La mejor novela en español 2019: 'Lluvia fina', de Luis Landero
El rencor larvado en una familia y los límites de la verdad marcan la última novela del escritor extremeno, escogida por los críticos de 'La Esfera' como la más destacada de 2019
Sobre los límites de la mentira en la época de la posverdad trata Lluvia fina (Tusquets). ¿Hay que mentir, es necesario hacerlo, todos mentimos alguna vez, mentimos sólo para agradar? Luis Landero despliega un buen muestrario sobre los matices del embuste a lo largo de esta novela. «Es temerario decir todo lo que se piensa», dijo a La Esfera el escritor en una entrevista al editarse el libro.
Luis Landero |
«Ahora ya sabe con certeza que los relatos no son inocentes, no del todo inocentes. Quizá tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente». Son las primeras palabras de Lluvia fina, donde se desliza ya lo que se pretende tratar. El sugerir más que el contar, las medias palabras, el comentario con puntos suspensivos.
Para enredar más la madeja: la vida no es la que uno vivió sino la que recuerda, decía Valle-Inclán; tanto para ser contada o para escribirla, como sostenía García Márquez. «Mentir es necesario para vivir, para convivir. Incluso en el amor», asegura Luis Landero (Alburquerque, Badajoz, 1948). Más peligroso y complicado es todavía decirlo a la familia. Todavía más cuando se trata de una reunión. Este es el escenario de Lluvia fina. Con motivo del 80 cumpleaños de la madre, Gabriel, uno de los tres hijos, llama a sus dos hermanas para festejarlo. Lo que hizo o dejó de hacer la madre (una mujer de carácter, de las de moño prieto, ahorro y miedo a la sonrisa porque trae desgracia) es clave. Como la nuera Aurora, una mujer que por su aparente bonhomía es la guardiana involuntaria de las distintas versiones que tiene cada familiar respecto de los demás. A medida que se avanza en la obra, los viejos rencores afloran, sale a relucir (terso y brillante) lo que hace tanto se dijo y no se olvidó. Se va tejiendo una tela de araña con muchos matices que resucitan con mayor o menor saña.
También asoma, como personaje secundario, el padre, un representante agrícola que con su fantasía supone el contrapunto a la Bernarda Alba de su mujer. O un antepasado desdibujado, quizá grandioso, quizá grotesco (Pentapolín). Bodas forzadas, una tienda de las de ovillos, cremalleras y botones, la figura del practicante con su maletín...
El libro de Landero es de los que abrazan. Uno se siente cómodo entre sus páginas. Se deja envolver. Como en El balcón en invierno (2014), aquella narración que basculaba entre el esplendor de su infancia al amparo de una familia de labradores de Extremadura y el barrio madrileño de Prosperidad, donde se abrió a la vida adulta. Si El balcón... mostraba su despertar al mundo, aquí, en Lluvia fina, todo acontece a partir de una muy breve noticia de un periódico que contaba una tragedia tras una reunión familiar. Fue un destello que se le disparó: de repente vio que ahí estaba la novela. Durante apenas tres meses fue madurando la idea y sólo necesitó cuatro o cinco para escribirla.
«En la familia todo se encona porque hay cuentas que sanar, agravios que la imaginación exalta. O se inventan. Traumas... Y, por supuesto, reproches que se suelen hacer tardíamente. El victimismo está en todas partes, siempre buscamos culpables. Ese 'yo podría haber hecho...'. Las frustraciones las proyectamos en la familia. O en la política», agrega Landero.
Lo difícil es comprender sin juzgar: esta es la grandeza de Cervantes, según el escritor, que no hay que confundir con ser indulgente. El hombre, la naturaleza humana, sostiene Landero, es egoísta y rencorosa, siempre surge la competencia para ver «quién la tiene más larga». Es muy difícil dialogar, dice, en este país. «Antes se desconvencía».
A través de Lluvia fina se encontrará el lector frases de diversos personajes como éstas, que ayudan o despistan:
- «La felicidad verdadera sólo se encuentra en lo más hondo del dolor».
- «A mí Dios no me ha hecho ningún favor».
- «Casi todo el mundo ama con besos mentirosos».
- «Todos tenemos dentro un montón de palabras que son como fieras enjauladas».
- «¿Tú has vivido la sensación de que alguien te desarma el cuerpo?».
- «¿No estaría también ella reinventándose el pasado y construyendo una historia a su medida?».
- «La verdad escondida envenena el alma».
Y por ahí discurre el libro.
Luis Landero ha celebrado este año los 30 de su deslumbrante debut literario con Juegos de la edad tardía, aquella novela que envió por correo a Tusquets a ver si había suerte y que arranca así: «La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más temprano de lo habitual». Fue un bautizo triunfal. El libro logró prestigio y ventas. Y ahí sigue Landero, quien también fue guitarrista en su época, ya jubilado como profesor de literatura. Ahí continúa debatiéndose entre tres direcciones. Lo explicó en Entre líneas: el cuento o la vida: «Manuel Pérez Aguado [trasunto de Landero], además de profesor, es lector y escritor. Esto, bien mirado, no deja de ser un problema, porque a pesar de ser tres actividades complementarias, no obstante hay entre ellas zonas conflictivas y hasta excluyentes. Por ejemplo: hay autores, como Joyce, que le interesan al escritor, y bastante menos al lector y al profesor; al lector y al profesor les gusta Galdós, y al escritor no tanto».
Luis Landero sigue sacando punta a la vida.
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