martes, 16 de noviembre de 2021

Hubert Selby / Tralala

Retrato de chica rubia, 2019
Teresa Casas

 Hubert Selby

Tralala


    Me levantaré, pues, y recorreré la ciudad. Por las calles y las plazas buscaré al amor de mi alma. Busqué y no le hallé. Los centinelas me encontraron, los que hacen la ronda de la ciudad. Díjeles: «¿Habéis visto al amor de mi alma?».
    El cantar de los cantares 3, 2-3.



Tralala tenía quince años la primera vez que lo hizo con alguien. No hubo auténtica pasión. Sólo diversión. Paraba en El Griego como los otros chicos del barrio. Nada que hacer. Sentarse y charlar. Oír el jukebox. Tomar café. Gorronear pitillos. Todo una mierda. Dijo que sí. En el parque. Tres o cuatro parejas que encuentran su propio árbol y un espacio en la hierba. De hecho no dijo que sí. No dijo nada. Tony o Vinnie o el que fuera se había limitado a seguir. Se reunieron todos a la salida más tarde. Se sonreían unos a otros. Los chicos estaban inquietos de verdad. Las chicas iban delante y charlaban sobre el tema. Soltaban risitas e indirectas. Tralala se encogió de hombros. Que te follaran era que te follaran. ¿Por qué toda aquella mierda? Solía ir al parque a menudo. Y siempre ligaba. Las otras chicas también hacían lo mismo, pero no se lo tomaban en serio. Les gustaba bromear. Y reír. Tralala no hacía el tonto. A nadie le gusta que se rían de él. O lo tomas o lo dejas. Eso es todo. Y ella tenía unas tetas muy grandes. Era una mujer. No una niña. Los tipos la preferían. Y antes de que hubiera terminado el primer verano ya follaba. Con tipos diferentes. No se burlaba de ninguno. Hacerlo era absurdo. Tampoco quería dinero. Algunas de las chicas se burlaban de ella y ella las mandaba a la mierda. Si a una chica le gustaba uno de los chicos o trataba de ligárselo por algún motivo, Tralala se metía por el medio. Cuestión de divertirse. Las chicas la aborrecían. ¿Y qué? ¿Quién las necesita? Los que tenían lo que ella quería eran los chicos. En especial cuando desplumaban a un borracho. O daban un golpe. Siempre había algo para ella. La llevaban al cine. Le compraban pitillos. La invitaban a pizza. Y los borrachos nunca faltaban. Y todo el mundo tenía dinero durante la guerra. Los muelles estaban llenos de marineros borrachos. Y, claro, el cuartel estaba lleno de sorchis. Y como poco siempre se les podía sacar unos cuantos pavos. A veces algo más. Y Tralala siempre tenía su parte. Nada de líos. Todo era muy sencillo. Los chicos daban el golpe y ella conseguía unos cuantos pavos. Si no tenían una habitación a la que ir siempre quedaba el sótano del Wolffe. Kilómetros y kilómetros de sótano. Uno follaba y los otros hacían el agua. A veces durante horas. Pero ella tenía lo que quería. Lo único que debía hacer era dejar que se la follaran. Era agradable también. A veces. Y si no, ¿qué? No importaba. Se quedaba allí tumbada. O apoyada en un cubo de basura. Mejor que trabajar. Y lo pasaba bien. Durante un rato por lo menos. Pero el tiempo siempre pasa. Se hicieron mayores. No les bastaba con los pocos pavos que les quitaban a los borrachos. ¿Por qué esperar a que el borracho no se enterase? ¿Y a que se hubiera gastado casi toda la pasta? Mejor echarles mano cuando volvían al cuartel. Cada noche salían docenas del Willie’s, un bar de la misma calle que El Griego. Los liaban cuando volvían a la base o a los muelles. Normalmente a los sorchis los dejaban en paz. Nunca llevaban mucho encima. Pero los marinos normalmente iban forrados. Si eran demasiado fuertes o estaban demasiado sobrios les pegaban en la cabeza con un ladrillo. Si parecían fáciles uno les agarraba y otro u otros los limpiaban. A veces hasta llevaban a alguno al solar de la calle Cincuenta y siete. Era un buen sitio. Estaba oscuro de verdad detrás de la valla. Le pegaban hasta que se les cansaban los brazos. Merecía la pena. Luego una pizza y una cerveza. Y Tralala. Ella siempre estaba allí. Cuanto más tiempo pasaba más experiencia adquirían. Y seleccionaban más. Y eran más fuertes. Ya ni necesitaban ladrillos. Hacían la ronda de los bares y le echaban el ojo encima a un tipo que tenía pasta. Cuando salía, lo asaltaban. A veces Tralala intervenía. Lo atraía hasta un portal oscuro. A veces a un descampado. La cosa iba muy bien. Todos tenían ropa nueva. Tralala vestía bien. Llevaba un jersey nuevo cada pocos días. No tenían problemas. Les bastaba con desplumar marineros. Vienen y van y todos se parecen. Valiente mierda. Tenían más de lo que necesitaban. ¿Qué les importaban unos pavos de menos? Además, igual iban a matarlos. Dejaban en paz a los sorchis. Casi siempre. Hacían como que no los veían y nadie les molestaba. Pero Tralala quería más que la pequeña parte que le correspondía. Ya era hora de conseguir algo por sí misma. Si tenía que dejar que se la tirasen un par de tipos para conseguir unos pocos pavos se imaginó que sería mejor que se la tirase un solo tipo y llenarse los bolsillos. Todos los borrachos se fijaban en ella. Y le miraban las tetas. Sería un buen asunto. Sólo tenía que estar segura de que se ligaba a uno que merecía la pena. Nada de uno de esos mierdosos con unos miserables dólares. Nada de mierda de esa. Esperó, sola, en El Griego. Entró un sorchi y pidió café y una hamburguesa. Preguntó a Tralala si quería algo. ¿Por qué no? El soldado sonrió. Sacó un billete de un fajo y lo dejó en la barra. Tralala sacó el pecho. Él se puso a hablar de sus galones. Y medallas. Una Estrella