Sergio Ramírez
Ernesto Cardenal
El poeta utilizaba los elementos del mundo exterior para trasegarlos hacia la intimidad.
El Tiempo, 14 de enero de 2015
Ernesto Cardenal cumple noventa años en este mes de enero. La naturaleza narrativa de su poesía, que la acerca a las fronteras de la prosa y no pocas veces traspasa esas fronteras, es lo que se ha dado en llamar exteriorismo, un término que puede prestarse a confusiones, pues parecería negar la dimensión íntima que esta poesía tiene.
Lo que Ernesto hace es utilizar los elementos del mundo exterior, ese que creemos visible y palpable, para trasegarlos hacia la intimidad y hacer que nos enseñen que aún lo más prosaico posee un misterio.
Desde entonces se encamina ya hacia la poesía narrativa, y así llegará en 1957 Hora 0, relato de las dictaduras tropicales de Centroamérica. Y desde ese registro que se puede ver y tocar, pasará en Gethsemani, Ky, publicado en 1960, a darnos el relato en contrapunto de su vida de novicio trapense en Kentucky. Luego vendrán sus Epigramas, publicados en 1961.
Abandonó el monasterio trapense, pero continuó sus estudios sacerdotales y fue ordenado en 1965 en Colombia, cuando fundó la comunidad cristiana de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua.
De este tiempo son los Salmos, escritos en el tono admonitorio de los del Antiguo Testamento, pero llevando los suyos a los asuntos de la vida moderna: la opresión, los sistemas totalitarios, el genocidio, los campos de concentración, las amenazas del cataclismo nuclear.
La muerte, en 1962, de Marilyn Monroe inspiró su elegía, que cuenta la vida de la muchacha que, como toda empleadita de tienda, soñó ser estrella de cine, y abre una profunda reflexión sobre la fabricación de los ídolos del espectáculo a costa de los propios seres humanos elevados a los altares de la fama.
Luego vendría, en 1966, El estrecho dudoso. Apegándose a la letra de las crónicas de Indias, y a la vez iluminándolas, revive episodios de la conquista fijados alrededor de la obsesión por el estrecho dudoso, el paso hacia la mar del Sur buscado tan afanosamente desde entonces, asunto que ha tenido tanto que ver con la historia de Nicaragua, donde la ambición por el canal interoceánico sigue causando estragos.
Al sobrevenir el triunfo de la revolución, en 1979 fue nombrado Ministro de Cultura y entró en conflicto con el Vaticano, que exigía su renuncia. Cuando el papa Juan Pablo II visitó Nicaragua, en 1983, se hizo célebre la fotografía del momento en que, con el dedo alzado en señal de admonición, el pontífice reprende a Ernesto.
Permaneció en ese cargo hasta 1987, cuando renunció, en medio de amargos conflictos con Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo. En La revolución perdida, que apareció en el 2004, puede leerse su juicio, que es también profético por implacable, sobre quienes malversaron aquel proceso en el que él se comprometió a fondo, desde su fe y desde sus convicciones espirituales.
En adelante, su escritura comenzará a dar el vuelco trascendental que lo lleva hasta el Cántico cósmico, de 1989. Su comunicación mística con la divinidad se convierte en una relación de pleno erotismo, el alma que se acopla con su creador en el más exaltado de los gozos, tal como San Juan de la Cruz y Santa Teresa.
En esta visión, donde todo se funde y se condensa, junto a la mística como íntima vivencia personal del poeta entra la exploración científica de los cielos.
Un gran final de fiesta, que funde los misterios de la creación y los de la existencia, el cosmos y el microcosmos, y va de los agujeros negros a la célula, de las galaxias perdidas a los protones, y la mirada mística busca en el Creador la explicación de todas las cosas, amor, muerte, poder, locura, pasado y futuro, formas todas de la eternidad.
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