jueves, 25 de julio de 2024

Bette Howland: parientes y fósforos en la oscuridad

 

Bette Howland

Bette Howland: parientes y fósforos en la oscuridad

  • Nouvelles de la estadounidense Bette Howland.
  • Familias y el anecdotario de su pasado recorren los sutiles relatos de la autora de S-3.


Diego de Angelis

28 de enero de 2024

“En la familia de mi padre todos se parecían; todos eran idénticos a la rama de su madre. Abarbanel era su apellido de soltera, y así les dice mi madre hasta el día de hoy: ‘Los Abarbanel, esa banda de cotorras escandalosas’”. Así comienza la primera de las tres nouvelles que componen Cosas que vienen y van, de la estadounidense Bette Howland, cuya obra fue rescatada del infausto olvido hace apenas unos años gracias a S-3, su extraordinario debut en la década del 70.

En esa novela, Howland narraba desde una perspectiva muy singular su experiencia como paciente en una institución psiquiátrica de Chicago, tras un intento de suicidio por una sobredosis de pastillas para dormir. Estos dos libros fueron editados con estupendas traducciones de Inés Garland.

A diferencia de esa ruidosa familia, desopilante protagonista del relato inicial, eternamente predispuesta a conversar –y, sobre todo, a vincularse– a los gritos, la encargada de narrar su historia, una mujer llamada Esti, no levanta la voz, no exagera, no cuenta más que lo necesario. La discreción determina su tono –en última instancia, define un posicionamiento–, orientado a celebrar la comedia familiar de la que, sin renunciar a una prudente y amorosa distancia, ella también participa. 

El desarrollo de variables de esa comedia es el juego que propone el libro de Howland. Y es la discreción, dicho sea de paso, la característica apropiada para definir su propio estilo. Por dos sencillas razones: el trazo de su escritura es sutil, y su literatura sostiene como un estandarte la convicción de no otorgarle ningún margen de maniobra a cualquier tipo de modulación sentimental o altisonante. (Acaso sea una amable paradoja que la traducción de su apellido revele exactamente lo opuesto: “tierra de los gritos”).

Como quien enciende un fósforo en la oscuridad, Esti recuerda a la familia de su padre y así consigue recuperar, quizás, lo imposible: un tiempo perdido. O mejor aún: reconquista el modo en que observaba a sus seres queridos durante su infancia y adolescencia. Mediante la superposición de breves escenas de su memoria, Esti evoca con asombro y fascinación la presencia enigmática de su abuelo, un inmigrante de Odessa que carga sobre sus espaldas no pocos secretos; una breve estadía, durante un verano, en la casa de tíos extravagantes; sus primeras correrías amorosas. 

Para Howland, la experiencia del pasado se cifra en los detalles, en el anecdotario menor aunque secretamente significativo, en la descripción pormenorizada de un rostro, un objeto, una circunstancia cotidiana; en el reconocimiento de una forma de caminar, de sostener un cigarrillo o soltarse el cabello.

El segundo relato, “El video bromista”, es el mejor de todos. Con gran destreza en cuanto al modo de orquestarlo, Howland despliega un conjunto cambiante de perspectivas. Una noche gélida. Sydney, joven madre soltera, decepcionada con el acontecer anodino de su existencia, regresa a su casa después de una cita con Míster Warshaw, posible futuro amante, hombre presumido pero amenazado por un extraño episodio nocturno que lo hace vacilar como nunca. A ella la espera su hijo Mark, deseoso de atraer por fin su atención, y su niñera, espía encubierta de la trastienda del hogar. Se describen los pensamientos de cada personaje, su forma de interrogar –a veces sin compasión– sus debilidades, sus temores, sus decepciones y expectativas.

En el texto que cierra el libro, una mujer asiste, desconcertada, al deterioro irreversible de su padre, después de haber sufrido un accidente. Reminiscencias de viejas rencillas irresueltas, desacuerdos tácitos sostenidos por largo tiempo y el súbito temor a perderlo para siempre: lo que se narra acá es la intimidad de un duelo, aquel que supone descubrir la vulnerabilidad de quien se consideraba indestructible. 

Marca registrada de una escritora notable, Howland muestra sus cartas con cautela, como si se resistiera a contarlo todo, y buscara de esa manera reafirmar un secreto imposible de esclarecer por completo. Eso señala con no poca lucidez la narradora de la última historia: cuando se trata de una contienda familiar “no importa el cuento entero porque ¿quién conoce el cuento entero?”.

Cosas que vienen y van, Bette Howland. Trad. Inés Garland. Eterna Cadencia, 168 págs.


CLARÍN




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