de Bronce. Y un Corazón Púrpura con dos ramos de olivo. Venía de pasar dos años en Europa. Volvía a casa. Hablaba y ella sonreía esperando que no todos los billetes fueran de a dólar. Necesitaba llevárselo de allí antes de que llegase alguien. Cogieron un taxi y fueron a un hotel del centro. El tipo compró una botella de whisky y se sentaron y bebieron y charlaron. Ella no paraba de llenarle el vaso. Él no paraba de hablar. De la guerra. De cómo le habían herido. De su pueblo. De lo que iba a hacer. De los meses pasados en el hospital y de todas las operaciones. Ella seguía sirviéndole whisky y él como si nada. El hijoputa. Va y dice que sólo quería pasar un rato con ella. Charlar y tomar unas copas. Tralala esperaba. Se cagó en su putísima madre. ¿A quién coño le importa que te hayan jodido la pierna? Ya llevaban allí más de una hora. Si se la follaba a lo mejor podía quitarle el dinero del bolsillo. Pero no callaba. A la mierda con él. Le pegó con la botella en la cabeza. Le limpió los bolsillos y se largó. Sacó el dinero de la cartera y se deshizo de ésta. Contó la pasta en el metro. Cincuenta pavos. No estaba mal. Antes nunca había conseguido tanto de una sola vez. Pero merecía haber conseguido más. ¡Tener que escuchar todas aquellas paridas! Sí. Valiente hijoputa. Debería haberle dado otro botellazo. Sólo cincuenta miserables dólares por aguantarle todo aquel tiempo. Apartó diez y se guardó el resto y volvió a El Griego. Tony y Al se encontraban allí y le preguntaron dónde había estado. Alex dice que te fuiste con un sorchi borracho hace un par de horas. Sí. Nada que hacer. Creí que estaba forrado. ¿Has pillado algo? Sí. ¿Cuánto? Diez pavos. No paraba de hablar de la pasta que tenía y sólo eran diez miserables pavos. ¿De verdad? Enséñamelos. Ella les mostró el dinero. ¿Estás segura de que eso era todo? ¿Quieres registrarme? ¿Crees que tengo más escondido en el culo o qué? Ya veremos después. Sí. ¿Y vosotros? ¿Pillasteis algo? Poco. Pero no tienes que preocuparte. Has pillado bastante. Ella no dijo nada y se encogió de hombros. Sonrió y les invitó a café. ¿Y ahora? Valiente pandilla de golfos. Tranquilo, Alex, ¿entendido?… Y allí seguían sentados a la barra cuando entró el sorchi. Se sujetaba un pañuelo lleno de sangre en la cabeza y tenía sangre en la mejilla y la mano. Agarró a Tralala por el brazo y la bajó del taburete. Dame la cartera, so puta. Ella le escupió en la cara y le dijo vete a tomar por el culo. Al y Tony le empujaron contra la pared y le preguntaron que quién se creía que era. Oye, tío, yo no te conozco a ti y tú tampoco me conoces a mí. No quiero pelearme con vosotros, chicos. Lo único que quiero es mi cartera. Necesito mi cartilla militar o no podré volver al cuartel. Puedes quedarte con mi jodido dinero. No me importa. Tralala le soltó en la cara que sólo era un hijoputa de mierda y se puso a darle patadas, temiendo que dijera cuánto le había quitado. Valiente héroe de mierda. Si necesitas dinero empeña un par de medallas. Volvió a escupirle en la cara. Ya no estaba asustada de que pudiera decir algo, estaba fuera de sí. Loca de rabia. Sólo cincuenta miserables dólares y el tipo se echaba a llorar. Y después de todo, podría haber tenido más. Maldito hijoputa. Le dio una patada en los cojones. El tipo volvió a agarrarla. Lloraba y se dobló en dos tratando de respirar. Si no tengo el pase no podré volver al cuartel. Y necesito volver. Hoy me mandan a casa. Hace casi tres años que estoy fuera. Me han herido. Por favor, POR FAVOR. Sólo la cartera. Es lo único que quiero. Sólo la cartilla militar. ¡¡¡POR FAVOR, POR FAVOR!!! Las lágrimas le corrían por la cara abriendo surcos en la sangre reseca y se agarraba a Tony y a Al y Tralala le escupía en la cara, insultándole y dándole patadas. Alex gritó que lo dejasen en paz y se largaran inmediatamente. No quiero líos aquí. Tony cogió al sorchi por el cuello y Al le metió el pañuelo lleno de sangre en la boca y le arrastraron fuera hasta un portal a oscuras. El tipo seguía llorando y suplicando que le dieran su cartilla militar. Trataba de explicarles que quería volver a casa cuando Tony le agarró por el pelo y Al le dio varios puñetazos en el estómago y luego en la cara. Después le agarró mientras Tony le pegaba unas cuantas veces; pero se interrumpieron, no por miedo a que llegase la pasma, sino porque comprendieron que no tenía más dinero y porque estaban cansados después de haber pegado al marinero que habían limpiado antes, conque le dejaron y el tipo cayó al suelo patas arriba. Antes de largarse del todo, Tralala le machacó la cara hasta que tuvo los ojos llenos de sangre y la nariz rota. Luego le dio unas patadas más en los cojones. Hijoputa de mierda. Después se marcharon y se dirigieron lentamente a la Cuarta Avenida y cogieron el metro en dirección a Manhattan. Sólo por si alguien venía a meter las narices. En un día o dos lo habrán embarcado y nadie se preocupará de él. Sólo otro sorchi desplumado. Y, además, lo merecía. Cenaron en una cafetería y fueron a un cine de sesión continua. Al día siguiente cogieron un par de habitaciones en un hotel de la parte Este y se quedaron en Manhattan hasta la noche siguiente. Cuando volvieron a El Griego, Alex les dijo que los de la policía militar habían estado preguntando por los tipos que habían pegado a un soldado la otra noche. Dijeron que estaba bastante mal. Habían tenido que operarle y a lo mejor se quedaba ciego de un