miércoles, 18 de septiembre de 2024

Japón ya tiene ministro contra la soledad

Retrato de Miyu Kojima y una de sus obras que representa una habitación tipo de las que tiene que limpiar tras hallar a ancianos que han muerto en soledad. FOTO DE HAJIME KATO

Japón ya tiene ministro contra la soledad

El 14% de las personas fallecidas en el país asiático que no compartían vivienda con nadie fueron halladas entre uno y tres meses después del deceso


GONZALO ROBLEDO
Tokio - 29 MAR 2021 - 03:49

La carencia de contacto social en Japón durante la pandemia ha provocado un repunte de los suicidios. Para atajar esta situación, el Gobierno nipón, siguiendo el ejemplo del Reino Unido, ha nombrado un ministro de la Soledad. En 2020, el país asiático registró 21.919 suicidios, de los que 479 eran escolares y 6.976, mujeres. Significó el primer ascenso en 11 años.

El nuevo ministro de la Soledad, Tetsushi Sakamoto, compaginará su trabajo con el de ministro de Revitalización de las Regiones, y coordinará una estrategia entre ministerios para hacer frente a un fenómeno agravado por el descenso de la natalidad y la masificación en las ciudades.


Según la revista digital Nikkei Asia, se espera que las medidas japonesas para ayudar a las personas solas sigan la senda de la estrategia del Reino Unido, que creo en enero de 2018 el primer departamento (en su caso una secretaría de Estado) para luchar contra una epidemia social que afecta a unos nueve millones de británicos.


Para Junko Okamoto, autora del libro Sekai ichi kodoku na Nihon no ojisan  (Los más solitarios del mundo: los hombres japoneses de mediana edad), uno de los primeros retos para el nuevo ministerio será recopilar estadísticas sobre una condición que pocos japoneses reconocen como un problema. “Muchas personas están solas, pero se niegan a aceptarlo. Es un estigma”, afirma en una entrevista telefónica.


Esta experta señala que los japoneses “rechazan la connotación negativa de la soledad”, y subraya que para el japonés medio la resistencia ante las adversidades es un deber, y la soledad es un reto que se asume sin aspavientos.


En un informe titulado Japón debería tener un ministro para la gente sola, el Instituto de Investigaciones Mizuho (MRI, por sus siglas en inglés), indicaba que en 2040, el 40% de los hogares japoneses serán unipersonales.

Aunque el teletrabajo ha generado un éxodo incipiente hacia el campo, en Tokio cada vez hay más publicidad de venta de pisos nuevos para personas solas. Los solitarios de todas las edades se han convertido en una apetecida categoría de consumidor, y la literatura que elogia la soledad es un rico filón que supera con creces las ventas de libros críticos como el de Okamoto.

Los supermercados venden raciones individuales de todo, y muchos restaurantes usan el término “ohitori-sama” (honorable señor solo; el término sirve también en femenino) para ofrecer mesas con un solo asiento y buenas vistas, pero situadas fuera del ángulo visual de las parejas y los grupos a la hora de la cena.


Uno de los programas televisivos de gastronomía más longevos se llama Solitary Gourmet (Gourmet Solitario), y consiste en un epicúreo monólogo recitado por un vendedor de muebles que siempre encuentra algún buen restaurante en Tokio para comer solo.


El aumento de muertes de ancianos solos que son hallados días, o a veces meses, después de fallecer, ha propiciado servicios especializados en la limpieza de habitaciones que quedan sepultadas bajo montañas de basura o manchadas con fluidos corporales.


Para mostrar una realidad visualmente menos perturbadora que la que podrían ofrecer las fotografías, una empleada de una de estas empresas, Miyu Kojima, empezó a crear detalladas miniaturas de las habitaciones después de retirado el cadáver. Sus maquetas fueron catalogadas en un libro titulado Toki ga tomatta heya  (La habitación del tiempo detenido), que muchos lectores han interpretado como una advertencia del riesgo latente de morir solos.

Aunque el Gobierno japonés no publica estadísticas de muertes en soledad, la ONG Asociación para Tomar Medidas para Prevenir la Muerte Solitaria en Japón, calcula que en 2020 un total de 4.448 personas fallecieron solas. El 14% fueron halladas entre uno y tres meses después de su deceso.


EL PAÍS





El cine japonés encara la demencia y el declive físico de la tercera edad

 


Tatsuya Fuji
Tatsuya Fuji, en 'Great Absence'.


