Nick Cave |
El pozo sagrado de Nick Cave
Tras la muerte de su hijo, el último disco del músico australiano es una esas obras que necesita más tiempo de lo normal para asimilarse
Fernando Navarro
12 de diciembre de 2019
Hay obras que tienen tanto dentro que, a veces, se necesita bastante más tiempo de lo normal para asimilarlas. Nick Cave ha publicado recientemente un disco que forma parte de este tipo de obras. Suena manido, pero se puede llegar a sentir profundamente: Ghosteen no es un álbum más, ni siquiera un gran álbum. Ghosteen es un pozo: si te sumerges, caes hacia un territorio extremadamente sensible y doloroso. Un lugar extraño e irreal, al que siempre apela el mejor arte.
Es un pozo tan doloroso que puede llegar a rechazar a muchos oyentes. De hecho, lo hace. Los expulsa por la vía de lo fácil. Su sonido, sus letras, su propósito inquebrantable contra lo superficial… todo conspira para que el oyente de estímulos fáciles sea rechazado. Todo, indisolublemente unido, es como un ejército que prohíbe el paso a las hordas de oyentes de hoy en día que se les hace largo un disco, que pican de aquí y de allí, que saltan de canción en canción, hacen turismo por las playlists y esperan que una emoción virtual sustituya a otra, como si la vida se resumiese en un algoritmo o se filtrase por la red social. No: Ghosteen no es para ser simplemente oído. Hay que vivirlo sin compasión.
Quizá para aquellos que han sufrido un dolor desgarrador como el de Nick Cave este disco se adhiera a ellos con más facilidad que para el resto. Quizá. Ya se sabe: este es el álbum que llega para destilar el dolor del músico australiano tras la muerte de su hijo Arthur Cave, fallecido a los 15 años durante lo que se supone fue su primer viaje de LSD. El chico se precipitó por un acantilado.
Entrevisté a Nick Cave unas semanas antes de la muerte de su hijo a propósito de su libro La canción de la bolsa para el mareo. Estaba advertido: Cave era un sabueso impredecible, que podría morderte desde el otro lado del teléfono si tenía un mal día. Era mejor andarse con cuidado. Sorprendentemente, me encontré con un ser muy cordial y con una conversación enriquecedora, que se alargó sin problemas. La parte final de nuestra larga charla no se llegó a publicar. En ella, tras haber tratado su pasado con las drogas donde me contó que empezó a consumir heroína en el instituto, salió un padre de familia. Un padre de familia que habló de un sentido de la responsabilidad con sus dos hijos adolescentes de una forma honesta. Quizá porque yo también soy padre, fue la parte de la conversación que más disfruté y acabé recordando a los pocos días.
Con palabras precisas después de la experiencia errante de su existencia, habló de “la hermosa época del descubrimiento” en la que ya se habían adentrado sus hijos gemelos. No sé si Cave era ya un ser feliz o no, porque eso no se puede saber por una simple charla telefónica, ni siquiera se puede saber muchas veces con tu propio padre, hermana o pareja, pero sí percibí claramente a un ser en armonía. Con la clarividencia comunicadora de los grandes artistas, Nick Cave me transmitió fe en la vida. Pero llegó la muerte. Una tan espantosa que se resume en la frase de que ningún padre debería enterrar a su hijo. Es antinatural. Es inhumano.
Ghosteen suena en el territorio de lo inhumano. El título es una combinación de la palabra “fantasma” y el sufijo que en inglés significa “pequeño”, pero también guarda otro significado: “benevolente”. Este fantasma benevolente se mueve en una tierra única. El propio músico ha descrito este álbum como “un espíritu migratorio”. Es decir, hay un viaje al que se somete al oyente. El viaje hacia un pozo, que empieza, como en una ensoñación a la que se cae sin posibilidad de agarrarse a nada, con las capas de sintetizadores de Spinning Song.
Con ese toque industrial en el sonido, es una ensoñación que se mueve entre tinieblas. No es bucólica, quizá tampoco aterradora, pero sí es lo suficientemente fantasmagórica para ser un lugar nuevo, proscrito, lejos de la realidad, también de la realidad sonora actual, movida por impulsos hedonistas y muy distintos, pero también de la propia realidad sonora de Nick Cave, que se desentiende del sonido violento y musculoso de los Bad Seeds para tejer una atmósfera crudísima bajo la complicidad del teclista Warren Ellis. Una atmósfera que, como en un sueño cada vez más profundo, cada vez más real, crece y crece hasta confundir definitivamente lo soñado con lo vivido. Lo fantasmagórico con la tierra de los vivos.
La textura del sonido es esencial para descifrar Ghosteen. Es densa e imperial, como una noche oscura, pero también es circular, te rodea por todas partes, como una niebla. Se podría decir que es un sonido plano y plomizo, y casi parece ser cierto, si no fuera porque, entre este ambiente instrumental espeso, refulge en cada instante algo orgánico. Algo que, sin estar a la vista, se nota, como la humedad tras la tormenta, como el desconsuelo tras el dolor, como el misterio del espíritu humano. Si al sumergirte por este pozo sonoro, atraviesas el telón de lo establecido y sientes lo palpitante de este ambiente instrumental, Ghosteen te lleva, ya sin vuelta atrás, al territorio donde fue creado. También para lo que fue creado.