ojo. Qué pena, ¿verdad? Los de la policía militar dijeron que como echasen mano a los tipos que lo habían hecho, se los cargarían. Valientes cabrones. ¿Qué fue lo que dijeron? Nada. Bueno, lo de siempre. Que se los cargarían. Los mamones. Tralala rió. Debería denunciarle por violación. No tendré los dieciocho hasta dentro de una semana. El hijoputa me violó. Se rieron y pidieron café. Cuando lo terminaron, Al y Tony decidieron que sería mejor que hicieran la ronda por unos cuantos bares para ver cómo andaba la cosa. En uno de los bares se fijaron que el dueño guardaba un sobre en una caja metálica de detrás de la barra. En el fondo de la caja parecía que había un montón de billetes. Comprobaron la ventana del servicio y el callejón al que daba y luego salieron del bar y volvieron a El Griego. Le contaron a Tralala lo que iban a hacer y fueron al cuarto amueblado que habían alquilado encima de uno de los bares de la Primera Avenida. Cuando cerraron los bares cogieron un destornillador enorme y se dirigieron al bar. Tralala se quedó fuera y vigiló la calle mientras ellos forzaban la ventana. Abrirla sólo les llevó unos pocos minutos. Luego entraron, atravesaron el bar, cogieron la caja y saltaron al callejón por la ventana. Forzaron la caja y se pusieron a contar lo que había dentro. Al terminar de contarlo casi se mueren del susto. Había casi dos mil dólares. Se quedaron mirándolos un momento y se los guardaron enseguida en los bolsillos. Luego Tony cogió dos o trescientos y se los metió en otro bolsillo y le dijo a Al que le dirían a Tralala que aquello era todo lo que habían pillado. Sonrieron aguantándose las ganas de reír, luego se tranquilizaron y dejaron el callejón para ir a reunirse con Tralala. Cogieron la caja y la tiraron a una alcantarilla. Cuando salieron del callejón, Tralala fue a su encuentro preguntándoles cómo les había ido y cuánto habían conseguido y Tony le dijo que cerrase el pico porque tenían unos doscientos pavos y que estuviese tranquila hasta que llegaran al cuarto. Cuando llegaron al cuarto, Al se puso a contarle que todo había ido como la seda y que sólo tuvieron que entrar y coger la caja, pero Tralala no les escuchaba y no paraba de preguntarle que cuánto habían conseguido. Tony se sacó la pasta del bolsillo y lo contaron. No está nada mal, ¿verdad, Tral? Doscientos cincuenta pavos. Sí. ¿Qué tal si me das cincuenta ahora mismo? ¿Para qué? Ahora no puedes ir a ningún sitio. Ella se encogió de hombros y todos se acostaron. Al día siguiente fueron a El Griego a tomar café y entraron dos inspectores y les dijeron que les siguieran fuera. Los registraron, sacaron el dinero que tenían en los bolsillos y los metieron en el coche. Los policías agitaban la pasta delante de sus narices y movían la cabeza. Así que no teníais nada mejor que hacer que llevaros el dinero de las apuestas. Seguro que sí. Los inspectores rieron y se maravillaron al observar sus expresiones de asombro, sobre todo porque no sabían a quién habían robado. Tony empezó a recuperarse poco a poco y se puso a decir que ellos no habían hecho nada. Uno de los policías le cruzó la cara de un guantazo y le dijo que se callara. Supongo que ahora me vais a decir que encontrasteis dos de los grandes en un solar vacío,¿no? Tralala soltó: ¿Dos de los grandes? Los policías la miraron durante un momento y luego se volvieron hacia Al y Tony. Ya se sabe que de vez en cuando les vaciáis los bolsillos a los marineros borrachos, pero esta vez habéis ido demasiado lejos, chavales. Vaya par de cabrones. Será mejor que te calles, chica, ¿de acuerdo? A no ser que tú también quieras venir a dar una vuelta en coche. Tralala bajó del coche como una autómata sin dejar de mirar a Tony y a Al. Cerraron dando un portazo y se alejaron. Tralala volvió a El Griego y se sentó a la barra maldiciendo a Tony y Al y luego a los de la pasma por haberles echado el guante antes de que le dieran lo que le correspondía a ella. No había gastado ni un centavo. Los jodidos hijoputas. Unos hijoputas apestosos, eso es lo que son. Se quedó toda la tarde tomando café, después salió y cruzó la calle hasta el Willies. Fue al otro extremo de la barra y se puso a charlar con Ruthy, la camarera, contándole lo que había pasado e interrumpiéndose cada pocas palabras para maldecir a Tony, a Al, a los policías y a su jodida mala suerte. El bar se iba llenando poco a poco y Ruthy la dejaba sola a cada momento para servir copas y cuando volvía, Tralala le repetía la historia desde el principio, lamentándose porque eran dos de los grandes y no había tenido la más mínima oportunidad de gastar ni un centavo. A fuerza de repetir la historia terminó por olvidarse de Tony y Al y sólo maldecía a los policías y lamentaba su suerte, insultando a los marineros y a los sorchis que se le acercaban a preguntarle si le apetecía una copa. Ruthy no dejaba de llenar el vaso de Tralala en cuanto ésta lo vaciaba y de decirle que lo olvidara. Sólo es dinero. No merece la pena darse cabezazos contra la pared por eso. Hay mucho más. A lo mejor no tanto, pero lo suficiente. Tralala protestó, vació el vaso y le dijo a Ruthy que se lo volviera a llenar. Pronto se había calmado y cuando un marinero se le acercó dando tumbos, le miró y dijo que sí. Ruthy les trajo dos copas y sonrió. Tralala vio el dinero que sacaba del bolsillo y pensó que a lo mejor merecía la pena. Le dijo que había sitios mejores para tomar una copa que aquel bar