El cine japonés encara la demencia y el declive físico de la tercera edad

El envejecimiento de la población nipona tiene su reflejo en películas como ‘Plan 75′, ‘A Hundred Flowers’ y ‘Great Absence’, por la que el actor Tatsuya Fuji ganó con 82 años la Concha de Plata en el reciente festival de San Sebastián


GONZALO ROBLEDO
Yokohama - 19 OCT 2023 - 22:30 COT


Cuando el pasado 30 de septiembre Tatsuya Fuji levantaba a sus 82 años la Concha de Plata del festival de San Sebastián a la mejor actuación protagonista por Great Absence,su triunfo no solo subrayaba una gran interpretación de un veterano que será siempre recordado por el clásico El imperio de los sentidos (1976), sino la tendencia en el cine japonés por ilustrar en la pantalla problemas de la tercera edad: la demencia en Great Absence, el alzhéimer en A Hundred Flowers (que concursó también en el certamen donostiarra de 2022 y después llegó a las salas comerciales) o la sobrepoblación de ancianos que requieren cuidados específicos en Plan 75, una película a caballo entre el drama social y la ciencia ficción, en la que el Gobierno nipón ofrece una inyección letal a quienes cumplan 75 años, acompañada, eso sí, de una generosa subvención los meses previos.

Cada uno de estos filmes revela las diferentes caras de un mismo hecho demográfico: hace un mes el Gobierno japonés anunció que más de uno de cada 10 habitantes de esa nación tiene al menos 80 años, y que el 29,1% de sus 125 millones de habitantes tiene 65 años o más. En un alivio para la carga en su seguridad social del pago de pensiones, numerosos trabajadores se mantienen, pasados los 65 años, en activo en su puesto laboral: en concreto, quienes tienen esa edad o más superan el 13% de su población activa. Es irremediable, por tanto, que los desafíos de una de las sociedades más longevas del mundo en términos de seguridad financiera, servicios de cuidado a largo plazo y sus efectos en la vida diaria sean tratados en películas sociales, historias de misterio, acción, comedias y hasta ciencia ficción.

Plan 75
Imagen de 'Plan 75'.

En Plan 75, la directora Chie Hayakawa explora una hipotética propuesta del Gobierno japonés para aliviar su carga de pensiones ofreciendo una exigua subvención a los mayores de 75 años que acepten morir con una inyección letal. Presentado en Cannes en 2022, el filme remite a los métodos de limpieza étnica y se inspira en el asesinato de 19 discapacitados mentales, algunos de ellos ancianos, perpetrado en julio de 2016 por un exenfermero que, según se supo después, había ofrecido matar a 460 enfermos mentales “por el bien de Japón y por la paz mundial”.

Hay antecedentes sobre este tema en la tradición cultural japonesa. En 1956, Shichiro Fukazawa escribió una novela corta titulada La balada de Narayama, inspirada en el concepto de ubasute, abandono de ancianas, un término originario de la tradición poética budista, y que se ejecutó en alguna ocasión en periodos de escasez. La novela ha sido llevada al cine en tres ocasiones, y la última, la que dirigió en 1983 Shohei Imamura, consiguió la Palma de Oro en el festival de Cannes. La protagonista, Orin, era una anciana de 69 años con una salud de hierro, pero que decidía cumplir la tradición de su pueblo: a los 70 años, las mujeres deben ser transportadas a la montaña Narayama por sus hijos primogénitos y allí, en su cima, esperarán la muerte. Orin, aunque al inicio del drama se muestra que es más productiva que cualquier otro miembro de la familia, acepta su deber a pesar, incluso, del dolor de su hijo.

Con A Hundred Flowers, el director Genki Kawamura ganó la Concha de Plata a la mejor dirección en 2022. Kawamura escribió una novela sobre su experiencia personal con el alzhéimer: su abuela comenzó a padecer esta enfermedad en 2015. Con ella, contaba en San Sebastián, quería contar que “el sentimiento de culpa no se olvida”. Cuando su abuela falleció entendió que si llevaba su libro a la gran pantalla, se aproximaría “más a la forma que tenía ella de ver el mundo”, porque lo entendía “en imágenes”. En su presentación en el festival Kawamura apuntaba: “A través de las flores que veía empezaba a recordar momentos de su niñez y de cuando se casó”, y que abandonó a sus hijos por otro hombre: “Nunca lo pudo hablar con ellos, ni confesarles su sentimiento de culpa con ellos; ese dolor no se olvida”. Y para dar vida a toda esa complejidad, reclutó a otra grande del cine nipón: Mieko Harada, figura legendaria en su país nipón que ha trabajado con cineastas como Kurosawa en Ran o en Los sueños de Akira Kurosawa.

A Hundred Flowers
Una imagen de 'A Hundred Flowers', con Mieko Harada, a la derecha.

En Great Absence, que se estrenará en España aunque todavía no tiene fecha fija de lanzamiento, no hay alzhéimer sino demencia senil. Su director, Kei Chika-ura, se ha basado en su propia experiencia familiar y recurre a una narrativa no lineal, en forma de thriller, para hacer partícipe al espectador del desconcierto del hijo a la hora de reconstruir los recuerdos confusos de su padre y de intentar resolver la misteriosa desaparición de su madrastra. Su protagonista, Tatsuya Fuji, asegura que su creación de un catedrático jubilado que empieza a reconciliarse con su vástago mientras la demencia aniquila sus recuerdos le ha costado poco esfuerzo: “No tuve que hacer muchos preparativos para el papel pues, a mi edad, me olvido de muchas cosas y es natural que mi cuerpo conozca la demencia”, dice en un tono que suena a broma.

