IMÁGENES DE PRAGA
Alejandro Aliaga
31 de julio de 2008
“No es necesario que salgas de casa. Quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate completamente solo y en silencio. El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar; no puede dejar de hacerlo, se prosternará extático a tus pies”. De este modo –a través de uno de los aforismos más reproducidos de los varios que escribió–, Kafka aconsejaba viajar y conocer el mundo. Y por extraño que parezca, décadas más tarde John Banville, lejos de contradecirlo escribiendo Imágenes de Praga, un recorrido por las calles y la historia de la mítica capital checa, parece darle la razón al hijo ilustre de esa misma ciudad. Porque más que un libro “de viajes”, este volumen se compone de recuerdos, revisiones históricas, pequeñas y grandes anécdotas que siempre encubren historias más íntimas, y de todo cuanto el autor de El marcree preciso para rendir un elegante y personal homenaje a Praga, a su Praga, a la ciudad a orillas del Moldava donde, para él, “el silencio es más una presencia que una ausencia”.
Es en esta Praga, en medio de aquel silencio, donde le resulta posible comprender el mundo, lo cual implica también –nos insinúa– sufrirlo y quererlo, como a una amante. Y, por supuesto, nunca llegar a comprenderlo del todo.
Al fin editado en español (cinco años pasaron desde su publicación original),Imágenes de Praga no dista tanto como cabría pensar de los demás títulos del autor. Aun cuando es claramente no-ficción y casi todo lo narrado está aderezado con citas provenientes de una respetable bibliografía –debidamente declarada al final del libro–, el conjunto es pariente de obras anteriores, como aquella tetralogía histórico-científica que escribió y que componen las novelasKepler (1981), La carta de Newton (1982), Doctor Copérnico (1984) y Mefisto (1986), por ejemplo. En éstas se integraban realidad y ficción para dar cuenta de personajes fascinantes y complejos (en todas ellas hay un nombre propio en el título). Sin embargo, en el libro que nos convoca, no es un personaje como éstos el centro gravitacional de la narración, ni siquiera Praga como entelequia; es el propio Banville quien asume el protagonismo y el punto de vista, y él quien nos pasea por sus memorias checas, aunque despache decenas de páginas hablando del melancólico emperador Rodolfo ii o del mismísimo Kafka. Esta diferencia, leve pero sustantiva, es la que convierte a este libro en una verdadera autobiografía, fragmentaria, caprichosa, parcial y arbitraria, tan cuidadamente escrita como podríamos esperar de quien recibiría el Booker Prize al cabo de un par de años, y al mismo tiempo, inserta en el credo artístico del irlandés.
El capítulo inicial, de cinco, relata la primera vez que visitó Praga, donde no obstante ya había ambientado una anterior novela. Corrían los años de la Guerra Fría. Es cuando conoce al Profesor, un hombre que “a primera vista podría tener entre treinta y sesenta años”, permanentemente amenazado por el Estado debido a sus vinculaciones políticas; junto a él recorre el famoso Callejón de Oro, un antiguo bar literario ahora sin escritores, la gótica catedral de San Vito (donde Josef K., en El Proceso, protagoniza una escena clásica) y prueban una pésima comida tradicional. También conoce a Marta, la mujer del Profesor, quien ha pasado la vida esperando marcharse a Estados Unidos, donde vive su hijo (lo que no ha hecho pues el influjo de Praga parece ser más poderoso). Esta peculiar pareja le muestra a Banville las excepcionales fotografías de J. Sudek, acaso la más grande revelación para el escritor de todo su viaje: “Me había pasado el día caminando por la ciudad sin verla”, reconoce, y siente que recién lo logra, como si de una epifanía se tratase, ahora frente a aquellas imágenes, “para mí un emblema de la ciudad”.
Durante los siguientes dos capítulos, su interés lo lleva a especular sobre los orígenes históricos y políticos de las Tierras Checas, desde los presuntos celtas (antes de Cristo) hasta las más recientes transformaciones que originó el comunismo en Checoslovaquia, para así derivar en la figura del dramaturgo y posterior presidente Václav Havel (décadas de 1980 y 1990). Entre medio reseña las vidas de personajes como el virtuoso emperador Carlos iv y su ciego y excéntrico padre Juan de Luxemburgo, del aun más excéntrico Rodolfo, interesado más en la alquimia y las artes ocultas que en el poder, o de la bella Katerina, una contenida y triste mujer que un día ofreció una fiesta a la cual asistió Banville, donde no pasó gran cosa, y son aquellos intervalos anodinos pero singulares, sin embargo, los que mejor recuerda, los que para él reflejan de manera más fiel el carácter de la Praga anterior a la revolución de 1989.
Luego da un saltó atrás y recrea las rivalidades de ego que protagonizaron –en medio de un entorno caótico, donde convivían las guerras con la ciencia y la magia– los astrólogos Thyco Brahe y Josef Kepler, este último célebre por sus teorías sobre las órbitas de los planetas y autor, según Banville, de la primera obra de ciencia ficción del mundo, llamada Somnium.
La última parte del libro cuenta los días que el escritor irlandés pasó en Praga a mediados de los noventa con motivo de un festival literario. Ahí conoció a otro personaje: Eduard Goldstucker, un socialista que a través de su historia, narra la del país durante la segunda mitad del siglo xx. Para finalizar, cierra estasImágenes de Praga un Epílogo donde Banville expresa sus emociones frente al desastroso aluvión que inundó la ciudad en 2002 y la confirma como su espacio antiheroico-literario preferido, demostrando además que para él las palabras –como en todo arte– no es que atrapen ni devuelvan los acontecimientos, sino que pueden llegar a ser los acontecimientos.
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