Milton Glaser Foto de Michael Somoroff |
Milton Glaser:
“Diseño y arte son asuntos distantes”
Es quizá el diseñador gráfico más famoso del mundo. Un referente para varias generaciones y autor del legendario eslogan ‘I Love New York’. Su obra abarca desde logotipos inmortales hasta cabeceras de destacados medios de comunicación. A sus 87 años, defiende que la estética no está reñida con la ética y la verdad. Ambas han sido una constante en su vida.
Anatxu Zabalbeascoa
MIÉRCOLES 20 DE JULIO DE 2016
El edificio en el que el diseñador gráfico Milton Glaser (Nueva York, 1929) tiene su estudio es un superviviente en Manhattan. Con escala doméstica de cuatro plantas y sin ascensor, el despacho del autor del logotipo I Love NY (1977) ocupa el piso principal. A un lado, el bullicio de los niños típico de los pocos y densos parques de Manhattan. Al otro, un rascacielos de viviendas anodino. Todo salpicado de los restaurantes y tiendas con letreros en chino y coreano de Murray Hill, al sureste de la ciudad. “Aquí apenas se ha corrompido el espíritu del barrio, que ha crecido de forma honesta. No se ha gentrificado de forma radical porque no tiene un carácter peculiar. Nunca se ha identificado como un lugar cool para vivir”. Glaser, que ha liderado proyectos para clientes tan variopintos como el Estado de Nueva York, la revista Esquire o la serie de televisión Mad Men, y cuya obra ha sido objeto de exposiciones en el MOMA de Nueva York o el Pompidou de París, compró esta casa centenaria en 1965. Pagó por ella 18.000 dólares. Sobre un paño de vidrio en el umbral, una frase advierte al visitante: “Art is work” (el arte cuesta trabajo).
“Di la verdad” es uno de sus famosos consejos. ¿Usted siempre lo ha hecho?
No. Pero siempre he sido consciente cuando no decía la verdad, y eso no es fácil, porque uno tiende a mentirse más a sí mismo que a los demás. Es más difícil detectar esas mentiras. Cuando le mientes a alguien, normalmente sabes que lo estás haciendo.
¿Entonces no se ha mentido nunca?
Bueno, uno siempre quiere sentirse más importante de lo que es, pensar que tiene más éxito del que tiene, que es más inteligente, que es más cualquier cosa de lo que realmente es. Uno tiene que justificar su vida e inventa razones con las que hacerlo.
¿Qué es un diseño verdadero?
Si le pregunto cuál es el diseño de su vida, me dirá: “Quiero vivir junto al mar, quiero tener tres hijos, quiero…”. Si quiere tener un hijo y no casarse es otro diseño. Representan la intención, lo que quiere conseguir. Eso es diseño, pero también lo es lo que termina por conseguir, por eso uno debe preguntarse por la diferencia entre las intenciones y la realidad.
Al pensar en un diseño inolvidable nos fijamos más en el resultado que en la intención.
Sí, pero la relación entre ambos es la que cuenta. Uno puede esbozar un buen par de zapatos y no venderlo. Si consideras que un buen diseño debe tener éxito comercial, entonces los zapatos quizá no lo sean. Sin embargo, desde un punto de vista artístico o cultural, pueden ser un hallazgo. El diseño y el arte son dos asuntos distantes. El arte tiene que ver con transformar al que mira, con hacerle ver el mundo de otra manera. El diseño acomoda a un público con un cliente.
“Lo bueno es enemigo de lo mejor” es otra de sus frases. ¿Es I Love NY su mejor trabajo? Es uno de los más simples. Lo simple funciona. Es mi trabajo más famoso, el que han visto más personas del mundo. Pero, en ese caso, lo mejor no sé lo que es. He hecho trabajos más ambiciosos y complejos.
¿Qué convirtió a I Love NY en un símbolo?
Es un misterio lo que la gente retiene en su cabeza, lo que quieren ver una y otra vez. Ese eslogan es en realidad un jeroglífico porque uno tiene que hacer rápidamente cierto tipo de interpretaciones, leer palabras, símbolos e iniciales como parte del mismo mensaje. Cada una de ellas representa un punto de vista distinto, y eso lleva a forzar la mirada para entender. Forzar la mirada es un recurso para que las cosas queden impresas en el cerebro. Desde el punto de vista visual, la geometría rectilínea de las letras y la sensualidad del corazón contrastan. No es lógica. No sabemos por qué ciertas formas crean memoria. Pero el argumento definitivo es que es verdad, no fue un eslogan inventado para una campaña publicitaria. Era una verdad. Representa lo que la gente sentía y no había expresado porque no tenía el mecanismo para hacerlo. He pasado parte de mi vida tratando de entender el éxito de ese mensaje y esto es lo que he conseguido ordenar.
