jueves, 14 de agosto de 2025

Murasaki Shikibu / La novela de Genji / Fujitsubo



Murasaki Shikibu
LA NOVELA DE GENJI

CAPÍTULO 1

II (Fujitsubo)
    Pasaron los meses y los años, y el emperador seguía sin resignarse a la pérdida de su gran amor. Se rodeó de damas para que le consolasen, pero parecía locura pretender que existiera otra mujer en el mundo comparable a la madre infortunada de Genji, y el hombre pasaba la vida hundido en sus recuerdos sin interesarse por nada. Un día le hablaron de la Cuarta Princesa, hija de un emperador difunto, dama famosa por su belleza excepcional y por haber sido educada con infinitos cuidados por su madre, una emperatriz jubilada. Cierta azafata de la corte que servía al soberano había estado muy ligada a la princesa en tiempos de su antecesor cuando todavía era una niña, e iba a visitarla de vez en cuando.

    —He vivido en la corte durante el reinado de tres emperadores —le dijo—, y aún no he conocido a nadie capaz de rivalizar con la dama difunta. Pero ahora que la hija de la emperatriz se ha convertido en una mujer, lo cierto es que se le parece muchísimo. No sé de ninguna otra que la supere en méritos.
    Tanto insistió que el soberano acabó pidiendo que le enviasen la princesa a la corte. Su madre se oponía, temerosa de las consecuencias.
    —Recordad —decía— que la madre del príncipe heredero es una mujer de muy mal carácter que hizo sufrir mucho a la dama del pabellón de las paulonias. Puede decirse que la mortificó hasta matarla.
    Pero cuando la madre hubo muerto, y la Cuarta Princesa se quedó sola en el mundo, el emperador reiteró su solicitud y prometió a la familia que, una vez en palacio, la princesa sería tratada como una de sus hijas.
    A la vista de tanta insistencia, los parientes maternos de la dama y su hermano, el príncipe Hyobu, se reunieron para tomar una decisión. La conclusión a la que llegaron fue que era preferible enviar a la muchacha a la corte que obligarla a quedarse en casa hasta que su esplendor se agostase. De modo que la enviaron al palacio imperial. La llamaban Fujitsubo porque fue instalada en el pabellón de las glicinias. Tal como habían comentado al emperador, se parecía mucho a la difunta, pero, como pertenecía a un linaje mucho más elevado, los aduladores que pululaban por la corte (y eran muchos, como suele ocurrir en todas las cortes) proclamaron que era infinitamente más graciosa y delicada. Por su alta categoría el emperador podría mostrarse a su lado sin vergüenza alguna. La madre de Genji no hizo nada por estimular su amor: de hecho, fue la pobre víctima de una pasión excesivamente intensa. Sería falso decir que Fujitsubo borró del corazón del soberano su antigua pasión, pero era una mujer tan maravillosa que el hombre empezó a interesarse por ella, pues a su lado se consolaba de tanto dolor. Así es la vida.
    Como Genji nunca se alejaba de su padre, la princesa recién llegada, cuyos aposentos visitaba el emperador con frecuencia, no pudo ocultarse de él. Las damas que la rodeaban ya no eran jóvenes, y la belleza de Fujitsubo resplandecía entre ellas por su perfección y frescura. Aunque, dominada por una timidez casi infantil, procuraba no dejarse ver, Genji tuvo múltiples ocasiones de contemplar su rostro y, no pudiendo recordar el de su madre, cuando le dijeron que la princesa era su vivo retrato se emocionó hondamente. ¡Hubiera deseado pasar la vida a su lado!
    —No te muestres arisca con el muchacho —dijo el emperador a la princesa—. A veces yo mismo creo estar viendo a su pobre madre... Tus ojos, tu expresión... ¡Eres su viva imagen! No le juzgues impertinente y trátale con afecto.
    La admiración de Genji por Fujitsubo aumentaba de día en día para disgusto de Kokiden. La madre del primogénito no simpatizaba con la Cuarta Princesa, y la antipatía que había sentido contra Genji volvió a avivarse. Era infinitamente más bello que su hijo, el heredero aparente, y toda la corte lo comentaba a sus espaldas. Le llamaban «el resplandeciente Genji», y a Fujitsubo, la nueva favorita, «la dama del sol radiante», y el emperador les colmaba de atenciones muy por encima de las que dedicaba a sus demás mujeres e hijos. Se decía que el calificativo de «resplandeciente » —hikaru — le había sido impuesto por el fisonomista de Corea.

