lunes, 21 de julio de 2025

Thomas Bernhard / El camino de la escuela

 

Thomas Bernhard
El CAMINO DE LA ESCUELA


[…]  ¿Debo decir que, sentado ahora conmigo a la mesa y mirando la tabla de la mesa, me daba la impresión de un hombre roto? Que tenía el deber de hablarle ahora simple mente, pensé, una conversación, fuera la que fuese, pero que lo distrajera del suicidio de Roithamer y de todo lo relacionado con ese suicidio de Roithamer. Pero de repente dije lo siguiente: nosotros, Höller, Roithamer y yo, seguíamos el mismo camino para ir a la escuela, Roithamer, bajando de Altensam, recogía primero a Höller y luego me recogía a mí, y los tres íbamos juntos a la escuela primaria de Stocket, y en invierno llevábamos atado a nuestras carteras de cuero un leño, todos los colegiales tenían que llevar un leño a la escuela, los de padres acomodados, incluso ricos, como Roithamer, de Altensam, un leño de madera dura, los más pobres y los pobres un leño de madera blanda, y con los leños que todos los colegiales llevaban a la escuela se alimentaba la vieja estufa de cerámica, dije. Yo miraba la tabla de la mesa, alternativamente la tabla de la mesa y la puerta que tenía enfrente, las dos esquelas mortuorias y luego otra vez a Höller, y estaba firmemente decidido a continuar lo que estaba diciendo, aunque en ese instante sentí y, por consiguiente, supe que hubiera tenido que interrumpir esa descripción, que no hubiera debido continuar, pero no podía hacer otra cosa, porque en ese momento me parecía demasiado importante como para poder interrumpirla ahora que ya la había empezado, y de pronto tuve conciencia también del efecto de lo que decía en Höller, que me escuchaba como si supiera ya a dónde nos llevaría en definitiva mi descripción, relato, mi historia de infancia, no podía pensar ya en interrumpir mi exposición, y por tanto dije y, de hecho, de una forma totalmente tranquila por un lado, pero al mismo tiempo con la mayor excitación interior, que el silencio había sido la característica más destacada cuando íbamos los tres a la escuela , y otra vez volví a hablar de los leños que siempre llevábamos en invierno, para que se pudiera alimentar la estufa con esos leños, me parecía que el recuerdo de esos leños que llevaban los colegiales a la escuela era de gran importancia para lo que quería decir, y dije varias veces si él, Höller, recordaba también que, en invierno, todos teníamos que llevar siempre a la escuela un leño y que con esos leños se alimentaba entonces la vieja estufa de cerámica de la vieja escuela primaria, los acomodados, repetía yo, tenían que llevar un leño de madera dura , los más pobres y los pobres, uno de madera, blanda , y si sabía que yo, como él, había llevado siempre un leño de madera blanda, porque sólo estaba obligado a eso, mientras que Roithamer, como recuerdo, no sólo llevaba uno sino hasta dos leños de madera dura. De dónde venía esa norma no lo sabía ya, probablemente había sido dada por la dirección de la escuela, sin embargo, la orden había podido venir también de las autoridades escolares superiores de la ciudad y, en cualquier caso, se basaba en datos totalmente plausibles. Tú y yo, cada vez, un leño de madera blanda, dije, y Roithamer dos leños de madera dura. Y continué con la descripción de nuestro camino de la escuela, ese camino de la escuela juntos había sido, muy lógicamente, la base de la amistad, de los tres, dije, se había convertido en una amistad para toda la vida, aunque también, a menudo, habíamos vivido mucho tiempo muy lejos unos de otros, nuestra amistad jamás se había visto afectada por eso, ni tampoco a través de todos los altibajos de la historia ya vivida por nosotros, por ejemplo durante la guerra, al contrario, esa amistad de los tres se había hecho más profunda de año en año y había sido, realmente lo dije así también porque, de repente, tuve la sensación de que tenía que decirlo todo, después de aquel largo silencio, al final torturador, la más hermosa. Y me dejé arrastrar a la