¿Cómo se le ocurrió?
A finales de los setenta, la ciudad atravesaba un momento difícil. Siempre dábamos un paseo después de cenar y recuerdo que mi mujer comenzó a sentir miedo de salir al anochecer. Había muchos robos, delincuencia, y pensé que teníamos que hacer algo.
El croquis que dibujó en un taxi está ahora en el MOMA.
Sí, siempre trabajo así. No me siento a trabajar. Dejo las cosas en la cabeza y vivo con ellas hasta que afloran.
¿Es cierto que nunca ha cobrado ese trabajo que genera millones de dólares impreso en camisetas y tazas?
Me dieron 2.000 dólares para las pruebas mecánicas. Pero no, no cobré un centavo. Me hace muy feliz haberlo hecho porque, como les sucede a veces a los periodistas y a los artistas, he podido ver que mi trabajo tenía sentido, que afectaba a la vida de algunas personas y de mis amigos, y que está hecho por el bien general. No insta a nadie a comprar algo que no es bueno para él. No me gusta la persuasión, me gusta la información. Sienta muy bien poder expresar una idea poderosa con medios muy simples.
No mucha gente sabe que usted estudió y trabajó con el pintor Giorgio Morandi en Bolonia.
Sí, me dieron una beca Fulbright para estudiar en Milán y en Florencia, y terminé en Bolonia. Y allí Morandi daba clase en la universidad a mujeres sin educación artística. Yo era el único chico y el único con formación.
¿Qué aprendió del italiano?
Aprendí más por lo que era como persona que por su grandeza artística. Era un hombre muy decente que no se dejaba guiar por la fama o el dinero. Era incorruptible. Y se convirtió en un modelo para mi vida.
¿Qué hacía de él un ser tan ejemplar?
Llamaba la atención su generosidad. El mundo no conoce esa parte, pero fue la que yo vi. Era generoso con su tiempo, con su dinero, con su atención, con su talento… No era un hombre egoísta.
¿Hay que ser buena persona para ser buen artista?
Yo me siento mejor cuando soy generoso que cuando soy tacaño.
¿Le tentó alguna vez convertirse en pintor como Morandi?
No. Nunca he entendido la idea de hacer arte por dinero. Convertir el arte en una mercancía, ponerle un precio de venta, transforma su papel esencial en la sociedad.
¿Cuál es ese papel?
La idea fundamental del arte es unificar la especie humana. A ti te gusta Mozart, a mí me gusta Mozart y ya tenemos algo en común. Por eso, que por una pintura ridícula de Keith Haring se paguen 500.000 dólares es un insulto. No es que no quisiera ser pintor, es que no quería ganarme la vida formando parte de esa transformación del arte en cultura de consumo.
Morandi era un clásico, y usted, más bien un ecléctico.
Yo no veo el mundo así. No distingo entre artistas y no artistas. Además, uno decide que quiere ser artista y se autodenomina artista. ¿Eso lo convierte en artista? En cien años lo sabremos. Nunca he querido tener cierto estatus, solo hacer el trabajo para el que estaba preparado.
A finales de los cincuenta, ¿cómo era la vida en Italia comparada con Nueva York?
Nueva York encarna las aspiraciones de mucha gente, pero a mí Italia me transformó. La primera vez me quedé un año y trabajé con Morandi. Luego regresé cuatro años después con mi mujer, recién casados, y vivimos dos años en Roma.
¿Qué buscaban?
Quería compartir lo que había vivido con ella. Si a uno le interesa la comida o el arte, tiene que ir a Italia. Cuando llegué no sabía nada de arte, ni de arquitectura, ni de comida, pero estaba convencido de que lo sabía todo de casi todo. Viene en el paquete de ser estadounidense. Por eso vivir allí me puso en mi sitio. Tuve que aprender todo de nuevo, y cuando digo todo quiero decir todo. Italia cambió mi escala de valores.
¿Ella también se transformó?
Sí, fue una época muy importante en nuestra relación.
Milton Glaser
Foto de MICHAEL SOMOROFF
Shirley Girton, la esposa de Glaser, es una prestigiosa fotógrafa. Se conocieron cuando estudiaban en la escuela de arte neoyorquina Cooper Union y hace medio siglo que están juntos. “Cada vez nos cuesta más elegir las cosas que son importantes. Sobre todo a ella”, señala el grafista.
¿Ha acumulado mucho a lo largo de su vida o ha sabido elegir?
Estamos a punto de mudarnos de la casa que poseemos en el campo, en Woodstock. Tenemos que deshacernos de muchos libros que hemos ido cargando durante 55 años.
Porque van a vender la casa.
¿Cómo lo sabe?
Lo he leído.
