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| Foto de Triunfo Arciniegas |
No importa el tamaño del perro de pelea, sino el tamaño de la pelea dentro del perro. (p. 439).
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La llama de un fósforo dura solo unos segundos, pero es capaz de incendiar un bosque. (p. 651).
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El infierno es una verdad conocida demasiado tarde. (p. 267).
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¿Cómo contarles cuentos infantiles a mis hijos a sabiendas que en el mundo había infinitamente más lobos que Caperucitas? (p. 162)
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Hemingway escribió: «El mundo nos rompe a todos, pero luego algunos se vuelven más fuertes en las partes rotas».
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¿Qué escritor no sueña con romperle la madre a un pendejo crítico? (p. 33)
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Frases que nadie cita, pero que todos recuerdan. Frases que parecen escritas sin mayor esfuerzo, pero que pesan, gravitan. Eso mero: frases con fuerza gravitacional, hoyos negros que devoran cuanto se halla a su alrededor.
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Fallarás el cien por ciento de los tiros que no intentes.
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Los hámsteres corren cientos y cientos de metros en su rueda y no van a ningún lado. En cambio, mira a los leones, tumbados veintitrés horas al día, pero cuando se levantan cazan un búfalo.
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En la obra de un escritor con talento puedes hallar una frase, una sola, que te cambie la vida. En un escritor mediocre lo más que podrás encontrar es corrección gramatical.
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Cumplía así con los propósitos de la escritura: escribir para compartir, para confrontar, para provocar. Escribir para rebelarse. Escribir para reafirmarse. Escribir para no enloquecer. Escribir para apuñar. Para apuntalar. Para apurar. Escribir para no morir tanto. Escribir para aullar, para ladrar, para tirar tarascadas, para gruñir. Escribir para provocar heridas. Escribir para sanar. Escribir para expulsar, para depurar. Escribir como antiséptico, como antibiótico, como antígeno. Escribir como veneno, como ponzoña, como toxina. Escribir para acercarse. Escribir para alejarse. Escribir para descubrir. Escribir para perderse. Escribir para encontrarse. Escribir para luchar. Escribir para rendirse. Escribir para vencer. Escribir para sumergirse. Escribir para salir a flote. Escribir para no naufragar. Escribir para el naufragio. Escribir para el náufrago. Escribir, escribir, escribir.
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No cejé. Lo último que se le puede pedir a un creador es que se rinda. Quienes no se dedican al arte, contadores o empresarios, creen que puede medirse en términos de éxitos o fracasos. Ignoran por completo la razón de ser del arte. El arte es en sí mismo y un gozo hacerlo. Los logros, los aplausos ayudan. Son la cereza en el pastel, no el pastel. El pastel es el trabajo diario. La alegría de poder subsistir de la actividad que nos apasiona y no estar sentados ocho horas en una oficina, llegar a casa, cenar, hablar cinco minutos con la pareja, ver televisión, dormir y despertar al día siguiente a las siete para volver a lo mismo. Con o sin éxito, crear se convierte en una adicción. (p. 58)

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