asqueroso. Bueno, guapa, pues vámonos. El tipo terminó su copa de un trago y Tralala dejó la suya en la barra y se marcharon. Subieron a un taxi y el marinero preguntó: ¿Adónde?, y ella dijo da igual, adonde sea. Vale. Llévenos a Times Square. La invitó a un pitillo y se puso a contárselo todo. Se llamaba Harry. Era de Idaho. Acababa de volver de Italia. Iba a…, ella no se molestaba ni en sonreír, se limitaba a observarle, tratando de imaginar cuánto le faltaría para quedar fuera de combate. A veces tardan toda la noche. Nunca se puede saber. Se relajó y se puso a pensar. Aquí no puedo hacer nada. Tendré que esperar hasta que no se entere de nada, a no ser que le pida algo de pasta. Puede que lo mejor sea llevarle a un cuarto donde estemos solos. Si no queda fuera de combate a lo mejor puedo pegarle con algo… y te enterarás de lo que es bueno… El marinero seguía hablando y Tralala fumando y las luces de la calle pasaban por la ventanilla y el taxímetro sonaba. Dejó de hablar cuando el taxi se detuvo delante de El Cruce. Se apearon y trataron de que les sirvieran pero el barman de El Cruce miró al marinero borracho y dijo que no con la cabeza. Conque cruzaron la calle y fueron a otro bar. El bar estaba abarrotado, pero encontraron una mesa al fondo y se sentaron. Pidieron unas copas y Tralala dio un breve trago a la suya y se la pasó al marinero que ya había terminado su copa. Empezó a hablar otra vez pero las luces y la música le afectaron y cambió de tema y se puso a decirle a Tralala que era una chica muy guapa y que iba a hacer que lo pasase muy bien; y ella le dijo que iba a hacer que pasase el mejor momento de su vida y no se molestó en disimular un bostezo. El tipo estaba encantado y cada vez bebía más de prisa y Tralala le preguntó si podía dejarle algo de dinero. Estaba en la ruina y necesitaba algo de dinero o la echarían de su cuarto. Él dijo que no se preocupara, que se encargaría de encontrarle un sitio donde pasar la noche y le guiñó un ojo y a Tralala le apeteció aplastarle el pitillo en toda la cara a aquel jodido hijoputa, pero pensó que mejor esperaba un poco y le quitaba la pasta antes de hacer nada. Él le acariciaba la mano y ella se fijó en que un oficial del ejército la estaba mirando. Tenía un montón de galones más que el que había liado y se imaginó que tendría más dinero que Harry. Normalmente los oficiales están forrados. Se levantó y se alejó de la mesa diciéndole a Harry que iba al cuarto de baño. Cuando pasó junto al oficial, éste se rozó ligeramente con ella y sonrió. La cogió del brazo y le preguntó que adónde iba. A ninguna parte. Bueno, no está nada bien que una chica tan guapa como tú no vaya a ninguna parte. Tengo un sitio vacío y un montón de whisky. Bueno, entonces… Luego Tralala le dijo que esperase y volvió a la mesa. Harry casi se había dormido y ella trató de cogerle el dinero del bolsillo, pero él se sobresaltó. Cuando abrió los ojos, Tralala empezó a darle meneos, sacando la mano del bolsillo y diciendo que se despertase. Creo que ibas a hacérmelo pasar bien. Él asintió y poco a poco fue deslizándose debajo de la mesa. Oye, Harry, despierta. El camarero quiere saber si tienes dinero. Enséñaselo para que no tenga que pagar yo. Él se sacó poco a poco un amasijo de billetes del bolsillo y Tralala los cogió y dijo que ya le había dicho que tenía dinero. Cogió los pitillos de encima de la mesa, se metió el dinero en el monedero y volvió a la barra. Mi amigo se ha dormido, así que no creo que le importe, pero será mejor que nos vayamos. Salieron del bar y se dirigieron a su hotel. Tralala esperaba no cometer ningún error. Harry podía tener más dinero guardado en algún sitio. Pero el oficial probablemente tendría más y en cualquier caso sin duda ya le había quitado a Harry todo el que tenía y podría conseguir más de aquel cabrito. Le miró tratando de averiguar cuánto tendría, pero todos los oficiales son iguales. Es el problema con los jodidos uniformes. Luego se preguntó cuánto le habría quitado a Harry y cuánto iba a tener que esperar para contarlo. Cuando llegaron a la habitación del oficial, Tralala se dirigió al cuarto de baño y contó el dinero. Cuarenta y cinco pavos. Mierda. Se guardó el dinero y salió del cuarto de baño. El tipo sirvió dos vasitos y se sentaron y hablaron unos minutos y después apagó la luz. Tralala se imaginó que no tenía sentido intentar nada en aquel momento, así que se relajó y disfrutó. Fumaron un pitillo y tomaron otra copa y él la besó y le dijo que tenía el par de tetas más hermosas que había visto en su vida. Siguió hablando unos minutos, pero ella no le prestaba atención. Pensaba en sus tetas y en lo que le había dicho el tipo y en cómo podría hacérselo gracias a ellas y entonces a la mierda el Willies y todos aquellos inútiles; se iba a quedar aquí y haría las cosas bien. Terminaron los pitillos y durante el resto de la noche Tralala no se preguntó cuánto dinero tendría. Mientras desayunaban a la mañana siguiente, él trató de recordar todo lo que había pasado en el bar, pero casi no se acordaba de Harry y no quiso hacerle preguntas. Trató de hablarle unas cuantas veces, pero cuando la miraba empezaba a sentirse vagamente culpable. Cuando terminaron de desayunar, el militar encendió un pitillo, sonrió y le preguntó si podía regalarle algo. Un vestido o algo así. Quiero decir…, bueno, ya sabes… Me gustaría hacerte un regalito. Trataba de no tener aire sentimental o parecer idiota, pero le