Hans Christian Andersen
Paseo en chivo
Una historia en siete episodios
PRIMER
EPISODIO
Trata del espejo y del trozo de espejo
Atención, que vamos a empezar.
Cuando hayamos llegado al final de esta parte sabremos más que ahora; pues esta
historia trata de un duende perverso, uno de los peores, ¡como que era el
diablo en persona! Un día estaba de muy buen humor, pues había construido un
espejo dotado de una curiosa propiedad: todo lo bueno y lo bello que en él se
reflejaba se encogía hasta casi desaparecer, mientras que lo inútil y feo
destacaba y aún se intensificaba. Los paisajes más hermosos aparecían en él
como espinacas hervidas, y las personas más virtuosas resultaban repugnantes o
se veían en posición invertida, sin tronco y con las caras tan contorsionadas,
que era imposible reconocerlas; y si uno tenía una peca, podía tener la certeza
de que se le extendería por la boca y la nariz. Era muy divertido, decía el
diablo. Si un pensamiento bueno y piadoso pasaba por la mente de una persona,
en el espejo se reflejaba una risa sardónica, y el diablo se retorcía de puro
regocijo por su ingeniosa invención. Cuantos asistían a su escuela de brujería
-pues mantenía una escuela para duendes- contaron en todas partes que había
ocurrido un milagro; desde aquel día, afirmaban, podía verse cómo son en
realidad el mundo y los hombres. Dieron la vuelta al Globo con el espejo, y,
finalmente, no quedó ya un solo país ni una sola persona que no hubiese
aparecido desfigurada en él. Luego quisieron subir al mismo cielo, deseosos de
reírse a costa de los ángeles y de Dios Nuestro Señor. Cuanto más se elevaban
con su espejo, tanto más se reía éste sarcásticamente, hasta tal punto que a
duras penas podían sujetarlo. Siguieron volando y acercándose a Dios y a los
ángeles, y he aquí que el espejo tuvo tal acceso de risa, que se soltó de sus
manos y cayó a la Tierra, donde quedó roto en cien millones, qué digo, en
billones de fragmentos y aún más. Y justamente entonces causó más trastornos
que antes, pues algunos de los pedazos, del tamaño de un grano de arena, dieron
la vuelta al mundo, deteniéndose en los sitios donde veían gente, la cual se
reflejaba en ellos completamente contrahecha, o bien se limitaban a reproducir
sólo lo irregular de una cosa, pues cada uno de los minúsculos fragmentos
conservaba la misma virtud que el espejo entero. A algunas personas, uno de
aquellos pedacitos llegó a metérseles en el corazón, y el resultado fue
horrible, pues el corazón se les volvió como un trozo de hielo. Varios pedazos
eran del tamaño suficiente para servir de cristales de ventana; pero era muy
desagradable mirar a los amigos a través de ellos. Otros fragmentos se
emplearon para montar anteojos, y cuando las personas se calaban estos lentes
para ver bien y con justicia, huelga decir lo que pasaba. El diablo se reía a
reventar, divirtiéndose de lo lindo. Pero algunos pedazos diminutos volaron más
lejos. Ahora vas a oírlo.