observación de que amistades como la de nosotros tres duraban más allá de la muerte. Apenas había pronunciado esa frase, me resultó penosa, y Höller notó que el pronunciar esa frase, como un pensamiento, probablemente, sin embargo, muy natural, me había resultado penoso en lo más hondo, e intenté dejar atrás tan rápidamente como fuera posible ese sentimiento penoso, decir muchas cosas muy deprisa, avanzar intencionadamente hacia donde quería llegar, y decir algo me resultó de repente agradable, como una oportunidad de resarcirme del silencio demasiado largo de antes entre yo y Höller. Como si ese silencio ininterrumpido a la mesa, en presencia de la mujer de Höller y de los niños de los Höller, hubiera sido necesario para lo que podía decir ahora con tanta mayor vehemencia y, al mismo tiempo, viveza. De pronto no necesitaba contenerme. Dije lo que en realidad había tenido la intención de decir y había aplazado, que, sin embargo, el recuerdo más bonito que tenía y que probablemente tenía también Höller y es de suponer que Roithamer había tenido también, era el recuerdo del camino de la escuela juntos, en ese camino de la escuela habíamos tenido nuestras experiencias más intensas, dije, si pensamos en lo que observábamos en el camino de la escuela, que atravesaba peñas y bosques, a lo largo del Aurach, hasta llegar a la escuela, pasando junto a las casas de los trabajadores de las minas de carbón más allá de Stocket, o sea a través de la aldea, en la que hacíamos entonces también nuestras observaciones, observaciones decisivas para nuestra vida , que significaban muchas cosas, que configuraron ya entonces nuestro futuro en su totalidad y, en verdad, lo dominaron también, porque realmente todo lo que hoy somos y percibimos y observamos y vemos venir está influido por esas percepciones y observaciones hechas en nuestro camino de la escuela, si es que no, y enfrenté realmente a Höller con esa afirmación, ha surgido realmente de esas percepciones y observaciones hechas en nuestro camino de la escuela, nuestro camino de la escuela no había sido, efectivamente, un camino de la escuela sencillo, dije, ya que, primero, teníamos miedo en nuestro camino de la escuela, porque era un camino de la escuela francamente peligroso, peligroso porque no iba más que a través de peñas y bosques, a lo largo del Aurach, y por todas partes, en el camino de la escuela, había peligro, y la mayor parte del tiempo teníamos miedo en nuestro camino de la escuela, yo califiqué nuestro camino de la escuela de el camino de mi vida , ya que nuestro camino de la escuela era absolutamente comparable, con todas sus peculiaridades, acontecimientos, posibilidades e imposibilidades, al camino de mi propia vida y, probablemente, al camino de la vida de Höller, ya que el camino de nuestra vida había sido siempre un camino difícil, en el que teníamos que tener siempre miedo de todos sus acontecimientos, peculiaridades, posibilidades e imposibilidades, un camino que teníamos que recorrer diariamente a través de peñas y bosques, dije, la infancia está siempre para mí relacionada con ese camino de la escuela y no hay nada en mi infancia, dije, sin ese camino de la escuela, en el que tuvimos todas las experiencias que más tarde hemos tenido siempre, todo lo que más tarde ocurrió había ocurrido ya de algún modo en ese camino de la escuela nuestro, ese miedo que tenemos hoy a menudo lo tuvimos ya en nuestro camino de la escuela, esos pensamientos, estrechamente relacionados con el miedo los seguimos teniendo hoy una y otra vez, aunque de otra forma, pero sin embargo referidos siempre a los pensamientos que teníamos en el camino de la escuela, y el camino de la escuela fue siempre para nosotros, como el camino de la vida, sencillamente un viacrucis pero, sin embargo, también siempre un camino de todos los descubrimientos posibles y de la felicidad suprema , que no se puede describir, dije, y si él, Höller, podía recordar también con tanta intensidad el camino de la escuela, los