resultaba difícil decir lo que sentía, ahora, por la mañana, con una ligera resaca; y ella le parecía muy guapa y hasta inocente. En primer lugar no quería que pensase que estaba ofreciendo pagarle o que creyese que la insultaba por insinuar que sólo era otra puta más; pero su soledad se había esfumado y quería agradecérselo. Fíjate, sólo me quedan unos pocos días de permiso y se me ocurre que a lo mejor podríamos…, bueno, quiero decir que a lo mejor podríamos pasar algo más de tiempo juntos… Titubeaba esperando que entendiese lo que intentaba decir, pero a Tralala las palabras le entraban por un oído y le salían por el otro y cuando se dio cuenta de que había terminado de hablar dijo pues claro. Qué coño. Es mucho mejor que lidiar con un borracho y esta mañana se encontraba bien, mucho mejor que ayer (recordó brevemente a los de la pasma y la pasta que le quitaron) y a lo mejor antes de irse le daba todo el dinero que tenía (para qué lo necesitaba él en la guerra) y con sus tetas siempre se lo podría hacer y qué hostias, era el que mejor se la había follado… Salieron de compras y le compró un vestido, un par de jerseys (dos tallas más pequeñas que la suya), zapatos, medias, una agenda y un bolso de mano. Tralala protestó levemente cuando él dijo que iba a comprarle un estuche de maquillaje (no sabía lo que era cuando él se lo tendió y le pareció que no tenía sentido gastar dinero en algo así cuando podría haberle dado a ella la pasta), y él apreció su modestia y que no quisiera que gastase tanto dinero; y rió ante su excitación infantil al entrar en las tiendas, y mirar y comprar. Llevaron todos los paquetes al hotel y Tralala se puso el vestido y los zapatos nuevos y salieron a comer y luego fueron al cine. Durante los días siguientes fueron al cine, a restaurantes (Tralala trataba de tomar nota mentalmente de los que frecuentaban los oficiales), a unas cuantas tiendas más y de vuelta al hotel. Cuando al cuarto día despertaron, él dijo que tenía que irse y que si quería acompañarle a la estación. Tralala fue con él pensando que a lo mejor le daba dinero. Por fin llegó la hora de salida y él le dio un sobre antes de subir al tren. Ella levantó la cabeza para que la pudiera besar mientras palpaba el sobre. Era muy fino y se imaginó que contendría un cheque. Se lo guardó en un bolsillo y fue a la sala de espera y se sentó en un banco y lo abrió. Desdobló el papel y se puso a leerlo. Querida Tral: Hay tantas cosas que me gustaría decirte y que quizá te debería contar, pero… Una carta. Una jodida CARTA. Rompió el sobre y miró y remiró el papel. Ni un centavo. Espero que entiendas lo que te quiero decir y soy incapaz de decirte… Miraba las palabras… Si sientes lo que espero que sientas te pongo mi dirección abajo para que… No sé si saldré vivo de esta guerra, pero… Mierda, dijo ella con desgana. Dejó caer la carta y se dirigió al metro de Brooklyn. Fue al Willies para lucir sus trapos. Ruthy estaba detrás de la barra y Annie Waterman estaba sentada a una mesa con un marinero. Tralala se quedó en la barra hablando con Ruthy durante unos minutos y respondiendo a sus preguntas sobre la ropa y hablándole del rico cabrito con el que había estado viviendo y del dinero que le había dado y de adonde fueron. Ruthy le dejaba sola de vez en cuando para servir una copa y cuando volvía Tralala continuaba su relato, pero Ruthy se cansó enseguida de escuchar toda aquella mierda. Tralala se volvió hacia Annie y le preguntó cuándo la habían soltado. Annie le dijo que se fuera a tomar por el culo. Luego rió y Tralala le dijo que mejor cerraba el pico y se iba a tomar por el culo ella. El marinero se levantó de la mesa y se dirigió hacia Tralala dando bandazos. No le hables así a mi novia. ¿Esa cacatúa? Deberías buscarte algo mejor. Sonrió y sacó el pecho. El marinero rió y se apoyó en la barra y le preguntó si le apetecía una copa. Pues claro. Pero no en este bar tan asqueroso. Vamos a algún sitio que no esté lleno de putas apestosas. El marinero rió, volvió a la mesa, terminó su copa y se fue con Tralala. Annie les gritó algo y trató de tirarle el vaso a Tralala pero alguien la agarró del brazo. Tralala y Jack (era engrasador y…) subieron a un taxi y se dirigieron al centro. Tralala pensó en dejarle plantado allí mismo (sólo había querido fastidiar a Annie), pero se imaginó que debía esperar y ver cómo se desarrollaba la cosa. Se quedó con él y fueron a un hotel y cuando el tipo se durmió le quitó todo lo que tenía y se largó. Fue a un bar de Times Square y se sentó en la barra. Estaba lleno de soldados y unos cuantos marineros borrachos le sonrieron, pero ella les ignoró y los demás que había en el bar la ignoraron a ella. Quería asegurarse de que se ligaba algo que mereciera la pena. Nada de marineros borrachos ni de sorchis sin pasta. De eso nada. Con la ropa que llevaba y sus tetas… ¿Quién cojones os creéis que sois? Debería escupiros en la cara. ¡Mierda! Deberían besar el suelo que piso. Apagó el pitillo y tomó un trago. Esperó. Sonrió a unos cuantos oficiales que le pareció que tenían pasta, pero estaban acompañados. Maldijo a las mujeres para sí misma, se desabrochó un poco más el vestido, lanzó una mirada a su alrededor y terminó su copa. Pidió otra. El barman le llenó el vaso y pensó que era una aficionada. Sonrió y tuvo tentaciones de decirle que se había equivocado de sitio, pero no lo hizo. Se limitó a llenarle el vaso pensando que le iría mejor en uno