Erica Jong
ENAMORAMIENTOS
1
No se daba el caso de que enamorarme locamente fuera insólito en mí. A lo largo de todo el año me había enamorado de todo el mundo. Me enamoré de un poeta irlandés que cuidaba cerdos en una granja de Iowa. Me enamoré de un novelista que medía metro ochenta, parecía un vaquero y sólo escribía alegorías sobre los efectos de la radiación. Me enamoré de un crítico literario de ojos azules que se había pirrado por mi primer libro de poemas. Me enamoré de un pintor malhumorado (cuyas tres esposas se habían suicidado). Me enamoré de un profesor muy cortés de filosofía del Renacimiento italiano que inhalaba hierba y se follaba a las chicas de primer curso. Me enamoré de un intérprete (hebreo, árabe y griego) de las Naciones Unidas que tenía cinco hijos, una madre enferma y siete novelas sin publicar en su desordenado apartamento de Morningside Drive. Me enamoré de un WASP pálido, bioquímico, que me invitó a almorzar en el Harvard Club y que había estado casado con dos escritoras, ambas con inclinaciones ninfomaníacas.
Sin embargo, nada resultó de todo ello. Ah, también hubo abrazos amorosos en los asientos traseros de coches. Y largos besos de borracho en cocinas en Nueva York con cucarachas, sobre jarras de martinis calientes. Y hubo flirteos en almuerzos de cuentas muy copiosas. Y pellizcos en las estanterías de la Biblioteca Butler. Y abrazos después de lecturas poéticas. Y apretones de manos muy fuertes en la inauguración de exposiciones. Y largas conversaciones telefónicas cargadas de intención y cartas abultadas de intenciones dobles. Incluso hubo algunas proposiciones francas y abiertas (generalmente por parte de hombres que no me atraían en absoluto). Sin embargo, nada resultó de todo ello. Por el contrario, me volvía a casa y escribía poemas al hombre que amaba realmente (quienquiera que pudiera ser). A fin de cuentas, había jodido con bastantes tipos para saber que una polla no era distinta de la siguiente. En consecuencia, ¿qué buscaba? ¿Y por qué me sentía tan desasosegada? Quizá me resistía a consumar algo de esos amoríos porque sabía que el hombre a quien realmente amaba seguiría evitándome y acabaría desilusionada. Pero ¿quién era el hombre a quien realmente deseaba? Todo cuanto me constaba era que había estado buscándole con insistencia desde los dieciséis años. (pp. 113-114)
2
Hacia el verano del 65, cuando Mía y yo contábamos veintitrés años y hacíamos un viaje por Europa, nuestra desilusión fue tal que nos acostamos con hombres ante todo para presumir mutuamente acerca del número de trofeos en nuestros cinturones.
En Florencia, Pia parafraseó a Robert Browning:
Abre mi coño y verás
grabado: Italia.
(p. 120)
3
Nos acostamos con tipos que vendían carteras a la entrada de los Uffizi, con dos músicos negros que vivían en una pensione al otro lado de la Piazza, con empleados que vendían billetes de «Alitalia», con botones de mensajes del American Express. Tuve una aventura que duró una semana con un italiano casado llamado Alessandro, a quien gustaba que yo le susurrara «mierda, jode, coño» a la oreja mientras se me cepillaba. Por lo general, esto me ponía histérica de risa, con lo que perdía el interés por joder. Luego tuve otro asunto que duró una semana con un profesor americano de historia del arte, hombre de mediana edad que se llamaba Michael Karlinsky y firmaba sus cartas de amor «Michelangelo». Tenía una esposa americana y alcohólica en el Fiesole, una cabeza calva brillante, barba de chivo y una pasión por la Granita di Caffè . Deseaba comerse segmentos de naranja de mi coño porque lo había leído en El jardín perfumado. Después vino el italiano estudiante de canto (tenor) quien, en nuestra segunda cita, me contó que su libro predilecto era la Justine de Sade y ¿me gustaría representar escenas del libro? Pia y yo creíamos en la experiencia por la experiencia, pero no volví a verle. (p.120)
Erica Jong
Miedo a volar
Círculo de Lectores, Bogotá, 1984
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