
“Audición”, de Katie Kitamura, una novela sobre el teatro de la vida
«Audición» de Katie Kitamura es una novela seductora y enigmática, protagonizada por una actriz y sus conflictos dentro y fuera del escenario. La autora indaga en las distintas formas de intimidad, tema muy presente en su obra, en los vínculos familiares y en los distintos papeles que hemos de representar en el día a día.
Emma Rodríguez
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La protagonista de Audición, la nueva novela de Katie Kitamura, es una actriz que ha de enfrentarse a distintos papeles sobre el escenario y en la vida. El juego de espejos, la ambigüedad, el desconcierto, la insinuación constante, la sensación de desorientación que nos acompaña mientras vamos leyendo, son algunas de las características de una entrega altamente seductora y enigmática, con la que la autora estadounidense sigue indagando en las distintas formas de intimidad, en la extrañeza de las relaciones, en lo que desconocemos de los seres que nos rodean, incluyendo a los que amamos.
Conocí a la escritora con Intimidades, donde se habla de “las corrientes ocultas que permanecen sin revelar incluso a las personas más íntimas”, algo también presente en este libro que, siendo muy diferente, tiene muchos puntos en común con la aventura de una intérprete en la Corte Penal Internacional de La Haya, una mujer que intenta descifrar los resortes del poder en todos los ámbitos, incluido el personal. La idea de la traducción, de la lectura que se hace de cualquier tipo de situación, ya sea un conflicto global de peso, ya sea un hecho próximo, privado, anima una historia que me cautivó en su momento (ocupa otra página de Lecturas Sumergidas) y cuyo disfrute me ha llevado a desear seguir leyendo a Kitamura.
Junto con Intimidades y Una separación, que la precedió, esta novela conforma una trilogía narrativa movida por el deseo de ahondar en los impulsos más secretos, de poner el foco en las distintas identidades, versiones, que nos constituyen. En Audición este impulso u obsesión se vuelve más explícito si cabe, pues la autora nos lleva a un escenario y desde dentro y fuera de él nos habla de la actuación en sentido amplio, llevándonos a indagar en los distintos yoes que hemos de desplegar en nuestro día a día, de la adaptación a los roles sociales que se supone hemos de desempeñar.
¿Qué hay de verdad y qué de imitación, de actuación en nuestras acciones y reacciones? ¿Qué hay de verdad y qué de simulación, de apariencia? En un presente en el que abunda la impostura y el disfraz, a través de la ventana que ofrecen las redes sociales, estas preguntas a las que nos dirige la novela en su fondo, sin necesidad de mencionarlo, convierten en aún más sugerente lo que se nos cuenta.

Nos enreda Kitamura en una trama que se divide en dos, dos actuaciones, dos posibilidades. El comienzo no puede ser más impactante. La actriz protagonista, una mujer madura, se cita con un atractivo joven en un restaurante, sin saber muy bien por qué ha respondido a la petición de este, movida por la curiosidad… Y el encuentro se vuelve incómodo cuando el marido de ella entra en el lugar, dubitativo, sin permanecer en el mismo mucho tiempo. Desde un primer momento Kitamura nos lleva a su terreno: las suspicacias, los prejuicios, los malentendidos, los secretos, lo oculto… Los pensamientos de la protagonista, la indagación en sí misma, la situación que se crea en el breve periodo de tiempo en el que ve a su marido y se siente incapaz de reaccionar, crean una tensión narrativa y una especie de excitación, similar a la del voyeur que contempla algo demasiado privado. Ahí radica parte del atractivo de esta novela que no deja de asombrarnos, confundirnos, en su recorrido.
EL JUEGO DE ESPEJOS, LA AMBIGÜEDAD, EL DESCONCIERTO, LA INSINUACIÓN CONSTANTE, LA SENSACIÓN DE DESORIENTACIÓN QUE NOS ACOMPAÑA MIENTRAS VAMOS LEYENDO, SON ALGUNAS DE LAS CARACTERÍSTICAS DE UNA ENTREGA ALTAMENTE SEDUCTORA Y ENIGMÁTICA.
La escena que inicia la novela abre una senda hacia la historia del matrimonio protagonista, la vida en común, las sombras del pasado… Los hechos importan, pero mucho más lo que está sucediendo en el interior de la mujer, tan acostumbrada a meterse en la piel de otras. “Con una frecuencia cada vez mayor me sorprendía la persona del espejo, no por las arrugas de la boca ni las franjas hundidas en torno a los ojos, era el retraso a la hora de reconocerme lo que resultaba más inquietante, el breve instante en que me miraba al espejo y no sabía quién era…”, escuchamos su voz interior.
La obra que la actriz está ensayando discurre en paralelo a los hechos de su vida. Hay algo que no le acaba de encajar en el personaje que interpreta, del mismo modo que hay muchas piezas sueltas en su recorrido fuera de las tablas. “Siempre hay dos historias que suceden a la vez: el relato de dentro de la obra y el relato que la circunda, y la frontera entre ambos es más porosa de lo que podría creerse. Ahí se encuentran tanto el peligro como la excitación de la interpretación”, leemos.
