sábado, 15 de noviembre de 2025

Olivia Laing / Una por las orillas y las profundidades del río de Virginia Woolf



Emma Rodriguez 

28 de julio de 2025


Una cierta melancolía nos invade mientras pasamos las páginas de Por el río, de la escritora británica Olivia Laing, un libro cuyo subtítulo, Un recorrido más allá de la superficie, dice mucho de su propósito, de su alcance, ya que estamos ante la narración de un viaje por parajes exteriores que logra profundizar en los paisajes más profundos de quien lo realiza. Un 21 de junio, el día más largo del año, la escritora inicia un trayecto por las orillas del río Ouse (Inglaterra, vertiente del Canal de la Mancha, 68 kilómetros), desde su nacimiento, cerca de la localidad de Haywards Heath, en el condado de Sussex occidental, hasta su desembocadura en Newhaven, enclave desde el que los ferris cruzan hasta Francia.  

Probablemente os suene este rincón del Reino Unido porque fue el lugar donde Virginia Woolf puso fin a su vida en marzo de 1941. La escritora, cuya obra está inundada de agua, como indica y analiza Laing, es una presencia constante en un itinerario lleno de vertientes, de descubrimientos, que desde un comienzo interpretamos como una vía de escape, como una urgente necesidad de renovación, de liberación. La narradora-caminante inicia su aventura en una etapa de crisis, tras la pérdida de un empleo y una dolorosa ruptura sentimental, movida por el impulso de alejarse de lo inmediato, tal vez de encontrar un cauce capaz de dar sentido a su extrema sensibilidad en esos momentos, de dejarse llevar por los entornos cambiantes de una geografía que había estado muy presente en su vida desde siempre, pero que quería conocer mejor, asociarla a sus estados de ánimo, a sus propias corrientes.

 “La idea de hacer una ruta a pie por el río se apoderó de mí. Quería retirarme en todos los sentidos de la palabra, y en lo más profundo de mi ser sentí que el río era el lugar al que necesitaba ir”, confiesa en las primeras páginas, contándonos su compra compulsiva de mapas, esa obsesión que de repente lo llenó todo. “Tenía en mente un reconocimiento o un sondeo, un modo de capturar y registrar el aspecto de un pedacito de Inglaterra durante una semana en pleno verano a inicios del siglo XXI”, explica al comienzo de la aventura, cuando aún no sabía que le iba a deparar, del mismo modo que nosotros, lectores, cuando decidimos acompañarla. Os puedo asegurar que Laing tiene una gran capacidad para hacer que nos adentremos con ella en los lugares que recorre, en las historias que va descubriendo mientras avanza. Nos llegamos a sentir cómplices de sus altibajos a lo largo del camino; nos interesamos por sus continuas pesquisas; experimentamos sus miedos ante los paisajes boscosos y también esa sensación de plenitud que la llena en determinadas ocasiones. 

Iniciaba este texto hablando de la melancolía. La propia autora  se refiere al “hilo melancólico de pensamientos” que la embargan mientras va andando, y es tal vez el sentimiento predominante, el que se ha quedado en mí una vez cerradas las páginas de este libro que abraza el pasado, que atrapa tan bien las capas de historia, de sedimentos, que constituyen lo que es un lugar, y lo trascienden, transmitiéndonos la idea de continuidad, la travesía conjunta de una humanidad cuya casa común, la Tierra, está hoy tan amenazada, una idea que se filtra una y otra vez en la narración, a través de los cambios en los paisajes del río de los que va dando cuenta la escritora.

PROBABLEMENTE OS SUENE EL RÍO OUSE PORQUE FUE EL LUGAR DONDE VIRGINIA WOOLF PUSO FIN A SU VIDA EN MARZO DE 1941. LA ESCRITORA ES UNA PRESENCIA CONSTANTE EN «POR EL RÍO», DE OLIVIA LAING, UN ITINERARIO LLENO DE VERTIENTES, DE DESCUBRIMIENTOS.

Un río que atraviesa un paisaje captura el mundo y lo devuelve acrecentado: un mundo cambiante y centelleante, más misterioso que el que solemos habitar. Los ríos recorren las civilizaciones del mismo modo que los hilos se ensartan en las cuentas, y apenas se me ocurre alguna época que no guarde relación con un gran canal navegable (…) Un misterio envuelve los ríos y nos atrae hacia ellos, pues se alzan desde lugares recónditos y viajan por caminos que hoy no tienen por qué corresponderse con los de mañana. A diferencia de un lago o un mar, un río tiene un destino y la certeza con la que avanza posee algo que lo hace relajante, especialmente para quienes han perdido la fe en el lugar al que se dirigen”, nos cuenta Laing.

