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| Jorge Ibargüengoitia |
ROPA USADA
Lunes. Vamos al tianguis de Celaya a comprar ropa usada. Los que la venden, yo creo, la han de comprar por tonelada cerca de la frontera y luego, ya en el interior de la República, la ponen sobre el suelo en montones y venden camisas de Pierre Cardin en veinte pesos, pantalones Prince of Wales en catorce, y usan las corbatas para amarrar los toldos del puesto. Los que la compran son los más pobres de la región: gente que se levanta al alba, se pone camisa y pantalones que en su primera fase costaron unos cien dólares y se va a cargar el rastrojo para darles de almorzar a los bueyes.
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Jueves. Noche de conferencia. El Departamento de Literatura tiene una manera peculiar de hacer las cosas: anuncia la conferencia a las ocho y media, a mí me ofrecen recogerme a diez para las ocho. A las ocho y veinte, después de tomarme dos whiskies fingiendo estar en calma, salgo a la calle a buscar un taxi. Entre las ocho y media y las nueve llegan a mi casa tres encargados de recogerme y encuentran que ya me fui. Mientras tanto yo he llegado al museo Carrillo Gil, me he quitado la chamarra y, luciendo una de las camisas que compré en Celaya, he sido presentado al público por un joven que sabe mi nombre pero no los títulos de mis obras.
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El salón, sin estar a reventar, está lleno; el público está compuesto en su gran mayoría por menores de 25 años o por mayores de 60. En la primera fila hay una señorita de 35 años con su mamá, en la cuarta, un señor verde limón, que evidentemente me aborrece, en la quinta, a la izquierda, un joven que cree que lo que voy a decir es tan chistoso que empieza a reírse antes de que yo me siente.

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