jueves, 8 de agosto de 2024

Cómo una simple camiseta blanca ha moldeado la masculinidad



Marlon Brando y la camiseta que lo cambió todo en 'Un tranvía llamado deseo' (1951).

De Brando a ‘The Bear’: cómo una simple camiseta blanca ha moldeado la masculinidad desde hace 100 años

Cruza generaciones y clases sociales, se puede combinar con casi cualquier cosa y el largo de sus mangas o lo ajustado de su pecho ha marcado el estilo de celebridades (y anónimos) década a década


Ianko López

Madrid, 29 de julio de 2024


Cuando hubo que convertir a un jovencísimo Marlon Brando en el brutal Stanley Kowalski de Un tranvía llamado deseo, la obra teatral de Tennessee Williams que se estrenó en 1947, la directora de vestuario, Lucinda Ballard, se inspiró en los obreros que cavaban zanjas, sucios y sudorosos bajo el sol de la ciudad. Solo que optó por reducir la talla de todo el equipamiento: vistió a Brando con una camiseta muy ajustada, y también le embutió en unos pantalones vaqueros que marcaban sus glúteos y muslos como una segunda piel. El actor estaba entusiasmado con lo que veía en el espejo, algo que resulta compresible. Tenía ante sí una imagen sexy e hiperbólicamente masculina que en escena haría sombra a Jessica Tandy, la actriz que interpretaba a la protagonista, Blanche DuBois. Cuatro años después, en la versión para el cine que dirigió Elia Kazan –donde Tandy fue reemplazada por Vivien Leigh–, tanta apretura se consideró impúdica, así que los vaqueros de Brando fueron asimismo sustituidos por unos pantalones holgados. La camiseta, en cambio, se quedó para remarcar la sexualidad voraz del personaje.

Marlon Brando con camiseta blanca y un caballo sin ella en 1950.ARCHIVE PHOTOS (GETTY IMAGES)

Aquel sería el inicio oficioso de una tendencia. La camiseta, que hasta entonces solo se utilizaba como ropa interior, lograba el pasaporte para su uso externo. A cambio, durante mucho tiempo siguió asociada a las clases proletarias o la contracultura. Tuvieron que pasar unas cuantas décadas para que la camiseta blanca y lisa masculina de manga corta fuera cosa de pijos. Hoy supone un espacio de resistencia frente al barroquismo indumentario, la logomanía y el brilli-brilli ostentatorio que nos asolan, como recientemente demostraba el diseñador Simon Porte Jacquemus con su elección indumentaria para asistir a la fiesta de preludio a los Juegos Olímpicos de París organizada por el grupo LVHM. Pero llegar hasta ese triunfo de elegancia a la vez minimalista, relajada y sensual ha requerido un largo camino.

Simon Porte Jacquemus en la fundación Louis Vuitton de París el pasado 25 de julio.PASCAL LE SEGRETAIN (GETTY IMAGES)

Allá por el siglo XIX, los hombres occidentales llevaban bajo la ropa una sola prenda que cubría torso y piernas con un largo variable. No fue hasta finales de la centuria cuando, por razones de comodidad, se separaron los calzoncillos de la camiseta. Los marines norteamericanos empezaron a vestir ambas prendas en la Guerra de Cuba, y poco después lo harían también soldados de otros ejércitos, tras lo cual la costumbre se extendió a distintas capas de la sociedad. Algunos profesionales sometidos a condiciones particularmente severas, como mineros, obreros de la construcción o estibadores, tuvieron licencia para lucir externamente lo que para entonces ya era un componente imprescindible del atavío interior masculino. Y en ese punto llegó su supuesta caída en desgracia. Existe la leyenda de que, en 1934, las ventas de camisetas interiores se desplomaron debido a una escena de la película Sucedió una noche, de Frank Capra, en la que Clark Gable se despojaba de su camisa dejando ver que por debajo su torso estaba desnudo. Aunque todo indica que la historia es apócrifa, revela que las cosas empezaban a cambiar.


Una década larga medió entre esta relajación del deber de llevar una camiseta bajo otra ropa y su visibilización definitiva en igualdad de condiciones con el resto de la vestimenta. Hizo falta el advenimiento de la II Guerra Mundial, durante la cual el ejército norteamericano volvió a equipar con camisetas a sus efectivos. Muchos de ellos se ponían esas mismas camisetas en sus horas de asueto, ahora bien a la vista y combinadas con los pantalones del uniforme militar. Marcial pero desenfadada, resultaba una combinación ganadora.

Suele señalarse a Brando, y también a James Dean, como pioneros de la tendencia en Hollywood. Pero es justo recordar que, ya en 1945, Gene Kelly aparecía en camiseta en Levando anclas, uno de sus grandes éxitos, donde interpretaba a un marinero. La prenda era blanca en una escena en la que la vestía como ropa interior, acompañada de calzoncillos de algodón tipo bóxer, y tenía rayas celestes en el momento más recordado de la película, cuando el actor y bailarín desempeñaba un número musical junto al ratón Jerry.

Gene Kelly, Tom y Jerry en 'Levando anclas' (1945).EVERETT COLLECTION / EVERETT COLLECTION /CORDON PRESS

En la pantalla, Kelly seguía la estrategia de utilizar las prendas más informales que la decencia permitía –sudaderas, pantalones caqui, gorras o zapatillas de lona perfectamente válidas en tiempos actuales– para diferenciarse de las estrellas de la generación anterior, en especial del impecablemente trajeado Fred Astaire.