Conocía a la escritora por otro de sus ensayos, La ciudad solitaria, de cuya lectura queda constancia en un artículo de Lecturas Sumergidas dedicado a distintas obras que merodean en torno a la soledad y el silencio. Se trata de un libro situado en una gran urbe, Nueva York, en el que se explora la vida de distintos creadores unidos por la extrema soledad y el aislamiento. También surgió, del mismo modo que Por el río, de una etapa de crisis, por lo que se ve un poderoso estímulo para la creación en el caso de Olivia Laing, y también en él la vida personal se mezcla con peripecias ajenas, con un fuerte componente reflexivo, cauce para explorar lo más hondo. Esa mezcla de elementos, ese manejo de la primera persona para establecer puentes, cercanías, me sedujo entonces y ha vuelto a hacerlo ahora, pese a las indudables diferencias que existen entre ambas entregas.

En este caso me atrajo la idea del río, del viaje de corta distancia a pie. Me pareció que el libro era una magnífica elección para las calurosas tardes del verano. Y me dejé llevar, arrastrar, por una caudalosa corriente llena de sensaciones, de historias, de pensamientos, un camino en el que los estados anímicos van transformándose del mismo modo que los paisajes. Olivia Laing sigue mapas y geografías reconocibles, va en busca de huellas, de personajes, de acontecimientos, de escenarios del ayer, pero a la vez acaba construyendo una inspiradora guía emocional en la que la fealdad y la belleza se juntan, del mismo modo que la oscuridad y la luz. 

«A DIFERENCIA DE UN LAGO O UN MAR, UN RÍO TIENE UN DESTINO Y LA CERTEZA CON LA QUE AVANZA POSEE ALGO QUE LO HACE RELAJANTE, ESPECIALMENTE PARA QUIENES HAN PERDIDO LA FE EN EL LUGAR AL QUE SE DIRIGEN”.

El entorno se acomoda a su mirada, a su ser, hace emerger temores, obsesiones, recuerdos dormidos, le acaba mostrando vistas inesperadas… De nuevo la soledad es determinante en este libro. La caminante observa el discurrir del río y se pierde en más de una ocasión, ya sea buscando determinadas localizaciones o en el discurrir de sus meditaciones. La mujer que sigue el curso del Ouse apenas entabla conversaciones, a excepción del breve diálogo con algún que otro excursionista, del trato de cortesía con quienes regentan los hospedajes en los que se queda, del intercambio más cercano con la amiga que la acoge en su casa en un tramo del recorrido. Puede que el mundo se hubiera vaciado de personas, pero abundaba en pájaros, anota. Los pájaros están muy presentes en estas páginas, del mismo modo que los árboles, la vegetación.

Además de por el espacio, un río también se mueve a través del tiempo. Estas corrientes de agua han moldeado nuestro mundo; como señaló Joseph Conrad, llevan consigo “los sueños de los hombres, las semillas de las mancomunidades, los gérmenes de los imperios”, nos dice Olivia Laing. Son los habitantes del pasado los que acuden a su encuentro y la estimulan a indagar en sus trayectos, a escarbar en sus secretos, en las posibles motivaciones que les sirvieron de impulso, que determinaron sus acciones.

Virginia Woolf se convierte en la gran guía de este viaje tan personal, es como un espíritu que se hace visible para la viajera, una especie de fantasma inspirador que no la abandona. Ella y su marido, el autor y editor Leonard Wolfe, ocupan sus pensamientos, sus divagaciones. Sus vicisitudes ocupan distintos trechos del camino. Aparecen y desaparecen, del mismo modo que los trechos del río, que en ocasiones parece ocultarse para reaparecer después con todo su brío, refrescando la mirada.

Virginia Woolf con su marido, Leonard Woolf, en en 1928. Ellos inspiran el recorrido-libro de Olivia Laing.

