viernes, 23 de septiembre de 2011

Antonio Skármeta / Los amores de Neruda

Contraluz
Paco Marcos

Antonio Skármeta
LOS AMORES DE NERUDA
Biografía
El Mundo, La Revista, 8 de septiembre de 1998

HACE 25 AÑOS murió en un hospital de Santiago el poeta Pablo Neruda. Desde hacía años enfermo de cáncer, dejó su puesto de embajador en París para volver en 1972 a su refugio en la costa del Pacífico, la mítica Isla Negra, que no es isla ni negra, sino un balneario a 100 kilómetros de la capital que se doblegó de buen grado a la fantasía bautizadora del vate.
 Si al lado de ese potente mar "que dice que sí y dice que no en espuma y en galope y que se sale de sí mismo a cada rato" esperaba encontrar la paz y el cobijo natural que animara a su cuerpo para resistir a la enfermedad, lo que halló en cambio fue a su patria desangrándose en una violenta pugna entre el Gobierno de Allende y sus opositores, que habían abandonado las buenas maneras y con virulencia insurreccional invadían las calles pidiendo al ejército que derrocara al presidente socialista.
            El vate fue recibido con un acto de masas en el Estadio Nacional, pues estaba pendiente que la patria le mostrara su admiración por haber obtenido el año anterior el Premio Nobel de Literatura. Durante una década había sido el eterno candidato, tanto que en una ocasión comentó que estaba harto de verse en las listas de competidores como si fuera un caballo de carreras. De los festejos tuvo que pasar a la acción; por su enorme prestigio nacional y universal los comunistas y socialistas le pidieron que alertara al mundo sobre la inminencia de un golpe militar y acaso el brote de una guerra civil en Chile.
 Con la dolorosa experiencia vivida como diplomático y pro republicano en España, y con la angustia irrecuperable del asesinato de García Lorca, su hermano del alma, Neruda hizo fuerza de flaqueza para que la historia no se repitiera en su propio país y tomó iniciativas convocando a prestar atención a lo que sucedía en el fin del mundo, en este territorio "separado de todos los otros por la tajante geografía".
            El esfuerzo fue inútil. Había llegado la hora de los fusiles y la poesía no entraba con su prestigio a los cuarteles. El 11 de septiembre de 1973 las fuerzas armadas escenifican un impecable e implacable asalto al gobierno e instauran una junta militar encabezada por Pinochet, inaugurando su mandato con una represión brutal que consideró asesinatos, fusilamientos, desaparecidos, presos en campos de concentración, despidos de las fuentes laborales, asilo en embajadas, y un masivo exilio. Los oncólogos saben que si el cáncer se resiste con una buena disposición anímica es posible sobrevivirlo por algún tiempo. Pero tras el Golpe, Neruda en su ventana frente al mar tenía febriles alucinaciones mientras gritaba "los están matando a todos, los están matando a todos". La enfermedad encontró en la angustia el terreno abonado para aniquilar su cuerpo. Dos semanas más tarde una ambulancia lo llevaba a Santiago, deteniéndose ante insolentes y arrogantes controles militares, para ponerlo en un hospital donde muere a las pocas horas.
            Su casa de Santiago en tanto es invadida por extremistas, que la destruyen e inundan. El féretro es traído a estas ruinas por indicación expresa de su viuda Matilde: es en ese espacio donde el Premio Nobel será velado. La imagen resultará tanto más elocuente que cualquiera de las descripciones periodísticas de los horrores en circulación. A su entierro, vigilados por cientos de militares en actitud de combate, acuden sus más fieles amigos y admiradores, a sabiendas de que arriesgaban la vida.
 Casi como autoinmolándose en las cercanías del cementerio, sus compañeros más militantes cantan a viva voz La Internacional. La historia ofrecía una metáfora redonda: muere la democracia, muere el poeta.

