Jan Saudek
o la fotografía como eco del
subconsciente
Ana
Capicúa
19 AGOSTO
2014 20:01
La oscura seducción del mito del
subconsciente. Lo que no somos para poder ser. Aquello que desterramos para no
mostrar, para, ni siquiera, dejar intuir. Todas las posibles interpretaciones
de la realidad que ocultamos a la luz del sol para no ser juzgados, para no
revelar unas debilidades y unos miedos que, por otra parte, siempre nos
perseguirán. Pero es en el terreno onírico donde se mueven libres, sin
etiquetas, y sentimos esa especie de liberación de aceptarnos como somos, de
dejarnos invadir por aquello que pudiera parecer perverso, incluso sórdido.
Allí convivimos con fantasías oscuras que si bien podrían justificar reproches
morales, no tendrían por qué hacernos menos humanos. La sociedad que nos rodea
es una construcción y como tal, edifica su sustento en una tabla de valores
cuyo anverso queda, inmediatamente, sometido a condena, quemado en la plaza
pública. Y es en la represión, en el dolor que subyace de la contención del yo,
donde a veces surge el arte más salvaje, el más profundo, el más mordaz.
Jan Saudek (Praga, 1935)
experimentó, casi desde la más tierna infancia, el frío tacto del miedo. En ese
tiempo, a veces feliz, de toda vida humana, en el que desde la ingenuidad se
explica el mundo y el juego simboliza el todo, Saudek luchaba por sobrevivir en
el campo de concentración de Theresiendstadt junto a su hermano gemelo Kaja. Cuentan que
escapó de milagro de las garras del tenebroso medico alemán Josef Mengele, que
gustaba de experimentar sus siniestros procedimientos con individuos tan
similares. Es difícil imaginar como se acerca la mirada de un niño a una
realidad tan distorsionada, tan mísera, donde los seres queridos desaparecían
de la noche a la mañana y el aura de terror dejaba a su paso una atmósfera
mezquina. Pero también, como, años después, la gran esperanza de recuperación,
la ideología que iba a suponer la desaparición de los problemas sociales, el
comunismo, se hacía con el poder y se convertía en una pesadilla distopica, que
amputaba el placer, y cubría las opiniones disidente con todas las
connotaciones de la palabra herejía. El discurso se hizo único, las imágenes se
hicieron únicas, incluso el arte y la mirada de la sexualidad, estaban sumidas
en un linea oficial que no admitía resquicios para la duda. Es en este contexto
donde se mueve la obra de Saudek, de donde surge ese simbolismo lucido y
transgresor; unas fotografías que quizá son la consecuencia de una rebelión
interna contra todo lo vivido.
Cuenta Saudek que su relación con la
fotografía cambió cuando se encontró el catalogo de la exposición del MoMa The
Family of Man dirigida por Edward Steichen en 1963. Comprendió al verlo el
poder de la fotografía como reflejo del mundo, como definición del hombre que
habita un tiempo y a la vez lo conforma. Se propuso entonces encontrar la
manera de revelar las etapas esenciales del ser humano, sus estadios. Para
ello, de forma contraría a muchos de sus contemporáneos, no fotografía, ni busca,
el llamado momento decisivo que reside, oculto, en la realidad, sino que lo
engendra a través de sus propias composiciones, de sus figuraciones, siguiendo
la tradición del Tableau Vivant. Sus fotografías
empiezan a mezclar así el enaltecimiento de la libertad, la oposición y crítica
a las sociedades totalitarias, de sus
primeras imágenes, con un estudio vital, introspectivo, del individuo. Pero
quizá el momento determinante para la obra de Saudek, se encuentre a principios
de los 70, cuando descubre en su casa un pequeño sótano mohoso, decrépito, que
tenía abandonado y lo convierte en su refugio, en el escenario perfecto para
que cobren vida todas sus creaciones. El mundo exterior se convierte entonces
en un lugar lejano, nebuloso, y es sustituido por un universo onírico que
funciona como caldo de cultivo para desenmascarar los fantasmas que
desasosiegan. Saudek recupera la técnica de colorear las fotografías
manualmente, una costumbre olvidada por un mal consejo materno (su madre lo
había tildado de kitsch y de hortera en el pasado), y empieza a cultivar el
erotismo de una manera descarnada, sin tapujos.
Como era de esperar la fotografía de
Saudek choca frontalmente con los valores de la Checoslovaquia comunista. Los
temas, el enfoque, su alejamiento de cuestiones sociales y políticas, levantan
ampollas entre las corrientes artísticas de la época, incluso, entre la policía
y las altas instancias del Estado, que registran varias veces su vivienda e
interrogan a sus modelos y amigos. Pero su crecimiento fuera de las fronteras
era ya imparable. Había algo único y turbador en sus imágenes, un estilo
propio, una mirada rebosante de fuerza, ese matiz tan difícil de conseguir en
un mundo saturado de expresiones artísticas. Un fuego imposible de apagar.
La sensualidad en Saudek no es
canónica. No hay cuerpos perfectos que subir al olimpo del deseo, hay cuerpos
que a pesar de los defectos, a pesar del sufrimiento y el desgaste emocional de
las contradicciones y las pulsiones reprimidas, siguen conservando el
magnetismo de la vida. Hay miedo, hay lujuria, hay pasión, hay muerte, hay
ambivalencia. Hay conflicto y expresividad. Nos enfrenta a esa intuición humana
de que tras el placer se esconde la desesperación, tras la dulzura, mezquindad,
tras la ingenuidad, violencia, tras el amor, un largo periplo en soledad. Nos
permite confrontarnos con una libertad ajena a los convencionalismos. Con un
subconsciente del que nunca seremos capaces de despojarnos.
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