Por ejemplo, se dice que Felipe IV de España se enamoró del arte de Peter Paul Rubens, por lo que le encargó pintar a los personajes de su corte. Y también que, a mediados del siglo XIX, los miembros de la nobleza se desesperaban por encontrar un hueco en la agenda del artista alemán Franz Xavier Winterhalter, quien llegó a pintar casi 120 retratos para la reina Victoria.
Pero, a pesar de la presión que pudieran ejercer, los monarcas y las personalidades con autoridad -también Papas o emperadores- sabían bien que, cuando elegían a un artista para representarlos,debían confiar plenamente en su estilo.
Esto explica que, tal y como te contamos en este artículo, Inocencio X quedase satisfecho con el retrato de carácter severo e irascible que le pintó Diego Velázquez, cuyas pinturas adquirieron la fama de ser "la verdadera imitación de la naturaleza", según habrían dicho los contemporáneos. Asimismo, como máxima expresión de las licencias que los artistas podían tomarse a la hora de retratar soberanos, encontramos el retrato "vegetal" realizado a Rodolfo II de Habsburgo por Giuseppe Arcimboldo, un pintor conocido por combinar la fisonomía con el pintoresco mundo de las plantas, las flores y las frutas.
A su lado, el retrato de Carlos III no parece tan arriesgado: más bien es una prueba evidente de la libertad que Jonathan Yeo habría experimentado a lo largo de su proceso creativo, que acaba de finalizar con la exitosa publicación de su obra. Con esto, lejos de la posible crítica popular, la nueva incorporación del Draper's Hall no solo ha contado con la satisfacción del rey, sino también de la persona que mejor lo conoce, su reina consorte.
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