Patricio Pron |
Patricio Pron: “Ahora me es más fácil reírme del ridículo literario”
El escritor argentino publica el libro de cuentos 'Lo que está y no se usa nos fulminará'
Juan Cruz
16 de enero de 2018
Este es el hombre que dice ser Patricio Pron en uno de los cuentos de Lo que está y no se usa nos fulminará (Literatura Random House). En ese cuento, el verdadero autor inventa un personaje, Patricio Pron, que alquila actores para que hagan en su nombre la promoción de sus libros. El público termina amando más al actor que al autor verdadero.
Nacido en Rosario en 1975, Pron vivió en su infancia el torbellino argentino, del lado revolucionario, y se siente un poco como todos los argentinos de su edad, “hijo de desaparecidos”, aunque sus padres estén ahí, y bien saludables. Hablamos con el verdadero Pron.
Pregunta. ¿Es el hombre que dice llamarse Patricio Pron?
Respuesta. Eso dicen. Los escritores no somos más que una suma de prejuicios. Las entrevistas y lo que leemos sobre los autores confluyen en una especie de fantasma que se adhiere al escritor y que en algún sentido lo reemplaza.
P. Y ahí está usted haciendo de Pron en un cuento de Pron.
R. Y eso es ese Pron. Y es posible que el que hace de Pron, el actor, sea mejor que el tal Patricio. Pero no hay posibilidad de que haya competencia para hacer de mí en ningún sitio: puedo seguir siendo quien de veras soy.
P. ¿Y quién es usted, el verdadero o el falso?
R. No hay falsedad en literatura. Siempre he pensado que quien sea ese Pron no importa. Lo que importan son los libros que ha escrito, las contribuciones que haya hecho a la discusión. En cada libro existe la posibilidad de una redención modesta de las pequeñas faltas.
P. ¿Cómo entra la persona que es usted en los libros?
R. Algunos escritores hacen autobiografías o memorias. Lo que yo hago es vaciar los textos de toda referencia personal, pero a veces se cuelan. De una forma u otra, parte de todo lo que se cuenta en este libro me sucedió. Cuando finjo que no me pasó es cuando verdaderamente me sucedió a mí.
P. El énfasis en su propia persona de estas preguntas es porque aquí habla de todo lo que le concierne como autor: los editores, los otros autores, el público... ¿Cómo se siente en ese mundo en el que usted dice que hay tanta simulación?
R. Si lo deseamos, todos desarrollamos mecanismos para mantenernos al margen de los aspectos más sórdidos de este negocio. Se puede entrar de forma plena en ese juego, pero si, como en mi caso, eso no se es lo que se quiere, hay que recordar siempre que nuestro impulso inicial estuvo solo motivado por los libros. Una de las formas de resolver el problema de la inmersión en la sociabilidad literaria es riéndose de ello. Esa sociabilidad literaria puede ser decepcionante si uno comenzó a escribir con una visión épica de la vida de los escritores. En tiempos fue difícil, pero me resulta bastante fácil poder asumir el porcentaje de patetismo y ridículo que forman parte de la vida literaria.
P. Dijo “sórdido” refiriéndose al negocio en el que está.
R. Es un negocio sórdido a ratos, ennoblecido y salvado por un puñado de personas rectas y merecedoras de todo nuestro respeto y por otro puñado, incluso mayor, de personajes que trabajan en puestos del negocio editorial que son especialmente visibles. Lo que ocurre es que la conversación literaria se convierte cada vez más en conversaciones de comerciales en las que se cuelan reputaciones más basadas en lo que se vende que en lo que vale la pena.
P. ¿A qué aspira en ese ámbito en el que se encuentra?
R. No quiero la literatura como una homilía laica que sirva para arrojar migajas de verdad sobre un público informe. Concibo la literatura como un diálogo que conforma una comunidad. Una especie de república formada por autores y lectores. Y el propósito último es desaparecer detrás de los libros. Un día, hace mucho, escribí en Rosario sobre un tango. Escuché a mi alrededor a unos tangueros mayores que hablaban de mi texto como si lo hubiera escrito alguien de su edad. No dije nada, no me di por conocido. Eso escenificó lo que deseaba que sucediera conmigo y con mis libros.
P. ¿Tampoco le importaría no ser Pron?
R. En ocasiones los autores escribimos sobre lo que nos atemoriza. Y el temor a desaparecer es algo que tenemos todos. A ser olvidados. En cuanto a esa suplantación que de broma se hace en el cuento del que hablábamos, no hay problema: nadie querrá ser Patricio Pron, de modo que tengo que seguir siéndolo yo mismo hasta que, en efecto, desaparezca.
P. ¿A qué le tiene miedo?
R. A que la escritura se convierta en una rutina, a que escribir ficción y no ficción sea algo que pueda hacer sin volcarme por completo en ello. Creo que me he desprendido de algunos miedos. Por ejemplo, del temor a las opiniones de los demás.
P. Usted es muy serio. ¿Cómo ha logrado reírse de sí mismo?
R. Quizá al hecho de que la enorme inmigración judía llevó a Argentina el humor. Y quizá somos judíos sin saberlo, capaces de reírnos también del horror que hemos padecido.
P. En todo el libro hay referencias a Argentina, su autobiografía es argentina.
R. Sí, se podría decir que es un libro de regreso a mi país. En algún momento fantaseé con titularlo Mundo argentino, un título perfecto para este egocentrismo que tenemos los argentinos. Sería un mundo terrible, pero es posiblemente un mundo en el que los argentinos creemos que vivimos sintiendo que todo el mundo es argentino.
P. Imagine a un actor que sea Patricio Pron en el caso hipotético que pase lo que usted dice en el relato que implica su nombre.
R. Poniéndome en lo mejor, George Clooney, o John Cassavetes. En lo peor, Cantinflas, o uno muy gordo. ¡O una actriz! ¿Por qué no una actriz?
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