martes, 15 de septiembre de 2020

Dennis Lehane / Después de la caída




“Siempre suya, Atormentada”




Dennis Lehane
DESPUÉS DE LA CAÍDA

Manuel Rodríguez Rivero
2 de noviembre de 2018

Uno de los autores que se llevó en el equipaje la editora Anik Lapointe en su viaje desde la serie negra de RBA a la serie Black de Salamandra fue Dennis Lehane. Gracias a su presencia en los catálogos de las dos editoriales podemos disfrutar en español de casi toda la obra del escritor y guionista bostoniano, cuyas novelas suelo leer tan pronto llegan a mis manos.

De ellas recuerdo con especial cariño Desapareció una noche (1998), adaptada al cine con no demasiada fortuna por Ben Affleck con el título de Adiós, pequeña, adiós (2007); Mystic River (2001), llevada espléndidamente a la pantalla (2003) por Clint ­Eastwood, y Shutter Island (2003), de la que Scorsese realizó una película (2010) perturbadora, aunque no a la altura de sus obras maestras. Al cine le gusta Lehane, como demuestra la abundante filmografía basada en sus obras, y a Lehane le gusta el cine: los episodios de The Wire escritos por él destacan en una serie en la que abundaron los buenos guiones.
Quizás incluso le guste demasiado. Hacia la segunda mitad de su última novela, Después de la caída (Salamandra), cuya primera parte es un prodigio de suspense psicológico, se nota que Lehane ya estaba pensando en una película (de hecho, ya había vendido los derechos a DreamWorks): el ritmo se fragmenta y bifurca en episodios encadenados y falsos callejones que no llevan a ninguna parte, mientras que el final adolece de apresuramiento y cabos sueltos. La historia se centra en la reportera televisiva Rachel Childs, un personaje atormentado con problemas de identidad (¿quién fue su padre?, ¿quién es, en realidad, su marido?) y graves conflictos morales (sus reportajes sobre el terremoto de Haití, en el que se niega a embellecer la horrible realidad tal como le exigen sus jefes; su sentido de culpabilidad por el asesinato de una niña) que le conducen a un estado de pánico y aislamiento de los que tarda mucho en recuperarse.
Y cuando lo logra, se ve inmersa en un escenario en el que verdad y apariencia son las dos caras de una realidad que se le escapa. La novela, que se inicia con un aldabonazo (“un martes de mayo, a los 35 años de edad, Rachel mató a su marido de un disparo”), transcurre en Nueva Inglaterra —Boston, Providence, Maine—, y se lee bien a pesar de sus excesos episódicos y del abuso de las intuiciones y premoniciones del “cerebro reptiliano” de su protagonista. Quizás, esta vez, la película sea mejor que la novela.

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