domingo, 20 de junio de 2021

Pilar Quintana / 'Es desaconsejable la escritura, a menos de que no se pueda ser feliz haciendo otra cosa'


Pilar Quintana es caleña y ha publicado los libros“Cosquillas en la lengua”, “Coleccionistas de polvos raros” y “La perra”, entre otros. 
 / Revista Cromos - Daniel Álvarez
Pilar Quintana es caleña y ha publicado los libros“Cosquillas en la lengua”, “Coleccionistas de polvos raros” y “La perra”, entre otros. / Revista Cromos - Daniel Álvarez


Pilar Quintana: 'Es desaconsejable la escritura, a menos de que no se pueda ser feliz haciendo otra cosa'

La escritora es una de las invitadas al Festival del Libro Parque 93, que se realizará del 6 al 9 de febrero de 2020. Presentamos un artículo sobre algunos de los textos que ha escrito la caleña, quien muchas veces ha confesado que su labor se convierte en un proceso tedioso.


Laura Camila Arévalo Domínguez
30 de noviembre de 2019

Sarita era pulcra, muy pulcra: la ropa perfectamente planchada y combinada, el cabello peinado, las uñas arregladas sobre unos dedos delgados, largos y blancos. Saludaba y se despedía en un tono distante, pero cordial. Le importaba que los demás pensaran que ella era cordial. Decía: “La presencia es crucial. La presencia, el lenguaje y los principios”, y les aclaraba a sus sobrinos que no había tenido hijos porque nunca conoció a un hombre que se ajustara a lo que había planeado para su vida: urbanidad, rectitud y orden. Sarita decía que le preocupaba la gente, y entonces cada vez que veía a alguien “mal parqueado” o “en peligro” lo corregía o lo denunciaba, pero siempre por su bien: “Me lo agradecerán”, repetía. Sarita tenía un Aveo gris de 2011. El carro era sencillo, pero muy limpio: había una basurita con un moño colgada a la palanca de cambios, un antibacterial en el tablero y pañitos húmedos en la cajuela. Ella, que siempre estaba muy ocupada pero disponible, era enfermera. Una vez tuvo que salir muy rápido a auxiliar a una amiga que la había llamado por un dolor de cadera. Sarita vivía en Medellín y salió a toda velocidad (50 kilómetros por hora) hacia El Poblado a socorrer a la paciente. Su sobrina la acompañó. Por toda la 80 con Colombia una camioneta se le metió sin direccionales. Sarita, que también lo hacía con frecuencia, pero siempre para llegar a tiempo para las urgencias de los demás (o las de ella), sacó la cabeza por la ventana y gritó: “¡Y las direccionales qué, hijueputa!”. La sobrina, que tenía ocho años y había acabado de ser reprendida por una palabra gruesa que había repetido como una lora toda la mañana, miró a su tía horrorizada por la grosería, y Sarita, que se sintió cuestionada, le respondió furiosa: “Los insultos se los ganan los malparidos que no cumplen con la ley”.

Damaris, personaje principal de la novela La perra, de Pilar Quintana, se parece a Sarita. También Rogelio, Luzmila, el tío Eliécer, Quintana y hasta la perra. Las contradicciones, tan presentes, decepcionantes e inevitables de la condición humana (y animal) son a su vez una paradoja: sorprenden, son impredecibles. Se manifiestan sin planearlo: son los rasgos que los humanos se encargan de disimular para, con la excusa de la coherencia, señalar a los que se atrevieron a salir del molde.

Quintana ha escrito sobre más de un humano que se contradijo, y, por lo tanto, confirmó lo que ya todos sabían y se negaron a aceptar: “Todo es humano, demasiado humano”. Así lo dijo Nietzsche, y así lo repitieron los que lo leyeron, le creyeron y lo reprodujeron. También así lo confirmaron la literatura, las películas y las exposiciones de arte, inspiradas en los detalles de la cotidianidad, que resultó siendo lo único relevante. Así fue, así ha sido y así será.

Además de "La perra", los textos de Quintana han sido confesiones, desahogos y reflexiones, como el relato del tiempo que tardó en separarse de un tipo que la maltrató; o exploraciones, como las letras que juntó para hablar sobre el kama-sutra y el placer, a veces tan relegado o negado. La escritora caleña escribió estos textos a pesar de que mientras los hacía, sufrió cada minuto del proceso. Lo hizo, aunque lo padeciera y no entendiera por qué había decidido hacerlo. “Es un proceso que me toma mucho tiempo y que no siempre llega a buen término. A veces creo que tengo una novela, escribo durante dos años y entonces me doy cuenta de que no está funcionando y la debo tirar a la basura o volver a empezar”, contó la escritora, que también les dice a todos los que le piden consejo sobre cómo convertirse en escritores, que, si de eso no depende su felicidad, se dediquen a otra cosa: “Solo unos pocos escritores, unos muy pocos, consiguen vivir de la escritura. Es una profesión que no da para vivir. Por eso pienso que es desaconsejable dedicarse a la escritura, a menos que, como yo, el aspirante no pueda ser feliz haciendo otra cosa”.

Sarita es un ejemplo de lo que vivió Damaris con su perra: primero el vacío y después la dependencia con la excusa del amor. Posteriormente el apego y por último el desprecio. El personaje del que escribió Quintana en esta novela nunca pudo ser madre y, entonces, para mermarle a la frustración, adoptó una perra con la que quiso llenar el vacío con el que la tenían sus circunstancias: era un ser tosco e infértil. Estaba encerrada en “un cuerpo que no le daba hijos y solo servía para romper cosas”. Para ella no tener hijos era el fracaso, así que Chirli, el animal, recibió los cuidados que nunca pudo entregarle a un bebé humano. Después la odió y la convirtió en una víctima de un rencor que la pudrió por dentro. La amó y luego la eliminó.

Quintana es una de las invitadas a la Fiesta del Libro Parque 93, en la que hablará sobre las contradicciones humanas, la cotidianidad y los matices en los que basa sus ficciones, que tal vez sean más que historias inventadas por ella. Que seguramente les ocurren a humanos buenos que tienen momentos malos, y a malvados a los que a veces se les ve generosos y tiernos. Quintana hablará sobre lo que escribe, que es la vida.

Su escritura es fresca y honesta, no hay un afán por los aplausos o los brillos, ¿cuál es el objetivo que la empuja a hacerlo?

Hacerle creer al lector que ese mundo que solo existe en mi cabeza y en las palabras es real.

EL ESPECTADOR

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