La portada del álbum presenta una versión de The Breath of Life, una pintura del artista Tom duBois. Es un paisaje bucólico. La periodista musical de The Observer, Kitty Empire, describió esta obra de arte como un “paraíso kitsch”, que viene a otorgarle a este disco “un cambio radical de paisaje emocional” para Cave y su banda. Dentro de este paisaje emocional, el título de la pintura da pistas del interior del disco: “El aliento de la vida”.
Ghosteen. El aliento de la vida y del fantasma benevolente. Este doble álbum está dividido en dos partes. La primera descrita por Cave como Los Hijos, correspondiente a las ocho primeras canciones. Y la segunda llamada Los Padres, formada por las dos largas composiciones entrelazadas por un discurso. En el viaje por este nuevo paisaje de hijos a padres, Cave no muerde las canciones con rabia, ni tampoco las infecta de su particular veneno de crooner atormentado. Canta con una pena solemne, escenificada en ocasiones con un falsete dramático y afilado. Es la pena de un fantasma en la tierra de los vivos, o de un superviviente en la tierra de los muertos. Da igual. Es un ser transitando por un espacio insólito, desprovisto de referencias físicas y conocidas, rodeado de un mundo de percepciones, reflejos, vislumbres y sentimientos.
Solo al escuchar su lamento en Waiting for You, donde el alma de la persona a la que espera es “como un faro que nunca pidió ser libre”, se puede entender que Ghosteen no pertenece a ningún lugar porque pertenece a todos. Y todos pertenecemos a ese lugar. Es un viaje que se puede resumir en algo tan básico como el comienzo y el final del disco. Comienza con ese estribillo atornillado de tristeza en Spinning Song: “La paz llegará para nosotros”. Y acaba con ese otro, también implorante de la última canción Hollywood, una composición de 14 minutos desplegándose como un magma sensorial: “Solo estoy esperando ahora a que la paz llegue”. Un disco circular, sin principio ni final. El viaje no va hacia ningún lado y va hacia a todos.
En una de las pocas entrevistas concedidas tras la muerte de su hijo, Nick Cave contaba a The Guardian que ya no escribía como siempre. De una forma narrativa. Decía que había roto con su particular método de escritura tradicional, rompiendo también con su rutina de meterse en su despacho a componer. Ahora tomaba notas mientras se sentaba en los marcos de las ventanas, tumbado sobre la cama, rodeado de libros en el salón o paseando por Brighton. “Acumulo una reserva de notas y pensamientos, imágenes e ideas en lugar de escribir letras al uso”. Este nuevo enfoque de composición enlazaba también con una nueva filosofía de la existencia: “La idea de que vivimos la vida en línea recta, como una historia, me parece cada vez más absurda y, más que nada, una especie de conveniencia intelectual... Existe un corazón puro, pero a su alrededor es un caos”.
Ghosteen gira entorno a esa idea de pureza y caos. Cave citaba además a Stevie Smith, una escritora británica bastante desconocida, pero maestra de la poesía arcaica. Las formas libres de componer Stevie Smith se dejan ver en Cave, mucho más instintivo que descriptivo. Smith definía la poesía “como una gran explosión en el cielo” y Cave se ha dejado alumbrar por ese estallido. “Siento que he girado la esquina y me he maravillado con el paisaje: es abierto y vasto”, afirmó a The Guardian.
El paisaje de Ghosteen está lleno de caminos emocionales que, al viajar al principio y al final de todo, se preguntan por Dios. Stevie Smith era agnóstica y anticlerical pero no rechazaba el diálogo teosófico. Cave, criado en una familia cristiana anglicana de fuertes convicciones, le sucede igual. También es agnóstico, pero le persigue su educación. De adolescente se obsesionó con la Biblia y desde entonces aparecen ráfagas de pensamiento por descifrar la verdadera realidad. En este disco, sucede a menudo con referencias religiosas cristianas y budistas, pero lo hace como una parte integrante del paisaje. Dios es una parte más del paisaje del dolor.
En su ensayo, Ante el dolor de los demás, la pensadora Susan Sontag recordaba que en el Renacimiento las imágenes del dolor procuraban fortalecernos contra las flaquezas y ayudarnos a aceptar lo irremediable. En el mundo moderno, en cambio, el sufrimiento es visto como un error, un accidente o un crimen. “El dolor es algo que debe repararse, algo que debe rechazarse, algo que nos hace sentir indefensos”, escribía Sontag. Nick Cave, como si fuera un hombre del Renacimiento, acepta el dolor. Es la gran hazaña de Ghosteen. Pone música a la aceptación del dolor. El fantasma, más que pequeño, es, por tanto, benevolente. Tiene buena voluntad hacia lo humano. El aliento de la vida allí donde no existe, o se ha perdido toda capacidad de apreciarla.
Hace poco transcendió una carta que una fan le escribió a Cave. La chica le pedía ayuda para sobrellevar el asesinato de su madre, para saber qué hacer con “tanta ira y miedo”. El músico le contestó: “Quizá, en este momento, tu ira es una manera de proteger el espíritu de tu madre, de cuidarla, de buscarla, de llamarla hacia ti. Es una ira pura y santa. Pero también hay otro lugar, un sitio más tranquilo que pacientemente te espera. Tal vez con el tiempo encuentres un momento para soltar la espada y, hablando en el silencio sagrado, habla con tu madre, con pena, en anhelo y en su presencia, y quizá encontrarás algún consuelo allí”.
Ese otro sitio más tranquilo que pacientemente nos espera es como un pozo. Nebuloso, oscuro, hondo e irreal, pero donde al final, muy al final, desesperadamente al final, hay luz, la misma que brilla en Ghosteen en todo momento.
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