Locos, artistas y empresarios
Tres grandes firmas de la literatura criminal, Dennis Lehane, Louise Penny y Robert Galbraith, exploran escenarios diversos en sus nuevas tramas
Justo Navarro
12 de julio de 2017
El crimen es una forma de relación social, común en familias y comunidades de amigos y socios. Dennis Lehane superpone en Ese mundo desaparecido negocios y bandidismo, como si recordara, en Florida y en 1942, al Bertolt Brecht de La ópera de tres centavos: “¿Qué es el atraco a un banco comparado con la fundación de un banco?”. El juego de la luz, de Louise Penny, se ocupa de una comunidad mucho más reducida: el mundo del arte en la Montreal del siglo XXI, “donde todo era vino, canapés y puñaladas”. Nadie tirotea a los artistas, pero, como dice el policía encargado del asesinato de la crítica Lillian Dyson, también hiere, e incluso mata, un comentario venenoso que, publicado en un periódico, quizá destroce la carrera y la vida de un pintor.
Los personajes de Lehane son gánsteres, empresarios que hablan de sus cosas a la salida de la misa dominical. En Ese mundo desaparecido, la pistola, la guerra entre facciones criminales, sólo es la prolongación de la economía por otros medios: una reunión excepcionalmente violenta de un consejo de administración. La historia empieza como termina El tiempo recobrado, de Proust: con una gran fiesta. En Tampa, en diciembre de 1942, los mandarines de la ciudad, presididos por el alcalde y la magistratura, asisten a un baile organizado por Joe Coughlin, que recauda fondos para la patria en guerra.
Descendiente de una familia de policías irlandeses de Boston, el treintañero Joe Coughlin es viudo y padre modélico de un niño. Tiene, entre otras cosas, fábricas, un banco, un casino en La Habana. Controla los muelles. Se dice que en una noche, hace 10 años, eliminó a todos sus rivales, 25. Sus amigos son muchos porque gana mucho dinero para sus amigos. Ángel de la beneficencia y consejero de una familia de origen italiano dedicada al crimen a lo grande, se entera de que lo van a matar el Miércoles de Ceniza de 1943 y se ve convertido en investigador de su propio asesinato futuro. Otro problema: ¿ha infiltrado la policía a un chivato en la familia? Después de las novelas Cualquier otro día y Vivir de noche (en la película del mismo título, Joe Coughlin es Ben Affleck), no creo que Lehane cierre con Ese mundo desaparecido, sobre todo a la vista de su final, la espléndida historia de los Coughlin.
Los nuevos detectives de novela negra atesoran remembranzas doloridas, lo que James Joyce llamaba draumas, drama más trauma
En El juego de la luz Louise Penny imagina el mundillo artístico de Montreal: de un lado, los artistas, y de otro, “poderosos en un mundo de personalidades vulnerables”, los marchantes, los galeristas y los críticos. Los propios artistas, incluso los que comparten cama, se sienten “despellejados y diseccionados” por el colega que tienen más cerca. El escenario es el habitual en Penny: la aldea de Three Pines, donde el crimen parece cultivarse bien. La pintora local Clara Morrow se revela un genio inesperado en la exposición que le monta el Museo de Arte Contemporáneo de Montreal. La mañana siguiente a la fiesta de la inauguración, en el jardín de Clara aparece asesinada Lillian Dyson, amiga de la artista en tiempos remotos (las dos amigas llevan sin verse, detestándose, 20 años) y terrorífica crítica de arte. ¿Quién odiaba tanto a Lillian como para matarla?, se pregunta Armand Garnache, el culto inspector jefe de homicidios que ha inventado Penny. “Cualquiera que la conociese”, le responden.
En la literatura criminal se ha impuesto una costumbre: si los clásicos detectives de novela negra carecían de pasado, los nuevos investigadores atesoran remembranzas doloridas, lo que James Joyce llamaba draumas, drama más trauma. La comunidad entre la que busca el detective Cormoran Strike al asesino de El oficio del mal, tercera novela de Robert Galbraith, vive en el pasado: son los demonios, sádicos, violadores, uxoricidas a quienes alguna vez persiguió el detective. Strike concentra en una habitación mental a cuatro probables descuartizadores de mujeres, como el policía de Louise Penny reúne en las últimas páginas de El juego de la luz a todos los sospechosos para descubrirles quién mató a Lillian Dyson.
Héroe de las novelas de Robert Galbraith (alias de J. K. Rowling en el inframundo criminal), Cormoran perdió media pierna en Afganistán, veterano de las guerras de Oriente, formado en Oxford y en la División de Investigaciones Especiales del Ejército británico. Su ayudante, la valiente Robin (se llama como el compañero de Batman), recibirá en una caja media pierna de mujer y un verso de la canción de Blue Öysters Cult cuyo título llevaba tatuado la difunta madre del detective en una zona íntima. Rowling tiene un sentido del humor peculiar para ponerles nombres a sus personajes: en esta novela de locos habitados por una sanguinaria bestia interior, uno de los sospechosos más demenciales se llama Donald Laing. ¿Es un homenaje a Ronald D. Laing, famoso psiquiatra de la contracultura? ¿El nombre de Harry Potter recordaba al millonario Harlan Potter de El largo adiós de Chandler?
A las novelas como El oficio del mal les encuentro un problema que ya percibía Agatha Christie en 1942, año en el que Joe Coughlin organizó su baile benéfico. En Un cadáver en la biblioteca, un policía sugiere para resolver unos asesinatos lo que llama la tesis del criminal loco: “Uno de esos que andan por ahí estrangulando muchachas”. Y un colega le contesta: “Hay una cosa que no me gusta: eso es demasiado fácil”.
‘Ese mundo desaparecido’. Dennis Lehane. Traducción de Enrique de Hériz. Narrativa Salamandra, 2017. 352 páginas. 19 euros.
‘El juego de la luz’. Louise Penny. Traducción de Maia Figueroa. Black Salamandra, 2017. 448 páginas. 19 euros.
‘El oficio del mal’. Robert Galbraith. Traducción de Gemma Rovira Ortega. Salamandra, 2017. 576 páginas. 20 euros.
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