Oliver Sacks Poster de T.A. |
Moisés Wasserman
La fuerza narrativa de este médico y profesor contribuyó a la comprensión de mecanismos ocultos en la mente humana.
Hace un par de semanas murió Oliver Sacks. Ya en febrero había escrito una carta de despedida en The New York Times; anunciaba que tenía una metástasis masiva e irreversible de un cáncer que había sufrido nueve años antes. Termina la carta diciendo: “He sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura”.
Nació en Inglaterra, hijo de médicos judíos ortodoxos. Estudió medicina y fue profesor de neurología en varias universidades. La de Columbia lo nombró “Artista de la Universidad” por sus esfuerzos para acercar las artes a la ciencia. Empezó a ser popularmente conocido por su libro Despertares, que vendió millones de copias y fue llevado al cine con la actuación de Robin Williams y Robert de Niro.
Sus aportes científicos no fueron excepcionales, pero su narrativa sí. Se dedicó a relatar casos clínicos de los que fue testigo.Despertares, por ejemplo, fue un experimento con pacientes sumidos en un letargo profundo (postencefalítico). Algunos lo acusaron de aprovecharse de sus pacientes al escribir sobre ellos, pero su fuerza narrativa contribuyó a la comprensión de mecanismos ocultos en la mente humana. Los procesos normales pueden pasar desapercibidos hasta que dejan de funcionar, es entonces cuando se hace evidente su importancia y posible su estudio.
Uno de sus libros tiene un título que obliga a leer: El hombre que confundió a su esposa con un sombrero. Es una colección de historias que empieza con la del título. Se trata de un músico excelente, cantante y profesor maravilloso, que por un daño en el hemisferio derecho del cerebro pierde la facultad de integrar en un todo los rasgos de un rostro. Así ve ojos, narices y labios, pero no puede identificar a la persona. No ve rostros donde los hay, y a veces los ve donde no hay. Se acerca a acariciar un hidrante pensando que es un niño, y saluda muy cortésmente al reloj de pared. Al despedirse, en lugar del sombrero agarra la cabeza de su esposa. Sacks le recomendó que se trasladara a vivir al mundo de la música.
Estudió casos en los que el problema era un exceso. La neurología entiende mejor las carencias que los excesos. Recordó a George Elliot, quien se quejaba de sentirse “peligrosamente bien” antes de una migraña, y a los personajes de Thomas Mann en La montaña mágica con su inteligencia aumentada por la fiebre, y al doctor Fausto con su inspiración sifilítica. Entre esos casos describe el de Witty Ticcy Ray (Ray ‘agudo y lleno de tics’). Era un joven de 24 años que sufría la enfermedad de Tourette. Lleno de tics, hacía sonidos extraños, gritaba, se movía compulsivamente y decía groserías súbitamente; sin embargo, era muy inteligente y encantador. Estudió en la universidad, pero no podía conservar los empleos. Muy buen baterista de jazz, empezaba solos como resultado de un impulso incontrolable que aprovechaba para continuar con improvisaciones sorprendentes. Con esa misma técnica jugaba ping-pong como campeón. Se desarrolló un fármaco que logró controlarlo. Empezó a funcionar bien, pero perdió su encanto y abandonó la batería y el ping-pong. Finalmente, se transó con Sacks en que tomaría la droga durante la semana y el fin de semana sería libre con su Tourette.
Después de su carta de despedida escribió Sacks un par de columnas más. En una de ellas, titulada 'Sabbath', se describe como un viejo ateo judío, y recuerda su dolor cuando su madre definió su homosexualidad con el término bíblico de abominación. Recuerda el sentimiento de paz, en su infancia, cuando se celebraba el sábado, y dice: “Quizás, también, llegó el séptimo día de la propia vida, cuando uno siente que ha terminado su trabajo y puede descansar, sin cargo de conciencia”.
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