domingo, 21 de enero de 2007

Zadie Smith / La escritora metafísica


Zadie Smith


ZADIE SMITH

La escritora metafísica

Nació en la Inglaterra de Margaret Thatcher, creció con la de Tony Blair y se convirtió en escritora generacional de moda con su primera novela, 'Dientes blancos'. Hoy, esta lectora empedernida, poco amante de la política y las entrevistas, promociona la tercera, 'Sobre la belleza'.


Juan Cruz
21 de enero de 2007

Con Zadie Smith (Londres, 1975) ocurre como con los grandes futbolistas, o con las estrellas de cine, o con los músicos que tienen sus mismos años: nos olvidamos de que ellos siguen padeciendo -a pesar de sus éxitos rutilantes o de sus fracasos vistosos- la timidez que habita edades así. Y Zadie Smith es tímida, se conduce como una persona tímida y te recibe como suelen hacerlo las personas que aún son más tímidas de lo que su notoriedad deja presumir. Desde hace una década, ella es una promesa firme de la literatura británica. Su primer libro, Dientes blancos (del año 2000), fue lo que ahora se llama "un suceso mundial". La crítica recibió a Zadie, que tenía 25 años, como una mujer de gran poderío narrativo, alguien que iba a pisar más que nadie en las letras en las que irrumpía. Ahora, su otra novela grande, Sobre la belleza (Salamandra, en castellano; RBA, en catalán), aparece en España precedida de una aclamación similar, aunque ya los que la leen y los que la critican son conscientes de que, de la promesa a la realidad, esta mujer de 31 años ha corrido un largo trecho, con extremo aprovechamiento. Ella tuvo que acostumbrarse, cuando tuvo el primer éxito, a bucear en todos los ámbitos, los que la recibían con calor y los que la recibían con reticencia, y soportó preguntas o descripciones de las que ahora abomina.


Así que esta nueva incursión masiva en el mundo de las entrevistas, de los elogios y de los desdenes la toma ya con cierta veteranía, y con un ligero cansancio que se trasluce nada más vernos, cuando nos pone en guardia frente a lo que le disgusta profundamente. Nos recuerda que muchos de sus entrevistadores informan a los lectores de cómo viste, como si la vestimenta de una escritora diera noticia de lo que narra, y también nos hace saber que, si por ella fuera, ya no daría entrevistas, o al menos no tantas; pero, dijo, ella es una profesional y sabe que a sus editores esto les importa mucho…, y a sus libros, también. Lo afirmó todo casi seguido, como si pusiera sus propias cartas sobre la mesa; pero lo expresó en un tono neutro, mirando para otro lado, como hablaría una chica de 31 años que aún no ha vencido la timidez y mira hacia un punto en el que preferiría que no hubiera absolutamente nadie.