***
    Aunque parecía disparatado vestir de adulto a aquel muchachito tan encantador, al cumplir doce años llegó la hora de su iniciación. Su padre se ocupó personalmente de dirigir los preparativos de la ceremonia, temeroso de que los intendentes y encargados de los graneros imperiales no pusiesen en ella el celo que exigía. Hacía ya algunos años que había sido iniciado el heredero aparente en el Gran Salón, pero la ceremonia de Genji no resultó menos brillante. El soberano añadió nuevos detalles a los ritos ancestrales, y los banquetes fueron realmente extraordinarios.
    La fiesta tuvo lugar en el ala oriental de los aposentos imperiales, y el trono se colocó mirando al este. Delante del sitial había los escabeles destinados a Genji y al ministro de la izquierda, que era quien había de imponer el gorro oficial al príncipe. Genji llegó a la hora del Mono [las tres de la tarde], y, al contemplar su rostro fresco y el peinado infantil que tanto le favorecía, el emperador lamentó una vez más la ceremonia que iba a empezar. Pero el secretario del Tesoro procedió a cortarle los cabellos, y, mientras los rizos oscuros iban cayendo al suelo, su padre no pudo eludir el recuerdo de su difunta madre. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no echarse a llorar.
    Cuando hubo concluido la primera parte de la ceremonia, el muchacho fue a ponerse las calzas de adulto, y, vestido ya «de hombre», descendió al patio para la ceremonia de acción de gracias en presencia de todos los espectadores. El emperador, que en los últimos tiempos creía haberse librado definitivamente de los recuerdos del pasado, notó que todo volvía a hacérsele presente. No obstante, su temor a que las ropas de adulto restaran belleza a Genji no se vio confirmado: vestido de hombre, el muchacho resultaba más «resplandeciente» que nunca.
    El ministro de la izquierda sólo tenía una hija a la que llamaban Aoi, y la madre de la muchacha y primera consorte del ministro, Omiya, pertenecía a la casa imperial con el rango de princesa. Aunque el heredero de la corona se había interesado por ella, el ministro decidió que prefería casarla con Genji. Le habían hecho saber que el emperador estaba de acuerdo, de modo que cuando el soberano le comunicó que, a falta de padrinos adecuados para la ceremonia de iniciación, habría que recurrir a los parientes por matrimonio, el ministro aceptó.
    Los cortesanos se retiraron a las estancias exteriores, y Genji se sentó entre los príncipes imperiales. Entonces el ministro le susurró sus planes al oído, pero Genji, que todavía era muy joven, no supo contestarle. Notando su confusión, el ministro se disponía a explicarse mejor cuando se presentó un chambelán reclamando su presencia en la cámara real. Partió deprisa: le esperaban los obsequios de rigor, un gran uchiki blanco y otras prendas de vestir, que agradeció cumplidamente. Mientras servía una copa de vino al ministro, el emperador recitó un poema que ocultaba una proposición muy seria:

    —Cortados los rizos de la infancia, ya es todo un hombre,
 ¿Será conveniente atar un vínculo
de larga duración para el futuro?

    El ministro le respondió:

    —Apretad el nudo, obra de un corazón honesto, 
y que el espliego 
conserve su color purpúreo 
con la misma perseverancia.

