jueves, 3 de noviembre de 2022

Julio Ortega / En defensa de María Kodama



María Kodama
Julio Ortega
UNA DEFENSA DE MARÍA KODAMA 

1 de noviembre de 2011

Le debo a Borges la amistad de María Kodama. Los conocí a ambos en 1982, cuando visitaron la Universidad de Texas, en Austin, donde él había sido profesor visitante en 1961, y en 1968 había dictado una memorable conferencia sobre el Quijote, que finalmente recuperé y acaba de ser publicada por Claudio Pérez Míguez en Ediciones del Centro con el título propicio de Mi amigo Don Quijote. Lamentablemente, la presentación del libro, que contó con María, ha sido interrumpida por una serie de falsas imputaciones y malentendidos que me veo obligado a responder.  María, hay que decirlo, es víctima de la poca fe periodística, pero  no puede pasarse la vida respondiendo a las falsificaciones sentimentales de la obra de Borges, los errores de información sobre su papel de albacea de la herencia de su marido, y las agresiones que, de pronto, alguien le dirige sin concederle el derecho a réplica.  La obra de Borges estuvo pésimamente editada (hay erratas hasta en la edición de Alianza Editorial), y a cuidar su larga  restauración ha dedicado pasión atenta. Ha dado también batalla contra un penoso poema que se le atribuyó a Borges y circuló en el Internet hasta que, por fin, parece que ha dejado de ser observado.  Gracias a la Agencia Andrew Wylie la obra borgeana está mejor editada en inglés y en francés.  Borges recibía 200 dólares por una conferencia, sus derechos de autor fueron modestos, y por demás austera su vida. Sólo al final conoció cierto alivio, lo que le permitió elegir el lugar donde morir.  María tuvo que dar otras largas batallas legales para que su matrimonio, que algunos pretendieron no reconocer, fuese ratificado.  El juicio tomó seis años, cortes distintas y varios países. Quienes disputaban la herencia querían declarar senil a Borges, pero en cada lugar donde buscaron pruebas los desmentía su legendario ingenio vivo. Dedicó ella no pocos años, yo creo que demasiados, a refutar los errores y disparates en las biografías, memorias, usos y abusos del hombre y su nombre. Y los derechos que por fin Wylie puso en orden, los fue ella utilizando en esas batallas de amor perdidas, porque aun si las ganaba todas, los difamadores no valían la pena.
Ha ido, por otra parte, comprando manuscritos de Borges, de los que hay muy pocos, aunque han ido siendo vendidos por los amigos y parientes que se quedaron con ellos, y hay quien ha ofertado hasta la corbata de Borges. Es cierto que Borges regaló algunos de sus manuscritos, que fueron ofertados, y gracias a ello la Biblioteca Nacional de Madrid atesora el original de “El Aleph,” al que he dedicado muchos años; y en Austin, en el Ramson Humanities Center, encontré “Los Rivero,” tres páginas de lo que bien pudo haber sido la única novela de Borges. Horrorizado de esa posibilidad, Borges abandonó el proyecto, según mi lectura. Seguramente de la Biblioteca saqueada de Victoria Ocampo provienen las primeras ediciones de los primeros libros de Borges, que hoy venden los anticuarios de Boston a 45 mil dólares el ejemplar.
Hasta Bioy Casares editó o se dejó editar un Diario estrafalario de sus conversaciones con Borges, que yo leí como un prolijo acto de parricidio. Cada página dice que Borges “comió en casa,” sin reparar que ya Borges había dicho que era preciso acompañarlo a la mesa, aunque en esa casa se comía mal. Bioy  fue un hombre moralmente de mal gusto; Borges estuvo hecho en la pasión ética.
No, de ninguna manera el celo de María Kodama se debe a los derechos de autor, lo que sería de justicia, sino a una causa más noble. Borges le dedicó sus años más felices, ella le dedicó la vida. Uno no puede menos que agradecérselo. Extraordinariamente, sobre todo en Buenos Aires, no ha sido fácil reconocerle esa grandeza de ánimo.  Y no siempre por mala fe, también por ignorancia, que primero ignora toda delicadeza. He coincidido con María en Caracas, en Nueva York, donde le hicimos un reconocimiento memorable a su trabajo fecundo, en Providence, en Rosario, en Paris, casi siempre al azar de coloquios y congresos. Nunca ha reclamado un pasaje, ni honorarios, ni derechos. A veces, con sus millas ha logrado pasar a clase preferente, como si hubiese ganado la lotería. Y siempre de buen humor travieso. He publicado una edición crítica de “El Aleph” en El Colegio de México y el mismísimo Wylie me autorizó a hacerlo, por órdenes de María, aunque no hubiesen derechos de autor. Y nadie ha cobrado una peseta por las dos ediciones artesanales que ha hecho Ediciones del Centro en Madrid.  En un mundo literario donde cualquiera espera paga por reseñar libros que no ha leído, y donde no pocos duplican sueldo a costa del erario, la rara integridad de María Kodama supongo que es casi incomprensible. Espero que María me excuse el énfasis, pero estoy rompiendo una lanza.
De manera que el leve escándalo desatado por algunos blogs respecto al libro de Agustín Fernández Mallo, El hacedor (de Borges), Remake(Alfaguara, 2011)  anda descaminado si presume que es por dinero que María Kodama ha protestado la reapropiación ingeniosa de AFM.  La idea del homenaje le gustó, lo que no le gustó es el libro. Pero tampoco viene de allí su queja. El juego de reescritura que plantea AFM es intrigante porque de antemano está condenado al fracaso: es improbable hacer otro El hacedor  y, en efecto, él no lo pretende sino que ensaya lo que va del original a la copia, pasando por la glosa, la reescritura, la intervención, la reapropiación, operaciones todas que privilegian el artificio. En algunas páginas el libro logra la rara agudeza de la prosa de AFM, que convierte al texto en la huella del lenguaje de paso, en una suerte de objeto excéntrico,  como un fragmento salvado de la saturación de la lectura. Aunque este no es el mejor libro de AFM, me interesó ese procedimiento y el riesgo del asedio, que felizmente culmina demostrando que es capaz de otra cosa que el catálogo algo escolar de las copias beatas.  Pero no es la glosa ni la reescritura lo que descorazonó a María: es el hecho de que el libro tenga como prólogo casi el mismo prólogo de El hacedor de Borges y como epílogo buena parte del epílogo de Borges.  Además, claro, de que lleve los mismos títulos de los textos de ese libro. Este marco es más literal  (a lo Pierre Menard) que borgeano (formatos descentrados), y probablemente acotan la “puesta en abismo” de la textualidad borgeana; pero requerían de una advertencia gráfica (¿comillas?, ¿facsímil?, ¿otra tipografía?) y de una aclaración más explícita de las fuentes en la sección de notas, que es suficientemente prolija como para incluir la advertencia de que “todo parecido con Borges no presupone la inocencia del lector.”
Se lo he comentado a María, y hasta he apelado a las operaciones de traslado que Borges practicó sobre la Enciclopedia Británica a propósito de Historia universal de la infamia, tanto como he lamentado que la editorial no tuviera un lector más alerta, que hubiese propuesto al menos encomillar lo ajeno.  Pero quisiera, ahora, proponer una alternativa en el espíritu compartido de la inteligencia borgeana para imaginar otro libro de AFM, en verdad ya previsto por su lucidez formal. Este nuevo libro es, claro, el mismo, sólo que lleva una página suelta, escrita por el lector, quien busca dirimir cual es la parte de El hacedor que le toca rehacer en este debate de curiosos pertinentes.  Esa página propone a la consideración de los conjurados lo siguiente:

Posdata de 2012
Excusa, lector, las evidencias: si hay una frase digna de la memoria literaria no es mía, es de Borges o, como dijo él, tuya en tu lectura. Este libro es un homenaje personal a Borges, un taller de leer  El hacedor, una glosa gozosa, su reescritura menardiana. Pero, sobre todo, presupone en ti la lectura del  Quijote de Cervantes y de El hacedor de Borges. En verdad, la lectura de la literatura misma, esa vida imaginaria, porque todo gran libro ya no es nuestro, ni mucho menos de quien lo rehace. Es, tal vez, de quien ha pagado por el, y ya corre a que le devuelvan el derroche. Esto es, inevitablemente se pone a escribir otro tomo de la Comedia de la lectura. Por lo mismo, no te extrañe que el título de cada texto de este Remake venga directamente de El hacedor de Borges, así como el Prólogo y también el Epílogo, en buena parte. Son conjuros al empezar y al despedir tu lectura, en memoria de quien está en el recomienzo del afán de rehacerlo todo en este español que, gracias a Borges, nos ha tocado.
El otro, el mismo,
AFM

Posdata predatada. En la tesis del Remake cabría firmar este Epílogo con cualquiera de los varios nombres del autor, ­­­pero lo puede firmar el lector que se anime a reescribirlo como otra voluta logo-excéntrica. Naturalmente, el juego sería ya una liberación de la penuria de estas polémicas, allí donde solo debería haber admiración. Si algún lector se anima a enviarnos su propio Epílogo, que sea por favor epifánico.




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