muchos miles y cientos de miles de detalles de sensaciones y percepciones, sentimientos y sentimientos de sentimientos, aquellos primeros intentos importantes de pensar que hicimos en el camino de la escuela, porque sólo en ese camino de la escuela se convirtió nuestro pensamiento en el pensamiento que hoy pensamos, ese pensamiento no tenía antes la precisión que ahora era un mecanismo de nuestra inteligencia de adultos, los miles y cientos de miles de estados atmosféricos en el camino de la escuela, los cambios atmosféricos repentinos, podía recordarlos, los sentía cómo se producían siempre inmediatamente, transformando el camino de la escuela en un instante y, con ello, transformando nuestro interior en un instante, el cambio ininterrumpido de los colores del bosque y el Aurach que se precipitaba a través del bosque en la llanura, todo en nuestro camino de la escuela era siempre, sin embargo, un cambio de los colores y de las temperaturas y un cambio de nuestros estados de ánimo, aquella atmósfera pesada en el verano, que hacía que, en nuestro camino de la escuela, nos sumiésemos en un estado mórbido que luego, en la escuela, tenía en nosotros las consecuencias más espantosas, o el frío del invierno, al que sólo podíamos hacer frente recorriendo todo el camino de la escuela al ataque y, de hecho, al ataque contra el frío, bien arropados y, con miedo, pisoteando la nieve profunda y profundísima y, en la garganta del Aurach, donde la nieve no era tan profunda, corriendo , de trozo de hielo en trozo de hielo, y en la escuela teníamos la sensación de haber perdido la razón a causa de nuestros esfuerzos en el camino de la escuela, y ya no nos era posible seguir las lecciones. Si él, Höller, recordaba a la joven maestra, que daba clase siempre con un vestido negro, muy cerrado, a la que nos gustaba escuchar y a la que queríamos, porque tenía consideración, tenía siempre consideración con nosotros y, por tanto, con nuestras situaciones y circunstancias, cuando, sin embargo, la regla es que los hombres y, sobre todo, los maestros, no tienen consideración alguna, nunca después había tenido ningún maestro consideración conmigo, dije, pero aquella maestra tenía consideración con todo lo que había en nosotros interior y exteriormente, y esa consideración no la había olvidado jamás en mi vida, en medio de tanta falta de consideración, a cuya merced está la vida o, en general, la existencia y todas las existencias humanas. El camino de la escuela transcurría como nuestra vida luego, dije, con todas sus oscuridades y claridades, con todas sus costumbres y acontecimientos imprevistos y, como el camino de la escuela, el camino de nuestra vida se había caracterizado una y otra vez, sobre todo, por sus abruptos cambios atmosféricos y, como nuestro camino de la escuela, el camino de nuestra vida había discurrido a lo largo de un río tumultuoso, al que siempre tuvimos que tener miedo, ya que, si siempre habíamos tenido miedo en el camino de la escuela de caernos al tumultuoso Aurach, en el camino de nuestra vida habíamos tenido siempre el mayor de los miedos de precipitarnos en ese río junto al que vivíamos y a lo largo del cual vivíamos siempre con el mayor de los miedos, un río que era invisible, pero siempre tumultuoso y siempre mortal. Pero si, le dije a Höller, en el camino de la escuela habíamos estado siempre vestidos apropiadamente, en el camino de la vida no siempre habíamos estado apropiadamente vestidos, y dije que Roithamer, de los tres, era el que tenía el camino más largo que recorrer para ir a la escuela, él, Höller, el segundo más largo y yo el más corto, Roithamer, desde Altensam, tenía que bajar primero solo, por las paredes rocosas, hasta casa de Höller, vosotros dos, dije, Roithamer y tú, ibais entonces a mi casa en Stocket, y desde Stocket íbamos entonces los tres a la escuela.


Thomas Bernhard
“Corrección”
Alianza Tres, Barcelona, 1983, pp. 120-126
Traducción de Miguel Sáenz


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