Irene Vallejo |
Elsy Rosas Crespo
Carolina Sanín y la envidia
La envidia se da entre iguales: hermanos, empleados, vecinos, gente de la misma edad, estudiantes universitarios, escritores, usuarios del transporte público, asistentes a eventos masivos y todo aquel que aspire a tener lo que tiene otro de su mismo nivel, el que concurre en el mismo lugar, tiene el mismo rango, devenga el mismo salario y sueña con ascender y por lo mismo le limpia los zapatos al jefe y es el sapo de la oficina.
El envidioso sufre porque está seguro de que él merece los aplausos, los premios y el reconocimiento que tiene el otro y en la feria del libro de Bogotá que está terminando nuestra Carolina Sanín se atrevió a desafiar a Irene Vallejo no precisamente en el recinto, cara a cara, sino que -como la buena cobarde que es- lo hizo desde su cuenta de Twiter amparada en un texto publicado en El Tiempo, un texto de su profesora de Primaria, la fracasada, la deslavada, la nada deslumbrante Yolanda Reyes.
Un buen envidioso tiene que estar en el mismo nivel del envidiado y por eso es fácil envidiarse entre vecinos de conjunto residencial o entre profesores catedráticos y hasta para escoger al envidiado hay que ser inteligente y la pequeña Carolina Sanín nos volvió a sorprender con su humor involuntario al decidir montarle competencia a Irene Vallejo, la reina de las superventas desde 2019 gracias a El infinito en un junco.
Carito se envalentonó con una doctora en literatura (su igual) que escribe libros (su igual), va a ferias y fiestas (su igual), ama la literatura y la lectura (su igual) y es un poco más joven que ella (su igual) pero nunca ha abierto la boca para criticar a su amiga Amalia Andrade, escritora de esperpentos vomitivos por obvios y superficiales que se venden como pan en todo el mundo, libros para gente mucho más estúpida que los admiradores del humor deslumbrante de Daniel Samper Ospina, el humorista sin sentido del humor que en todo caso es más chistoso que la escritora envidiosa que no supo escoger al sujeto envidiado y es porque Carito no tiene nivel ni siquiera para competirle a Mario Mendoza, Ricardo Silva Romero o Héctor Abad Faciolince. Esa es la verdad pura y simple y no es porque sea mujer, es porque no es inteligente ni tiene talento.
Nuestra lumbrera con apellidos y contactos lleva más de veinte años intentando ser escritora y llegó a la vejez carcomida de dolor porque ni siquiera la leen en Colombia, la doctora es más reconocida por divertir al público con sus ocurrencias virtuales escritas en tiempo real, cada dos o tres meses cae en un nuevo delirio o se ensaña en contra de alguien a quien antes idolatraba. Pensemos, por ejemplo, en las cuatro mutaciones que ha padecido en los últimos cuatro años hacia nuestro amado Gustavo Petro: pasó de la admiración desmedida al desprecio absoluto.
Carito dice que juzgarla como envidiosa no es lo correcto: «El chantaje social para no criticar al exitoso es la acusación de «envidia». Cuánta gente no evita objetar, juzgar, reírse o matizar por miedo a que la tachen de «envidiosa». Tiene que dejar de importarnos esa imputación» (hoy en su cuenta de Twitter), pero ella misma dice todo el tiempo que quienes la critican la envidian, la desean o la confundieron con su madre.
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