domingo, 26 de noviembre de 2023

Kurt Cobain / Cómo un cárdigan sucio de segunda mano se convirtió en el objeto de deseo de los noventa

 


Kurt Cobain: cómo un cárdigan sucio de segunda mano se convirtió en el objeto de deseo de los noventa

La chaqueta de punto que llevó Kurt Cobain para grabar el Unplugged de MTV ha tenido varias vidas, de prenda de caballero para el fin de semana a objeto de inversión capitalista

Los noventa, o lo que entendemos por los noventa, han vuelto tantas veces que cualquier adolescente con una cuenta en Vinted o Depop y acceso a Instagram puede hacer una lista de prendas icónicas de la cultura pop en esa década. Estaría ahí la sudadera de Virgin Airlines que se puso Diana Spencer un día para salir del gimnasio, el minitraje de cuadros de Alicia Silverstone en Fuera de onda, el combo falda metálica + jersey de angora tamaño bebé que llevaron todas las supermodelos en la época gloriosa de Versace, el vestido de novia de Jennifer Aniston en el piloto de Friends, la ropa interior Tommy Hilfiger que llevaba Aaliyah y las rebequitas modosas en colores bebé que se ponían las actrices hasta en los estrenos encima de sus tirantes espagueti.

Entre todas esas prendas estaría también el cárdigan un poco costroso que llevó Kurt Cobain cuando grabó el Unplugged de MTV. La pieza original es ahora propiedad de un comprador anónimo que se hizo con ella en una subasta en 2019 por más de 330.000 dólares en una subasta en la casa Julian’s de Nueva York. Era la segunda vez que salía a la venta la chaqueta, descrita en el catálogo como “una mezcla de acrílico, moaré y licra, con cinco botones (uno ausente), una quemadura de cigarrillo y una mancha de origen desconocido en el bolsillo delantero”. Cuatro años antes la había adquirido, también en Julian’s, el dueño de un equipo de coches de carreras y fan de Nirvana, que en su momento aseguró que no lo había por inversión sino por devoción genuina, y que la chaqueta ocupaba “un lugar especial en su corazón”. Tras unos años guardándola en una caja fuerte en su casa de Pensilvania y seguramente tras sondear el creciente mercado de la memorabilia asociada al rock, decidió volver a ponerla en venta y, con lo que consiguió, se compró en la misma subasta una guitarra de Cobain.

Si acabó en una subasta es porque su anterior propietaria, Jackie Farry, la puso en venta cuando lo necesitó. Farry había sido la niñera de Frances Bean Cobain y, en los días posteriores al suicidio del cantante de Nirvana, fue una de las muchas personas que pasaron por la casa para consolar a Courtney Love. En medio de la confusión, la cantante de Hole se dedicaba a sacar cosas de los armarios y dar a los amigos algún recuerdo. A ella le tocó esa pieza que ya entonces era especial. Además de en el concierto de la MTV, Cobain la había llevado mucho en sus últimos meses de vida. La utilizaba como una especie de manta de seguridad. Farry siempre había pensado que conservaría el cárdigan toda la vida y después se lo cedería a Frances Bean en su testamento, pero Farry pasó más de once años con un cáncer recurrente y sin la cobertura médica adecuada y finalmente no le quedó otra que vender lo más valioso que tenía en casa. Antes lo consultó con la propia Frances Bean y con Courtney Love quienes, según dice, le dieron su bendición y le aseguraron que el propio Cobain lo hubiera entendido. Con el dinero que consiguió la chaqueta, mucho más del esperado, soñó con hacerse una piscina, pero finalmente se lo gastó todo en el alquiler y las facturas del oncólogo, dijo.

Kurt Cobain durante una entrevista en el Roppongi Prince Hotel de Tokyo, Japón, en 1992. FOTO: KOH HASEBE/SHINKO MUSIC/GETTY IMAGES

Esa chaqueta, que ha acabado teniendo el precio de mercado de una casa mediana en algunas ciudades, probablemente se adquirió por uno o dos dólares en una de las muchas tiendas de ropa de segunda mano que había en Seattle en los noventa. Es de la marca Manhattan Industries y, según la historiadora de la moda Kimberly Chrisman-Campbell, consultada por Rolling Stone, seguramente se confeccionó en la primera mitad de los sesenta. La etiqueta lleva un logo figurativo con un barquito y un esquiador, como para dejar claro que esa era una prenda para el ocio del hombre acomodado, lo que se ponían los trabajadores de cuello blanco los fines de semana los padres de familia que entre semana llevaban traje de franela gris. A partir de 1968, la chaqueta de punto masculina quedó asociada en la imaginación estadounidense con Mr. Rogers, el presentador del programa infantil al que interpretó Tom Hanks en un biopic, que en cada programa se ponía su cárdigan (a veces, con los botones mal, para enseñar a los niños que todo el mundo se equivoca), siempre tejido por su madre. Con esa asociación, se terminó de sellar la idea de la chaqueta de punto como una prenda amable, la encarnación misma del hygge y de lo cozy.