LA POPULARIDAD
 Este desenlace es quizás el más trágico entre los muchos hitos que hicieron del poeta una cifra gigantesca del siglo XX y sin duda aumentó en el mundo la atención hacia su obra que ya había merecido el Premio Nobel. Sin embargo, un artista tan versátil como Neruda consiguió con otros textos la popularidad. Así por ejemplo el canto liviano y transparente de las odas hacia los simples asuntos de la vida cotidiana enseñaban aun hasta a la gente más sencilla a mirar el mundo en tensión poética y con ingenio metafórico. Las odas tuvieron un efecto epidémico. Se celebró el arte de vivir elevando la voz para cantar las cosas con imágenes: hasta las poco líricas alcachofas serían "bruñidos guerreros" y las cebollas parecerían "rosas de agua". Pero esta abrumadora fama ni siquiera es comparable con la idolatría que le labraron sus poemas de amor. Son miles en el mundo los románticos o pícaros que confiesan haber seducido a alguna chica susurrándole versos de los Veinte Poemas y son muchas las mujeres que encuentran una especial locuacidad en estos poemas. Los adictos a sus líneas de amor, no vacilan en creer con fe ciega que el mismo autor tiene que haberse beneficiado de la reciprocidad de sus enamoradas gracias a ellas. Y sin embargo, seguir la pista biográfica en los textos revela que en la mayoría de las ocasiones el poeta o no logró su objetivo o, merodeándolo, se vio enfrentado a alternativas muy ásperas. La mitología sobre Neruda, poeta del amor, comenzó muy temprano. Llega a la capital desde el sureño Temuco, una región del planeta húmeda y melancólica donde el muchacho pergeña las primeras letras, preferentemente en clase de Química donde, loco, se imagina que días mejores han de venir. Según su libro Cuadernos de Temuco, que recién hace un año vino a rescatar los textos iniciales del genio, Neruda casi niño se veía así: "Un muchacho que apenas tiene quince años/ que hace versos punzado por la amargura,/ que saboreó las sales del desengaño/ cuando muchos conocen risa y ternura".
En Santiago acentúa con la vestimenta los rasgos tristes. Pálido o lívido, delgado, sin sonrisas, traje de chaleco, cigarrillo entre los dedos largos y solitarios, una mano oculta dentro del saco, corona de negro sombrero con borde ancho desde donde la nariz filuda salta como un cuchillazo, y todo consagrado por una capa romántica que cae por debajo de sus rodillas, mil veces humillada por la lluvia.
            Cuando publica su segundo libro en 1924, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, el éxito fue fulminante, cosa rara en Chile, que en general acepta a sus hijos cuando han "triunfado en el exterior". El texto desbordó el círculo de lectores y se amplió a los neófitos de la literatura y a los ávidos de amores que encontraron en él una especie de talismán mesiánico. He leído decenas de veces este libro, lo he manoseado mil noches memorizando versos para asestarlos al lóbulo de alguna amiga, y he aprendido su trama estructural y estética para enseñarlo en universidades.

TRES MUSAS
Los Veinte Poemas están nutridos por tres musas, pero los amantes que creen estos versos eficaces, se llevarán un palmo de narices. Prominente entre ellas es Albertina Rosa Azócar. Es sorprendente que el célebre me gusta cuando callas porque estás como ausente corresponda casi de un modo naturalista al estilo de esta mujer, quien a juicio de los biógrafos de Neruda, especialmente Volodia Teitelboim, era de una mudez e impenetrabilidad tan enorme, que hacía cuanto más locuaz y angustiado el trabajo del poeta. La muchacha parecía asistir impávida a los esfuerzos líricos de Neruda, y así lo prueban los poemas con sus acentos en el silencio, en la ausencia, en la lejanía, y hasta en las cartas posteriores donde el poeta le habla de "su callado nombre" y aun le reprocha una "sensación de indiferencia que me abre la curiosidad".
Es gracioso que la impertérrita heroína del chileno demostrara años más tarde que su carácter más bien escueto no había sido un contrahielo ocasional y estratégico a la fogacidad sensual de su artista, pues en una entrevista realizada en su vejez replicó así a la pregunta sobre cuál era el poema predilecto entre los que había escrito para ella: "Me hizo varios, pero no me acuerdo cuáles son".
            Una reciente edición de Veinte poemas de amor trae ilustraciones del artista murciano Pepe Yagüez, quien concibe al amante de estos versos como un minotauro: este animal fuerte y esencialmente poético extiende su cabeza desde su espeso amor hacia el universo donde la amada lo es todo. Pero en sus dibujos ella es infinita, inalcanzable, la plenitud del amor negada. Aunque los muslos de la mujer sean blancas y deliciosas colinas están en otra dimensión del tiempo y del espacio. Hay una mujer con la que Neruda vivió años, y sin embargo apenas figura en su obra y en sus memorias. La distancia que toma es tal que la evoca sólo a través del testimonio de otra escritora, que conoció bien a la pareja: Margarita Aguirre. Se trata de una dama de ascendencia holandesa, María Antonieta Hagenaar, con quien se casó en el año 1930 en Batavia, trayéndola a Chile dos años más tarde. El juicio sobre ella es lapidario: "No sabe el español y comienza a aprenderlo. Pero no hay duda de que no es sólo el idioma lo que no aprende". Neruda la evoca en un sólo verso, no menos áspero: "¿Para qué me casé en Batavia?". Quizás el dolor por la muerte de la hija de ambos debida a una deficiencia de nacimiento acentuó, como protección, la distancia.

