lunes, 5 de junio de 2017

Egon Schiele / Maestro del desnudo expresionista



Egon Schiele
MAESTRO 
DEL DESNUDO EXPRESIONISTA

Polémico y provocador, el dibujante austríaco Egon Schiele fue un maestro del desnudo expresionista. Sus cuadros perturban casi un siglo después de haber sido pintados por insinuaciones patológicas y amorales, lo que le llevó a  prisión acusado de un delito de perversión de menores.

Unos tres mil dibujos y 300 pinturas componen el legado de su corta trayectoria vital y artística. Aunque él mismo lo negara, realizó muchas de sus obras de carácter erótico como medio de ganarse la vida. Y sin embargo, hay algo más que erotismo desinhibido y amoral en esas obras.“La obra de arte erótica posee una santidad propia”, dice Schiele. “Pinto la luz que emana de todos los cuerpos”.
Cuatro años después de su muerte, Arthur Roessler -crítico de arte al tiempo que mentor y agente de Egon- publica un supuesto diario de Schiele en prisión, del que a continuación os mostramos un fragmento, y sobre el que pesan muchas dudas sobre su autoría, pero que nos da pié a contaros la historia de este interesante personaje, un gran artista, sin duda. Tan artista que cuando él mismo preguntó a su amigo, el artista Gustave Klimt si pensaba que tenía talento, Klimt le respondió, “¿Talento?, pues sí, demasiado talento”, lo que dejaba entrever el histrionismo del autor y la dificultad de separar su obra de su personalidad.
Prisión de Neulengbach, 16 de abril de 1912
¡Al fin! ¡Al fin! ¡Al fin! ¡He aquí lo que aliviará un poco mis sufrimientos! Al fin papel, lápices, pinceles, colores, para escribir y dibujar. ¡Qué tortura esas horas grises–grises, monótonas, informes, que se parecen todas, anodinas, confusas y vacías, conminado a pasarlas desnudo, despojado de todo, como un animal, entre estos muros desolados y fríos!
Alguien más débil interiormente se hubiese vuelto loco aquí, y –a la larga– también yo, a fuerza de permanecer anonadado  día tras día; por eso, cuando  fui arrancado con violencia de mi ámbito creativo, para tratar de no caer en la verdadera locura, me puse a pintar  –con mi dedo tembloroso mojado en mi amarga saliva–, paisajes y rostros en  las paredes de  la celda, sirviéndome de las manchas de la argamasa; después observaba  cómo secaban poco a poco, se difuminaban y desaparecían en el fondo de las paredes, como  borrados por  una  mano  invisible,  poderosa  y mágica. Ahora, felizmente, dispongo de nuevo de material de dibujo y con qué escribir; me han devuelto incluso la peligrosa navaja. Puedo trabajar y soportar así lo que de otra manera sería insoportable. Para conseguirlo, tuve que doblar la cerviz, me rebajé, hice una petición,  supliqué, mendigué  y hubiese  llorado  si  tuviera  que pagar ese precio. ¡Oh, Arte todopoderoso, qué no sería yo capaz de soportar por ti!
17 de abril de 1912
El 13. El 13. El 13. ¡Trece veces el trece de abril! Anteriormente, el trece no me inspiraba ninguna aprensión supersticiosa, pero he aquí que ahora el  día  decimotercero del mes se ha convertido en un día  funesto. Fue el trece de abril de 1912 cuando me arrestaron y pusieron entre rejas por decisión del tribunal del distrito de Neulengbach.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? No lo sé; mi pregunta no ha obtenido respuesta.
Las calles de Viena no retumban de gritos estridentes contra mi encarcelamiento, porque nadie sabe aún que me han infligido violencia, hecho desaparecer como a través de una trampilla. Por lo  demás,  ¿gritaría  alguien  si  se  supiera?  ¿Vendrían  en  mi ayuda? Sí, quizá G.K., y A.R., pero  los demás se esconderían mezquinamente;  en  cuanto  a T.F., se comportaría como un jesuita, pondría un semblante impasible, alzaría los hombros y se sentiría moralmente superior a ese otro que soy yo, y liberado en su fuero interno de alguien que para él es un obstáculo.
¡En el infierno! No. No el Infierno con una gran “i” mayúscula. En  un  infierno muy  preciso,  vil,  abyecto,  sucio, miserable  y humillante al que se me ha arrojado con presteza.
Polvo, telarañas, escupitajos, vaharadas de sudor, y también de lágrimas, han manchado la argamasa  sarnosa  que  se  resquebraja. En el lugar donde el catre  toca  el muro,  las manchas  son más numerosas y la cal está abrasada; trozos de ladrillos rojo sangre sobresalen allí completamente  lisos y brillan con un color graso, como pulidos. Ahora sé lo que es una fosa; todo recuerda aquí a las mazmorras. La visión de esa puerta espesa, brutal, maciza, con su enorme y sólida cerradura, que ni golpeándola con los hombros o el pie podría hacer vacilar.




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