lunes, 25 de septiembre de 2006

Rosa Montero / Las irritantes manías conyugales

Matrimonio, 1958
Rufino Tamayo


Las irritantes manías conyugales



ROSA MONTERO
24 SEP 2006



Sostiene la sabiduría popular (que a veces es muy sabia y a veces tontísima) que las personas que viven solas se llenan de manías, de tics, de pequeñas rutinas e intolerancias. Pues sí, puede que sea así. Pero yo más bien creo que todos los humanos nos vamos petrificando en nuestras neuras, que nos vamos haciendo más y más picajosos a medida que envejecemos, independientemente de si estamos solos o acompañados. Y aún diría más: tengo la sensación de que las parejas corren más riesgos de adquirir comportamientos maniáticos que aquellos individuos que viven solos. La convivencia es un criadero de chifladuras.
Me refiero, claro está, a la inexorable aparición de las rutinas conyugales, esas raras costumbres que cada pareja va desarrollando a su modo y manera. Lo habitual es que los tics se solidifiquen con el tiempo, de manera que suele haber más manías cuanto más larga sea la convivencia. Por ejemplo, muchas parejas viven instaladas en el relato a dos. No se dan ni cuenta de lo que hacen, pero son incapaces de dejarle contar al otro ni una sola anécdota sin meter baza en ella. Y así, uno de ellos dice, por ejemplo: "Una vez me robaron en casa, cuando vivía en París", y el otro añade inmediatamente: "Era estudiante y tenía una beca en la Sorbona". El primero prosigue: "Vivía en una buhardilla pequeñísima, la típica chambre de bonne debajo del tejado, y un día llego y voy a abrir la puerta y de repente…", momento en el que el otro puntualiza: "Había subido andando porque no había ascensor". El narrador original, sin mirar a su pareja, continúa impertérrito: "El ladrón sin duda había oído mis pasos en la escalera porque…". Y así sigue la cosa, en sonido estereofónico, hasta el final del relato. Da lo mismo que la anécdota sólo la haya vivido uno de ellos, porque el hecho es que, a fuerza de oírsela contar, el otro la ha hecho suya, e incluso cree que la sabe mejor, de ahí que corrija y añada detalles.

Hablando de repeticiones, lo de haberle escuchado al otro dos mil veces la misma cosa es una de las fuentes de mayor desasosiego conyugal. Todos solemos tener un pequeño puñado de recuerdos o de reflexiones repetitivas que, a poco que se descuide nuestra pareja, zas, se las volvemos a soltar como si no se las hubiéramos endilgado antes. Uno de mis ex, por ejemplo, cada vez que íbamos en coche al pueblo de su infancia (y fuimos muchas veces durante los años que duró nuestra relación), señalaba los fragmentos de la vieja carretera que quedaban todavía visibles a ambos lados de la nueva cinta de asfalto y siempre repetía: "Mira, mira, ese era el dibujo de la antigua carretera, ahora está toda rectificada, pero antes no sabes las vueltas que daba". Creo que esta pequeña información la escuché unas cien veces. Y seguro que yo también le aburrí con frases recurrentes, sólo que no sé cuáles. Uno nunca es consciente de sus partes pelmazas.
Por no hablar, claro, de las manías conyugales más exasperantes, a saber, esas pequeñas rutinas del otro que al principio de la convivencia no advertimos (o que incluso, horror, nos hacen gracia), y que al cabo de unos años despiertan en nosotros ansias asesinas. Por ejemplo: ese pequeño y periódico carraspeo que hace tu pareja, un ruidito casi inaudible que verdaderamente no tiene ninguna importancia, pero que te saca de quicio. O que se moje el dedo para pasar las páginas del diario. ¡Que masque chicle abriendo la boca! (da igual que sólo coma un chicle al año y que sólo abra la boca una de cada cinco masticadas, de todas maneras lo matarías). Que apriete metódica y meticulosamente el tubo de la pasta dentífrica de abajo hacia arriba, doblando con todo cuidado la parte vacía (¡será maniático y estrecho y aburrido!). O que apriete el tubo dentífrico por cualquier lado y de mala manera, retorciendo el envase y dificultando el uso (¡será desordenado y desastroso y egoísta!).
Las fobias conyugales, lo que nos irrita del otro, puede llegar a ser verdaderamente descabellado por nuestra parte. Por ejemplo, nos puede poner de los nervios la manera en que revuelve su café por las mañanas y el ruidito que hace la cuchara. ¿Y luego dicen que vivir solo te convierte en un maniático? Vamos, hombre: para manías atrabiliarias, las de la vida a dos. En eso consiste el verdadero amor: en detestar al otro por tantas pequeñas cosas y a pesar de todo insistir en quererlo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 24 de septiembre de 2006

lunes, 18 de septiembre de 2006

Philip K. Dick / El vigilante vigilado


El vigilante vigilado

Justo Navarro
18 de septiembre de 2006


El estreno de A scanner darkly devuelve a las pantallas la imaginería de Philip K. Dick, uno de los más renombrados escritores de ciencia-ficción. El autor de Blade Runner ha producido personajes memorables, sometidos a los contradictorios rigores de la ley, las drogas y la paranoia. La película, que se estrenará en España el 20 de octubre, recrea a los personajes en forma de cómic, figuras de Hollywood como Wynona Ryder, Keanu Reeves, Robert Downey Jr. y Woody Harrelson.

