“Bite of Scorpion”, de Nina Tokhtaman Valetova, Wikiart |
Moshe Sakal EL AUTOR QUE ATROPELLÓ A SU CRÍTICO
Moshe Sakal / L’écrivain qui a percuté son critique littéraire
Primero oyó un golpe sordo. Luego sintió un golpe sordo y el manillar se le hundió en las costillas. Sabía que había atropellado a alguien: un peatón de piel clara y pelo ligeramente rizado. Pero no tenía ni la menor idea de que la persona a la que había atropellado era un crítico literario. Había tenido la oportunidad de atropellar a todo tipo de personas con su bicicleta eléctrica en las aceras de Tel Aviv, pero nunca a un crítico literario.
Al día siguiente, en uno de los sitios de noticias en línea se leía: “Un autor de una bicicleta eléctrica, atacó a un crítico literario que había criticado duramente su libro”. Al leer este titular, sintió que el manillar se le clavaba de nuevo en las costillas, como si él, Elam Halbertal, fuera el responsable de ese error de puntuación.
Cuando el crítico se levantó de la acera, ya podía imaginarse la burla. Su orgullo herido era mucho más doloroso que sus heridas físicas, que se reducían a unos cuantos moretones, un ojo hinchado y un diente partido. A ello se sumaba un dolor sordo en los testículos, que se fue agravando a lo largo de la velada.
“Sobrevivió por los pelos”, bromeaban en las redes sociales, y entonces se abrieron las compuertas. ¡Qué no dijeron! Primero citaron la reseña de la víctima del último libro del perpetrador, en el que encontraron bastantes señales proféticas. El libro de Elam Halbertal se titulaba Sumisión (se había publicado días antes de que Sumisión, de Michel Houellebecq, saliera en Francia, el día del ataque a Charlie Hebdo), y la reseña hablaba de la sumisión de Halbertal a su propia personalidad. “Expresa un verdadero desprecio”, escribió el crítico, “por los autores que escriben sobre su vida privada, que convierten los materiales de la vida en materiales de escritura. Ése es el poder de su escritura, aunque también la fuente de su debilidad”.
Las redes sociales también se indignaron porque el agresor era nieto asquenazí de supervivientes del Holocausto, mientras que la víctima pertenecía a una familia marroquí (su abuelo había sido consejero cercano, confidente y escritor de cartas personales del rey de Marruecos). Además, cuando el crítico fue atropellado se dirigía a comer humus con su novio. El portavoz de la policía pronto anunció que estaban "investigando cargos por delito de odio". Las cosas se pusieron aún más peliagudas cuando alguien desenterró una publicación de Facebook de solo unos meses antes, en la que el autor había clasificado diferentes especies de críticos literarios. Entre otros, había identificado al "crítico traidor", al "crítico nefasto", al "crítico inocente", al "crítico adulador", al "crítico líder" y, por último, pero no por ello menos importante, al "crítico escorpión". Además, había insinuado que su futura víctima era un espécimen de este último género: "El crítico escorpión realmente disfruta mucho de su libro y proporciona numerosos ejemplos para demostrarlo. Sin embargo, su crítica está impregnada de un tono tóxico y mordaz. No puede evitarlo: está en su naturaleza”.
Al día siguiente, las cosas se complicaron aún más. La policía confiscó el ordenador del autor, donde encontró un trabajo en proceso titulado “El autor que atropelló a su crítico”. Cuando se le interrogó, invocó la imaginación y el deber del escritor de utilizar metáforas e hipérboles, y ofreció pruebas de su inocencia haciendo referencia a la propia crítica de la víctima, en la que había escrito –tan claro como el agua– que “Halbertal siente un verdadero desprecio por los autores que escriben sobre su vida privada, que convierten el material de la vida en material para escribir. Ése es el poder de su escritura, aunque también la fuente de su debilidad”. De ese modo, el autor demostró sin lugar a dudas, y basándose en las propias palabras de la víctima, que no sólo no podía haber planeado o predicho el desafortunado incidente, sino todo lo contrario: siempre, por principio, había evitado escribir sobre su vida privada, tanto pasada como –definitivamente– futura.
El dolor testicular del crítico literario siguió empeorando durante la noche y, por la mañana, el escroto estaba tan hinchado que tuvo que acudir a una uróloga. La uróloga, una inmigrante francesa reciente, llevaba una cadena de oro con un colgante de la estrella de David colgando entre sus pechos. Le indicó al paciente que se tumbara en la mesa de reconocimiento y se bajara los pantalones y la ropa interior. Luego, con los ojos cerrados, le palpó los testículos, sumida en sus pensamientos. Le dijo que se diera la vuelta y se pusiera de lado, mojó el pulgar en un gran frasco de vaselina y procedió a abrirle el trasero y a hurgar. ¡Qué no encontró allí! Colinas y valles, todo lo que el crítico ocultaba a sus lectores, sus secretos más profundos.
—Todo está bien —proclamó finalmente, y sacó el pulgar. Pero cuando el crítico literario se incorporó y empezó a vestirse, se quedó atónita al ver un pequeño escorpión negro que salía de entre sus nalgas y se dirigía con paso lento a través de la mesa hacia la ventana abierta. Porque eran los primeros días de primavera, cuando un brillante perfume de flores frescas invade las fosas nasales y uno siente una gran necesidad de aliviar la pasión que arde en sus entrañas.
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