domingo, 30 de julio de 2023

Virgilio Piñera / Un pacto con el diablo



Virgilio Piñera
Un pacto con el diablo

Dejé de verla cosa de un año; en esa ocasión pensé que le quedaba muy poco tiempo de vida, tenía unos setenta que parecían cien, las torturas de amor senil y fracasado la habían deshecho materialmente.

Una tarde me sentí llamado, llamado desde un auto. Antes de verla reconocí su voz. Era ella, pero transformada. Me invitó a dar una vuelta. A mi lado estaba una mujer de unos treinta años, como se dice, llena de vida.

—¿Qué te parezco? —me preguntó—. Sé que estás asombrado y más que eso, pero soy la misma, sólo que…

Y se calló.

—Habla, le dije sin disimular mi impaciencia.

Se rió, con esa risa que tenía de joven. Esto me estremeció más que su resurrección (esta es la palabra).

—Bueno, dijo al cabo, es difícil de entender…

—Yo lo entiendo todo y más que todo.

—Si es así, te lo contaré. Y te lo contaré porque sé que me vas a creer. Cuando lo he contado a otras personas, se me ríen en la cara, y, aunque hasta terror les causa mi…

—Dilo, tu resurrección.

—Eso es, mi resurrección. Con todo se ríen, pues su capacidad de creer está en razón inversa de su crasa estupidez. Pues te diré que hice un pacto con el diablo. ¿Me crees?

—Totalmente, le respondí. Dame detalles.

—Pues hijo, viéndome en el albur de arranque, habiéndole pedido a Dios que me restituyera la juventud para que Carlos me correspondiera, cansada, vejada, me decidí a hablar con ese señor que le dicen de las tinieblas…

—¿Dónde fue el encuentro?

—En un bar. Él estaba sentado a mi lado cuando me oyó decir: “Se lo tengo que pedir al diablo… Volvióse hacia mí y con extremada cortesía me dijo: Pues ya me lo está pidiendo”. No era un piropo, pues imagínate, a mis años y desflecada totalmente, nadie perdería su tiempo poniendo sus ojos en mí. Entonces le pregunté: ¿De veras que usted es el diablo? —En persona, me respondió. ¿Qué desea? Pues deseo tener treinta años y que Carlos me ame…

—Vuelva a su casa y mañana cuando despierte tendrá esos treinta años que desea y el amor de su Carlos.

—¿Y cuál es el precio?

—Pasado un año vendrá a este mismo bar, a esta misma hora (son las tres de la madrugada), se sentará en la banqueta en que ahora está sentada y me dirá: Deseo tener setenta años y deseo sin esperanza que Carlos me ame.

—¿Y qué más? ¿Todo se ha cumplido?

—Bueno, falta la cita con el diablo. Ya me ves renovada, rejuvenecida. Carlos me ama con locura, pero tengo que volver a ese maldito bar. Precisamente ahora me dirijo allá.

—¿Hoy se cumple el año?

— Hoy. E iré y voy, porque nadie, que yo sepa, escapa del diablo. ¿Vienes conmigo?

—Vamos allá.

Entramos al bar. Ella se sentó, según dijo, en el mismo sitio. Yo, un tanto más alejado y como si no nos conocieramos. A su lado estaba, efectivamente, el diablo.

Entonces escuché lo que sigue:

—¿Qué desea?

—Tener setenta años.

En ese momento se oyeron gritos de espanto, las luces se apagaron, el techo del bar se desplomó sobre nuestras cabezas y el incendio estalló con inusitada violencia.

Cuando todo volvió a la calma, cuando escombrearon el lugar, cuando a unos muertos y otros vivos (entre ellos me conté) nos sacaron de allí, mi amiga no apareció ni muerta ni viva, ni un pedazo de su magnífico vestido de brocado, ni una de sus joyas fabulosas, ni el tacón de uno de sus zapatos de raso, nada, absolutamente nada; en cambio, el diablo apareció entre los muertos con una horrenda herida en el pecho. Había muerto para siempre jamás. Espero que uno de estos días ella me llame por teléfono.




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