Hemos ido de los replicantes de Blade Runner a los infiltrados de A scanner darkly, de los años ochenta del siglo pasado a estos días, dos novelas de Philip K. Dick (1928-1982); dos películas, la del inglés Ridley Scott y la del americano Richard Linklater, de las imágenes de la realidad a los dibujos animados electrónicos. A scanner darkly, de 1977, se llama en español Una mirada a la oscuridad, traducción de César Terrón para Acervo, o de Estela Gutiérrez para Minotauro. Trata de drogas, drogados, traficantes y policías en Los Ángeles. La droga es una mala experiencia, decía Philip K. Dick, que vivió drogado antes de contarlo fidedignamente en una novela de ficción científica.


La droga de A scanner darkly es la sustancia "d", o "m", de death, muerte. Las autoridades encarcelan o matan a todo el que la venda o la tome. Un policía secreta, Fred, compra y consume la sustancia para convivir entre toxicómanos a los que tiene que capturar. Fred es Bob Arctor en el mundo de los drogados, Keanu Reeves filmado y convertido después en dibujo, líneas y manchas de colores. Fred es un verdadero policía, pero Bob es un drogadicto de verdad, medio novio de una traficante drogada. Fred, como policía, debe informar sobre el drogado Bob Arctor, es decir, sobre sí mismo. Si no informara, la policía lo identificaría con el agente Fred, ultrasecreto, en Los Ángeles, donde las bandas dedicadas a la droga quizá controlen los aparatos represivos. Los policías sólo se presentan ante la policía envueltos en membranas computerizadas que los convierten en masas difusas, irreconocibles para los suyos.
Las paradojas de Philip K. Dick son de un humor horripilante. Bob resulta el más sospechoso de los sospechosos: maneja dinero que nadie sabe de dónde sale, porque es el sueldo del policía Fred. Va y viene misteriosamente (a la comisaría). A Fred se le encomienda la misión de seguirlo. La casa de Bob, o de Fred, es vigilada con holocámaras y micrófonos. Para soportar la tensión, el policía Fred tiene que aumentar la dosis de pastillas, y lo que más teme un agente secreto antiadictos es volverse un adicto, según el cliché del policía que adquiere todas las taras de sus perseguidos para perseguirlos mejor. El policía Fred sabrá qué hacen las 24 horas del día los que viven en su casa, tres amigos intoxicados, incluido él mismo. "Observaré a mi propio yo", dice Fred, que examina cientos de cintas para ver lo que Bob ha hecho, con encargo específico de detenerlo cuanto antes. Así descubre que habita una casa en ruinas, llena de la mugre propia de los drogadictos.
Los agentes secretos tienen que drogarse para cumplir con su deber. Fred, analizado por los inspectores médicos, teme ser relevado de sus misiones: se le está disgregando el cerebro. Quieren separarlo de Bob Arctor. El trabajo es insoportable, pero, si lo deja, otro recibirá el encargo de seguir a Bob, le tenderá trampas, le meterá droga en la casa. Bob no será ya un sospechoso, sino un blanco para los francotiradores del FBI. Philip K. Dick pasó la vida alucinado, aterrorizado, real o supuestamente perseguido por el FBI, la CIA, Hacienda, el KGB, sus mujeres sucesivas. Vivía desdoblado químicamente, entre los estimulantes y los tranquilizantes. Sus policías son tan invasores que en Minority Report, de Steven Spielberg, sobre un cuento de Dick, detienen a los que pecan de intención o de pensamiento. Dick era católico, duplicado en permanentes exámenes de conciencia, o desdoblado entre estimulantes y tranquilizantes, en la comunión de la droga, que no une, sino separa.


El agente secreto Fred ya es dos Bob, vigilado por Fred. Perseguido y perseguidor, vigilante y vigilado. Lo vuelvo a leer ahora, más de veinte años después de la primera vez, cuando me entero de que la fábula de Dick se ha convertido en película de dibujos, y me parece más real que en los años ochenta. ¿Quién soy yo? ¿Fred o Bob?, dice el policía, y recuerdo a Paolo Fabbri citando a Pascal: "Esta duplicidad del hombre es tan visible que hay quienes han pensado que teníamos dos almas". Ahora Fred vigila a Bob como si no fuera Fred. Philip K. Dick hablaba de lo falso. El héroe de A scanner darkly es un falso drogadicto que es un verdadero drogadicto y dejará de ser un verdadero policía. Pero también es cierto que el círculo tóxico-policial que fabula Dick parece un homenaje a las células terroristas formadas exclusivamente por agentes del orden que inventaba G. K. Chesterton.