de los bares de la Octava Avenida. Tralala bebió su nueva copa y encendió un pitillo. ¿Por qué seguía sola? ¿Qué coño pasaba en aquel sitio? Todos los que tenían pasta estaban acompañados. Malditos cerdos. ¿No se daban cuenta de que ninguna de las chicas tenía unas tetas tan grandes como las suyas? Podía ligarse a cualquiera de los que aparecían por el Willies o El Griego. ¿Qué pasaba con los de aquí? Debería tenerlos a todos a su alrededor. No podía seguir sola. Ya llevaba allí un par de horas. Le apetecía ponerse de pie y mandar a tomar por el culo a todos los del bar. Sólo sois un atajo de maricones. Se reía de las mujeres que pasaban junto a ella. Se estiraba el vestido y echaba los hombros hacia atrás. El tiempo seguía pasando. Ella seguía ignorando a los borrachos, imaginando que pronto se le acercaría un tipo con pasta. No probó la tercera copa, sino que se quedó allí sentada maldiciendo a todos los hijoputas del bar y sintiéndose cada vez más desesperada y agresiva. Pronto se encontró gritando mentalmente con ganas de tener un cuchillo para cortarles las pelotas a todos. Se le acercó un oficial de marina y le preguntó si quería una copa y casi le escupe en la cara, pero se limitó a murmurar algo mientras miraba el reloj y decía mierda. Sí, sí, vámonos. Terminó su copa de un trago y salieron. Todavía le dominaba la furia (y aquel hijoputa no me dio nada, sólo una jodida carta) y se quedó quieta mirando al techo e ignorando al marinero mientras éste la jodía y cuando por fin se quedó dormido ella siguió mirando al techo y maldiciendo durante horas antes de quedarse dormida. La tarde siguiente le pidió algo de dinero y él se rió. Ella trató de pegarle pero él la agarró del brazo, le cruzó la cara de una bofetada y le dijo que estaba loca. Se rió y añadió que se tranquilizase. Tenía unos días de permiso y tenía bastante dinero para los dos. Podían pasarlo muy bien. Ella le insultó y le escupió y le dijo que se fuera a tomar por el culo y se largó. Se detuvo en una cafetería y entró en el servicio y se echó agua a la cara y pidió un café y un bollo. Salió y volvió al mismo bar. No estaba demasiado abarrotado, sólo había unos cuantos militares tratando de beber para quitarse la resaca, y se quedó allí sentada y tomó unas copas antes de que el bar empezara a estar lleno. Buscaba con la vista a un tipo que mereciese la pena, pero al cabo de una hora o así, y unas cuantas copas, ignoraba a todo el mundo y sólo esperaba. Un par de marineros le preguntaron si le apetecía una copa y ella dijo qué coño, y se fue con ellos. Anduvieron de bar en bar durante horas y luego fue a una habitación con ellos y por la mañana le dieron unos cuantos pavos así que se quedó con ellos unos cuantos días, dos o tres, la mayor parte del tiempo borracha y subiendo con ellos o con sus amigos al cuarto de vez en cuando. Y luego los marineros se fueron y ella volvió al bar en busca de otros, o de todo un barco. No había llegado a la barra cuando alguien la agarró del brazo y le dijo que se fuera. Se quedó en la esquina de Broadway y la calle Cuarenta y dos maldiciendo al que la había echado y queriendo saber por qué coño dejaban entrar a aquellas putas arrastradas y echaban a patadas a una chica joven. Cruzó la calle, murmurando para sí misma, y entró en otro bar. Estaba lleno y se abrió paso hasta el fondo, donde estaba el jukebox , y miró a su alrededor. Cuando se acercaba alguien a poner un disco le sonreía, echaba los hombros atrás y se quitaba el pelo de la cara. Estuvo allí bebiendo y sonriendo y se fue con un marinero borracho. Follaron casi toda la noche, durmieron un poco, se despertaron, empezaron a beber de nuevo y volvieron a follar. Se quedó con él un día o dos, puede que más, no estaba segura y de todos modos le daba igual. Luego el marinero se fue y ella volvió al bar. Anduvo de un bar a otro estirándose el vestido y echándose agua a la cara de vez en cuando antes de dejar el cuarto de un hotel. Bebía sin parar y ni siquiera miraba sino que sólo decía sí, sí, qué coño, y tendía el vaso hacia el barman y a veces ni veía la cara del borracho que la invitaba y se frotaba contra su vientre o sollozaba apoyado en sus tetas; se limitaba a beber, luego a quitarse la ropa y a abrirse de piernas y luego a abandonarse al sueño o a la modorra de la borrachera. Pasó el tiempo…, meses, puede que años, quién sabe, y el vestido había desaparecido y sólo le quedaba una falda y un jersey destrozado y los bares de Broadway se habían convertido en los bares de la Octava Avenida, pero de esos bares, con sus putas, chulos, maricones y demás, pronto la echaron a patadas y el linóleo del suelo se volvió madera y luego la madera estaba cubierta de serrín y Tralala pasaba las horas con una cerveza en un garito del puerto, insultando a todos los hijoputas que se la follaban y yéndose con cualquiera que la mirase o que tuviera un sitio donde tumbarse. La luna de miel se había terminado y ella seguía estirándose el jersey aunque ya no hubiera nadie que la mirase. Cuando amanecía, después de una noche pasada en un cuarto miserable con un miserable, entraba en el bar más cercano y se quedaba allí hasta la próxima oferta. Pero todas las noches enseñaba sus tetas y buscaba a alguien con pasta, despreciando a los malditos borrachos, pero los jodidos vagabundos sólo miraban sus cervezas y ella esperaba a alguien con pasta que tuviera cincuenta centavos de sobra para invitarla a una cerveza