Drogadicción e identidad
Casimiro Torreiro
20 de octubre de 2006
Si el lector ha reparado en la ficha técnica que antecede a estas frases y va a ver la película, seguramente se quedará de piedra: porque lo que el siempre apasionante Richard Linklater le propone no es una película con Keanu Reaves, Robert Downey Jr., Woody Harrelson y demás actores, sino... una suerte de cómic animado con personajes que son la copia dibujada de los rostros de tales actores. En sí, esta técnica no tiene nada de inédita (de hecho, ya la primera versión de El señor de los anillos, la de Ralph Bakshi, se realizó siguiendo esta modalidad), pero es cualquier cosa menos un capricho: parece más prudente utilizar la animación para un filme en el que algunos de sus personajes cambian constantemente de apariencia (es una táctica de camuflaje) o para hacer creíble la pesadilla drogadicta de alguno de ellos, que confiar en los efectos digitales para hacerlos creíbles.
A SCANNER DARKLY
Dirección: Richard Linklater. Intérpretes:Keanu Reaves, Robert Downey Jr., Woody Harrelson, Winona Ryder, Rory Cochrane. Género: animación. Estados Unidos. 2006. Duración: 100 minutos.
Pero, por encima de todo esto, lo que llama la atención en esta adaptación de la novela de Phillip K. Dick es algo que ya estaba en otra de las cintas de animación de Linklater, la modélica Waking Life (2001): el convertir una aparente película para amplios públicos en todo un manifiesto filosófico, con personajes que hablan y hablan sin cesar, diálogos cargados de profundidad (o de locura; pero de eso también va la cosa), y preocupaciones éticas y estéticas por completo alejadas de la comercialidad cinematográfica. Y como ocurría con Waking Life, el filme también posibilita otro tipo de reflexión: hasta qué punto es una película el mejor vehículo para la expresión de tantos puntos de vista como aquí se lanzan.
Dejemos, no obstante, de lado esta observación porque, al fin y al cabo, también podemos ver la cosa como lo que aparenta ser, un discurso sobre los efectos devastadores de la droga, de cualquier droga, y de la adicción hasta las últimas consecuencias, lo que no siempre equivale a la muerte, sino a la pérdida de la identidad. De todo esto habla un filme cuya valentía y originalidad son tan evidentes como, por otra parte, lo suele ser el resto de la filmografía de Linklater. Y la película, a la postre, contiene también una sutil, insidiosa provocación: al revestirse de las formas de un filme de animación y proponer lo que en el fondo propone, se antoja de imposible digestión para el público habitual del cine de imágenes animadas..., a ver si pueden con el denso, apelmazado, a ratos también un tanto plúmbeo discurso que el director propone.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 20 de octubre de 2006
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