Winona Ryder

Convertir en dibujos electrónicos los movimientos de Keanu Reeves, Winona Ryder y Robert Downey Jr. añade un desdoblamiento más, entre lo real y lo dibujado. La materia de las películas no es ya la realidad física, sino otras películas, los videojuegos, los tebeos, esas ficciones habituales que poco a poco sustituyen a la literatura, a las novelas. La obra maestra del nuevo género ha sido Sin City, del dibujante Frank Miller y Robert Rodríguez, con decorados virtuales y personajes deformados por un blanco y negro de página de cómic, luces y vendas, momificados o heroificados en movimientos terribles.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Lunes, 18 de septiembre de 2006

sábado, 9 de septiembre de 2006

Georg Trakl / Bajando el sendero derruido


Bajando el sendero derruido

Cecilia Dreymüller
9 de septiembre de 2006


La poesía enigmática, marcada por la conciencia de la quiebra del mundo, y el lenguaje deslumbrante del malogrado Georg Trakl se aprecia en su libro póstumo Sebastián en sueños y otros poemas. El de un sucesor directo de Hölderlin y Rimbaud.


La poesía de Georg Trakl cumple la sentencia de Adorno sobre el arte como promesa de felicidad que se rompe. Es imposible, en su caso, abandonarse a la belleza del verso, al que aún invitaba, en la misma época, la poesía de Rilke. En Trakl pesa demasiado la conciencia de quiebra del mundo y una herencia tenebrosa; el horror asoma, con su máscara distorsionada. Trakl "desciende el sendero derruido" y no se permite solaz alguno: la naturaleza permanece muda, el amor es culpable, la religión no consuela: "Este tiempo respira lágrimas más oscuras, / perdición cuando el corazón del que sueña / rebosa de arrebol del crepúsculo,/ de la melancolía de la ciudad humeante; / un áureo frescor orea al caminante / al extranjero, desde el cementerio, / como si un cadáver delicado lo siguiese en la sombra".






SEBASTIAN EN SUEÑOS Y

 OTROS POEMAS

Georg Trakl
Traducción de Jenaro Talens
Galaxia Gutenberg/Círculo
de Lectores. Barcelona, 2006
503 páginas. 21 euros






MÁS INFORMACIÓN



Tras su temprana muerte en

1914 por sobredosis de cocaína, Trakl, cuya vertiginosa trayectoria literaria fue truncada por la Primera Guerra Mundial, dejó preparada para la publicación Sebastian en sueños, que completaría la escasa obra poética, empezada a publicar el año anterior. En este libro la dicción poética se ha depurado a la máxima sencillez; la visión del mundo, en cambio, se ha ensombrecido hasta límites extremos; algunos poemas, como 'Última nota' o 'Silencio', ya anuncian la decisión final. Aunque en el último año de su vida, emancipado de su familia, Trakl fue acogido entre los intelectuales austriacos, la relación incestuosa con su hermana Gretl, que se suicidaría tres años después, no dejó de atormentarle. En 'Septeto de la muerte', 'En la oscuridad' o 'Canción del que ha muerto', los recuerdos de la infancia, del sosiego del jardín nocturno, de las veladas musicales con la hermana, desembocan en deseos de muerte. El Trakl tardío es radicalmente terminal, enigmático y ardientemente inclinado hacia el más allá. Como último reducto de proyección queda la ensoñación: los delirios del alcohol, del opio o de la cocaína, que nutren las visiones del poeta. En los poemas de la última época, reunidos en el presente volumen, la experiencia con las drogas se expresa con evidencia: "Sobre negra nube, tú / cruzas ebrio de opio / el estanque nocturno, // todo el cielo estrellado".
Trakl es sucesor directo de Hölderlin, Baudelaire y Rimbaud: el tono litúrgico que anhela pureza se entrelaza con una prosa impregnada de sensaciones de asco en turbadores cuadros atmosféricos, cuya penetración racional fracasa ante la fuerza sugestiva de la libre asociación. Wittgenstein fue el primero en reconocer el desconcierto que provoca la obra de este poeta malogrado: "No llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra". Hacer justicia a este lenguaje deslumbrante, al ritmo del verso de Trakl, a sus pausas y vacíos, supone una dificultad considerable para el traductor. La labor de Jenaro Talens, probado traductor y estudioso de la obra de Trakl, ha dado aquí óptimos resultados. Su edición bilingüe se desmarca de las versiones publicadas en Hiperión, Visor y Trotta por una espléndida ductilidad y fidelidad.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 9 de septiembre de 2006