a cambio de un polvo y saltaba de tugurio en tugurio volviéndose más y más sucia y más y más miserable. Estaba en un bar de South Street y un marinero la invitó a una cerveza y los amigos de éste que contaban con él para que les pagase las suyas se asustaron de que el marinero pudiera largarse y gastarse su dinero invitándola a cerveza a ella, así que cuando su amigo fue a mear le quitaron la cerveza y la echaron a la calle. Tralala se quedó sentada en la acera gritando hasta que apareció un policía que le dio una patada y le dijo que se largara. Ella se retorció por el suelo maldiciendo a todos los hijoputas y diciéndoles que se podían meter la cerveza por el culo. No necesitaba que ningún maricón como ellos la invitase a cerveza. Podía tener todas las que quisiera en el Willies. Volvería al Willies, donde iba a pasar lo que decía. Siempre había alguien con dinero. Y no vagabundos como aquellos piojosos. ¿Acaso creían que iba a dejar que cualquier miserable le echase mano a las bragas y le tocase las tetas por unos pocos billetes? ¡Mierda! Podía quedarse con la paga entera de un marinero con sólo aparecer por el Willies. Los del Willies sabían perfectamente quién era ella. Caminó dando bandazos hacia el metro y se dirigió a Brooklyn, maldiciendo, jurando, con el sudor trazando surcos en la porquería de su cara. Subió los tres escalones hasta la puerta y durante un momento se sintió decepcionada porque la puerta no estaba cerrada y no podía abrirla violentamente. Se detuvo un segundo a la entrada, lanzó una ojeada a su alrededor, y luego se dirigió al fondo donde estaban sentados Ruthy, Annie Waterman y un marinero. Se paró al lado del marinero, se inclinó encima de él y sonrió a Annie y Ruthy. Luego pidió una copa. El barman la miró y preguntó si tenía dinero. Tralala le contestó que se ocupara de sus asuntos. Este amigo mío me va a invitar. ¿Verdad que sí, guapo? El marinero se echó a reír y sacó un billete y le sirvieron la copa y ella se burló de aquel hijoputa de barman tan ignorante. Valiente asqueroso de mierda. Annie la llevó aparte y le dijo que si trataba del quitarle al cabrito le sacaría las tripas. Ruthy y yo nos iremos en cuanto aparezca el amigo de Jack y si me jodes el plan te vas a arrepentir, por mis muertos. Tralala se soltó el brazo y volvió a la barra y se apoyó en el marinero frotando las tetas contra su brazo. El marinero rió y le dijo que terminara su copa. Ruthy le dijo a Annie que la ignorase. Fred vendrá enseguida y nos iremos, y se pusieron a hablar con Jack y Tralala interrumpió su conversación y se burló de Annie esperando que montase en cólera cuando Jack se fuera con ella y Jack se reía de todo y daba puñetazos en la barra y pagaba las copas y Tralala sonreía y bebía y en el jukebox sonaban canciones de country y algún blues ocasional, y los neones rojos y azules parpadeaban alrededor del espejo de detrás de la barra y los soldados, marineros y putas de las mesas y la barra hablaban a gritos y reían y Tralala levantó su vaso y dijo de un trago, y luego dejó el vaso en la barra y se frotó las tetas contra el brazo de Jack y éste la miró preguntándose cuántos puntos negros tendría en la cara y si aquel grano grande de la mejilla le iba a reventar y dijo algo a Annie y luego soltó una risotada y le dio un cachete en el culo y Annie sonrió y cogió la cuenta de Tralala y la caja registradora hizo cling y el humo lo llenaba todo y Fred llegó y se unió al grupo y Tralala pidió otra copa a gritos y preguntó a Fred si le gustaban sus tetas y éste se las tocó con el dedo y dijo parecen de verdad, y Jack dio un puñetazo en la barra y rió y Annie insultó a Tralala y trató de que se fueran y ellos dijeron quedémonos un rato, lo estamos pasando bien, y Fred guiñó el ojo y alguien tropezó con una mesa y un vaso cayó al suelo y Tralala abrió la bragueta de Jack y sonrió y él la cerró cinco, seis, siete veces riendo y mirando el grano, y las luces parpadeaban y la caja registradora hacia cling cling y Tralala le dijo a Jack que tenía unas tetas muy grandes y él dio un puñetazo en la barra y rió y Fred guiñó un ojo y rió y Ruthy y Annie querían irse antes de que algo les jodiera el plan y se preguntaban cuánto dinero tendrían y les molestaba ver cómo lo gastaban invitando a Tralala y Tralala bebía las copas de un trago y pedía más a gritos y Fred y Jack reían y se guiñaban el ojo y daban puñetazos en la barra y cayó otro vaso al suelo y alguien se quejó porque se había quedado sin cerveza y dos manos luchaban por subir por debajo de una falda y Tralala les echaba humo a la cara y alguien se durmió y la cabeza se le dobló encima de la mesa y otro agarró la cerveza antes de que cayera y Tralala estaba encantada, lo había conseguido, era capaz de quitarle el maromo a Annie o a quien fuera y tomó otra copa de un trago y la bebida le resbaló por la barbilla y se colgó del cuello de Jack y frotó su pecho contra su mejilla y él levantó la mano y le manoseó las tetas y soltó una risotada y Tralala sonrió y oh, lo había conseguido y podía mearse encima de todos aquellos hijoputas y había quien hacía hasta un kilómetro para conseguir una sonrisa suya y otro apartó al borracho de la mesa y lo dejó junto a la puerta de atrás y Tralala se levantó el jersey y se cogió las tetas con las manos y reía, reía, reía, y Jack y Fred soltaban vivas y el barman le dijo a Tralala que se tapara aquellas jodidas cosas y se largara de allí y Ruthy y Annie se guiñaron un ojo y Tralala se volvió lentamente haciendo dar saltos a las tetas con la mano y exhibiéndolas con orgullo y sonreía y hacía dar saltos al par de tetas más grandes de todo el mundo con las manos y alguien gritó que si eran auténticas y Tralala se las frotó contra la cara y todos rieron y cayó otro vaso al suelo y los tipos se levantaron a mirar y sacaron las manos de debajo de la falda y echaron cerveza encima de las tetas de Tralala y alguien gritó que acababan de bautizarlas y la cerveza se le deslizó por el estómago y caía gota a gota de sus pezones y ella le pegó con las tetas en la cara y alguien gritó vas a ahogarlo con ellas… Vaya un modo de morir… Oye, ¿y el postre para cuándo?