La escena que especialmente se le resiste a la protagonista en la obra que está ensayando, titulada La otra orilla, tiene que ver con un momento de transición, de salto, de explosión de emociones que ella no es capaz de ver. “Todo lo que escribo se basa en una indagación de los detalles nimios de la emoción, en una ocupación de los resquicios más pequeños de un encuentro”, le explica a la intérprete la directora de la pieza teatral. Y no podemos dejar de pensar que es la propia Katie Kitamura quien habla de su proceso creativo.
Son muchos los temas que se abordan en Audición, que en su primera parte me ha recordado a una película: Drive my car, del director japonés Ryusuke Hamaguchi, protagonizada por un actor y director de teatro que se enfrenta a sus conflictos, a sus heridas, durante el montaje de la obra de Chéjov Tío Vania. En este filme tan sugerente, inspirado en un relato de Murakami del mismo título, hay una trama de infidelidades y un aborto, que son rememoradas por el protagonista tras la muerte de su mujer, así como un reconocimiento de su incapacidad para hacerle frente a todo ello en su momento, para expresar su enfado, su resentimiento, sus emociones y temores, a su pareja, abriendo una profunda brecha en la comunicación entre ambos. Las circunstancias citadas se asemejan a las de la novela de Kitamura, del mismo modo que el acercamiento entre lo que sucede en el teatro y en los tramos de la vida.
La maternidad y todo lo que la rodea: el deseo de ser madre –y también padre–; las relaciones con los hijos, las expectativas con ellos, las distancias y aproximaciones, es un nutriente básico en Audición, alrededor del cual la escritora juega a las posibilidades, a las distintas interpretaciones. Pronto sabemos por qué el joven, personaje que cada vez adquiere más importancia, ha citado a la actriz. Cree que es su hijo, algo que no tiene sentido, una fantasía que él ha construido a partir de unas declaraciones de ella en una entrevista, recogidas de manera poco clara por la periodista, que dan lugar a malentendidos.

Sobre esos pilares la escritora construye una primera versión de la historia llena de dobleces. Los gestos intimidatorios, la incomodidad al sacar a la luz determinados temas, la fuerza de los impulsos, la complejidad del mundo interior, son asuntos muy propios de Kitamura, tan presentes en Intimidades como en Audición, pero en esta última la escritora juega al desconcierto, rompe el hilo argumental y nos asombra con una segunda parte en la que nos da la impresión de estar en otra novela, con los mismos personajes, pero en un escenario diferente. Xavier, el joven, no es el hijo de la actriz, pero qué pasaría si lo hubiese sido… ¿Nos ponemos a pensar en ello? A partir de esta posibilidad se produce un vuelco, un desafiante salto al que nos cuesta acostumbrarnos hasta que mentalmente comprendemos que se nos está dando otra versión de los hechos. La escritora juega a descolocarnos: ¿Qué sucede? ¿Acaso la protagonista se lo está imaginando todo?, nos vamos preguntando.
Una transformación, un cambio de plano absoluto, un salto hacia otro lado, orilla –como en la obra teatral– tiene lugar en la novela. Lo que hace Kitamura, en su segundo tramo, es invitarnos a fantasear, a suponer, a reflexionar sobre las distintas vidas que pueden ser vividas a partir de circunstancias diversas; sobre el abanico de posibilidades que se abren a partir de las decisiones que se van tomando. ¿Cómo cambia una pareja cuando tiene descendencia? ¿Cómo se vive el crecimiento de los hijos, el paso de niño a joven, a adulto? ¿Qué se oculta tras la imagen, el deseo, del vástago ideal? ¿Cómo se transforman los vínculos?¿Cómo se van construyendo las complicidades y afinidades más profundas?
KITAMURA JUEGA AL DESCONCIERTO, ROMPE EL HILO ARGUMENTAL Y NOS ASOMBRA CON UNA SEGUNDA PARTE EN LA QUE NOS DA LA IMPRESIÓN DE ESTAR EN OTRA NOVELA, CON LOS MISMOS PERSONAJES, PERO EN UN ESCENARIO DIFERENTE.
En este caso, el hijo, que una vez se marchó, acaba regresando a la casa familiar por una temporada que se alarga, un hecho que lo modifica todo, que provoca movimientos en las estancias, desplazamientos de muebles, pero también de costumbres, de emociones y afectos… A la actriz le cuesta adaptarse a la nueva situación, a todos los sentimientos encontrados que le provoca, mientras observa la transformación, la entrega de su marido. “Lo estimulaba la presencia de Xavier, todo su ser se vigorizaba, como si de repente se hubiera quitado años de encima. Mostraba el comportamiento de un hombre con ilusiones, y fue solo en ese momento, supongo, cuando entendí hasta qué punto la idea de nuestro futuro compartido se había vuelto algo limitado para él, nada más que un descenso cuesta abajo a la vejez”.
