Jane Smiley
El gran teatro del 'turf'
Fernando Savater
14 de febrero de 2003
Aunque considerado un mundo fundamentalmente masculino y hasta machista, el universo de las carreras de caballos ha encontrado recientemente sus mejores cronistas entre las mujeres. Por supuesto, es sabido que el primer clásico hípico "naturalista" (que no versa estrictamente sobre el turf) lo escribió en el siglo XIX Anna Sewell: Black Beauty, la autobiografía sentimental de un caballo, recientemente traducido y bien editado por la editorial sevillana Lettera. Ya en el espectáculo de los hipódromos, el último best seller del género es la historia de Seabiscuit (un libro realmente espléndido), obra de Laura Hillebrand. Acaba de aparecer su versión cinematográfica, protagonizada por Toby McGuire. También la mejor biografía de Northern Dancer ha sido escrita por una mujer, Muriel Lennox. Y sin duda las más incisivas páginas hípicas que hoy se publican en el Reino Unido vienen firmadas por Laura Thompson, cuyo libro sobre Newmarket es una delicia de información histórica y sugerencias literarias. En el terreno de la ficción, pueden destacarse los atractivos cuentos de la veneciana Patricia Carrano reunidos en Campo di prova. Y, por supuesto, El paraíso de los caballos, de la estadounidense Jane Smiley, ofrecido ahora a los lectores de lengua castellana.
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Jane Smiley |
EL PARAÍSO DE LOS CABALLOS
Jane Smiley
Traducción de Roser Berdagué Tusquets.
Barcelona, 2003 690 páginas. 24 euros
Smiley es una novelista ya conocida por muchos de ellos: tres de sus libros han sido anteriormente editados por Tusquets, entre los cuales destaca Heredarás la tierra, una recreación actualizada de la trágica penitencia del rey Lear que ganó en su país de origen el Premio Pulitzter y el National Critics Circle Award. Su última entrega narrativa es esta generosa novela coral, cuyo título creo que encierra un cierto juego verbal (lo apunto con prudencia, porque no lo he visto señalado en ninguna parte): si no me equivoco, Horse Heaven (el paraíso del caballo) homenajea a Horse Haven (el refugio o puerto del caballo), nombre que recibía la vieja pista del hipódromo de Saratoga Springs, que con sus ciento diez años de existencia es el más antiguo de Estados Unidos.
En este amplio y complejo relato, tejido de viñetas que se entrecruzan, se dibuja algo así como un equivalente a la Comedia Humana, pero centrada en la pasión hípica. Con fondo de galopes, apuestas, triunfos y fracasos por corta cabeza, aparecen personajes feroces o tiernos, desconcertados las más de las veces, adulterios y amores infantiles, religiones y supersticiones, caprichos ambiciosos junto a necesidades perentorias, un fresco animado con humor y a veces patetismo de la sociedad norteamericana actual. Y entre ellos, también con su propia personalidad, unos cuantos caballos de carreras, sus rehenes inocentes, entre los que destaca el veterano Justa Bob, el castrado que a fuerza de rodar ha alcanzado la sabiduría: hay que intentar ganar siempre... por la mínima ventaja. El amante del turf encontrará en estas páginas todas las figuras familiares o insólitas del espectáculo que le encandila; quien sea ajeno a esta afición, puede asomarse al variado mundo por una ventana que hasta ahora nadie le había abierto.
La traducción es en general buena, aunque tiene pequeños tropiezos en la jerga hípica (nada comparable empero a la versión italiana de mi A caballo entre milenios, que convertía un alazán en un caballo "alsaciano"...). Se empeña en llamar "estadio" -una medida clásica griega equivalente a ciento veinticinco pasos geométricos- al furlong, la distancia de dos mil metros que todos los hípicos denominamos con la palabra inglesa. Llamar "cercado de monta" al paddock es verbalmente exacto, pero chocará a los aficionados españoles que también utilizamos el término inglés (en Francia, en cambio, se habla de rond de presentation). En América consideran "ganar de alambre a alambre", es decir, desde la salida hasta la meta, a lo que aquí denominamos "ganar de punta a punta". Y al potro encargado de avivar el paso de una prueba en beneficio de su compañero de cuadra no le bautizamos "conejo" como los americanos, sino "liebre"... En fin, minucias. Pero es que las pasiones suelen ser minuciosas...
* Este artículo apareció en la edición impresa del viernes, 14 de febrero de 2003.
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