Para Fuji, este es su tercer trabajo con Chika-ura, y en San Sebastián lo postuló como uno de los grandes directores japoneses actuales, en un discurso que será recordado por el insistente número de veces (siete) que pronunció la palabra japonesa “arigato” (gracias), porque no quiso olvidarse de nadie del equipo del filme y agradecer su apoyo. Además de compañeros enfermos en situaciones parecidas, Fuji cuenta que tuvo acceso a información privilegiada, como poder rodar en la casa real del padre de Chika-ura, quien, como su personaje, es un profesor universitario que fue detenido por la policía en uno de sus desvaríos iniciales. “Ver los libros que leía y las cosas que tenía sobre su mesa fueron una fuente de inspiración”, explica sentado en la cafetería del New Grand Hotel, un edificio histórico de estilo art déco situado frente al mar en Yokohama, la ciudad donde ha residido toda su vida.

Tatsuya Fuji
Tatsuya Fuji, con su Concha de Plata a la mejor actuación protagonista por 'Great Absence'.JORGE FUEMBUENA

Con la Concha de Plata, Fuji suma otro triunfo a una carrera de seis décadas que tuvo su punto de inflexión en 1976 con El imperio de los sentidos, la obra de Nagisha Oshima (1932-2013) considerada la primera película japonesa no pornográfica que mostró desnudez frontal y sexo aparentemente explícito. Para el controvertido filme, prohibido o censurado en parte en muchos países en su estreno, Oshima contó con Fuji, que por entonces era un popular actor de televisión. Juntos repitieron en 1978 en El imperio de la pasión, otra historia cargada de erotismo (aunque menos desafiante con la censura), reconocida con el premio a la mejor dirección en Cannes. Fuji acompañó a Oshima a Francia y cuenta sonriente que, terminado el festival, alquiló un Renault 5 y se fue solo a Barcelona con el único objetivo de probar “the Spanish omelette”, porque había leído su descripción en un texto de Ernest Hemingway.

Gracias a su trabajo con Oshima, su carrera cinematográfica despegó y desde entonces ha dado vida en cerca de un centenar de películas a apuestos hombres duros, ejecutivos, yakuzas, policías, militares, cocineros, fotógrafos y artesanos. Fuji, que inició su carrera con papeles de gángster, fue contratado a sus 74 años por el director Takeshi Kitano para protagonizar Ryuzo y sus siete secuaces (2015), la historia de un yakuza retirado que reagrupa a su septuagenaria pandilla para luchar contra una banda de estafadores de ancianos. Esta vez, la tercera edad repelía con éxito un ataque contra ella.


EL PAÍS



Teru Miyamoto / "La literatura japonesa contemporánea es infantil"



Imagen tomada en el tren que va de Tokio a Kamakura, en 1961.RENE BURRI / MAGNUM


"La literatura japonesa contemporánea es infantil"


Gonzalo Robledo

18 de junio de 2011


Teru Miyamoto tiene ochenta libros de narraciones publicados en japonés y como cada uno le toma un promedio de tres años escribe varios a la vez. Imagina las tramas sobre la marcha. Le basta encontrar un eje central que lo incentive y sus personajes empiezan a moverse sobre la página.


"No preparo una estructura, no soy ese tipo de escritor", asegura este hombre menudo, afable, de voz pausada y enemigo declarado de la retórica, las metáforas y todo tipo de exceso literario.


En 1978, a los 31 años, consiguió el más codiciado reconocimiento literario de los escritores japoneses, el Premio Akutagawa, y pese a una vida de frecuentes convalecencias a causa de tuberculosis y ataques de ansiedad no ha parado de trabajar. Ahora se edita una obra suya por primera vez al español: Kinshu. Tapiz de otoño (Alfabia), que podría ser catalogada por el lector extranjero de "muy japonesa".

"Solo los novelistas estamos condenados a explicar cosas que no se pueden expresar con palabras"

Encontramos a Miyamoto (Kobe, 1947) en su casa situada en el sector más elegante de Shin Itami, en las afueras de Osaka, donde entre sorbo y sorbo de té verde nos cuenta que escribe todos los días de dos a seis de la tarde, bebe sake, investiga sus libros por la noche y dos veces por semana practica el golf. Adora ese deporte pues en él encontró un ídolo español que le sirvió de motivación para su trabajo.


"Después de ver el swing de Seve Ballesteros aprendí que todo es posible si se hace con pasión".