La vida de la pareja estuvo muy influida por los ritmos del Ouse, en cuyo entorno vivieron, pensemos en la célebre Monk’s House. Son realmente valiosas las escenas de ambos que recrea Laing, sus exquisitas aportaciones de lectura a la obra de ella, novelas, cartas y diarios que lee “de forma enfermiza”, como confiesa. Cautiva su clarividencia para comprender la relación de la pareja. “Una alianza que no se puede describir como convencional”, apunta, aludiendo a la complicidad y al cuidado, lazos desde un principio más fuertes entre ambos que la atracción sexual.

El matrimonio es un asunto privadoincluso para quienes dejan tras de sí un extenso amasijo de diarios, cartas y chismorreos de terceros. Lo que sucede en su interior, los vínculos que lo sostienen, no son siempre visibles, ni siquiera conjeturables, a ojos ajenos y codiciosos. La sensación que se desprende de este residuo de palabras es la de un amor perdurable, formado a partes iguales por afecto y estimulación intelectual”, argumenta, recobrando la manera en que Virginia se refirió a Leonard, como su “centro inviolable”, constatando que sus últimas palabras fueron dirigidas a él, “un testimonio, contra todo pronóstico, de la felicidad que compartieron” (en otra página de Lecturas Sumergidas dedicamos un artículo a las cartas de Virginia Woolf).

Las relaciones sentimentales, de pareja, con sus particularidades, interesan a la escritora. Escribe bellas y lúcidas páginas, emocionalmente poderosas, al respecto. En el libro, además de los Woolf, aparecen Irish Murdoch y John Bayley. La literatura traza un puente entre las dos parejas y también el cuidado, ya que, del mismo modo que Leonard acompañó a Virginia en sus constantes crisis depresivas, Bayley se hizo cargo del deterioro de su mujer a consecuencia del Alzheimer. 

Un gozoso chapuzón en un revolcadero del Ouse lleva a Laing a pensar en el inicio del noviazgo de Irish y John en un recodo similar de otro río, el Támesis. Es muy inspiradora la manera en que habla del paso del tiempo a través de dos momentos narrados en sus memorias por Bayley, dos momentos “separados por un abismo de cuarenta y cinco años y unidos por dos baños en el río: el primero cuando son jóvenes y el último cuando ya la escritora sufre la pérdida de sus recuerdos. 

EN EL LIBRO, ADEMÁS DE LOS WOOLF, APARECE OTRA PAREJA, LA DE IRISH MURDOCH Y JOHN BAYLEY. LA LITERATURA Y EL CUIDADO TRAZAN UN PUENTE ENTRE AMBAS. SI LEONARD ACOMPAÑÓ A VIRGINIA EN SUS CRISIS DEPRESIVAS, BAYLEY SE HIZO CARGO DEL DETERIORO DE SU MUJER POR EL ALZHEIMER.

El agua hermana a Virginia Woolf y a Irish Murdoch. “El agua, en el léxico personal de Woolf, representaba una manera de traspasar el yo superficial (el yo que jugaba a los bolos o al que le importaba que le criticaran el sombrero) y sumergirse en un reino más profundo y sin nombre. Cuando Virginia escribe sobre la escritura, algo que hace a menudo, las imágenes que usa son líquidas. Se “desborda” o “emerge”, “rompe la corriente”. Cuando los libros van bien, se hunde, feliz como una nadadora, en el elemento marino del pensamiento privado. Sin embargo, cuando el trabajo va mal, cuando las migrañas prevalecen o el insomnio se cierne sobre ella, sus descripciones comienzan a adquirir una sequedad espeluznante”, argumenta la autora de la obra que nos ocupa, un ensayo y a la vez un diario de viaje.

Y respecto a Murdoch señala que “el agua aceleraba la imaginación” de la escritora, que sus novelas “rebosan ríos y piscinas y mares fríos y grises”; que sus personajes “sienten siempre la imperiosa necesidad de desnudarse, tambaleándose en playas congeladas con un traje de baño bajo el vestido”; que obras como la titulada El mar, la mar contiene “una gran cantidad de descripciones meticulosas sobre nadar y el efecto que ello provoca en el corazón humano”…

Vista del río Ouse, a su paso por la ciudad de York.

Aunque también escribió sobre ahogamientos”, apunta Laing, “esta sensación entre el agua y la felicidad se mantuvo durante toda la vida de Iris. Su primer recuerdo era nadar en Irlanda con su padre; y sus últimas palabras sobre el tema, escritas en su diario cuando la enfermedad de Alzheimer comenzó a erosionar su capacidad para acceder al pasado, fueron: “Indescriptible. Sagrado”. 

