lunes, 8 de julio de 2024

El triunfo de las escritoras tardías

Tessa Hadley


El triunfo de las escritoras tardías

La llegada a las librerías de las novelas de Tessa Hadley, Helen Weinzweig y Aurora Venturini reivindica el trabajo de tres mujeres que no alcanzaron el éxito hasta bien entrada la madurez


Andrea Aguilar
1 de septiembre de 2022

No comparten nacionalidad, ni temática, ni han sido estrictamente contemporáneas y, sin embargo, la coincidencia en las mesas de novedades de los últimos meses de la argentina Aurora Venturini, la canadiense Helen Weinzweig y la británica Tessa Hadley subraya un extraño vínculo entre estas tres novelistas: el éxito les llegó a las tres a una edad en la que muchos escritores están ya de retirada.

El caso más célebre y extremo quizá sea el de Venturini. Nacida en La Plata en 1912, saltó a la fama a los 85 años cuando en 2007 se alzó con el premio Nueva Novela del diario argentino Página/12 por Las primas. “Al fin un jurado honesto”, sentenció la novelista, según recuerda Claudia Piñeiro, quien se define en un texto sobre la triunfante octogenaria, fallecida en 2015, como “miembro de la cofradía de sus admiradores”.

Casi seis décadas atrás, en 1948, cuando tenía 26 años, Aurora Venturini había recibido de manos de Borges el Premio Iniciación con su primer libro, El solitario. Entre una y otra distinción transcurrió más de medio siglo de anonimato y grafomanía: Venturini publicó cerca de 40 libros en sellos pequeños e incluso en ediciones pagadas por sí misma que pasaron inadvertidos. Amiga de Eva Perón, conocida de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre durante los años que vivió en París, la sensación que causó Las primas tras su lanzamiento en 2007 (con 35.000 ejemplares vendidos) vino seguida del rescate de Nosotros, los Caserta, publicada originalmente en 1992, reeditada en una nueva versión en 2011 por Caballo de Troya y de vuelta este 2022 a las librerías por Tusquets. “El éxito de Las primas concedió a la narrativa de esta vieja escritora de la ciudad de La Plata un lugar sin precedentes en el mundo editorial”, escribe en un prólogo a la nueva edición María Paula Salerno.

La escritora Aurora Venturini, que alcanzó el reconocimiento a los 85 años con 'Las primas'.

Uno de los proyectos que emprendió Venturini cuando le llegó la fama fue una columna en el diario Página/ 12 tituladaRescates en la que recuperaba la historia de mujeres que habían caído en el olvido. Sin duda Helen Weinzweig (Polonia, 1915- Canadá, 2010) habría interesado a la argentina, con quien además comparte un aura bizarra que rodea tanto sus escritos como sus vidas. Helen, de soltera Tennenbaum, llegó a Canadá a los nueve años y creció sola con su madre en un barrio de inmigrantes judíos en Toronto. Voraz lectora, se casó con el compositor John Weinzweig, a quien conoció en el instituto, y se volcó en la carrera de él y en la crianza de sus hijos. “Tanto John como yo vivimos su carrera”, declaró.

Según explica la escritora y crítica Sarah Weinman en un epílogo a Vestido negro y collar de perlas (Muñeca infinita) —libro que define como “novela de espionaje del mundo interior feminista”—, en 1960 Weinzweig padeció una depresión grave y su terapeuta le animó a escribir. Tenía 52 años cuando publicó su primer cuento, al que siguieron otros relatos y dos novelas. Hubo también algo de teatro y algunos textos de no ficción.

La misteriosa historia de Shirley, la protagonista adúltera de Vestido negro y collar de perlas que se registra en los hoteles como Lola Montez y recorre el mundo siguiendo las claves cifradas que le deja su amante para sus encuentros, llegó originalmente a las librerías cuando Weinzweig tenía 65 años. Su prosa y el ritmo de su historia la sitúan en la órbita del noveau roman de los sesenta, aunque Weinzweig es celebrada como pionera escritora feminista en Canadá. “Una de las cosas que tuve que aprender después de leer toda aquella literatura escrita por hombres fue a saber cómo me siento yo en cuanto mujer. Todas las formas literarias eran propiedad de los hombres, todas las filosofías eran propiedad de los hombres… Tuve que traducir esas formas a lo femenino”, aseguró la autora en una entrevista en 1990. La novela, premiada con el Toronto Book Award en 1981, habla de máscaras y disfraces, de locura y ruptura, y explora con maestría la fórmula literaria de la narradora poco fiable en poco más de 180 páginas, reeditadas en los últimos años en EE UU y Alemania antes de llegar a los lectores en español.

Tessa Hadley

Darse a la vida ‘hippie’

La huida del mundo hogareño de una mujer casada es también el eje central de Amor libre (Sexto piso, 2022), el último libro de la británica Tessa Hadley. Casada con el profesor y dramaturgo Eric Hadley, madre de tres hijos y madrastra de otros tres, la escritora logró publicar su primera novela a los 46 años. Con las ocho que lleva hasta la fecha y sus relatos ha acumulado premios y distinciones, aunque ha sido en los seis últimos años cuando Hadley, experta académica en Henry James, ha sido señalada como una de las grandes narradoras actuales en el Reino Unido. Su estilo claro y clásico se concentra en Amor libre para novelar el rugido y la explosión de la revolución de los años sesenta en Londres. La pasión por un joven inconformista aspirante a escritor y crítico sacude la convencional vida de la coqueta Phyllis, que a sus 40 años no duda en plantar a su esposo y dos hijos para adentrarse en el submundo hippie y antisistema.

La segunda vida de la protagonista de Amor libre quizá entrañe alguna conexión con la historia del triunfo de las escritoras tardías, cuya lista abarca a muchas otras que hoy alcanzan notoriedad como Liudmila Ulítskaya, flamante ganadora del Premio Formentor 2022 y habitual en las listas de candidatos al Nobel, que no publicó su primera novela hasta los 49 años. Se podría hacer otra enumeración de fenomenales éxitos de autoras en su juventud (Françoise Sagan, Zadie Smith, Joyce Carol Oates…), pero es en el descubrimiento y en la sugerencia de un segundo acto en otras vidas donde reside una parte del placer lector. Larga vida al éxito tardío.

EL PAÍS 




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