… Ya te he dicho que te taparas esas jodidas cosas, maldito hipopótamo, y Tralala le dijo que tenía las tetas más bonitas del mundo y cayó encima del jukebox y la aguja rayó el disco y alguien gritó todo tetas, sí, pero nada de coño, y Tralala le dijo que viniera a vérselo y un soldado borracho se levantó de una mesa y dijo vamos a verlo, y cayeron vasos al suelo y Jack tiró su taburete y cayó encima de Fred y se quedaron colgados de la barra riendo histéricamente y Ruthy esperaba que no la echaran a la calle porque el asunto prometía y Annie cerró los ojos y se rió aliviada de que no tuvieran que preocuparse de Tralala y de que ellos no hubieran gastado demasiado dinero y Tralala todavía hacía dar saltos a sus tetas en las palmas de la mano volviéndose a todos cuando dos o tres la arrastraron a la puerta por el brazo y ella gritó a Jack que viniera y que follaría con él como le apeteciera y no como aquella cacatúa con la que estaba y alguien gritó allá vamos, y arrastraron a Tralala escalones abajo y se hizo daño en los tobillos y gritó pero los tipos seguían tirando de ella por el brazo y Jack y Fred seguían agarrados a la barra muertos de risa y Ruth se quitó el mandil disponiéndose a marcharse antes de que pasara algo que les estropease el plan y los diez o quince borrachos arrastraron a Tralala hasta un coche abandonado en un descampado de la esquina de la calle Cincuenta y siete y le arrancaron la ropa y la empujaron dentro y unos cuantos se pelearon para ver quién iba ser el primero y por fin se formó una especie de cola y todos gritaban y reían y alguien gritó a los chicos que estaban al final de la cola que fueran por cerveza y fueron y volvieron con latas de cerveza que se pasaban unos a otros y los que estaban en El Griego vinieron a ver y otros chicos del vecindario también miraban y esperaban y Tralala gritaba y les pegaba con las tetas en la cara cuando se le acercaban y las cervezas circulaban y los chicos dejaban coche y volvían a la fila y tomaban unas cervezas y volvían a esperar su turno y vinieron más tipos del Willies y alguien llamó al cuartel y aparecieron más marineros y sorchis y trajeron más cerveza del Willies y Tralala bebía cerveza mientras se la follaban y alguien preguntó si llevaban la cuenta y la espalda de Tralala estaba sucia y sudorosa y los tobillos le dolían por culpa del sudor y la porquería en las heridas que se había hecho en los escalones y cerveza y sudor goteaban de la cara de los tipos en la suya pero seguía gritando que tenía el par de tetas más grande del mundo y alguien le contestó claro que sí, guapa, y el culo, y vinieron más, cuarenta, puede que cincuenta, y se la follaban y volvían a la cola y tomaban unas cervezas y gritaban y reían y alguien gritó que el coche apestaba a coño, así que sacaron a Tralala y el asiento del coche y la tumbaron en el suelo y se quedó allí desnuda encima del asiento y sus sombras ocultaban sus granos y arañazos y ella bebía y se tocaba las tetas con la otra mano y alguien le aplastó la lata de cerveza en la boca y todos se rieron y Tralala le insultó y escupió un trozo de diente y alguien volvió a aplastarle otra lata y se reían y gritaban y el siguiente hizo lo mismo y esta vez le partieron el labio y la sangre le caía por la barbilla y alguien se la secó con un pañuelo empapado en cerveza y le dieron otra lata y bebió y gritó lo de sus tetas y le rompieron otro diente y la herida de los labios se hizo mayor y todos reían y ella reía y bebió más y más y pronto se desmayó y le dieron unas bofetadas y ella murmuró algo y volvió la cabeza pero no conseguían que reviviera así que continuaron follándosela mientras yacía inconsciente en el asiento y pronto se cansaron y la cola se deshizo y volvieron al Willies y a El Griego y al cuartel y los que estaban mirando y esperando su turno descargaron su frustración sobre Tralala y le hicieron trizas la ropa y le quemaron con pitillos los pezones y se mearon encima de ella y le metieron un mango de escoba en el coño; luego, aburridos, la dejaron allí tendida entre botellas rotas, latas oxidadas y basura y Jack y Fred y Ruthy y Annie subieron a un taxi todavía riendo y se asomaron a la ventanilla al pasar junto al descampado y lanzaron una ojeada a Tralala, que yacía desnuda cubierta de sangre, meados y semen y una pequeña mancha se formaba en el asiento entre sus piernas según la sangre iba saliendo de su coño y Ruth y Annie estaban contentas y completamente relajadas ahora que iban camino del centro y su plan no se iba a echar a perder y tendrían un montón de dinero y Fred miraba por la ventanilla trasera y Jack se partía de risa…


Hubert Selby
Última salida para Broklyn, 1964


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