UN IDILIO
Del tiempo en que el poeta fue cónsul chileno en Birmania, surge un idilio que excitó la curiosidad e imaginación de sus lectores y biógrafos. Prácticamente no hay testimonio de esta protagonista como no sea el directo de Neruda, su beneficiario o víctima, según se le mire. La mujer se llamaba Jossie Bliss y su inmortalidad se debe a su rol en uno de los capítulos más feroces de Residencia en la Tierra, el titulado "Tango del viudo". Dama extremadamente sensual y misteriosa, fue acechando a Neruda con los celos, hasta el extremo de pasearse alrededor del lecho donde él dormía blandiendo sonámbula un cuchillo con el que consideraba matarlo. El poeta tuvo que optar entre la fiebre sexual que le ataba a ella y su propia vida. De modo que un día, sin detenerse a llenar la valija, asume otro destino diplomático dejándola plantada. Salvar el pellejo, sin embargo, le perfeccionó la obsesión por su ausencia en imágenes pasionales:
            "Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración oída en largas noches sin mezcla de olvido, uniéndose a la atmósfera como el látigo a la piel del caballo. Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada, cuántas veces entregaría este coro de sombras que poseo...".
La persistente musa, a la cual el chileno bautizó como especie de pantera birmana ha seguido arañando la fantasía de cineastas y pintores quienes sospechan en el exotismo de esa relación una suerte de versión de El amante de Marguerite Duras. Este estímulo se refuerza con la continuación de la "anécdota" del poema que viene en Confieso que he vivido. Habiéndose fugado el vate a Colombo, en Ceylán, algún tiempo después se instala vivir en la casa del frente Jossie Bliss, quien recorre la fatigante distancia para estar cerca del amante. Sin embargo sus hábitos marciales no se han mitigado. Por el contrario atacó con un cuchillo a una muchacha que vino a visitarlo, insultó y agredió a cuantos merodeaban a su poeta, y amenazó con incendiarle la casa. Neruda comenta resignado: "Era una terrorista amorosa". Con mucho trabajo logra finalmente convencerla que vuelva a Birmania.
La carrera diplomática de Neruda lo saca del Oriente y lo lleva a Barcelona y a Madrid. Aún casado con María Antonieta conoce una noche en el departamento de Rafael Alberti, probablemente en 1933, a Delia del Carril. Esta dama oriunda de una riquísima familia de hacendados argentinos tenía una larga experiencia con la escena internacional, una aguda sensibilidad política, y se sabía casi de memoria El manifiesto comunista. Según le confiesa a su biógrafo Fernando Sáez, recuerda que encontró a Neruda por primera vez en la Cervecería Correos: "Puso su brazo alrededor de mis hombros y así nos quedamos". Ella poseía un mundo de relaciones, belleza, inteligencia, y él pese al éxito en círculos prestigiosos y pequeños, no lograba que su obra se publicara con la repercusión que merecía. Todos en el locuaz grupo de amigos, que incluía en primer lugar a García Lorca, pensaron que entre ambos había una bella amistad. Hasta que una fiel nerudiana se dio cuenta de que tras las noches de copas, la pareja venía a tomar desayuno en su casa.