Explica cómo un día, mientras intentaba imitar el famoso giro de Ballesteros mirando una fotografía, arqueó con tal fuerza el torso que se lesionó una costilla. Su médico no pudo evitar la risa.


Sus historias suceden en ambientes cotidianos y están pobladas por elencos reducidos. Describe tragedias personales con la concisión de alguien acostumbrado a indagar en episodios familiares. Como narrador ejerce la compasión y tiene una visión positiva pero distanciada de la existencia originada en una especie de humanismo budista que en vez de explicar lo deja todo al karma.


Está presente en Internet, con una sobria página web que le administra un ayudante con corbata, quien se encarga además de su agenda diaria. No tiene dirección de correo electrónico, sufre de alergia a los teclados y escribe con una pluma de tinta negra. "Estoy preparado para el libro electrónico", queriendo decir que no se opone a que sus textos sean convertidos al formato digital. Respecto a la incorporación de elementos audiovisuales en las novelas electrónicas su objeción es previsible, pues prefiere "que cada novela despierte imágenes diferentes en cada lector".


Para los traductores de Miyamoto, el principal reto es encontrar el tono y el ritmo de una narrativa afinada, libre de estridencias y sin ninguna concesión a las tendencias de moda.


El hecho de tener más seguidores dentro que fuera de Japón es atribuido por algunos críticos a que su obra carece de las rarezas con las que espanta el tedio de sus personajes Banana Yoshimoto o a que no se deja embelesar como Haruki Murakami por los iconos de la cultura popular americana.


Confiesa que solo leyó las primeras obras de Murakami. "La literatura escrita por mis contemporáneos japoneses es infantil". Se decanta por los clásicos y los libros de historia, con el ocasional libro extranjero recomendado por sus amigos.


De la literatura en lengua española cita a Gabriel García Márquez y a Mario Vargas Llosa, y lamenta la escasez de traducciones al japonés de obras de autores españoles. A Antonio Muñoz Molina lo leyó gracias a las traducciones que hizo un amigo suyo profesor de literatura.

"El invierno de Lisboa se me quedó en el corazón", afirma.


Aunque solo habla japonés tiene una peculiar opinión sobre lo que llama "la lógica de cada idioma".


Para explicarla traza una línea recta entre un imaginario punto A y otro B: "Los norteamericanos llegan a un concepto así (directamente)". A continuación, su dedo describe un amplio semicírculo para ilustrar el parsimonioso circunloquio de los japoneses y después dibuja un rápido zigzag para describir los inesperados cambios de rumbo que encuentra en la forma de comunicar del idioma español.


Kinshu. Tapiz de otoño, su primera novela en español, podría ser vista como muy japonesa porque está centrada en una escena de doble suicidio y sus protagonistas incurren a menudo en ese silencio telepático característico de las relaciones sociales en un país donde quedarse callado es signo de muy buena educación.


La obra, escrita hace treinta años, marca un punto de inflexión en el historial clínico de Miyamoto, pues su inspiración surgía mientras descubría su tuberculosis y su desarrollo fue una forma de paliar agudos ataques de ansiedad.


Era otoño y en un viaje al monte Zaô, en la provincia noreste de Yamagata, empezó a sentir una extraña fatiga cuando miraba un espectacular cielo estrellado. El cansancio resultó ser el inicio de la tuberculosis que lo obligó a ingresarse. Cuando sus compañeros de hospital empezaron a morir, Miyamoto reflexionó sobre la vida y la muerte, y el cielo estrellado de Zaô lo remitió al insignificante tamaño del ser humano en el universo. Al mismo tiempo consultaba a un psiquiatra para tratar su ansiedad.


"El médico me dijo que los ataques de ansiedad eran típicos de genios como Mozart, Einstein y Goethe. Lo decía para animarme, pero me alegré y me puse a escribir".


Empezó a escuchar a Mozart y a urdir la trama de un hombre y una mujer que se encuentran fugazmente y por casualidad en el monte Zaô diez años después de su divorcio, ocurrido cuando el marido es hallado moribundo en la habitación de un hotel junto al cadáver de su amante.


Aki, la esposa abandonada, casada de nuevo y madre ahora de un niño discapacitado, siente que tiene muchas cosas que decir, y más con una intención catártica que con el ánimo de entablar un diálogo envía una larga misiva a su exmarido.


El intercambio de cartas permite al lector conocer al mismo tiempo que los protagonistas secretos inusitados y participar del desarrollo paulatino de una nueva relación que termina con la última página y decide el rumbo de la vida de ambos.


Miyamoto se muestra sorprendido y casi contrariado de que el suicidio haya estigmatizado la imagen literaria de un archipiélago famoso por el haraquiri, los pilotos kamikaze y, más recientemente, los suicidios colectivos pactados por Internet. Enfatiza que "el doble suicidio en el que se ve implicado el protagonista masculino de Kinshu se debe a una licencia dramática".

