Frank Sinatra, un siglo de magia
Francis Albert Sinatra nació la fría mañana del 12 de diciembre de 1915
Cuesta mucho imaginar un mundo sin las canciones de Frank Sinatra. Es como imaginarse Nueva York de noche sin luces. Hay algo poderosamente bello y mágico en su mejor cancionero, con esa melancolía arrebatadora en su voz, tierna y apasionada, dando sentido y brillo a nuestros sentimientos más fuertes.
Conocido mundialmente como La voz, aunque el apodo que más oyó en vida fue Ojos azules, Francis Albert Sinatra nació la fría mañana del 12 de diciembre de hace justo un siglo en un humilde apartamento de Hoboken, en Nueva Jersey. Al hombre que llegaría a lo más alto con su aterciopelada voz, le costó salir: el médico lo sacó con fórceps y, según su abuela, tuvo que meterlo, con la cara y el cuello dañados, en un barreño de agua helada para activar su circulación. Hijo único de un matrimonio de inmigrantes italianos, el fanfarrón Sinatra siempre habló de una infancia repleta de penurias, pero ese relato estaba dramatizado para reivindicarse como un luchador. Tenía sentido: los vocalistas eran secundarios con respecto a los instrumentistas en el jazz de los años 30. Por eso, tuvo que hacerse valer mucho desde que dejó el colegio a los 16 años y decidió dedicarse a la música, aun con la desaprobación de su padre, que le echó de casa y le dijo que acabaría siendo “un vagabundo”.
Terminó en Nueva York, donde cantó en clubs hasta ser el vocalista de la fantástica big band de Tommy Dorsey. Bajo su batuta, desarrolló un fraseo único, inspirado en matices de Billie Holiday y Louis Armstrong y conseguido a través de mucho ejercicio físico, pero, tomando como modelo a su adorado Bing Crosby, dejó la orquesta y voló por libre. Pudo salirle mal, pero se hizo una celebridad. El joven y apuesto Sinatra era el chico de barrio que tenía una legión de admiradoras. Hoy apenas se recuerda: Ojos azules inauguró el fenómeno fan a principios de los años 40, antes que Elvis Presley o los Beatles. Apodadas las bobby soxers por su estilo colegial de falda larga y calcetines tobilleros blancos, sus seguidoras adolescentes llegaron a crear la Sighing Society of Sinatra Swooners (asociación suspirante de desmayadas de Sinatra). Nacía el mito de Swoonatra (juego de palabras entre swoon, que significa desmayarse, y Sinatra) en los conciertos. También el de los asientos orinados porque muchas fanáticas preferían mearse encima y seguir viéndole antes que ir al baño.
El nuevo ídolo era espabilado. Supo hacer de la radio su pasaporte a la fama. En época de la Segunda Guerra Mundial, no muchos podían permitirse ir al cine. Las ondas resultaron ser el medio más eficaz para llegar al corazón de todo el país. Entre 1942 y 1955, Sinatra llegó a ser la estrella de nueve programas y la voz más popular con sus canciones, pero también con su desparpajo acompañando a grandes humoristas como Bob Hope o el dúo de George Burns y Gracie Allen. Todo le fue bien en el mundo del espectáculo en ese periodo, convirtiéndose en la banda sonora de los norteamericanos con sus discos en Columbia y Capitol y en uno de los rostros más amados del cine, llegando a conseguir el Oscar por De aquí a la eternidad.
Era la viva imagen de la América triunfal, pero también de la arrogante y hedonista. Sus arranques de genio y rabia se contaban por decenas, como sus líos amorosos. Casado con Nancy Barbatto, madre de sus tres hijos, la popularidad le convirtió en un mujeriego. Prototipo del varón conquistador apegado a su fama y una botella, ejemplificado al máximo en la cuadrilla Rat Pack con sus colegas Dean Martin, Jerry Lewis, Sammy Davis Jr. o Hunmphrey Bogart, dos frases se hicieron célebres en su boca y definieron el estilo del hombre que se adueñó de My way: “Sólo se vive una vez, y de la manera que vivo, con una basta” y “el alcohol puede ser el peor enemigo del hombre, pero la Biblia dice que ames a tu enemigo”. Sinatra, que se casó con Mia Farrow y Barbara Marx -viuda de Zeppo Marx- y se le conocieron romances con Judy Garland, Kim Novak, Lauren Bacall, amó a su enemigo, pero no tanto como a la volcánica Ava Gardner, que le volvió loco, transformando al frívolo libertino en una persona celosa.
El músico adoraba el poder, fuera legítimo o ilegítimo. De ahí que tuviese su propia compañía discográfica, Reprise, y numerosas amistades en la política y la mafia, dos mundos que no siempre pudo manejar a su antojo. Reconocido como un demócrata progresista, que se implicó contra el racismo, tuvo una estrecha relación con John F. Kennedy, que solía alojarse en su mansión de Palm Springs en California, hasta que el presidente la cortó por los vínculos del intérprete con el capo de Chicago Sam Giancana. El cantante nunca se lo perdonó y, afectado por su asesinato y la deriva social, dio su apoyo a los republicanos Richard Nixon y Ronald Reagan.
Un paso que ilustró también su desfase con la cultura popular. Desde finales de los 60, intentó mantenerse a flote en un país cambiado por completo social y musicalmente. Ya no era el abanderado de la modernidad. Desde que dio su famoso concierto de despedida en 1971 -nunca lo fue porque regresó a los dos años-, pasó casi tres décadas siendo La voz, una gloria viva de otro tiempo. Pero incluso entonces solo él parecía destinado a cantar el himno de la ciudad que nunca duerme. New York, New York sonó pletórica en su garganta. Y lo sigue haciendo, aún se escuche un millón de veces y forme parte de cada nuevo disco que se edita cada año de Sinatra en navidades. Porque, un siglo después de su nacimiento, todos lo sabemos: el mundo no brillaría igual sin sus canciones.
DE OTROS MUNDOS
DRAGON
No hay comentarios:
Publicar un comentario