Henrietta III Fotografía de Helmut Newton |
Helmut Newton
La elegancia de la perversión
Una exposición muestra la obra de Helmut Newton, el fotógrafo que enseño a mirar el desnudo femenino
ABEL GRAU Madrid 2 NOV 2008
Quizá sea la mirada displicente. O los tendones del cuello. A lo mejor son los pechos henchidos de orgullo o las largas piernas de atleta olímpica que se elevan sobre tacones de aguja. El caso es que la mujer que se alza desnuda en Henrietta III, uno de los retratos más famosos de Helmut Newton, es pura voluptuosidad. "Es extremadamente excitante", confirma el crítico Roman Gubern, catedrático de Comunicación Audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Helmut Newton (Berlín, 1920-Los Ángeles, 2004) está considerado hoy como uno de los mejores retratistas de desnudos femeninos del siglo XX. Y ahí está su serie de Big nudes (Grandes desnudos) para probarlo. "Nadie ha logrado semejante estilización del cuerpo femenino", sostiene Gubern, autor, entre otros, del ensayo La imagen pornográfica y otras perversiones ópticas.
Fotografía de Helmut Newton |
Hoy nadie duda de su calidad, pero cuando su carrera despegó, en los años sesenta del siglo pasado, no todo el mundo estaba preparado para la visión de aquel temperamental alemán nacionalizado australiano que huyó de los nazis siendo un adolescente. En su obra confluyen erotismo (o pornografía, eso va a gustos), fetichismo y voyeurismo. Se trata de una especie de perversión newtoniana, que se puede contemplar hasta el 29 de noviembre en La Fábrica Galería, que expone una veintena de fotografías que marcaron un hito.
Sus mujeres son siempre valkirias esculturales. De un vigor físico apabullante. Distantes y sofisticadas. "Newton busca la carnalidad y se dirige directamente a la libido del espectador". Eso sí, siempre con sutileza. "Había trabajado como fotógrafo de alta costura y llevó la elegancia extrema de la pasarela al desnudo", recuerda el ensayista. "De ahí proviene su imagen de la mujer como algo inalcanzable".
Gran parte del magnetismo de sus composiciones reside en los escenarios. Sus amazonas nórdicas se mueven en un ambiente onírico, en una especie de combinación entre el glamour de James Bond y el desasosiego de una pesadilla de David Lynch.
Como, por ejemplo, en la serie Cyberwomen, con modelos envueltas en una penumbra expresionista o echadas en el suelo pistola en mano ante una presencia masculina anónima. O en Domestic nudes (a la que Newton, jocoso, quiso llamar Amas de casa en bondage), o en Parlour Games y su sadismo implícito...
Quién sabe si toda esa imaginería onírica procedía de sus recuerdos de infancia, en el culturalmente hiperactivo Berlín de entreguerras. "No lo olvides", le dijo una vez a su mujer, June, al hablar de la novela Historia soñada, de Arthur Schnitzler (en la que se basó Eyes wide shut, de Stanley Kubrick), "todo lo que ocurre está en la cabeza". Por eso acertaba de pleno el novelista J. G. Ballard, autor asimismo de la perversa Crash, al emparentar a Newton con el surrealismo, en la línea de Magritte y Delvaux.
Newton siempre forzaba los límites y llevó el desnudo un paso más allá. "Con su obra se aprecia una evolución desde la fotografía de Man Ray o Brassaï, en los años treinta, que es una mirada ligada a la experimentación con la luz y los volúmenes", recuerda Gubern, que asegura que "con Newton hay un salto cualitativo".
Un erotismo, en fin, extremadamente elegante. Newton liberó la fotografía erótica de las mazmorras de lo inmoral, pero no fue sencillo. Su íntima adoración del cuerpo femenino no iba a quedar impune. Corrían los años setenta y las feministas se le echaron al cuello. Que si cosificaba a la mujer, que si era un machista... ¡Pero menudo era Newton! "Odio el buen gusto. Es lo peor que le puede pasar a una persona creativa", sentenciaba.
Fue escéptico como nadie ("la fotografía de otros puede ser arte, pero la mía no lo es"), pero quizá a su pesar logró una obra imperecedera. Ante su objetivo posaron desde Claudia Schiffer y Naomi Campbell a Charlotte Rampling y Elizabeth Taylor.
Aquel adolescente que tuvo que huir del Berlín dominado por los nazis, que luego se nacionalizó australiano y que incluso se alistó en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial logró ascender a la cima de la creación artística. Aunque él siempre recelara de todo eso: "Arte es una palabra sucia en fotografía. Toda esta mierda del arte elevado la está matando".
Conducía su automóvil por Hollywood cuando un infarto le hizo perder el control y estrellarse en un accidente mortal. Dejó un legado duradero. Quizá una de sus mayores contribuciones a la cultura contemporánea haya sido, como indica Gubern, la de "educar la mirada del espectador masculino para apreciar la belleza del desnudo femenino. Se trata de una figura comparable a la de Hitchcock o Dalí".
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