Graham Greene |
El pecado y la gracia
Javier Pradera
11 de octubre de 2002
Tras renunciar a una brillante carrera periodística en The Times y publicar sus primeras obras como escritor independiente, Graham Greene viajó en 1938 por el México posrevolucionario presidido ya por Lázaro Cárdenas. Todavía eran visibles las cicatrices de la violenta represión lanzada desde el Gobierno durante la segunda mitad de la década de los veinte para sofocar el levantamiento campesino -la cristiada- contra la aplicación de las medidas limitadoras del poder de la Iglesia católica previstas por la Constitución de 1917. La política 'desfanatizadora' de la Revolución mexicana, heredera del espíritu anticlerical de la Reforma de 1857, tuvo diferente intensidad y radicalidad en los distintos Estados; según cuenta Enrique Krauze en Biografía del poder (Tusquets, 1997), el gobernador de Tabasco, Tomás Garrido Canabal, solía saludar a sus guardias con la consigna 'Dios no existe'.
En cualquier caso, el saldo de muerte y violencia registrado en la persecución de ese movimiento de compleja naturaleza durante la presidencia oficial de Plutarco Elías Calles y su encubierta prolongación bajo el maximato fue elevadísimo; antes del arreglo con Roma de 1929, llegaron a estar alzados en armas cincuenta mil cristeros (con el grito de guerra de '¡Viva Cristo Rey y viva la Virgen de Guadalupe!'). La escéptica reflexión de Lázaro Cárdenas sobre sus experiencias represivas como gobernador de Michoacán entre 1928 y 1932 esclarece los motivos de las posteriores medidas apaciguadoras: 'Me cansé de cerrar iglesias y de encontrar siempre templos llenos'.
El poder y la gloria se nutre en buena medida de las informaciones recogidas por Graham Greene durante su recorrido por México y transcritas en su libro de viajes The lawless road. Pero esa dramática experiencia no sirvió de material anecdótico para un reportaje novelado, sino de referencia histórica para un relato plenamente autónomo en términos literarios. El trasfondo de la novela remite a los misterios teológicos de los dogmas cristianos como el pecado o la gracia y a los conflictos morales básicos de la condición humana como la traición o el altruismo: unos temas centrales para un escritor educado en el calvinismo y convertido al catolicismo que fue mirado siempre con desconfianza por el Vaticano. Los lectores de Graham Greene (cuyo nombre figura en el listado de los errores por omisión cometidos por el jurado sueco que le negó obstinadamente el Premio Nobel) de todos los países y creencias saben, sin embargo, que esta novela -seguramente la mas célebre de su extensa bibliografía- y otras narraciones emparentadas por un común aire religioso no aspiraron nunca a ser una versión modernizada de los autos sacramentales animados por las virtudes y los vicios en el papel de actores.
El desgarrado protagonista de El poder y la gloria es un sacerdote alcoholizado que continúa ejerciendo su ministerio clandestinamente en un Estado de la costa atlántica mexicana -a la espera de cruzar la frontera hacia tierras menos intolerantes- mientras la policía sigue de cerca sus pasos para detenerlo y ajusticiarlo. La turbadora conciencia de vivir en pecado -durante su interminable fuga ha sido padre de una niña- no le impide desafiar una y otra vez a la muerte para celebrar misa, confesar y dar de comulgar a los fieles de las comunidades campesinas que habían sido abandonados por sus atemorizados pastores. En torno a esa dramática figura gira un amplio grupo de personajes dotados de perfiles originales, rasgos propios y caracteres singulares. No falta un cura que ha hecho la paz por separado con las autoridades revolucionarias y ha cambiado los peligros del apostolado por las seguridades de la alcoba matrimonial. El inglés que mantiene la ensoñación del regreso mientras saca muelas en un pequeño pueblo costero, la familia británica que arrastra su desolación en una plantación bananera, el bandido gringo reclamado bajo precio en los carteles y el alemán luterano que se había exiliado para no hacer el servicio militar son a la vez el contrapunto exótico de un mundo rural situado al margen de la historia y la mirada del otro sobre esa realidad aparentemente inmóvil de las pequeñas ciudades y de las aldeas habitadas mayoritariamente por indígenas y mestizos resignados y sufrientes.
En este relato sacrificial de persecución, muerte y expiación ocupan un espacio relevante los dos verdugos del cura del aguardiente. De un lado, el inquietante mestizo de solitarios colmillos ('como pertenecientes a especies extinguidas de animales') que trata por dos veces -la segunda con éxito- de entregar al sacerdote para cobrar la recompensa; de otro, el teniente de la policía movido en su acción represora no por el odio o la crueldad, sino por el ideal secular de un mundo sin dioses. El acosado sacerdote, abrumado por la carga de sus pecados y deseoso de hallar la redención en el martirio, se dirigirá finalmente de forma consciente hacia una trampa tendida conjuntamente por las pulsiones de la maldad humana y por el doctrinarismo de la pasión revolucionaria.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Viernes, 11 de octubre de 2002
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