CUBA EN CHANCLETAS
La chancletización de Cuba no cayó del cielo ni fue un accidente cultural; fue un proceso de demolición social dirigido desde arriba y aplaudido desde abajo. Antes de 1959, claro que existían marginales, borrachos de solar, guapos de barrio y mujeres escandalosas.
Pero la vulgaridad no era norma, era estigma. El vaguete era silenciado, criticado, apartado. El que salía en chancletas a la calle en La Habana republicana lo hacía con la misma vergüenza con que en París alguien se tira a cenar en piyama: porque había un código social que sancionaba la ordinariez. La sociedad republicana podía estar llena de políticos corruptos y mafiosos, pero si salías en chancletas al teatro Nacional en los años 40, te botaban a patadas y te miraban como un muerto de hambre.
Lo que hizo la revolución fue elevar lo chusma a estética nacional. El mal gusto, la tosquedad y la gritería se transformaron en símbolos de auténtico pueblo. La revolución convirtió lo prosaico en modelo. El chivato de solar pasó a ser vanguardia, el vulgar enarbolando consignas se volvió ejemplo y el descamisado descalzo dejó de ser vergüenza para transformarse en uniforme oficial. El mismo Fidel, con su oratoria llena de gritos y palabrotas de esquina, marcó el tono: la grosería se volvió autóctona.
En los años 60, con la nueva moral socialista, se atacó todo lo que oliera a refinamiento: se cerraron cabarets, se prohibieron revistas, se persiguió la moda, se quemaron discos de rock y se santificó el solar como trinchera cultural. El resultado fue que el pueblo entero terminó celebrando lo que antes escondía. La chancleta, símbolo de miseria y descuido, se normalizó como vestimenta diaria, tanto en el barrio como en la universidad.
La chabacanería se convirtió en arma de clase; lo fino pasó a ser burgués, lo soez se glorificó como proletario. Y el populacho, enardecido, bajó la cabeza y aceptó la farsa: dejaron que la dictadura les robara no solo la comida con la libreta de racionamiento, sino también la decencia y el pudor. Desde entonces, Cuba se chancletizó para siempre. De La Habana bohemia y elegante a la Isla del short, la camiseta sudada, la licra de mil colores y la chancleta chillona, con el aplauso frenético de la masa embrutecida.
1959-1969: El solar como modelo.
Entra la muy mal llamada revolución con fusil y chancleta de metedeos, que muy pronto serían Zicos. Se cierran clubes, centros nocturnos, bares, colegios privados. El uniforme verdeolivo marca el inicio del hombre nuevo, desaliñado, malhablado, con cara de hambre y olor a sudor. El solar y la mugre son elevados a categoría política. El refinamiento pasa a ser sospechoso de contrarrevolución. Fidel Castro arremete contra la clase alta, media y todo lo que no tuviera peste a M-26-7.
1970-1979: La década del Quinquenio Gris.
Mientras el pueblo hacía colas infinitas con la libreta de racionamiento, la cultura se achancletó del todo. Nada de moda extranjera, nada de inglés, nada de sofisticación. El que usaba zapatos de charol era diversionista ideológico. La vulgaridad se normalizó como expresión revolucionaria. El chivato gritón y el obrero con chancletas eran héroes del día a día. Los intelectuales sofisticados eran vistos como homosexuales, gente de alcurnia despegados de su pueblo. En cambio, el que hacía guardia obrera en una fábrica robada, sin bañarse y con una barba maltrecha de diez días, era el nuevo modelo a seguir.
1980-1989: El Mariel y la exportación del marginal.
Con el éxodo del Mariel en 1980, el régimen abre las cárceles y los manicomios y exporta lumpen al extranjero. Sí, dentro de todos los cubanos de a pie que se fueron, que incluían profesionales y gente común, también iban delincuentes. Lo que pasa es que el régimen quiso llamar escoria a todo el mundo. Pero dentro, el espíritu quedó intacto: música vulgar, lenguaje grosero, abandono de cualquier formalidad. El castrismo convirtió a Cuba en un país donde el mal gusto era regla y la chancleta una tremendísima institución.
1990-1999: Período Especial, chancleta nacional.
Se acabó la URSS y llegó el hambre en masa. O mejor dicho, se hizo más evidente, porque hambre siempre hubo para ese pueblo ciego y frenético por los barbudos de Oriente. Se apagaron las luces, los refrigeradores murieron y el populacho se uniformó en chancletas de goma, short y camiseta desvencijada. El jineterismo convirtió la vulgaridad en oficio: venderse en chancletas por dólares era más rentable que un doctorado en chancletas también. Fue la época en que se cimentó hablar por teléfono de moneda mientras ponías los pies en las paredes, garabateabas algo con la llave en el mismo teléfono o en lo que tenías al frente. La gente salía a la calle, ya desde mediados de los 80, con rolos inmensos, con una peineta clavada en las pasas afro, con radios que llevaban baterías de las gordas pegadas con esparadrapo e incluso con radiograbadoras traídas por los marinos mercantes, que se enganchaban al hombro para ofrecer conciertos populares no solicitados al que pasaba por tu lado o cogía la misma guagua contigo. Los baja y chupa de ese momento no podían ser más pequeños. Es verdad que no había nada en Cuba, ni tela, pero la idea era que las tetas estuvieran a punto de salirse. De eso no se escapó nadie, ni las niñas chiquitas, a quienes les diseñaban la ropita más minúscula con el último pedazo de tela que aparecía.
2000-2009: El pueblo en chancletas como sello de identidad.
Ya nadie recuerda otra cosa. La chancleta se volvió símbolo de resistencia, aunque en realidad era la señal de la derrota cultural. Se institucionaliza la ordinariez en la televisión, en la música reguetonera estatal, en el lenguaje de los dirigentes. Cuba entera era un solar con micrófono. Esa imagen de la mujer cubana en chancletas, con una pierna puesta en forma de número cuatro junto a la otra recta mientras la chancleta descansaba sola en el piso, se siguió consolidando durante años. Había que hablar alto, gritar, hacer a todos partícipe del chisme del barrio.
2010-2025: De la chancleta al meme.
La vulgaridad se digitalizó. El reguetón, los memes de Facebook y los influencers de a medio en chancletas heredaron el legado. El cubano emigrado todavía arrastra la chancleta en la maleta: en Miami, en Madrid, en Hialeah. La estética de la miseria ya no se cuestiona, se celebra. Jugar dominó en un centro comercial, en una esquina de Estados Unidos, robarle mangos a un vecino o criar palomas y broncas con chavetas y navajas a la vez se intentó vender como símbolo de cubanía y de no perder las raíces.
La chancleta dejó de ser un zapato barato y un arma de castigo de nuestras madres para convertirse en el ADN del castrismo. Un país entero reducido a la estética del bache y el fango, aplaudiendo su propia degradación como si fuera identidad nacional.

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