Maggie O´Farrell |
El peligro de ser Maggie O’Farrell
16 de abril de 2019
Esquivar la bala. Ganarle la partida a la muerte. Caminar al borde del precipicio. Ver la luz al final del túnel. Volver a nacer. Metáforas de lo que la escritora Maggie O’Farrell ha vivido diecisiete veces: estar a punto de morir y salvarse por un pelo. Las cuenta en Sigo aquí, una colección de relatos autobiográficos que repasa sin orden cronológico esas experiencias. Es su primer libro de no ficción y en España lo publicó la editorial Libros del Asteroide, que también tiene en su catálogo dos de sus siete novelas, Tiene que ser aquí (2017) y La primera mano que sostuvo la mía (2018).
“Las experiencias cercanas a la muerte no son nada único ni excepcional. No son tan raras; me atrevería a afirmar que todo el mundo las ha tenido en algún momento, aunque no se diera cuenta [...] Percibir esos momentos te cambia.” Las de la autora son irregulares. Algunas son muy llamativas, como la vez que se topó con un asesino en serie en medio de una montaña o cuando el avión en el que viajaba empezó a caer en picada. Otras son más triviales, como la del camión que le pasó muy de cerca o la ola que la engulló en las aguas de una playa en la India.
Nació en Coleraine (Irlanda del Norte) en 1972, pero creció en Gales y en Escocia en un momento en el que ser irlandés no era fácil en el Reino Unido. “En el colegio pensaban que era gracioso decirte ‘¡tu padre es un terrorista!’ pero no lo era para nada”, declaró hace unos años en The Irish Times. Desde muy pequeña tuvo impulsos escapistas, que la llevaban a alejarse de su casa más allá de lo permitido o a saltar vallas o a mudarse a Hong Kong después de la universidad para buscar algo que no sabía qué era.
Fue en Asia donde empezó a trabajar por primera vez como periodista para publicaciones británicas, el primer paso hacia la escritura. Cuando volvió a Londres, en plena veintena y después de haber sellado varias páginas de su pasaporte, entró a trabajar como chica-ayudante-para-todo en un diario con la esperanza puesta en que alguien la dejase demostrar su valía. Al volver a casa se sentaba ante la computadora para crear una ficción que en un principio preveía corta y acabó siendo la primera de sus novelas.
Una de sus principales virtudes como escritora es la capacidad para construir buenos personajes. Complejos, con las contradicciones propias de cualquier persona pero coherentes dentro de la historia. Según ella misma explica en su libro, el haber estado postrada en la cama cuando era niña sin saber realmente lo que le ocurría la obligó a desarrollar una capacidad para la observación que después la ayudaría en su trabajo.
Detectaba los gestos, las miradas, los movimientos y los comportamientos de las personas para intentar saber qué ocurría. Porque nadie hablaba con ella y estaba encerrada en su propio cuerpo debido a una encefalitis que estuvo a punto de dejarla incapacitada para el resto de su vida. Otro de sus roces con la muerte, como ella los define. “Hay una niñita muy cerca que se está muriendo”, oyó decir a una enfermera del hospital.
El repaso que la escritora hace de su trayectoria a través de esos episodios también sirve para entender de dónde vienen algunos pasajes de sus novelas. Un parto traumático, la necesidad de huir de sus padres y el comportamiento extraño de la mente en determinados momentos que sufre la protagonista de La primera mano que sostuvo la mía tienen un notable paralelismo con fragmentos de la vida de la autora. La persona del pasado que aparece y trastoca la vida de una pareja, la bondad del ser humano (cuando quiere) o la fragilidad de las cosas que se creen establecidas que narra en Tiene que ser aquí también se identifican en sus memorias.
Pero el trauma más doloroso y profundo de todos con los que carga a sus espaldas es el de tener a su hija a punto de convertirse en un cadáver en su regazo. La niña tiene anafilaxia, un trastorno del sistema inmunológico que hace que cualquier integrante de una eterna lista de cosas le provoque entre doce y quince reacciones alérgicas al año. Desde el muesli que haya desayunado su compañero de pupitre a la picadura de una avispa pueden llevarla directo al hospital, en algunas ocasiones en un estado de salud muy grave.
Esta circunstancia ha hecho que la escritora viva en un estado de alerta constante pero también la ha llevado a la literatura. El objetivo de Sigo aquí –que escribió también casi sin darse cuenta, mientras trabajaba en otra cosa– es recordarle a su hija que en esta vida de todo se sale menos de la muerte.
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