sábado, 20 de enero de 2024

Marian Engel / Oso / Citas perversas

 


Marian Engel

OSO


El fuego resplandecía. El oso dormía resollando; de vez en cuando guiñaba el ojo más próximo a las llamas. Lou fue entrando en calor, se quitó los zapatos y se descubrió frotando los pies descalzos en el pelaje suave y espeso del oso, explorándolo con los dedos, descubriendo más y más profundidades, capas y más capas. (Cap. 8)

***

Capítulo 10 (completo)

A la mañana siguiente hacía calor. Se llevó al oso al río, enganchó la cadena a un clavo del embarcadero y se zambulló desnuda con él. El oso parecía inmenso: bajo el agua su pelaje se ahuecaba y después se le pegaba al cuerpo como el de una foca. Lou nadó como un perrito a su lado, lanzando pequeñas olas en su dirección. El oso respondió golpeando la superficie del agua con la pata.

El agua estaba helada. Se disponía a regresar a la orilla cuando el oso jugó a zambullirse debajo de ella y luego, volviéndose de improviso, intentó saltarle encima. Lou se hundió bajo el agua y abrió la boca para gritar. Se atragantó e intentó subir a la superficie, pero el oso se lo impedía. Por un momento creyó que se ahogaba, pero luego encontró aire y coraje suficientes para recorrer los pocos metros que la separaban de la orilla, donde se desplomó en la ribera húmeda, jadeando agitadamente.

Entonces le cayó encima la tremenda ducha del animal que se sacudía a su lado. A continuación el oso empezó a lamerle la espalda mojada con su lengua larga y estriada. Fue una sensación curiosa.

Mucho después subió a la biblioteca a trabajar, pues nada justificaba que siguiese inactiva, recreándose en el susto. Pero estaba alterada, y la sensación de haberse librado de milagro se agravaba porque le recordaba a aquella vez que, en un arrebato de solitaria desesperación, había ligado con un tipo en la calle. Todavía evitaba el recuerdo de quien resultó no ser un buen hombre. Seguro que el oso... No: era el miedo. Era el miedo lo que vinculaba los dos episodios: el miedo y la huida.

Libro, libro. Cuando te pasen estas cosas, coge siempre un libro. Un papel salió flotando:

En Gales el oso se usaba como presa de caza. El nombre Pennarth significa cabeza de oso.

Nota: cuando su Señoría estaba en casa, solía y acostumbraba a entregar anualmente la cantidad de xx s. al guardián del oso que venía en Navidad con las bestias de su Señoría para que le sirvieran de pasatiempo los susodichos días.

—Libro del gobierno de la casa del conde de Northumberland.

Los esquimales creen que el alma de un oso polar herido permanece tres días en los alrededores del lugar donde abandona el cuerpo. Existen numerosos tabús y ceremonias propiciatorias relacionados con el despiece del cadáver y el consumo de la carne.

Para los lapones, el oso es el rey de los animales. Los cazadores que lo matan deben vivir tres días solos, de lo contrario se los considera impuros.

—¡Pero él no intentaba cazarme, solo jugaba conmigo! —gritó. La idea del oso acosado, desollado, perseguido, la atormentaba—. ¡Oh, Dios, líbralo de todo mal! —se oyó decir. Llevaba años sin rezar.

***

—Oh, oso —dijo, acariciándole el cuello. Se levantó y se desnudó, porque hacía calor. Se tumbó junto al lomo del oso, algo apartada y también apartada del fuego y, desolada, empezó a hacerse el amor.

El oso despertó de su sopor y se volvió. Sacó la pecosa lengua. Era gruesa y, como decía la enciclopedia, tenía un surco longitudinal. Empezó a lamerla.

Una lengua gruesa, moteada de rosa y negro. Lamió. Raspó, hasta cierto punto. Tanteó. Era cálida, agradable, extraña. ¿Qué demonios haría Byron con su oso?, se preguntó Lou.

El oso lamía. Buscaba. Lou podría haber sido una pulga a la que él estaba persiguiendo. Le lamió los pezones hasta que se le pusieron duros y le relamió el ombligo. Ella lo guio con suaves jadeos hacia abajo.

Movió las caderas: se lo puso fácil.

—Oso, oso —susurró, acariciándole las orejas. La lengua, no solo musculosa sino también capaz de alargarse como una anguila, encontró todos sus rincones secretos. Y, como la de ningún ser humano que hubiera conocido, perseveró en darle placer. Al correrse sollozó, y el oso le enjugó las lágrimas.

(Cap. 16)

***

Porque lo que le disgustaba de los hombres no era su erotismo, sino que dieran por supuesto que las mujeres no tenían. Lo que las confinaba al papel de amas de casa. (Cap. 18)


***


Una vez, tiempo atrás, los ainu de Japón separaron a un osezno de su madre y se lo llevaron para que lo amamantase una mujer. Se convirtió en un miembro de la aldea y se le honró con bondad y amor. En el solsticio de invierno, cuando tenía tres años, lo llevaron al centro de la aldea, lo ataron a un poste y, tras muchas ceremonias y disculpas, lo sacrificaron clavándole afilados palos de bambú. Se celebraron nuevas ceremonias, durante las cuales su madre humana lloró por él, y se comieron su carne. (Cap. 18)


***


Vivían juntos, dichosa e intensamente. Lou sabía que la piel, el cabello, los dientes y las uñas le olían a oso, y ese olor le resultaba de lo más agradable.

—Oso —decía, tentándolo—, solo soy una humana. Desgárrame la fina piel con las zarpas. Soy frágil. Para ti es fácil. Escarba y arráncame el corazón, una larva bajo un tronco. Arráncame la cabeza, oso mío.

Pero él se portaba bien con ella. Gruñía, se sentaba ante ella y sonreía. Una vez le posó una suave pata en el hombro desnudo, casi con cariño.

(Cap. 19)

***


Se incorporó. El oso se sentó delante. Lou se puso de rodillas y se le arrimó. Cuando estaba bastante cerca para sentir el húmedo lustre contra sus pechos, lo montó. No pasó nada. El oso no la penetró y ella no pudo hacer que la penetrara.

Lou se apartó. El oso estaba impasible. Se lo llevó a su recinto y lo mandó a la cama.

Se vistió y pasó el resto de la noche echada en la áspera hierba del pantano. Contempló la lluvia de estrellas, siempre fuera de su alcance. Al amanecer, el cielo produjo su aurora distante, misteriosa, de destellos verdes.

(Cap. 19)


Marian Engel

Oso

Impedimenta, Madrid, 2015













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