REGRESO A CHILE
Un sólo detalle debiera haber augurado en ese inicio el posible fin de la relación. La pintora Delia del Carril era exactamente 24 años mayor que Pablo. En los momentos cruciales políticos fue la mujer ideal para tenerla de compañera: trabajó con su esposo para salvar republicanos españoles y enviarlos a Chile y le hizo familiar todo el mundo de sus contactos. Más tarde, de vuelta en Chile, compartió su arte, cuyo motivo preferente fue la pintura de caballos, con las tareas políticas de su esposo, que no eran menores. Neruda llega nada menos que a ser elegido Senador de la República. Desde esa función, insulta al presidente llamándolo traidor, y debe huir al exilio en un aventurero cruce de la cordillera a lomo de mula.
             Esta persecución ha de traer consecuencias para la vida sentimental del poeta. Ya desde antes ha tenido contactos emocionales muy intensos con Matilde Urrutia, quien incluso ha oficiado de enfermera en la casa de Delia y Pablo en la calle Lynch de Santiago después de que éste debiera guardar reposo por un accidente automovilístico. El destino lleva ahora al poeta a Capri donde convive clandestinamente con su amante. La musa que inspira Los Versos del Capitán es Matilde, una pelirroja de cabello tan seductor que más adelante el vate celebrará con alegre ingenio: "Otros amantes quieren vivir con ciertos ojos, yo sólo quiero ser tu peluquero". El autor chileno publica el libro como "anónimo", con la intención de no herir la sensibilidad de Delia. Vano resguardo: al mes de aparecer, todo el mundo habla del "último libro de Neruda".
En el texto que cierra el volumen el amante se despide de ella pues volverá a su tierra deseoso de incluirse en las luchas políticas para liberar a su pueblo. Si todo el libro celebra la energía de esta relación madurada en Capri, es en la coda donde se prueba que el idilio no tiene marcha atrás:
"Tal vez llegará un día en que un hombre y una mujer, iguales a nosotros, tocarán este amor, y aún tendrá fuerza para quemar las manos que lo toquen".

EL DRAMA
Previsible entonces que cuando todos los actores del drama se reúnen otra vez en Chile los problemas estallen. Durante algún tiempo, la complicidad de los amigos intenta mantener la mala noticia lejos de Delia. No se trata sólo de Los Versos del Capitán. Si Delia ha comprado hacía muchos años para Pablo el embrión de la hoy mítica casa de Isla Negra, donde se conserva parte de los trofeos del Premio Nobel, Pablo ha hecho construir en Santiago, a los pies del cerro San Cristóbal, una vivienda donde se encuentra clandestino con Matilde. La palabra chasca es una voz quechua muy popular en mi país que significa "cabello enmarañado". Neruda bautizó la nueva casa como La Chascona.
La separación de Delia resulta conflictiva y tiene un fin amargo cuando se desarman todas las tramoyas. Neruda respeta y celebra lo que ha vivido con la argentina pero la fuerza de la pasión por Matilde es arrasadora. Manda a amigos comunes como emisarios para pedir el divorcio. Con versos, consuela a la mujer abandonada en Memorial de Isla Negra:
"Amé otra vez y levantó el amor una ola en mi vida y fui llenado por el amor, sólo por el amor, sin destinar a nadie la desdicha... Está escrito en donde no se lee que el amor extinguido no es la muerte sino una forma amarga de nacer".

"Si muero sobrevíveme con tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.

No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos
no quiero que se muera mi herencia de alegría...".

Activa en la resistencia a Pinochet, la viuda crea también la Fundación Pablo Neruda que hoy tiene su sede en la bellísima casa de La Chascona. Finalmente, con la recuperación de la democracia, se hizo posible trasladar los restos del poeta, sepultado tras el Golpe bajo la vigilancia de ojos y manos militares en una tumba transitoria, a Isla Negra. Allí frente al Océano Pacífico, Matilde Urrutia yace en su tumba al lado de Pablo. Hacia ese sitio acuden cada día cientos de adictos a la literatura y al amor dicho con vehemencia, para asentir a la vida y obra de acaso el poeta más universal del siglo.



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