La idea que tenían los grunges primigenios de la moda tenía mucho de irónico –camisetas con logos comerciales de marcas comerciales llevadas para expresar rechazo al consumismo; vestidos cortos con escotes reinterpretados dentro del código kinderwhore– pero la adopción del cárdigan masculino parece tener más de homenaje y de decisión práctica (hace frío en Seattle y a veces también en Olympia, Georgia) que de relectura. El cárdigan se llevaba con Converse sucias, camisas de franela, camisetas de grupos, gafas de plástico compradas en el supermercado y cazadoras de los cincuenta y sesenta.

Durante un concierto en Nueva York.

El propio Cobain, que tenía un sentido del estilo muy particular y una belleza física canónica de la que no se suele hablar demasiado cuando se pondera su figura, como si fuera algo incidental y no uno de los factores que explican la entrada de Nirvana en el mainstream, contribuyó a cambiar la idea que se tenía de la antimoda grunge. Si en sus orígenes estaba más influida por la escena punk rock e incluía elementos más duros como las chupas de cuero, Cobain, que se puso vestidos antes que Harry Styles y Bad Bunny, movió ese estilo hacia parámetros más andróginos. En ese uniforme de líneas suaves, en ese desaliño más o menos calculado, entraba muy bien el cárdigan de moaré o de angora, tejidos suaves al tacto que tienen mucho pasado en el armario masculino pero conservan vestigios de la ropa de mujer.

Las prendas de punto de los sesenta, como los vestidos acrílicos de flores, se encontraban con facilidad en las tiendas de segunda mano en los noventa. Después, cuando los medios empezaron a ocuparse de esa escena tan local y pequeña, sucedió que algunas prendas muy regionales, como los gorretes de lana, las camisas de franela Pendleton, que llevan en esa zona los leñadores y los trabajadores que pasan tiempo a la intemperie, así como las botas de montaña y la ropa interior térmica se trasladaron a otros climas. Tenía cierta gracia ver a los jóvenes de Los Ángeles (o de Madrid) vestidos como para cortar leña en el estado de Washington. Ya en 1992, apareció la primera mención al “grunge” en Women’s Wear Daily, la revista de la industria de la moda, junto con la palabra “rave” y “hip hop”, usadas para describir los tres estilos de la gente de menos de 21. Ese mismo año, Grace Coddington y Steven Meisel hicieron un editorial para Vogue codificando el Grunge como “camisas de franela, camisetas de grupos hechas polvo, botas y gorras de béisbol”. Naomi Campbell y Kristen McMenamy posaron con faldas escocesas, Doc Martens y, sin mucha sutileza, camisetas de Nirvana llevadas encima de  camisetas interiores de manga larga. También en 1992 Marc Jacobs firmó su famosa colección grunge para Perry Ellis, que le consiguó a la vez un despido y un lugar en la historia de la moda. A partir de ahí, otros diseñadores como Anna Sui, Calvin Klein y hasta Giorgio Armani vampirizaron el estilo de esa subcultura para venderla mucho más cara en sus tiendas.

En la colección de Marc Jacobs para Perry Ellis no había, en realidad, cárdigans oversize, sino chaquetillas minúsculas de punto, como de niña, que Helena Christensen, Christy Turnlington y Kate Moss llevaron sobre la pasarela con vestidos lenceros de cuadros, un estilismo que ya ha tenido como tres vidas posteriores en las perchas de Inditex. Quién sabe si a Jacobs le inteteresaban más esos volúmenes (en el grunge todo era o muy pequeño o muy grande) o porque las chaquetas de punto una o dos tallas por encima no estaban en su radar. De hecho, Jacobs admitió sin mucho problema que nunca había estado en Seattle.

El cárdigan de Kurt Cobain entraría en la memoria de la cultura pop un año más tarde, en noviembre de 1993, cuando se grabó el Unplugged en Nueva York. Para ese concierto grabado, que introdujo a las entonces estratosféricas audiencias de la MTV a una versión acústica de la banda más ruidosa del planeta, Cobain hipnotizó a las cámaras con una versión canónica del uniforme grunge: camiseta de Frightwig, Convese no muy limpias, vaqueros y una chaqueta verde sapo con cinco botones, uno de ellos pedido para siempre, y una quemadura de cigarrillo.

EL PAÍS



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