"Necesitaba que (Yasuaki) entendiera lo que es debatirse entre la vida y la muerte. Inventé el personaje de la amante que lo intenta matar con ese fin".

Señala que de sus ochenta libros publicados solo dos tienen temas de suicidio.


"Personalmente, estoy en contra del suicidio. Debido a mi físico débil y a mis enfermedades, valoro mucho la vida".


Para evitar una larga disquisición religiosa sobre el karma le preguntamos qué quisiera ser si tuviera esa segunda oportunidad que ofrece el budismo a sus creyentes y responde risueño y sin titubear: "Todo menos novelista. El otro día, para una foto, tuve que poner sobre una mesa mis ochenta libros, y solo con ordenarlos quedé sudando".


Ya en serio explica que "la imposibilidad humana de expresarse con palabras ha dado lugar a artes como la pintura, la música o el ballet. Solo los novelistas estamos condenados a explicar cosas que no se pueden expresar con palabras".


EL PAÍS







Los vírgenes, la última amenaza de la natalidad en Japón

 

Jóvenes en el barrio de Shibuya, Tokio.
Jóvenes en el barrio de Shibuya, Tokio.GONZALO ROBLEDO

Los vírgenes, la última amenaza de la natalidad en Japón

La timidez, el porno y la precariedad laboral envejecen a la población nipona



GONZALO ROBLEDO
Tokio - 21 MAR 2017 - 11:12 COT

La búsqueda de los causantes del descenso de la natalidad en Japón se ha convertido en una obsesión nacional y los últimos sospechosos en la lista, según una encuesta oficial, son los hombres y mujeres que avanzan por la vida sin haber probado nunca el sexo. Según el Instituto Nacional de Investigaciones sobre Población y Seguridad Social, organismo que examina tendencias de vida para proyectar políticas sociales, más del 40 por ciento de los japoneses y japonesas entre los 18 y los 34 años son vírgenes.

Más del 40 por ciento de los japoneses y japonesas entre los 18 y los 34 años son vírgenes

Los castos nipones no están orgullosos de serlo y casi todos desearían tener una relación, según la encuesta. Los vírgenes se suman a los “herbívoros”, parientes cercanos del metrosexual en su exquisitez para vestir, inteligentes y amables, pero reacios a iniciar cualquier relación personal. La etiqueta fue acuñada en 2006 por la escritora Maki Fukasawa para catalogar hombres con un interés moderado en el sexo y más pasivos que sus antecesores a la hora de buscarlo.

“Con mis amigas nunca se ha planteado (un encuentro sexual) pues valoro mucho su amistad” afirma K.K., un elegante empleado de 32 años calificado por sus amigas de herbívoro y que recuerda su última relación carnal como algo remoto. Quisiera formar una familia para contribuir a la escasez de mano de obra que se avecina pero las condiciones, explica, no terminan de darse.

Madre joven en el barrio de Shibuya, Tokio.
Madre joven en el barrio de Shibuya, Tokio.GONZALO ROBLEDO

La evolución del macho nipón hacia patrones de conducta menos agresivos es una constante en los abundantes estudios sobre la crisis demográfica iniciados tras el estallido de la burbuja económica de los años ochenta.

Preocupado por la previsión de que la población japonesa se reducirá en un tercio en 2060 y para 2100 será de 49 millones de personas, de los 126 millones actuales, el actual primer ministro Shinzo Abe anima a la juventud a formar familia y reproducirse.

Pero la precariedad laboral que desplaza al empleo vitalicio desde finales del siglo pasado y el miedo a un futuro con magras pensiones, reduce en las nuevas generaciones la esperanza de casarse, tener hijos, casa propia y hasta de comprar coche.

Otro colectivo recurrente en los informes sobre la libido menguante es el de los otakus, chicos que canalizan su sexualidad hacia las adolescentes con voz de lactante y pechos enormes que pueblan ciertas películas de anime. Además de compartir con el japonés promedio la fuerte timidez y el carácter empollón, el otaku es presa fácil de la tenaz industria pornográfica local que se jacta de satisfacer cualquier gusto sexual por novedoso que pueda parecer.

En este panorama sufren también las relaciones a corto plazo. M.T., una atractiva empleada de una editorial en Tokio, lleva dos años sin tener un novio o amante y asegura que “mucha gente no quiere ni intenta hablar con los demás. En el metro, el ascensor, en la calle y hasta en los bares, todos miran su móvil”.


La contraparte del fenómeno es que las parejas homosexuales ganan derechos y la mujer sufre menos presión social para casarse. La lucha por la igualdad avanza, muy lenta pero sin pausa, y la independencia económica es una realidad para más mujeres hasta el punto de que muchos analistas anticipan un Japón en manos de “carnívoras” que toman la iniciativa y animan a los hombres a reproducirse.

