Jerzy Kosinski
EL CABALLO
Insinuó que la representación sería bastante insólita y que, si yo estaba dispuesto a pagar el precio, él podría pedir que me permitiesen verla. Acepté y salimos de la estación. Media hora después, llegamos a una dehesa, en uno de cuyos extremos se veía una gran casa. Unos cincuenta campesinos de edad madura se habían reunido bajo los árboles, cerca del edificio y se paseaban, fumando y bromeando.
Un hombre que vestía ropa de ciudad salió de la casa y comenzó a percibir dinero de todos nosotros. El precio equivalía a dos semanas de ingresos de un campesino, pero todos estaban dispuestos a pagarlo.
Luego, el organizador desapareció en el interior de la casa y formamos un círculo protegido por los árboles. Los campesinos esperaban, murmurando y riendo. Transcurrieron unos minutos; la puerta se abrió y salieron cuatro mujeres de pintorescos vestidos. El organizador las siguió, conduciendo a un animal de grandes dimensiones. Los campesinos, repentinamente, callaron. Ahora, las mujeres estaban de pie la una junto a la otra, volviéndose de modo que los hombres pudieran verlas, mientras que el organizador exhibía al animal.
Las mujeres representaban, aparentemente, determinados tipos: una de ellas era muy alta y de vigorosa complexión y otra una muchacha frágil y esbelta que parecía provenir de la ciudad. Todas estaban maquilladas y lucían una falda corta ajustada. Los campesinos empezaron a discutir sobre las mujeres en voz alta, argumentando con excitación. A los pocos minutos, el organizador pidió silencio y explicó que se votaría para elegir a una de ellas. Mientras las mujeres se paseaban por allí, desperezándose, inclinándose y acariciando sus cuerpos, la muchedumbre se animaba cada vez más. El organizador llamó sucesivamente a todos para votar.
El cómputo final reveló claramente que la mayoría había elegido a la muchacha. Las otras tres mujeres se unieron al público, riendo y murmurando con los hombres.
La elegida se sentó, sola, en el círculo. Escudriñé los rostros de los hombres; revelaban curiosidad, parecían temer que la muchacha fuese demasiado frágil y débil para sobrevivir a la prueba.
El organizador condujo al animal al centro de la pista, hostigando sus partes pudendas con un palo. Dos campesinos corrieron y lo aferraron para mantenerlo quieto. Entonces, la muchacha se adelantó y comenzó a jugar con el animal, abrazándolo, acariciando sus genitales. Lentamente, empezó a desnudarse. Ahora, el animal estaba excitado e inquieto. Parecía inconcebible que ella pudiese darle cabida.
Los hombres se volvieron frenéticos, incitándola a desnudarse por completo y a aparearse con el animal. El organizador ató varias cintas al órgano de éste, con cada moño de color a una pulgada de distancia del otro. La muchacha se acercó al animal, frotándose con aceite los muslos y el vientre y procurando con zalamerías que le lamiera el cuerpo. Luego, mientras la gente profería gritos de estímulo, se tendió debajo de aquél, ciñéndolo con las piernas. Alzando su vientre y adelantándolo, lo obligó a introducirle su órgano hasta el primer moño. El organizador volvió a entrar en acción, pidiéndole al público que pagara un extra por cada pulgada adicional que penetraba el animal. Los campesinos, que se negaban aún a creer que la muchacha pudiera sobrevivir a su violación, pagaron ansiosamente repetidas veces. Por fin, la muchacha comenzó a gritar. Pero no estoy seguro de si sufría realmente o sólo lo hacía para complacer al público.
Bajé del tren en una estación pequeña. Cuando el tren se alejó, yo era la única persona que comía en el restaurante de la estación. Detuve al camarero y le pregunté si en aquel pueblo había algo de interés. Me miró y dijo que esa tarde se realizaría una función privada en otro cercano.
Insinuó que la representación sería bastante insólita y que, si yo estaba dispuesto a pagar el precio, él podría pedir que me permitiesen verla. Acepté y salimos de la estación. Media hora después, llegamos a una dehesa, en uno de cuyos extremos se veía una gran casa. Unos cincuenta campesinos de edad madura se habían reunido bajo los árboles, cerca del edificio y se paseaban, fumando y bromeando.
Un hombre que vestía ropa de ciudad salió de la casa y comenzó a percibir dinero de todos nosotros. El precio equivalía a dos semanas de ingresos de un campesino, pero todos estaban dispuestos a pagarlo.
Luego, el organizador desapareció en el interior de la casa y formamos un círculo protegido por los árboles. Los campesinos esperaban, murmurando y riendo. Transcurrieron unos minutos; la puerta se abrió y salieron cuatro mujeres de pintorescos vestidos. El organizador las siguió, conduciendo a un animal de grandes dimensiones. Los campesinos, repentinamente, callaron. Ahora, las mujeres estaban de pie la una junto a la otra, volviéndose de modo que los hombres pudieran verlas, mientras que el organizador exhibía al animal.
Las mujeres representaban, aparentemente, determinados tipos: una de ellas era muy alta y de vigorosa complexión y otra una muchacha frágil y esbelta que parecía provenir de la ciudad. Todas estaban maquilladas y lucían una falda corta ajustada. Los campesinos empezaron a discutir sobre las mujeres en voz alta, argumentando con excitación. A los pocos minutos, el organizador pidió silencio y explicó que se votaría para elegir a una de ellas. Mientras las mujeres se paseaban por allí, desperezándose, inclinándose y acariciando sus cuerpos, la muchedumbre se animaba cada vez más. El organizador llamó sucesivamente a todos para votar.
El cómputo final reveló claramente que la mayoría había elegido a la muchacha. Las otras tres mujeres se unieron al público, riendo y murmurando con los hombres.
La elegida se sentó, sola, en el círculo. Escudriñé los rostros de los hombres; revelaban curiosidad, parecían temer que la muchacha fuese demasiado frágil y débil para sobrevivir a la prueba.
El organizador condujo al animal al centro de la pista, hostigando sus partes pudendas con un palo. Dos campesinos corrieron y lo aferraron para mantenerlo quieto. Entonces, la muchacha se adelantó y comenzó a jugar con el animal, abrazándolo, acariciando sus genitales. Lentamente, empezó a desnudarse. Ahora, el animal estaba excitado e inquieto. Parecía inconcebible que ella pudiese darle cabida.
Los hombres se volvieron frenéticos, incitándola a desnudarse por completo y a aparearse con el animal. El organizador ató varias cintas al órgano de éste, con cada moño de color a una pulgada de distancia del otro. La muchacha se acercó al animal, frotándose con aceite los muslos y el vientre y procurando con zalamerías que le lamiera el cuerpo. Luego, mientras la gente profería gritos de estímulo, se tendió debajo de aquél, ciñéndolo con las piernas. Alzando su vientre y adelantándolo, lo obligó a introducirle su órgano hasta el primer moño. El organizador volvió a entrar en acción, pidiéndole al público que pagara un extra por cada pulgada adicional que penetraba el animal. Los campesinos, que se negaban aún a creer que la muchacha pudiera sobrevivir a su violación, pagaron ansiosamente repetidas veces. Por fin, la muchacha comenzó a gritar. Pero no estoy seguro de si sufría realmente o sólo lo hacía para complacer al público.
Jerzy Kosinski
Pasos
Buenos Aires, Losada, 1969, pp. 27-29

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