Margarita Rosa de Francisco
Por qué escribir
Escribir ha sido siempre un momento privado. También el modo más franco de mirarme al espejo.
Les pido excusas a los que les molesta que siga escribiendo en este espacio sin su permiso, pero de paso les agradezco, porque de algunas observaciones muy interesantes que he asimilado con realismo ha surgido el tema de responderme la pregunta que titula esta columna, pues jamás he ambicionado ser escritora.
Escribir es de las cosas que he hecho toda la vida de manera espontánea e intuitiva, con un inmenso placer al recrear la voz de este idioma tan bello. Adoro el español bien hablado y escrito. Su sonido, su gramática, su ortografía y el uso preciso de las palabras. Escribo por puro gusto, también por jugar y otras veces para traducirme en algo medianamente inteligible. Debo escribir porque divago demasiado y necesito leerme para saber cómo pienso. Ordeno mi consciencia, tal como lo hago con mi habitación para dejarla limpia y arreglada. Así me doy mejor cuenta de cómo se han fijado las premisas que han hecho de mí esta mujer que en ocasiones desconozco. Escribir ha sido siempre un momento privado. También el modo más franco de mirarme al espejo.
Desde niña me vi obligada a vigilar mi mente, a analizarla, y me fascinó siempre su intrigante adivinanza, su secreto imposible de dilucidar, por eso soy el tema que más he investigado. Prefiero escribir sobre mis enredijos, y equivocarme, y perderme mil veces en ellos, y compartir con quienes, como yo, confían en que cualquier reflexión, por muy egocéntrica que parezca, también involucra a todos los que asistimos maravillados al gran acontecimiento que es pensar. Quizá por eso, lejos de irritarme, me apasionan los autores que se regodean escarbando en su caos interno e indagan sin compasión en el claroscuro de la escena humana.
No tengo autoridad para opinar sobre nada, aunque sin ningún pudor me he atrevido a hacerlo aquí, no sin antes cuestionar y burlarme de mis argumentos. Afortunadamente, para escribir no se necesita tener razón; solo el no poder evitarlo.
En general, los hechos lo explican a uno mejor que las palabras, pero en este caso son las palabras elegidas y saboreadas las que, triviales o profundas, cuando son sinceras, convierten el hecho escrito en un pedazo real de uno mismo. Así como me gusta bailar como si nadie me mirara, me sigue gustando más escribir como si nadie me leyera, y continuar asumiendo el riesgo de acercarme, letra por letra, a mi propia persona.
EL TIEMPO
Margarita Rosa / La belleza, la juventud y otras deformidades
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