Sin embargo, M.T., la guapa editora, recomienda cautela y cuenta el caso de una amiga suya recién regresada de México que quiso entablar conversación con un chico en un bar preguntándole sobre la copa que estaba tomando. La respuesta fue: "¿Es esto para una revista o para un programa de televisión?".

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Persiguiendo los sueños de Kenzo, la retrospectiva del modista japonés

 

Kenzo
Kenzo pinta su primera tienda en París con motivos selváticos inspirados en la obra de Henri Rouseeau en 1970.HIROYUKI IWATA


Persiguiendo los sueños de Kenzo, la retrospectiva del modista japonés que trascendió fronteras, culturas y géneros

La Tokyo Opera City Art Gallery estrena una exposición con 83 trajes originales, pinturas, fotografías y muchos bocetos que reconstruyen una biografía marcada por el lema personal del eternamente sonriente diseñador que residió más de medio siglo en Francia: “El mundo es bello”



GONZALO ROBLEDO
Tokio - 05 JUL 2024 - 22:45 COT

Una nueva exposición retrospectiva de Kenzo Takada, el modista japonés que residió más de medio siglo en Francia, donde falleció por coronavirus en octubre de 2020 a los 81 años, ha abierto sus puertas este fin de semana en la Tokyo Opera City Art Gallery. Titulada Takada Kenzo, Chasing Dreams (Persiguiendo sueños), se trata de un recorrido por la biografía de un innovador que poco después de llegar a París, el 1 de enero de 1965, lanzó una revolucionaria propuesta de siluetas holgadas y motivos florales vibrantes, presentes tanto en el quimono japonés como en las indumentarias africanas.

“Sus sueños trascendieron fronteras, culturas y géneros”, explica la comisaria de la exposición, Sunao Fukushima. “Kenzo sugirió un nuevo estilo de ropa fuera de la tradición cultural eurocéntrica”, añade, y cita el periplo de seis semanas de Kenzo en un buque de carga hasta Francia, cuyas paradas en puertos de Hong Kong, Vietnam, Singapur, Sri Lanka, India, Yibuti, Egipto y España le ayudaron a consolidar su concepto ecléctico de la moda.

Un total de 83 trajes originales, pinturas, fotografías y una película, además de muchos bocetos de vestidos, reconstruyen una biografía marcada por su lema personal: el mundo es bello. El diseñador japonés apropiaba formas y estampados propias de una minoría, muy alejada de la Europa de entonces, postrada ante la rigurosa elegancia de cinturas ceñidas y colores planos de Yves Saint Laurent y Dior. “Buscaba puntos en común entre los trajes étnicos de todo el mundo y, por supuesto, también incorporó las tradiciones europeas”, añade la comisaria. Fukushima señala la pieza emblemática de la exposición: un vestido de novia hecho con cientos de cintas multicolores compradas por el diseñador a lo largo de 20 años, a menudo en el Mercado de las Pulgas de París.

Al ser preguntada por su aspecto favorito de la moda de Kenzo, una de las primeras visitantes a la exposición, Sae Suzuki, señala su manera de combinar colores vistosos. “Juntaba colores estridentes y los hacía compatibles gracias a la proporción y la forma en que los distribuía en un vestido”, afirma.

Diseño de Kenzo ganador del VII Premio SO-EN 1960.
Diseño de Kenzo ganador del VII Premio SO-EN 1960.

Kenzo nació en 1939 en Himeji, una ciudad a 90 kilómetros al oeste de Osaka, famosa por tener uno de los castillos medievales mejor conservados de Japón. Desde pequeño estuvo en contacto directo con la exuberancia floral de los quimonos y sus texturas exquisitas gracias a que su familia tenía una casa de té, una especie de tasca exclusiva donde se ofrecían espectáculos de música y baile con geishas ataviadas con fastuosas versiones del traje nacional nipón. Empezó estudios de Literatura en la vecina ciudad de Kobe y los abandonó motivado por la inauguración de cursos de moda abiertos a los varones en el Bunka College of Fashion de Tokio. En 1961, aún como estudiante, ganó el prestigioso premio de moda So-En con un traje de dos piezas color marfil de inspiración parisina, acentuado con una blusa y un sombrero florido en tonos turquesa.

Más tarde, fue contratado por los grandes almacenes Sanai y estuvo diseñando ropa infantil hasta que le anunciaron que el apartamento donde vivía sería demolido para dar paso a las instalaciones de los Juegos Olímpicos de Tokio 1964. Los inquilinos recibirían como indemnización 11 meses de alquiler que él decidió usar para viajar a París, y eligió la ruta marítima por recomendación de uno de sus maestros, que le dijo: “Verás muchas más cosas”.

