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| Osamu Dazai |
Osamu Dazai, el escritor japonés iconoclasta
La lectura de estas dos novelas permite redescubrir a un "enfant terrible" de las letras japonesas, a la vez que muestra los cambios vividos por el país oriental tras la derrota en la 2° Guerra Mundial.
Una primera lectura ligera de la obra de Osamu Dazai invita, erróneamente, a desconfiar de su origen. Es que, más allá de su celebrada riqueza y heterogeneidad, hay un canon que dibuja cierto marco identitario en la literatura japonesa. Es subsidiario, claro, de determinados preconceptos que engloban a la cultura de ese país en su conjunto. Dazai, con independencia de su talento narrativo, rompe deliberadamente ese sobreentendido de "lo japonés", que se asocia a autores tan disímiles entre sí como Yasunari Kawabata, Natsume Soseki, Yukio Mishima y Kobo Abe, por citar solo a algunos.
La reciente aparición de dos de las principales novelas de Dazai, El ocaso (1947) e Indigno de ser humano, (1948) -ambas publicadas por el sello chileno Abducción-, permite, por un lado, reforzar ese prejuicio y, por el otro, contextualizar el presunto equívoco en tiempo y espacio. El propio Dazai y sus criaturas ficcionales alcanzaron su madurez creativa en el preciso momento en que Japón, derrotado y humillado tras la Segunda Guerra Mundial, vivió su peor crisis de identidad y de autoestima. Se desprende entonces de estas novelas un nihilismo decadente e invididualista que contrasta con la obra de otros escritores más afines -con todos los matices del caso- a determinadas estructuras socioculturales del país de Extremo Oriente.
Dazai ya expresaba desde mucho antes, de manera más marginal, estos rasgos de carácter literario, pero fue su conexión con el espíritu escéptico y anti-tradicionalista de la época -la bomba de Hiroshima, la caída del régimen militarista y la ocupación del país por parte de los Estados Unidos fueron golpes devastadores- lo que potenció su popularidad especialmente entre los jóvenes japoneses.
Frente a jerarquizados esquemas sociales que crujían y cierta normatividad colectiva que amenazaba con volar por los aires, tanto El Ocaso como Indigno de ser humano se arrojan a la radicalización de un género preexistente en las letras japonesas (aunque más tímido en sus alcances): el "shishosetsu" o "novela del yo", reivindicador de la subjetividad y las experiencias personales. Dazai, junto a autores como Sakunosuke Oda y Ango Sakaguchi, entre otros, combina aquel carácter confesional con un aura de desasosiego pesimista que inauguró una nueva -y efímera, porque agotó sus mejores frutos en esa camada de escritores- corriente literaria, conocida como buraiha. El grupo de autores al que alude ha sido también identificado como "Escuela de la decadencia" aunque algunos especialistas se refirieron a ellos como "los derrotados" y "los libertinos". En este caso, más allá de purismos idiomáticos, todos parecen tener algo de verdad en la caracterización.
En Indigno... el protagonista es un joven estudiante de provincia guiado por un hedonismo maltrecho a una vida de excesos de todo tipo en Tokio. En El ocaso, el camino geográfico es inverso: en el tránsito de la gran ciudad a una vida pobre en un pueblito alejado se manifiesta el desbarrancadero material y simbólico de una familia. Una decadencia que representa, de algún modo, el declive de la aristocracia y el resquebrajamiento de la estructura de clases tras la abolición de la servidumbre.
Fue sintomático, en su momento, el rechazo que provocó la salida de estos libros entre los críticos literarios y, fundamentalmente, entre otros escritores ya consagrados. Es probable que otro libertino (aunque culposo) como Mishima compartiera con Dazai el diagnóstico decadente de la modernidad japonesa. Pero mientras el autor de Confesiones de una máscara proponía remitía su cóctel de belleza, erotismo y muerte a la exaltación de viejos códigos de honor, Dazai no parecía extrañar las virtudes transmitidas por los samurais ni las reglas del bushidō.
Mishima no se privó de opinar sobre Dazai: “Por supuesto que soy capaz de identificar el talento de Dazai: él dejaba la piel por mostrar precisamente aquello que yo pretendía ocultar". Inclusive Kawabata abandonó su habitual decoro para expresar su "profundo desdén por la viciosa materia literaria" de Dazai. Consecuente con ese desprecio, se negó a concederle el prestigioso premio Akutagawa. Una decisión que a Dazai le debe haber dolido (más allá de su presunta indiferencia hacia todo), entre otras cosas porque Ryūnosuke Akutagawa era uno de los pocos escritores con los que se sentía identificado.
Finalmente, Dazai, Mishima y Kawabata coincidieron en una decisión muy asociada a la cultura japonesa de todos los tiempos, sin distinciones de gloria o decadencia nacional: los tres se suicidaron. En el caso de Dazai, logró matarse tras cuatro intentos fallidos y lo hizo apelando a una ceremonia ritual que lo "reconcilió" con la tradición: se lanzó al río Tamagawa atado por la cintura a su amante. Fue, puede decirse, el final que le dio correlato real a la autoficción de Indigno de ser humano, publicada pocos meses antes. Faltaban seis días para que Dazai cumpliera 39 años.
Pero si en Indigno de ser humano el antihéroe protagonista Yozo Oba expresa la imposibilidad de encontrarle un sentido a la vida, los personajes de El Ocasomanifiestan diferentes modos de adaptarse a un cambio -el que experimenta Japón en términos sociales y políticos- que los supera. Por ejemplo para "la madre", una pequeña aristócrata caída en desgracia, el desarme de las tradiciones imperiales le provoca una profunda tristeza que repercute en su salud; para su hija Kazuko, en cambio, ese deterioro material viene acompañado de un mayor grado de libertad para tomar sus decisiones más trascendentes. Una rebeldía que fue, también, parte del proceso de occidentalización de las costumbres que vivió Japón en la inmediata posguerra.
En la Argentina fue Juan Forn el más entusiasta entre quienes impulsaron a leer al autor de Indigno... y El ocaso. "Ya me estaba cansando del minimalismo hierático cuando metí los dedos en ese enchufe llamado Osamu Dazai y recibí la descarga eléctrica que andaba añorando", escribió en una de sus notables reseñas en PáginaI12. Lo definió como "un forúnculo en la literatura japonesa".
La nueva publicación de estos dos clásicos (Dazai seguramente no hubiese estado de acuerdo con esta categorización), ambos en bellas ediciones con traducción de Montse Watkins, habilita miradas que exceden el placer de la buena literatura: también permiten relativizar los estereotipos que Occidente creó sobre "La" cultura japonesa.

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