sábado, 16 de agosto de 2025

Sei Shōnogam / El libro de la almohada / Prólogo





Sei Shōnogan
El libro de la almohada
Prólogo de María Kodama

    En Santa Cruz, a 450 kilómetros de Río Gallegos, en Argentina, un grupo de investigadores descubren un bosque petrificado cuya edad se remonta a 90 millones de años. Para sumar asombro a esta investigación, se agrega el hecho de haber descubierto restos fósiles de tiburones y de moluscos marinos, de peces de agua dulce y de dinosaurios. De esto deducen que el bosque se levantó sobre un litoral marino en donde cada miles de años la costa avanzaba o retrocedía.
    Cito esta nota porque no es solo dominio de la ciencia el ir excavando y descubriendo nuevos hilos para entender el origen y desarrollo del mundo, para entender las secretas claves que nos dieron el «hoy». La civilización, y con ella la cultura de los pueblos, indisolublemente unidas al desarrollo de la ciencia, de la técnica y del arte, fue un lento proceso evolutivo que, como las mareas, avanzaba o retrocedía para dejar los vestigios de su paso en la memoria de los hombres. Parte de la emoción que produce en nosotros contemplar una obra de arte es, precisamente, sentir el asombro y el vértigo al imaginar los avatares que debió atravesar para llegar con esa aparente y extrema fragilidad hasta nuestros días.
    De las diversas ramas que hacen al saber humano, la más preciosa, sin duda, era para Borges la literatura, hecha de palabras, de ritmo que une en perfección fondo y forma. La palabra… el verbo, ese verbo que se hizo carne para habitar en medio de los hombres, para ser los hombres a los que daría por una parte la divina posibilidad de cantar la creación y al Dios o dioses que la hicieron posible, y por otra, la imaginación a través de la cual todos los sueños del hombre son posibles.
    La traducción de El libro de la almohada de Sei Shōnagon por Borges es un hecho importante para los que lo hayan leído ya en traducciones inglesas, francesas o alemanas, para citar solo tres, ya que los números impares son gratos al japón y lo eran a Borges; para ellos será el placer de leer en su idioma, el español, la traducción de alguien que declaró sentir esa lengua como su destino de escritor. Para los otros será el asombroso descubrimiento de acercarse por primera vez al origen, casi, de esta literatura tan rica y compleja. Es curioso ver que las tres literaturas por las que Borges sintió más atracción, surgen en islas: Inglaterra, Islandia y Japón. Quizá el hecho de estar rodeadas por el mar hizo que sintieran con mayor intensidad la necesidad de refugiarse en una contención en su relación con los otros y en una observación profunda de las cosas que los rodeaban. Tienen también un lazo común que las une, su relación con lo mágico, con la superstición que aún puede sentirse en esos países. Esto es quizá fruto del desamparado temor de saberse en una magnífica ambigüedad, por una parte cercados, pero también protegidos por el mar, y a la vez libres de cara al horizonte infinito que se funde precisamente con ese mar cabrilleante, peligroso, que huele como un inmenso animal.
    El libro de la almohada de Sei Shōnagon pertenece al periodo Heian, que abarca del año 794 al 1185. El libro podría fecharse alrededor del año 994. Poco sabemos de la autora. Nació probablemente en el año 965 y fue dama de la corte de la emperatriz Sadako durante la última década del siglo X . Su padre era un oficial del clan Kiyowara, pero era más conocido como investigador y poeta. Sei Shōnagon se casó con Tachibana no Norimitsu y tuvo con él un hijo. Su vida después de dejar la corte a la muerte de la emperatriz es totalmente desconocida. Shōnagon menciona en su libro solo una vez a su padre, nada más sabemos de su biografía, pero ¿importa una biografía frente a la inteligencia y sensibilidad que revela un autor a través de su obra?
    Sei Shōnagon formará parte de la pléyade de escritoras que durante el periodo Heian harán florecer la literatura en lengua vernácula en un momento único en la historia de la literatura. No podemos dejar de mencionar a su rival Murasaki Shikibu, que con su obra La historia de Genji introducirá en el mundo la primera novela psicológica. Gracias a estas autoras y a otras tenemos una vivida pintura de lo que era la vida de la corte hace más de mil años.
    La escritura de Sei Shōnagon revela una personalidad de mujer aguda, observadora, bien informada, rápida, sensible a la belleza del mundo, al destino de las cosas, en suma, una personalidad compleja e inteligente. Revela también rasgos de frivolidad e intolerancia para su trato con gente social o intelectualmente inferior; un crítico japonés la llamó «lisiada espiritual» y consideraba casi patológica su adoración por la familia imperial. Sin embargo su personalidad tiene un rasgo distintivo que trasunta en su literatura y que la diferencia de sus contemporáneas al describir sus relaciones con los hombres. Se asemeja a ellas en su amor por el fausto, por el color, por una mezcla de inocencia y sofisticación y por su deleite ante la poesía.
    El título El libro de la almohada , en japonés Makura no Soshi , cuya traducción literal sería «Notas de la almohada», es una denominación genérica para describir un libro de notas, totalmente informal, que los hombres y mujeres escribían cuando se retiraban por las noches a sus cuartos y que guardaban posiblemente en los cajones de las almohadas, que eran de madera. Anotaban ahí las impresiones que durante el día habían vivido u observado. Esta forma de literatura parece ser autóctona del Japón y se conserva hasta el presente como «escritos ocasionales», e incluye algunos de los más valiosos trabajos de la literatura japonesa.
    El libro de la almohada está formado de una manera original y anómala, quizá solo comparable con esa joya de la literatura española que es el Libro de Buen Amor . Sei Shōnagon en su obra describe largas listas de nombres de insectos, de plantas, de cosas agradables o desagradables, de temas poéticos, al modo conocido por occidente que utiliza Homero en los famosos catálogos de las naves, de los mejores guerreros, de los caballos. Esta técnica insólita en apariencia es retomada por Borges cuando hace de esas enumeraciones que le eran tan caras, poemas de inigualada belleza. Además de las 164 listas, el libro está formado por anécdotas, anotaciones diarias, descripción de caracteres, y la vida de la corte con sus costumbres, sus juegos, sus intrigas y también su crueldad. Borges creía que un libro de esta naturaleza, que no tuvo una versión impresa hasta el siglo XVII (circulaba en manuscritos), debe haberse ordenado y reordenado no solo por su autora sino a través de las sucesivas lecturas que los especialistas hicieran de ellas a través de los siglos. Esto debe de haber sido muy difícil desde el punto de vista de la estructura del libro. Coincide con Ivan Morris, quien justamente considera como una falla desde el punto de vista estilístico la confusión estructural del libro. Morris cree que seguramente la obra que llega a nosotros tuvo un orden original completamente diferente; esta falla estructural es superada por la extraordinaria y poética evocación que hace de la vida del periodo Heian a través de un manejo perfecto de la lengua. En esto están de acuerdo especialistas y escritores japoneses. En las escuelas aún se usa este libro para enseñar a los niños el modelo de pureza y perfección lingüística.

