Petro y el asesino |
Vueltiaos
Decir ‘inversión de valores’ se queda corto ante este desbarajuste moral, en el que los asesinos tienen fila
Thierry Ways
5 de octubre de 2024
"El intercambio sonriente de sombreros entre el exparamilitar Salvatore Mancuso y el presidente Petro quedará como una de las provocaciones más intragables de un Gobierno especializado en provocaciones intragables.
No podía faltar en el evento, además, el batiburrillo retórico del Presidente, que asemejó a Mancuso a Mussolini: le dijo fascista, en otras palabras. Mientras que a sí mismo se definió como cantante de ‘Bella ciao’, el himno antifascista italiano.
Detengámonos en eso. Pues enmarcar el conflicto colombiano en una lucha entre fascismo y antifascismo solo es posible en el sentido más ridículamente impreciso del término, aquel que usan los bodegueros de izquierdas cuando le dicen ‘facho’ o ‘facha’ a cualquier cosa que no les gusta, desde Elon Musk hasta la pizza con piña.
Y esa es una distorsión del conflicto. No fue entre fascistas y antifascistas, sino entre una insurgencia desalmada, que quiso cambiar al país a punta de balas, bombas y secuestros, y una contrainsurgencia igual o peor de abyecta, en connivencia infame con el Estado en muchos casos. Un conflicto que se degeneró, además, al contacto con el narcotráfico, que todo lo envilece: hasta la maldad.
¿En qué eslabón de esa cadena cabe el fascismo, correctamente definido, como elemento de análisis de alguna utilidad? Solo en la cabeza de Petro, que siempre quiere forzar los hechos a caber en su molde narrativo. Un molde que divide al mundo en dos. Los ‘fachos’, por un lado: los “ricos”, el establecimiento, los ganaderos, los músicos “uribistas”, los judíos, los motores de combustión interna. Y los ‘antifachos’, por el otro: él, los demás como él, los que expanden el virus de la vida por el universo, los que entonan ‘Bella ciao’. Y Nicolás Maduro, desde luego.
Enmarcar el conflicto colombiano en una lucha entre fascismo y antifascismo solo es posible en el sentido más ridículamente impreciso del término
Si alguna vez nuestro conflicto tuvo raíces ideológicas, hoy descubrimos que la ideología es un comodín que puede hacerse a un lado cuando llega la hora de unirse alrededor de lo que realmente importa: el acceso al poder. No nos sorprenda, entonces, que surjan alianzas entre antiguos enemigos, no por la paz, que tanto cacarean, sino para garantizarse mutuamente ese acceso. Todo mientras, bajo las consignas de la ‘paz total’ y la ‘vida’, el país se llena nuevamente de grupos armados. A los que también les llegará el momento de ser acogidos por la Colombia del ‘cambio’, donde hay fila preferencial para violentos y exviolentos. En tanto que los demás estamos cada día más arrinconados por un Estado rapaz en lo tributario e incapaz de garantizarnos la seguridad.
Hay que volverlo a decir: mientras que, por un lado, exjefes de las Farc están en el Congreso, exparamilitares intercambian sombreros vueltiaos con el Presidente y jóvenes reciben dinero por “no matar”; mientras que a ningún grupo armado se le niega una mesa de diálogo y al Eln se le ruega que por favor, por favorcito, no vuelva a poner volquetas bomba, para que podamos seguir platicando; mientras que para los asesinos todo es mano tendida, en el oficialismo se regocijan de que el expresidente que más combatió a los violentos esté bajo juicio; a los empresarios se los trata de esclavistas y oligarcas; a las periodistas, de “muñecas de la mafia”; a los medios de comunicación se los equipara con Goebbels, y al petróleo y el carbón, productos legítimos de exportación, se los iguala con la cocaína.
La expresión ‘inversión de valores’ se queda corta ante este desquicie moral. Y no es creíble que gestos como el del sombrero se hagan en pos de la paz y la reconciliación. Si así fuera, el Gobierno se mostraría al menos respetuoso con quienes construyen país. En cambio, casa peleas con ellos a diario y reserva sus “consideraciones más distinguidas” –como se firmaba en las cartas de antes– para quienes lo destrozan."
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