Takada Kenzo en 2016.
Takada Kenzo en 2016.THE MAINICHI NEWSPAPERS

Sus inicios no fueron fáciles pues, pese a llegar a Europa en medio del auge de la cultura hippie, con sus ideales de vida comunitaria, paz y amor, se enfrentaba al reto de ser un extranjero venido de Asia que intentaba conquistar el corazón de la moda francesa. Echó mano de su experiencia con trabajos comerciales y empezó a vender bocetos de ropa en tiendas y grandes marcas como Louis Féraud.

De forma paralela trabajaba en sus diseños personales y en 1970 abrió una tienda en un diminuto local en la Galería Vivienne que decoró él mismo con motivos selváticos en el estilo primitivista de Henri Rousseau, conocido como El aduanero (1844-1910). A la popularidad de la tienda contribuyó la aparición en la portada de Elle de uno de sus vestidos cosido con telas de motivos tradicionales japoneses. También ayudó el montaje, inusual para la época, de un desfile de moda con muchos modelos saltando y bailando para dar realce al volumen de la ropa.

Taje de novia hecho con cintas coleccionadas por Kenzo durante 20 años de la coleccón otoño-invierno 1982-1983.
Taje de novia hecho con cintas coleccionadas por Kenzo durante 20 años de la coleccón otoño-invierno 1982-1983.RICHARD HAUGHTON

El nombre de la tienda, Jungle Jap, (Jungla Japonesa), hacía referencia a la unión de sus conceptos favoritos. También fue un intento fallido de despojar el diminutivo Jap de la connotación peyorativa que había adquirido en inglés norteamericano durante la Segunda Guerra Mundial. Grupos cívicos japoneses en Estados Unidos protestaron por su uso y en 1976, Kenzo recurrió a su nombre de pila como la marca con la que desarrollaría una fecunda y lucrativa carrera, reconocida además en su patria adoptiva con repetidos premios institucionales, entre ellos el de caballero de la Orden de las Artes y las Letras en 1984.

Regresaba a Japón regularmente para comprar telas y cuando ya era un profesional consagrado hacía de jurado en concursos de moda como el So-En. Pero su patria siempre fue Francia, tierra natal de su compañero sentimental de toda la vida, Xavier de Castella, fallecido en 1990.

En 1993, Kenzo vendió su marca al gigante de la moda francesa LVMH y se centró en la perfumería y la decoración. A lo largo de su vida, también tuvo estrecha amistad con otros grandes diseñadores japoneses como Junko Koshino, compañera de curso en el Bunka College of Fashion, e Issey Miyake (1938-2022).

Diseño de la colección de otoño-invierno 1984-1985. Foto de archivo del Bunka Gakuen Fashion Resource Center.
Diseño de la colección de otoño-invierno 1984-1985. Foto de archivo del Bunka Gakuen Fashion Resource Center.

Fukushima, la comisaria de la exposición, destaca la personalidad de un hombre afable que siempre transmitió alegría. Señala la fotografía en blanco y negro de Kenzo en su primera tienda, encaramado en una escalera pintando un mural con la expresión triunfal de un niño travieso que se ha salido con la suya. “La mitad de su rostro siempre estuvo ocupada por esa sonrisa”, recuerda.


EL PAÍS 

Las cuatro tragedias que marcaron la vida de Kenzo Takada

 


Kenzo Takada, en los jardines de su casa de París en marzo de 2004.
Kenzo Takada, en los jardines de su casa de París en marzo de 2004.GONZALO FUENTES (REUTERS)


Las cuatro tragedias que marcaron la vida de Kenzo Takada

El diseñador japonés, fallecido en París a causa del coronavirus, perdió a su novio en los noventa por el sida y no se enteró de la muerte de su madre hasta días después porque estaba de fiesta




El País
EL PAÍS
Madrid - 05 OCT 2020 - 04:31 

El domingo 4 de octubre, el coronavirus se llevaba a otra víctima, del ya más de un millón que se ha cobrado en todo el mundo. A los 81 años moría en París el diseñador de moda Kenzo Takada, una figura fundamental del diseño y el primer asiático que conquistó Europa —donde se asentó hace más de medio siglo— con sus creaciones.

Los diseños y perfumes de Kenzo han sido célebres en todo el mundo, pero la vida de Takada es mucho menos conocida. Sin embargo, este Caballero de la Legión de Honor francesa (un título que consiguió en 2016), que vivió en París desde 1964, construyó su vida en la capital y en sus conocidos círculos de la moda. Se marchó desde Tokio hasta Francia inspirado por Yves Saint Laurent, que se convirtió en uno de sus más queridos amigos, y en ese país hizo toda su vida.

Una vida llena de éxito, glamur y portadas pero que, como él mismo contó, no siempre fue fácil y en ocasiones le sumió en un dolor que le acercó al precipicio. Su peor etapa llegó a principios de los años noventa. La muerte de las tres personas más cercanas a él —su pareja, su madre y su mano derecha artística— en dolorosas circunstancias, unidas a lo que contempló como una traición por parte de su socio empresarial, le sumieron en la tristeza.