    Puede parecer curioso el hecho de que este periodo, uno de los más importantes de la literatura japonesa, esté representado casi exclusivamente por mujeres. Esto se debe a que la escritura con ideogramas chinos estaba prácticamente en manos de los hombres; las mujeres utilizaban los silabarios japoneses hiragana y katakana, este último con trazos más geométricos destinado a la transcripción de los nombres o palabras extranjeras. Por ello en Murasaki Shikibu o en Sei Shōnagon encontramos los ideogramas solo para nombres propios, títulos o citas; es imposible hallar en todas sus obras una sola palabra o locución china.
    El lenguaje que emplea Sei Shōnagon, a decir de Ivan Morris, es rítmico, rápido, variado y ajustado. Según la opinión que Borges compartió a través de las traducciones inglesas que había leído, era mucho más claro y perfecto que el de Murasaki Shikibu, que utilizaba largas y complejas oraciones subordinadas.
    Por todo ello en el Japón se considera el libro de Sei Shōnagon como una obra maestra literaria.
    Borges consideraba la literatura japonesa como el ápice de la perfección y lamentaba no saber la lengua para poder leerla en el original. Sin embargo, el placer de las traducciones que leía y releía y que habían despertado en él su amor por esa literatura lo llevó a querer traducir esta obra al español. Eligió con cuidado aquellos pasajes que creyó más representativos para transmitir esa antiquísima civilización a los lectores extranjeros.
    Borges pensaba, como Arthur Waley, que Shōnagon era una extraordinaria poeta curiosamente no por los poemas llamados uta , de 31 sílabas, por los que también es famosa, sino por su espléndida prosa poética, donde, libre del convencionalismo de los uta , pudo hacer aflorar su compleja libertad interior.
    Nadie mejor que Borges para detectar eso en otro escritor, ya que él, que quería ser recordado como poeta, y decía que no había podido escribir «el poema» perfecto, arquetípico, sin embargo efundía poesía no solo a través de sus poemas sino de esa magnífica prosa poética que, al igual que la de Sei Shōnagon, deja al descubierto la intrincada y delicada arquitectura de un alma hecha de pasión, delicadeza y cortesía.

    



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