Durante los años cincuenta, Brando abrió la veda: no solo con Un tranvía llamado deseo(Elia Kazan, 1951), sino también con Salvaje(László Benedek, 1953), donde hacía honor al título por su look de ángel del infierno que combinaba vaqueros, cazadora perfecto de cuero negro, visera ladeada y, de nuevo, sucinta camiseta. Dos años después, James Dean asentó la tendencia en Rebelde sin causa: resulta sintomático que, en las primeras escenas de la película, su personaje apareciera con americana, camisa y corbata –que era como cualquier joven de clase media vestía por aquellos tiempos–, y solo cuando optaba por asumir conscientemente su rebeldía cambiaba a superposición de camiseta blanca y cazadora roja. El mismo efecto puede apreciarse en una célebre foto –obra de Eve Arnold– que muestra a Paul Newman en el Actor’s Studio en 1955, con camiseta blanca, pantalones oscuros y mocasines, que destaca como un faro en un mar de chaquetas de tweed.

James Dean y Nicolas Ray en el rodaje de 'Rebelde sin causa'.UNITED ARCHIVES / KPA PUBLICITY VIA WWW.IMAGO-IMAGES.DE (IMAGO IMAGES / UNITED ARCHIVES / CORDON PRESS)

Otros sex symbols tomarían después el relevo, de Steve McQueen a Alain Delon (que, en Rocco y sus hermanos, de Visconti, tenía la coartada de que su personaje fuera un boxeador). Para los años sesenta, la camiseta blanca se había popularizado como prenda informal en vacaciones, incursiones deportivas y ocio en general, como demuestra que John F. Kennedy –interesado en promocionarse como un presidente atlético y deportista– se dejara fotografiar de esa guisa. En las dos décadas siguientes, la juventud contestataria de ambos sexos adoptó la camiseta –ocasionalmente con lemas o consignas políticas impresas– para diferenciarse de sectores más conformistas que se mantenían fieles a las camisas o, como mucho, evolucionaban hacia al polo de piqué con cuello camisero originario del 

Alain Delon en 'Rocco y sus hermanos' (1961).NANA PRODUCTIONS/SIPA (NANA PRODUCTIONS/SIPA / CORDON PRESS)

En cambio, en los ochenta, con la proliferación de prendas oscuras o de colorido explosivo, y la adopción de mallas, cadenas, imperdibles y demás fanfarria heredada de las subculturas rock y punk, la simple camiseta blanca transmitía una sobriedad tranquilizadora. José María Cano, del grupo Mecano, ejemplificaba sin desvíos esta opción estética con su uniforme consistente en pantalones vaqueros, camiseta blanca básica y chupa de cuero, en una palmaria domesticación del Brando de Salvaje. Por su parte, los protagonistas de la serie Corrupción en Miami daban otro salto cualitativo estilístico al popularizar una asociación antes impensable, la de la camiseta y el traje, que en su día despertó tanto furor como hostilidad.

Don Johnson, el hombre que se atrevió a mezclar camiseta blanca y americana en 'Corrupción en Miami'.PHOTO: MPTV.NET

Desde los noventa, entre los jóvenes acomodados –o con pretensiones de parecerlo, con series como Sensación de vivir como referentes–, la camiseta blanca ha asomado por debajo de camisas holgadas que podían lucir algún monograma del estilo de Ralph Lauren. Pero también se ha mantenido como parte del repertorio masculino más minimalista, con adeptos de la talla de Bruce Willis o Brad Pitt. En los últimos tiempos, los estilistas de serie The Bear han aprovechado el poder icónico de la camiseta blanca al vestir a su actor principal, Jeremy Allen White, casi exclusivamente con ella durante la primera temporada. En respuesta a las elucubraciones surgidas al respecto, la responsable de vestuario Cristina Spiridakis confirmó que para Carmy Berzatto –el personaje de Allen White– había optado por la marca alemana Merz b. Schwanen, cuyo catálogo ofrece distintos tipos de cuellos –incluidos los abiertos con botones de nácar, reminiscentes de las prendas interiores que aún se llevaban a principios del siglo pasado–, colores, grosores y largos de manga, y que destacan por su elevada calidad y sus precios en consonancia.

Jeremy Allen White en la cocina y con su camiseta blanca.


La camiseta blanca ha demostrado su capacidad para adaptarse a los tiempos variando mínimamente su configuración. Sigue resultando una opción imbatible combinada con vaqueros o chinos –ambos, también, inventos de finales del siglo XIX que han saltado de unos modestos orígenes a convertirse en estándares que unen todas las clases sociales–, así como con bermudas o pantalones más formales, dotados de pinzas o incluso de raya. Vestirla con el bajo por fuera o por dentro el pantalón es cuestión de ocasiones y de preferencias personales. Mucho se ha escrito sobre el largo ideal del cuerpo, que no debe ser excesivo, con el fin de estilizar las piernas y evitar arrugas a la altura de abdomen o cintura. En cuanto a la manga, idealmente debería recorrer entre la mitad y tres cuartos del camino que separa el hombro del codo. En las últimas temporadas parecen imponerse medidas que superan con holgura el límite de esta última articulación, como en otros momentos ha regido la manga extracorta. Sin embargo, todo seguimiento excesivo de las modas juega en contra de la naturaleza icónica y atemporal de la prenda.

Siguiendo con las modas, otro uso que ha irrumpido con fuerza en tiempos recientes es el empleo de los bóxers masculinos holgados de algodón como prenda exterior, tanto para hombres como para mujeres. De confirmarse la tendencia en las próximas temporadas, estaríamos ante la repetición de una historia conocida: quizá muy pronto los calzoncillos se conviertan en la nueva camiseta blanca.


EL PAÍS 

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