Ah, creí que la quería comprar [risas]. No sé cuántas veces se ha mudado, pero cuando uno ha de hacerlo debe repensar su relación con sus posesiones. Y no importa tanto la calidad como la relación que uno establece con ellas. La belleza en sí misma es garantía de disfrute sin fin.
¿Cómo están eligiendo lo que se quedan?
La funcionalidad es lo menos importante. Cuando compro una batidora quiero que funcione, pero a la hora de elegir con qué quedarme es casi irrelevante. Se puede guardar algo hermoso que no funciona y despreciar algo que lo hace de maravilla.
¿Siempre ha valorado la belleza por encima de otros atributos?
No, eso ha cambiado. Todo cambia en la vida.
¿Qué diseño y qué arquitectura le interesa?
Soy muy ecléctico tanto en mi trabajo como en mis referencias. Por eso coleccionamos muchas cosas: arte africano, muebles de Josef Hoffmann… Creo que no hay nada como un estilo definitivo, una vanguardia que anule lo anterior. La modernidad lo defendió, pero yo creo que fue una cuestión de marketing. El ornamento desapareció, pero ahora regresa con la admiración de mucha gente.
Son los ciclos del gusto.
Tiene que ver con el aburrimiento, pero también con la renovación de la oferta para mantener las ventas. Cuando la gente deje de comprar sillas por su diseño en lugar de porque las necesita, la gente caerá, la economía caerá y nos quedaremos sin trabajo.
¿Su mujer y usted son coleccionistas?
No nos llamamos coleccionistas, pero hemos reunido muchas cosas. Cuando nos mudamos por primera vez vendimos 140 piezas de arte africano. Y de un día para otro el arte africano dejó de ser esencial en nuestras vidas. ¿Por qué? Es un misterio.
¿Qué tipo de infancia tuvo en el Bronx?
Padres inmigrantes, húngaros huidos de Hitler, criado en una comunidad de húngaros del Este y rusos. Tuve una hermana, pero murió. Fui a un instituto maravilloso especializado en música.
¿Por qué lo llevaron allí?
Era para jóvenes artistas. Luego solo podías dedicarte a la música o al arte. Aprobé el examen de acceso, entré y creo que esa educación me despertó.
¿Supo muy pronto lo que quería hacer en la vida?
No exactamente. Supe lo que me interesaba: hacer cosas y dibujar.
¿Sus padres eran artistas?
Eran supervivientes. Mi madre se encargaba de la casa. Mi padre tenía una tintorería.
“Como vives cambia tu cerebro” es otra de sus reflexiones más conocidas. ¿Cuáles han sido los cambios más importantes de su vida o de su cerebro?
Lo mejor de envejecer es que te das cuenta de hasta qué punto tu vida ha sido falsa y de cuán desilusionante puede ser no ser consciente de la existencia que estás viviendo. Cuanto más viejo me hago, más sospecho de lo que pienso. Pero supongo que necesitas esa especie de certeza cuando eres joven para conseguir lo que quieres. Luego descubres que hay otras maneras de hacer las cosas. Para mí el gran cambio vital se da cuando uno está dispuesto a ver las cosas sin el velo de los prejuicios.
Se ha convertido en un descreído.
No creo lo que dicen los periódicos, a veces dudo hasta de lo que veo. Pero uno ha de buscar una manera de ir por el mundo.
¿No necesita certezas?
No.
¿Qué le ha servido de ayuda?
Lo que más, un mensaje de Picasso: cuando haces algo bien es el momento de dejarlo. He tenido cuidado de no continuar haciendo lo que ya sabía hacer, por eso mi trabajo ha ido cambiando. Eso me liberaba de la responsabilidad de seguir realizándolo y me permitía probar algo más. Esa es una gran lección porque te mantiene vivo. El mundo quiere que seamos especialistas, pero el sentido del descubrimiento es lo que nos caracteriza como humanos. Y lo que, como tal, saca lo mejor de nosotros.
Ha hablado de ética y de verdad. Usted ha firmado el diseño de varios periódicos –en España, La Vanguardia, y en Brasil, O Globo– y múltiples revistas. ¿Cómo aplicar sus ideas a un campo tan peliagudo como el de la información?
La gente confunde estilo y diseño. Creen que ambos definen el aspecto de las cosas, pero cuando uno empieza a diseñar siempre se pone en el lugar del público. ¿Quiénes son? ¿Qué quieren? ¿Qué podemos mejorar? ¿Cómo atrapar su atención? Uno no empieza pensando en la belleza de un diseño, sino en qué se necesita. Quieres comunicar algo nuevo sin perder a los viejos lectores. Los cambios solo tienen sentido si mejoran las cosas.
Otra de sus célebres frases recomienda no trabajar para alguien que no le guste. ¿Se lo ha podido permitir? ¿No se puede ver como un reto intentar hacerlo?