Kitamura saca a relucir lo que sucede en el interior de sus personajes. Habla de dicha y reconciliación, de ilusiones renovadas, pero también pone ante nuestros ojos lo oculto, lo oscuro, lo que no suele mostrarse. Sutilmente asoma una confrontación pasada entre madre e hijo; la dulzura del reencuentro se mezcla con el resentimiento; la tensión aumenta cuando hace acto de presencia una joven, la novia, que trastoca aún más los frágiles hilos de la convivencia que se está fraguando. Y también, paralelamente, asoman los sentimientos de Anne, la directora de la pieza teatral, quien se mueve por el deseo de tratar a Xavier como si fuera su madre.
Está llena de complejidades y sutilidades esta novela de interiores, tanto psicológicos como espaciales, pues se desarrolla en gran parte en una casa que se va modificando y en el ambiente profesional de un teatro, de una sala de ensayos, con unas cuantas escenas de calle, en la ciudad de Nueva York. Aquí hago un inciso para subrayar que es la primera vez que Kitamura escribe sobre el lugar en el que reside. Hasta ahora ha preferido situar a sus protagonistas en localizaciones lejanas, ajenas, para acentuar la extrañeza, la desorientación. Pero esta vez no lo ha necesitado. Nueva York es una ciudad cambiante, donde la centrifugación ha ido provocando movimientos acusados. El espacio físico, vital, adquiere importancia. Incluso los muros de la casa, su estructura, pueden tambalearse, llegar a convertirse en un espacio diferente.
En esta historia, que avanza entre tensiones y revelaciones, tienen cabida los celos, la sumisión, la dependencia, la frustración, el resentimiento, la conciencia de la fragilidad, de la vulnerabilidad que nos constituye… Hay una escena muy teatral, brutal, en la que todo se va al traste; en la que la actriz llega a su casa y observa a los miembros de su familia (al marido, al hijo y su pareja) desarrollando un juego grotesco. ¿Es real o es un sueño, una pesadilla?, podemos preguntarnos. Y aún hay un colofón que vuelve a cambiar las piezas de lugar. Un cambio de escenario, de situación, una oportunidad de reconstruir lo dañado, de abrazar la esperanza.

El teatro y la vida tienen en común la interpretación, la representación. En este caso Katie Kitamura nos invita a pensar en lo que significa ser una familia, en la fantasía que se crea alrededor de este hecho, en lo que se gana y se pierde en los años de vida en común, en lo que se espera de los vínculos entre padres e hijos. Su narración toma distintas direcciones, nada es fijo; todo puede modificarse en función de una palabra, de un silencio, de un sentimiento reprimido. La obra que representa la actriz, su papel, se modifica cada día en el escenario, ella nunca sabe qué matices nuevos le aportará, y del mismo modo, la historia que estamos leyendo está sujeta a mutaciones diversas.
KATIE KITAMURA NOS INVITA.A PENSAR EN LO QUE SIGNIFICA SER UNA FAMILIA, EN LA FANTASÍA QUE SE CREA ALREDEDOR DE ESTE HECHO, EN LO QUE SE GANA Y SE PIERDE EN LOS AÑOS DE VIDA EN COMÚN, EN LO QUE SE ESPERA DE LOS VÍNCULOS ENTRE PADRES E HIJOS.
Una vez terminada la lectura de la novela imagino un escenario cambiante en el que los actores representan distintas versiones de sí mismos, de sus destinos, con la idea central de lo extraños que pueden llegar a ser en un momento dado los seres más próximos. Cuando cierro las páginas de Audición me quedo con la idea, o el deseo, de volver a leerla en otra ocasión, porque está llena de tantos detalles que pienso que hay cosas que se me han podido pasar por alto; porque he pasado las páginas con tanta avidez para intentar entender los fondos, las motivaciones de los protagonistas, que tal vez no he sido capaz de apresarla en su totalidad. O puede que no se deje atrapar, como tantas circunstancias en la vida que se quedan sin una explicación clara y con las que hemos de seguir adelante.
“Siempre aspiro a escribir novelas que se perciban abiertas, en las que exista la sensación de que se plantean preguntas, que no necesariamente se responden de una manera obvia, clara”, me hizo saber Kitamura en la charla que mantuvimos cuando se publicó en castellano Intimidades, señalando lo gratificante que le resultaba recibir interpretaciones tan diferentes de sus historias. En esta nueva entrega consigue que, de algún modo, cada lector se quede con su versión de los hechos y siga dándole vueltas a las tramas, a las conversaciones, a las situaciones. Ahí, en ese no cerrarse, en esa capacidad para abrir ventanas diversas, radica uno de sus grandes valores.

“Audición” ha sido publicada en la editorial Sexto Piso, con traducción de Ismael Attrache.
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