Kenzo Takada era pareja de Xavier de Castella, a quien conoció en un cumpleaños de Paloma Picasso, la hija del pintor Pablo Picasso, en una de las grandes fiestas que ella solía dar, en los años ochenta. Entonces Takada ya era un hombre de éxito, con desfiles llenos de famosos, portadas de revistas y una flamante casa en París de 1.500 metros cuadrados que se estaba construyendo a imagen de las viviendas tradicionales japonesas. La pareja se enamoró y pasaron varios años muy felices juntos, pero De Castella murió en 1990 a causa del sida, cuando apenas tenía 38 años, lo que supuso un durísimo golpe para Takada.

Las desgracias no llegaron solas. “El amor de mi vida murió en 1990”, rememoraba Kenzo Takada en una larga charla con el medio japonés Nikkei. “En 1991, Atsuko Kondo, el creador de estampados que había trabajado conmigo como mi mano derecha, sufrió un infarto", contaba él mismo en una larga entrevista que se dividió en hasta 30 entregas.

“Xavier era mi compañero vital, y me apoyó como persona. Lo cierto es que su condición física terminó de empeorar alrededor de 1985. Atsuko, mientras tanto, había jugado un papel fundamental en convertir los esbozos de diseño en productos acabados. De ese modo, había perdido mis dos alas", recordaba.

Para rematar su mala racha, llegó la muerte de su madre. “Mi miseria se agravó aún más cuando en 1991 mi madre falleció en Himeji”, explicaba, en referencia a su ciudad natal, cercana a Osaka. “Estaba justo en medio de un viaje con algunos amigos, habíamos llevado nuestro barco hasta la isla de Córcega. Mi hermano mayor intentó ponerse en contacto conmigo, pero nosotros mismos habíamos decidido cortar toda comunicación con el mundo exterior, así que nadie podía contactarnos”, rememoraba. “No lo supe hasta pasado el funeral. Me había perdido la muerte de mi madre porque estaba por ahí, de juerga. Estaba destrozado. Mi corazón estaba hecho pedazos, me entregué a la desesperación”.

La piscina interior de la casa de Kenzo Takada en su 'loft' de París, en 2004.
La piscina interior de la casa de Kenzo Takada en su 'loft' de París, en 2004.FRANCOIS GUILLOT (AFP)

Su otro gran dolor fue provocado por quien era su mano derecha en la empresa, el socio que manejaba las finanzas y el orden en la misma, François Beaufume. “Nunca fui de esas personas que pueden gestionar a otras, y la contabilidad también era complicada para mí. Pudo haber momentos en los que cierta gente pensó que podían jugar fácilmente conmigo”, contaba Takada, que con Beaufume al mando empezó a escuchar ciertos rumores de que Kenzo como empresa podría seguir adelante sin Kenzo como diseñador, que parecía más centrado en construir su casa y en su faceta personal.

Tras las muertes de sus seres queridos, Takada se sintió muy solo. No tenía amigos fieles a los que consultarles decisiones empresariales. “Karl Lagerfeld e Yves Saint Laurent eran como hermanos para mí, pero también eran mis rivales en el mundo de la moda”, rememoraba, explicando que el ya fallecido creador alemán le mandó una larga carta para consolarlo tras la muerte de Xavier de Castella.

Sintiéndose traicionado por François Beaufume, intentó que un banco le ayudara a hacerse con el 100% de su empresa, pero la entidad se lo denegó. Fue entonces cuando decidió ponerse en manos de profesionales, y se planteó la idea de vender Kenzo al conglomerado de lujo LVMH, hoy propietario de Christian Dior, Givenchy, Loewe o Bulgari. Acudió a una empresa de consultoría y se dejó guiar por ellos y sus abogados. “Me dijeron que si tenía dificultades en el negocio, lo mejor era confiar en una empresa líder”, relataba, y también supo entonces que, si llegaba a un acuerdo con dicha empresa, podría quitarse de en medio a la figura de Beaufume. “Confiando por completo en sus palabras, tomé la decisión de vender todas mis acciones. Era abril de 1993”. En 1999 decidió retirarse y una década más tarde vendió su gran casa de París.

Como contó en 2018 en una entrevista a S Moda, la venta de su empresa no fue una decisión fácil. “Vendí mi empresa porque el contexto era difícil: uno de mis tres socios murió, el otro tuvo un problema de salud, llegó la crisis económica… Pero entonces no pensé que quedaría desposeído de mi nombre para siempre. Veía escaparates donde ponía Kenzo, pero no era yo. Fue un largo luto, pero ahora lo llevo bien”. Entonces ya estaba prácticamente retirado de la vida pública. Su nombre estaba presente solo en sus desfiles, hasta su muerte, el 4 de octubre en el Hospital Americano de Neuilly-Sur-Seine, siempre en su amado París.


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