Las aproximaciones literarias a obras y autores, que acompañan a la escritora en su trayecto, me atraen especialmente. Es impactante el modo en que Laing narra su parada en el lugar donde se halló el cuerpo de Virginia Woolf, en Asham, un 18 de abril de 1941, tres semanas después de que se adentrara en el río. Fueron cuatro jóvenes, dos chicos y dos chicas, que se habían sentado en un prado a comer de camino a Seaford, quienes la encontraron. Llevaba un abrigo de piel, con piedras pesadas en los bolsillos, unas botas de agua y su sombrero aún sujeto a la cabeza gracias a un cordón elástico atado bajo la barbilla. Su reloj se había detenido a las 11.45 de la mañana, “una hora y cuarto antes de que Leonard, el 28 de marzo, encontrara las cartas que su mujer le dejó en el salón del primer piso de Monk’s House y saliera a buscarla atropelladamente por los Brooks. Al ver su estaca andante tendida sobre la orilla, supo enseguida qué había sucedido…”, escribe Laing.

El trayecto de la autora de OrlandoLas horasAl faroUna habitación con vistas y tantos otros libros que la mantienen viva; su sobrecogedor final… transcurre en paralelo al discurrir del Ouse. Es uno de los nutrientes de este libro, de esta aventura animada por el carácter filosófico, abierta a la mitologíay al cofre de las leyendas en más de una ocasión. Las invenciones humanas para controlar las corrientes, para evitar las inundaciones del río a lo largo de la historia, entran en la narración; del mismo modo que los descubrimientos geológicos llevados a cabo en la zona siglos atrás, así los huesos de iguanodonte descubiertos por Gideon Mantell o la rocambolesca historia de la falsificación del Hombre de Piltdown.

Tenemos la impresión de que Olivia Laing va pisando y levantando las capas sumergidas del devenir histórico en los alrededores del Ouse. Hay páginas oscuras dedicadas a las inundaciones que han acaecido en la zona a lo largo del tiempo y otras muy cruentas dedicadas a la batalla de Lewes, que tuvo lugar en las colinas que se alzan en la ciudad en 1264. “Se cuenta que muchos de los soldados que combatieron junto a Simon de Montfort contra Enrique III huyeron hacia los pantanos que se extienden entre Hamsey y Lewes y quedaron atrapados allí. Algunos se ahogaron avanzando a pie, y otros, montados a horcajadas sobre sus caballos. Por la mañana seguiría sus pasos y, mientras empezaba a dormirme, vislumbré, entre las imágenes fluidas que preceden a los sueños, los cuerpos de los soldados , con sus cotas de malla centelleantes mientras se hundían bajo el agua”, introduce la autora esta tragedia, de la que da cuenta con precisos detalle en algunos de los capítulos del libro.

OLIVIA LAING VA PISANDO Y LEVANTANDO LAS CAPAS SUMERGIDAS DEL DEVENIR HISTÓRICO. HAY PÁGINAS OSCURAS SOBRE LAS INUNDACIONES ACAECIDAS EN LA ZONA A LO LARGO DEL TIEMPO Y OTRAS MUY CRUENTAS DEDICADAS A LA BATALLA DE LEWES (1264).

La escritura es para Olivia Laing un campo extenso que le permite mirar a las afueras, a paisajes geográficos, históricos, a vidas diversas; pero también explorarse a sí misma desde múltiples vertientes. En Por el río la infancia es un territorio al que vuelve, en el que reconoce algunos de sus miedos, por ejemplo a los bosques, que “poseen un toque desconcertante”; “son la entrada a un mundo diferente, subterráneo o apartado”; conservan “entre las sombras un destello sin domesticar”.  

La autora reflexiona sobre ello y se visualiza de niña, hija de padres divorciados, en los viajes en coche con su progenitor los fines de semana, cuando la iba a recoger a ella y a su hermana para poner rumbo a Londres, escuchando cintas de relatos, entre ellas la de El viento en los sauces, de Kenneth Grahame, su favorita, una historia de animales con escenas sombrías de un bosque salvaje, con todos sus peligros y acechanzas. Recuerda un día en particular en el que tuvieron que quedarse encerradas en el coche, escuchando la narración, mientras su padre iba en busca de gasolina. El miedo está ahí, arranca de ese momento, lo reconoce. Y, a partir de esa evocación, se pierde en el relato, en la propia biografía turbulenta de Grahame.

