domingo, 19 de octubre de 2025

Miriam Reyes / Memorias de una niñez hecha de dulzura y dureza


La narradora y poeta Premio Nacional Miriam Reyes.
La narradora y poeta Premio Nacional Miriam Reyes. Susi García Quintas

Miriam Reyes, memorias de una niñez hecha de dulzura y dureza

El debut narrativo de la Premio Nacional de Poesía 2025, 'La edad infinita', tiene una vocación duradera, mezcla de intuición, observación, inteligencia, serenidad y calidad literaria. Es un esfuerzo admirable por entenderse y explicarse

Juan Marqués
14 de octubre de 2025

Esa enigmática fusión de dulzura y dureza que inspiran desde siempre la presencia y, sobre todo, la obra poética de Miriam Reyes (Ourense, 1974), galardonada con el Premio Nacional de Poesía 2025, es la que, vertida por primera vez en su caso en el molde de una novela, leemos en La edad infinita, un libro abiertamente autobiográfico en el que la autora, siempre un poco apátrida, reflexiona sobre las causas y las consecuencias de lo que en dos o tres momentos llama "el gran desplazamiento", es decir, ese momento crucial de febrero de 1983 en el que tuvo que trasladarse desde su ciudad natal, donde vivía con sus abuelos, a Caracas, a donde previamente habían emigrado los padres en busca de una vida mejor que no se dio.

Para referirse a sí misma, Reyes combina la primera y la tercera persona (el "yo" lo reserva para el momento presente, para la mujer que recuerda y escribe, mientras que en casi todas las páginas se refiere a "la niña", o después "la adolescente" o, por fin, "la persona en proceso de ser yo"), pero la segunda persona es para la mismísima Venezuela, un "tú" a la que la autora se dirige directa y francamente en lo que es una larga carta de balance y, en parte, de disculpa que, según se reconoce (y como se percibe claramente), le ha costado muchísimo escribir, no en lo que respecta a la redacción sino a los años que han debido transcurrir para que pueda sentirse preparada y sentarse a ello.

En La edad infinita (bonita metáfora para referirse a una niñez que, en efecto, no termina en verdad nunca) se superponen varios traumas, desde "el gran desplazamiento [que] le quiebra la infancia en dos" hasta el proceso de devaluación extrema del bolívar y la consiguiente ruina social de Venezuela, algo que ella llegó a vivir y sufrir a finales de siglo, justo antes de marcharse (¿o de regresar?: también a eso se le dan -y nunca mejor dicho- muchas vueltas), y que la lleva a consideraciones económicas y políticas dolorosas para ella, porque quiere ser (y es) progresista, pero no puede dejar de ser honesta ante lo que ve ("Por amables o épicos que sean sus nombres, existe el peligro de que las revoluciones monten, directa o indirectamente, a tiranos en el poder").

"En 'La edad infinita' se superponen varios traumas, desde 'el gran desplazamiento' que le quiebra la infancia en dos hasta la devaluación extrema del bolívar y la ruina social de Venezuela"

Casi nadie tiene nombre en La edad infinita. No sólo la protagonista o sus allegados: todos los aludidos lo son por circunloquios, mencionando sus ocupaciones o su relevancia (tanto si se refiere a fray Bartolomé de las Casas, a Carlos Andrés Pérez o a Silvio Rodríguez), o bien tomando el rodeo de las obras, cuando se cuenta que está leyendo Sobre héroes y tumbas o el Canto General. Salvo si se habla de la avenida Andrés Bello, o del portentoso diccionario de María Moliner o, en un inesperado cameo neoyorquino, de Stevie Wonder, no hay nombres en el libro, sólo topónimos y Dios.


Reyes se recuerda como "una niña lenta", "llena de enigmas y de rabia", de una rebeldía introvertida que sólo dejaría de ser pasiva al ingresar en la Universidad, a punto de librarse ya de la tutela de unos padres con los que mantenía un relación muy conflictiva, sobre todo con él (algo que se rastreaba en varios poemas de su ópera prima, Espejo negro, y que queda definitivamente justificado con la revelación, al final de La edad infinita, de un suceso especialmente espantoso).

Tanto en lo que tiene de impactante memoria personal como en su relevante dimensión de reflexión histórica, el testimonio que da Miriam Reyes en La edad infinita tiene una vocación duradera, mezcla de intuición, observación, inteligencia, serenidad y calidad literaria. Más que un complemento importante para su poesía, es un esfuerzo admirable por entenderse y explicarse


EL MUNDO




No hay comentarios:

Publicar un comentario