lunes, 22 de septiembre de 2025

Bioy Casares: las mañanas para la literatura, las tardes para el amor y las noches para los amigos

 


Adolfo Bioy Casares: las mañanas para la literatura, las tardes para el amor y las noches para los amigos

Su vida y obra -aunque nunca lo expresó, tal vez nunca lo comprendió- estuvo atrapada entre dos genios: su amigo Borges y su mujer Silvina Ocampo.


Marcelo A. Moreno

19 de septiembre de 2025

Adolfo Bioy fue un dandy.

Adolfo Bioy Casares fue unos de los grandes escritores argentinos.

Adolfito fue El héroe de las mujeres, como se titula uno de sus mejores libros de cuentos, ya que sin proponérselo, se convirtió en un prototipo del marido infiel. Por su postura impecable, sus bellos rasgos, su caballerosidad, su inteligencia radiante y su simpatía discreta pero a la vez arrolladora era muy difícil que una mujer se le resistiera demasiado.

Adolfo Bioy fue un niño bien, mimado por una familia de muy buen pasar en la que se destacaban las mujeres.

Adolfo Bioy Casares fue el cuñado aborrecido y despreciado de Victoria Ocampo, figura deslumbrante del ambiente intelectual argentino durante más de medio siglo. La antipatía era simétrica.

Adolfito se distinguió más en el tenis y menos, en la natación. Y jugó en algunos de sus mejores años a ser el patrón de un campo que, con él a la cabeza, daba bien poco. Fue el tiempo quizá, más feliz de su matrimonio; en parte, de su producción literaria, y de un contacto íntimo con la naturaleza que había comenzado en su infancia.

Adolfo Bioy Casares fue un viajero curioso e incansable, presto a casi cualquier aventura y a la improvisación. Esos itinerarios los plasmó en diarios inteligentes y sugestivos. Adolfo Bioy vivió un drama secreto del que nunca dio cuenta y del que quizá tampoco se dio cuenta: toda su vida adulta estuvo acechado por dos genios. Una era su mujer, mayor que él, la imperfecta, secreta y tremebunda Silvina Ocampo, la menor de aquellas hermanas que comandaba Victoria. El otro era su mejor amigo, ¿su elegido maestro?, Jorge Luis Borges, 15 años mayor que él, su mayor cómplice intelectual y literario. Ambos, intuyo a través de las décadas, lo amaban. Ambos, lo oprimían. Adolfito era un escritor muy valioso y un joven intrépido, saludable y encantador, pero estaba cercado por dos gigantes monstruosos.

Adolfo Bioy Casares por Alejandra López. 
Gentileza Alejandra López.
Adolfo Bioy Casares por Alejandra López. Gentileza Alejandra López.

La tenía difícil. Con una dormía casi todas las noches; con el otro, cenaba tres o cuatro veces por semana en las que luego se quedaban trabajando, escuchando música y, sobre todo, pasándose chismes literarios que, en general, terminaban en la crueldad invariable de los chistes.

Las mañanas eran suyas, dedicadas íntegramente a la literatura -leer o escribir- y las tardes, después del almuerzo, constituían el tiempo de una sexualidad desenfrenada -según casi todos los testimonios- con mujeres a las que , en general, no amaba. Las noches las dedicaba a amigos: Borges, el principal.

En 1940 se produce un episodio tan central como inexplicable: Bioy se casa, casi secretamente con Silvina, 11 años mayor. Lo hacen casi en la clandestinidad, en Rincón Viejo, la estancia que los Bioy tenían en Pardo. Hace meses que viven allí, con carencias que casi no conocían y una cierta épica del campo argentino y del arte.

Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares.