Olivia Laing. Foto por Liz Seagrove.

El ensayo transcurre a modo de bifurcaciones, como las de los ríos; unas cosas van dando lugar a otras, serpenteando, siguiendo las sinuosas corrientes del pensamiento. “Unas veces, el caminante solitario siente que vuelve atrás en el tiempo, y otras, que se encuentra en el umbral de un mundo distinto, aunque es imposible adivinar si se trata del cielo o del infierno”, me detengo en este momento que da pie a Laing a meditar sobre el inframundo, valiéndose para ello de compañías de autores como Robert Graves o Dante.

Hay momentos en los que se desorienta, se pierde y no acaba de encontrar un rincón conocido, experimentando “uno de esos trances que se crean al andar grandes distancias, cuando los pies y la sangre colisionan y se armonizan”, anota, recordando las descripciones al respecto tanto de Virginia Woolf como de  Kenneth Grahame, quienes “escribieron alabanzas sobre estos misteriosos estados, de los que creían que estaban estrechamente relacionados con la inspiración que requiere la escritura”. Llegada a este punto acuden a mí las lecturas de otros libros de ilustres caminantes, algunas de ellas recogidas en un reportaje de Lecturas Sumergidas titulado “Tras los pasos de Walser y demás caminantes”, un compendio de senderos cruzados, de inspiraciones.

AL MIRAR HACIA ATRÁS, LA ESCRITORA EVOCA LOS VIAJES EN COCHE CON SU PADRE Y SU HERMANA, ESCUCHANDO CINTAS DE RELATOS, ENTRE ELLAS LA DE «EL VIENTO EN LOS SAUCES», DE KENNETH GRAHAME, UNA HISTORIA DE ANIMALES CON ESCENAS SOMBRÍAS DE UN BOSQUE SALVAJE.

En el caso de Olivia Laing los recuerdos emergen abundantemente mientras camina. “Los recuerdos son un asunto curioso”, apunta y desarrolla la idea de esa manera profunda, poética, que tanto me gusta. Los momentos de ligereza, de felicidad, se van entrelazando con otros menos gozosos, agobiantes. La propia vida se mezcla con la ajena, con la de autores y personajes de la historia, de la literatura, como ya he señalado. Nos podemos reconocer ahí. Somos hijos de la experiencia, de la realidad, pero también de lo que hemos leído y soñado.

El ayer entra una y otra vez en las páginas de este libro en el que la autora transmite su percepción de estar pisando un presente de devastación. “Me preocupaban las transformaciones del río porque parecían recalcar la rapacidad obcecada de mi propia especie, troceando el mundo sin pensar en las consecuencias: un comportamiento que, irónicamente, parece condenado a asolarnos con un apocalipsis de inundaciones y sequías”, escribe, preguntándose más adelante: “¿Algún día contemplaría alguien estas tierras desde aquí y vería un desierto o un mar tóxico?

Son muchos los recodos del camino de este libro en los que parar, en los que encontramos quietud, pero también agitación. Las amenazas que se ciernen sobre el futuro de la humanidad están ahí y Laing ve las huellas de la destrucciónen los plásticos que se encuentra a su paso, en las ruinas de los parajes industriales, en su conocimiento de especies en peligro de extinción. El río le habla de todo ello, pero sigue ofreciéndole escenas de gran belleza, motivos para dejar de lado la amargura y seguir avanzando.

Joseph Mallord William Turner – En el río Ouse –

Ya a punto de concluir este artículo me quedo con un hermoso pasaje con los Woolf como protagonistas que tiene mucho que ver con la continuidad, con el fluir del tiempo. Corresponde a un tramo final del libro muy interesante, poco antes de que la autora se suba al tren para volver a su casa de Brighton, centrando en la soledad y la sensación de pérdida de Leonard tras la muerte de su mujer, indagando en su destino posterior, en su deprimente experiencia en su casa bombardeada de Londres; en el consuelo de un nuevo amor… Rescata entonces un episodio de la pareja en 1939 en el que él, que siempre defendió la paz, está trabajando en el jardín y se niega a entrar en la casa para escuchar a Hitler en la radio, como Virginia le pedía. “No voy. Estoy plantando lirios y seguirán echando flor mucho después de que ese hombre haya muerto”.


Por el río. Un recorrido más allá de la superficie, ha sido publicado por la editorial Paidós, traducido por Nuria de la Rosa Regot.


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