un cortejo de aves
en busca de carroña,
dispuestas a tragarse
una marea de peces enterrados
en montañas de arena.
Eso es la playa ahora
lejos del huracán.
Un horizonte oscuro
y el hombre que lo observa en tensa calma: vigilado por una luna de agua preñada en la orfandad del cielo.
Este poema pertenece a la serie La sal del mar.
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