Son muy interesantes dos testigos de la boda por civil: Borges y Enrique Drago Mitre, ambos relacionados con Bioy. A Borges lo había conocido en 1932 en la quinta de San Isidro de Victoria Ocampo. Desde el primer momento, la gran dama de las letras criollas mostraría una especie de celos y envidia por la amistad instantánea que uniría a Bioy y Borges. La diferencia de edad entre ellos era de 15 años pero ninguno -lo confesó Borges muchos años después- prevaleció sobre el otro. Tampoco llegó a prevalecer sobre Bioy la larga y complicada relación que mantuvo con otro genio, acaso más sutil, más secreto, más lleno de meandros y recovecos: Silvina.

Resulta casi ejemplar para entender esas relaciones cómo razona Bioy su amistad con Drago Mitre. En alguna de sus jugosas memorias afirma que nunca tuvo una amistad tan profunda con alguien tan distinto. Lejos están sus mutuos intereses, lejos también los gustos. Según Bioy lo que los logró unir a lo largo de las décadas es su creencia inalterable de que la niñera que lo cuidaba a él y la que velaba por Drago Mitre eran amigas y charlaban constantemente. Ese diálogo habría devenido en el que mantuvo con Drago a lo largo de las décadas. La teoría define a Bioy: un disparate increíble pero tan razonado que hasta puede parecer razonable. Y también a su universo íntimo, en el que las mujeres son reinas.

Bioy Casares y Silvina Ocampo.
Bioy Casares y Silvina Ocampo.

Todo el largo anecdotario de Bioy juega a las escondidas con su obra, inaugurada con la potentísima novela La invención de Morel,en 1940, y seguida por Plan de evasión, de 1945, y los cuentos impecables – siempre en la trama de lo fantástico, pero con un abordaje distinto al de los dos monstruos que lo cercaban y alimentaban- de La trama celeste, de 1948. Entre sus novelas, son clásicas El sueño de los héroes y Diario de la guerra de cerdo.

En su abundante obra se destacan también el ensayo Diccionario del argentino exquisito, que cobija quizá la mejor fórmula para escribir bien en castellano, diarios que no son menos exquisitos y sus libros de cuentos de Isidro Parodi y Bustos Domecq, diversiones más o menos geniales que creó con Borges. La obra de Bioy es y será estudiada por las generaciones venideras. Pero si hay algo que denota su genio es el menos leído de todos sus libros y tal vez el más original: Borges. El arduo escrito es editado en un mamometro de unas 1.700 páginas. En ellas, Bioy pretende resumir la mayoría de sus encuentros importantes con Borges, lo que ocurría cuando el mayor iba a cenar a la casa del menor con Silvina y luego la noche se prolongaba con música, chismes y trabajo.

En realidad, Bioy no hace más que remedar en esa obra a James Boswell, un escocés rendido ante la brillantez del llamado doctor Samuel Johnson, un crítico literario, lexicógrafo y ocasional poeta del siglo XVIII, inglés de gran influencia en la cultura de su país y en la su lengua. Boswell, que finge ser un estúpido y lo logra admirablemente, le hace a Johnson las preguntas más tontas que son respondidas con enjundia y resalta el genio de su interlocutor para resaltar su obra. Cosa que consiguió. Tanto, que tanto Borges como Bioy, entre otros, leyeron ese retrato autobiográfico con cierta devoción.

En Borges, editado post mortem, Bioy formula la claridad que supo tener respecto de la estatura de Borges en la literatura, algo que muy pocos argentinos contemporáneos a ellos lograron vislumbrar. A diferencia del chupamedias de Boswell, las opiniones, objeciones y principios de Bioy no dejan de tener relevancia en la conversación. Es un diálogo que parece infinito -uno lo desearía-, por momentos brillante; por otros, humorístico y por otros, cruel. Borges y Bioy en sus mil y una noches. ¿Qué más se puede pedir en este menù estricto y sin opciones?

Adolfo Bioy Casares (15-9-1914 / 8-3-1999)

Uno de los más trascendentes escritores argentinos, autor de La invención de Morel y El sueño de los héroes, entre sus principales obras, fue distinguido con el Premio Cervantes en 1990.

CLARÍN


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