Es un reto que no me interesa. Puedo hacer un trabajo profesional porque sé lo que hago, pero no un trabajo extraordinario si no estoy en el mismo barco que quien me lo encarga. De lo contrario, hay demasiada tensión, discusión y, al final, decepción.
Uno de los diseños más icónicos de Milton Glaser es el póster de Bob Dylan que se incluyó en el disco Bob Dylan’s Greatest Hits (1967).
¿Un diseñador tiene que ser un intelectual?
No necesariamente. Muchos artistas no son elocuentes porque su medio de expresión no es la palabra. No es que les falte inteligencia, les faltan las palabras.
¿Usted siempre se ha expresado con fluidez?
Siempre he sido un chico trabajador, como la mayoría. No me recuerdo particularmente preciso.
¿Le ayudó poner su ideario por escrito? Empecé a escribir hace 20 años. Antes prefería apoyarme en la información visual. Normalmente alguien que dibuja bien no se pone a escribir, se pone a dibujar.
¿Qué es más importante, ser elocuente o creativo?
Esa pregunta es falsa.
¿Falsa? Sí, no tiene respuesta.
Déjeme intentarlo de nuevo. ¿Es más importante la intención o la capacidad para representar?
Es difícil contestar fuera de contexto. Los diseñadores gráficos no necesitan expresarse. Necesitan saber vender una idea clara al cliente.
¿Siempre ha podido vivir de lo que hace?
Siempre, sí.
¿Cuál es su relación con el mundo digital?
No toco un ordenador. No es mi medio.
¿No siente curiosidad?
No. Tengo suficiente talento y memoria para dibujar lo que quiero. La gran limitación de la generación actual de diseñadores es que no pueden dibujar, y eso significa que deben encontrar las cosas en lugar de hacerlas. Para mí, dibujar es clave. Dibujando entiendo las cosas. Cuando mi mente me pide dibujar es cuando estoy mirando más a fondo. Dibujar desarrolla la atención.
¿Cómo servir a la vez al consumidor final y al cliente?
Tratando de satisfacerlos a los dos y, si puede ser, también a ti mismo. Pero tú eres el tercero. Y eso hay que tenerlo claro.
Sus frases se han hecho célebres. Inundan la Red y pueden entenderse como mantras. Una de ellas habla de las respuestas que puede ofrecer el diseño: sí, no y ¡guau! ¿No es la sorpresa un arma peligrosa?
A veces. Transformar la opinión de la gente siempre lo es. El ¡guau! para mí se produce cuando alguien advierte algo en lo que antes no había reparado, cuando la conciencia se amplía o el placer aumenta. Una de las cosas más difíciles de la vida es ver las cosas cuando las tienes delante. Nos cegamos con los prejuicios que permean todo lo que observamos. Generamos constantemente expectativas a partir de prejuicios que, en la mayoría de los casos, son falsos.
¿Despertar admiración o sorpresa es importante en un diseño?
En general, sí. Es la manera de penetrar en la inmunidad de la gente, que ve y oye tanto que no reacciona con casi nada. Lo que diferencia el arte de otros campos creativos es que uno nunca se cansa de un buen cuadro. Tiene la capacidad de afectar no a nuestra parte lógica, sino al sistema límbico del cerebro, el que controla las emociones. Uno podría mirar cada mañana la misma pintura y sentirse cada día conmovido. Eso no se puede decir de muchas cosas.
Uno tampoco se cansa de los buenos diseños.
Cierto, pero no te hacen ver otro mundo. Un buen diseño refuerza algo en lo que ya creemos.
¿Ha trabajado alguna vez para alguien que no admirara? Quizás alguna vez.
Ha trabajado para políticos.
Nunca para alguien que representara valores contrapuestos a los míos.
Trabajó para Obama.
Un poco, sí.
Su último trabajo insta a la gente a acudir a votar: “Votar es existir”, reza el nuevo póster.
Cuanta más gente vote, mejor. Y no solo porque valdrán menos los votos a Trump. No votar es renunciar a tener una visión propia de tu vida y dejar que otros decidan por ti. En democracia, votar es un deber.
¿Cómo ve las próximas elecciones?
Mal. Si Trump gana, se acabó para todos.
¿Por qué?
Es un idiota rematado.
En Italia, su otro país, supieron convivir con Berlusconi.
Sí, pero Italia nunca ha tenido el poder de Estados Unidos. Somos el país más poderoso del mundo. Y Trump quiere bombardear Oriente Próximo tan pronto como pueda. Es amoral.
Anatxu Zabalbeascoa
La periodista e historiadora Anatxu Zabalbeascoa escribe sobre arquitectura y diseño en El País y en libros como ‘The New Spanish Architecture’, ‘Las casas del siglo’, ‘Minimalismos’ o ‘Vidas construidas, biografías de arquitectos’.
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