    El ministro atravesó un puente y salió al jardín para dar las gracias. Allí le regalaron un caballo procedente de los establos imperiales y un halcón. También fueron obsequiados según sus rangos los príncipes y cortesanos principales que habían asistido al acto con bandejas, cestas y cajas chinas de vituallas, que el ministro había hecho preparar siguiendo instrucciones del emperador. En conjunto, fue una ceremonia mucho más espléndida que la que se había organizado cuando le tocó el turno al hijo de Kokiden.
    Al caer la tarde Genji acompañó al ministro de la izquierda a su casa como invitado de honor, y al día siguiente se pusieron en marcha los preparativos de la boda. Todos los miembros de la familia estuvieron encantados con Genji, con la única excepción de la que iba a convertirse en su mujer. Tenía cuatro años más que él, y la notoria diferencia de edades la hacía sentirse profundamente incómoda. Pero su padre y su madre, hermana del emperador, se mostraban entusiasmados con la idea de convertir al «príncipe resplandeciente» en su yerno.
    El ministro de la derecha, abuelo del heredero aparente, no podía evitar sentirse un tanto humillado. Aunque Aoi era la única hija de su colega de la izquierda, éste tenía un montón de hijos varones de sus esposas y concubinas, y uno de ellos, To no Chujo, joven apuesto de rostro viril y atractivo, era ya teniente de la guardia imperial. A pesar de que nunca había simpatizado con el de la izquierda, el de la derecha no había pasado por alto los méritos del joven oficial, y lo había casado con su cuarta hija. El cariño que profesaba a To no Chujo no era inferior al del ministro de la izquierda por Genji, de modo que ambas familias tenían razones sobradas para tratarse en público con cortesía y evitar desaires recíprocos que forzosamente las pondrían en ridículo a los ojos de los cortesanos.
    Como solía hacer compañía a su padre, Genji pasaba muy poco tiempo en casa de su futura esposa. Para él Fujitsubo era la encarnación de la belleza suprema y soñaba con hallar a alguien que se le pareciera, empresa nada fácil. También era hermosa su prometida, y había vivido siempre rodeada de lujos, pero Genji dudaba que estuvieran hechos el uno para el otro.
    El deseo que Fujitsubo había despertado en él se convirtió muy pronto en una auténtica agonía. Como ya era un adulto, había dejado de tener libre acceso a los aposentos de la dama. A pesar de todo, si se tocaba música al caer la tarde, el joven soplaba la flauta con dulzura para acompañar la voz y el koto de Fujitsubo, aunque ahora debía hacerlo desde el otro lado de una cortina. De este modo procuraba hacerle saber su anhelo y se consolaba escuchando la voz de la dama de sus sueños.
    Prefería la vida en la corte a alojarse en casa de su futuro suegro, de modo que por cada dos o tres días que pasaba en el palacio de Sanjo, estaba seis o siete junto a su padre. El ministro no daba importancia a esta actitud, que atribuía a la juventud del novio, y seguía entusiasmado con su yerno. Eligió las azafatas más bonitas que pudo encontrar para que se ocupasen de la joven pareja, y continuamente organizaba juegos y espectáculos para que Genji se divirtiese cuando estaba bajo su techo.
    El emperador le asignó en palacio las estancias que su madre había ocupado y todo el personal que la había servido, e hizo reconstruir para él la casa de su abuela en Nijo con resultados espléndidos. La mansión contaba ya con unos bosquecillos y un lago artificial de un gusto exquisito y no resultó difícil devolverle el esplendor de otros tiempos. Aquella iba a ser «su» casa, por si le apetecía estar solo sin el agobio de los parientes. Cuando, terminadas las obras, Genji la recorrió parándose a admirar todos los detalles, no hacía sino pensar en cuánto mejoraría aquella casita encantadora de lograr traer a ella a la dama de sus sueños...

Murasaki Shikibu
LA NOVELA DE GENJI
I. ESPLENDOR
Ediciones Destino, Barcelona, 2005, pp. 96-101



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