Después, cuando ya esas dagas ligeras fueron envainadas en el recuerdo de entrevistador y entrevistada, la charla discurrió con ligereza; ella se siguió estrujando la cara y las manos como si quisiera pertenecer a otro cuerpo, se quitó y se puso unos aretes grandes y dorados, y dejó que sus ojos, enormes, bellísimos, cruzaran la sala en busca de una luz o de una escapada. Tiempo antes había suspendido esta misma conversación española porque su padre había muerto en Londres y debió cancelar su viaje. Y cuando ya se encuentra ante nosotros, sentada, vestida de abrigo, en medio de aquella sala fría de hotel, Zadie Smith es una escritora, una escritora total, transida de literatura, preocupada por ella. Enamorada de escribir. Y alegre. Además de tímida, alegre. Lo dijo.
He leído sus escritos sobre lo que le interesa de los países que visita. ¿Cuál es su impresión sobre España?
Soy totalmente ignorante acerca de España. No tengo opinión alguna sobre este país. Sé de su literatura, pero no tanto.
¿Qué le interesa de un país cuando viaja?
Depende de lo que consideres viajar. Esto no es viajar. Esto es estar metida en un hotel durante un día y volver a casa. No soy una buena europea, pero ahora voy a vivir en Roma durante un año, y supongo que aprenderé algo más sobre los italianos y sobre Italia. Eso es viajar. No siento mayor curiosidad sobre otras culturas que cualquier persona normal. Me interesa la gente, no tanto la cultura.
¿Y sobre su país?
No soy quién para hablar de la vida que hacen los ingleses. No puedo ser la portavoz de mi país. Pero Inglaterra me parece agradable. He estado leyendo un libro enorme sobre su historia, pero me he quedado en el año 1120, en la batalla de Hastings. Me cuesta contestar a preguntas así, mi cerebro no funciona de esta manera.
Dijo usted que a los 14 años ya se puede decir quién va a ser uno. ¿Me puede contar cómo era a los 14 años?
Muy académica, muy nerdy [empollona]. Bailaba mucho, iba continuamente a clases de baile, y tocaba varios instrumentos musicales. Era muy buena estudiante, y supongo que aquella vida era agradable.
Y alrededor, ¿cómo era la vida?
Me resulta difícil describirme a mí misma… Mi padre era mucho mayor que los padres de mis compañeros. Quizá por eso estaba interesada en las mismas cosas que la generación precedente: las películas antiguas, la música de los años treinta y cuarenta, los musicales, Humphrey Bogart…
¿Y qué le hizo escritora?
Siempre fui una lectora empedernida, que es realmente la razón por la cual todos empezamos a escribir. No es muy original, pero es la verdad. He leído desde que tenía tres años, y siempre he querido escribir. Quería un trabajo que me permitiera leer y escribir. Era mi obsesión. Y lo conseguí.
¿Qué le influyó desde pequeñita, qué leía?
Ahora estoy leyendo las entrevistas a escritores que ha publicado The Paris Review… Ahí aparecen Truman Capote, Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, Dorothy Parker y todos esos autores maravillosos. Y en todos encuentro algo que evoca mi propia formación: lo que más te puede influir es lo que lees cuando tienes entre 10 y 14 años. Nabokov decía lo mismo. Y es verdad. Debes tener la esperanza de que lo que caiga en tus manos a esa edad sea lo correcto, lo que te forme un criterio a la hora de seguir leyendo, y eventualmente de escribir, si ése es tu camino. Ésa es la razón por la que ahora me siento más del lado de Jane Austen que de Lawrence Sterne, porque entonces leía a Austen. Mucho de lo que leí en esa época se me antoja ahora extraordinariamente significativo. Y con las entrevistas de The Paris Review te das cuenta de que los escritores se dividen, en general, en apolíneos y dionisiacos. Yo me considero más del lado de Apolo. Lo que leí a esa edad contribuyó a formarme. Y ahora intento acercarme a otras obras; intento recordar que debo conocer a ciertos escritores, como Hemingway. Nunca leí a Hemingway.
¿Y la lectura afecta a su estilo, a su obra? ¿Afecta más a la literatura o a la vida?
A medida que te haces mayor, te das cuenta de que los libros de ahora no son tan significativos como aquellos que leíste de joven. Es prácticamente imposible que un libro ahora pueda llegar a transformar mi escritura. Leer es muy parecido a hacer dieta. Hay ciertas obras que no resultan beneficiosas, según la dieta en la que estés. A mí, por ejemplo, no me va bien leer mucho a Nabokov: afecta a mi prosa. Una mala influencia. E intento leer aquello que sea una buena influencia. Cada escritor sabe qué es lo que le conviene en cada momento, y un libro te lleva a otro. De momento, quisiera leer a muchos: de Dorothy Parker, Saul Bellow o William Maxwell…, a todos esos que en su momento no creí importantes. Las cosas cambian. Y hoy no tengo la más mínima necesidad de leer otra novela inglesa del siglo XIX. ¡Es más, si nunca leo otra, no me perderé nada!
¿Y lee poesía?
No. Aunque mi marido es poeta. Y me gustan poetas como Philip Larkin. O los polacos. Pero no me inclino mucho por ella, la leo escasamente, no la practico nada. Mi marido me pasa poemas, pero la poesía no forma parte de mi instinto natural… Claro que hay autores que me merecen mucho respeto: Larkin, Keats…
Cuando se sentó a escribir su primer libro, ¿quería cambiar su vida o la literatura?
Cuando tienes 19 años, la edad que yo tenía cuando escribí Dientes blancos, lo que quieres es impresionar a la gente. No es una buena razón para escribir una novela, pero supongo que es lo que quería hacer. Escribir una novela es el resultado de haber pasado quince años leyendo. Por eso las primeras obras son tan derivativas, tan agradables. Cuando leo una primera novela de alguien, parece que se produce una explosión, como si el autor apareciera con un enorme tambor e hiciera ¡tachán! Aunque a veces resultan horribles.
Escribió usted con entusiasmo de la felicidad extrema que supone terminar un libro… Le debe suceder…
Sí, ésa es una de las razones principales por las que la gente sigue escribiendo libros: por el entusiasmo de terminarlos. La felicidad de finalizar un libro es increíble. A mí no me gusta mucho hablar con escritores. Hay escritores obsesivos, inaguantables, siempre hablan de lo mismo. Pero cuando me encuentro con algunos les hago esta pregunta: qué sienten cuando acaban. David Mitchell, cuyo último libro es Black swan green, me dijo que lo tiene todo planificado. ¡Tiene planificados sus próximos ocho libros! Cuando acaba uno, sólo pasa una tarde antes de comenzar el siguiente. ¡Algo muy obsesivo! En casos normales, esta felicidad no dura mucho, y hay que volver a sentarse a escribir.
¿Qué ocurre cuando escribe?
Arrancar para mí consiste en empezar, parar y volver a empezar. Es más una cuestión de ir afianzando el tono. Tengo una novela en mente que quiero escribir, y quiero abordarla de una manera muy clara: es quizá algo que tiene que ver con la edad, y no es que yo sea muy mayor. De pronto, todas las florituras han pasado a resultarme irrelevantes. Quiero decir las cosas como las siento. Sin darle tanta importancia a las metáforas o a los adjetivos. Eso ahora ya no tiene sentido para mí.
¿Qué metáforas le rondan ahora?
Justo ahora estaba leyendo una entrevista a Jorge Luis Borges, y él decía que cuando era joven le obsesionaba buscar metáforas inusuales; pero, a medida que se fue haciendo mayor, se dio cuenta de que las únicas metáforas válidas eran las del estilo de "la vida es como un camino" o "la muerte es como el sueño" o "la vida es sueño"… Ésas son las metáforas que resultan significativas. Resuenan. Lo demás es intentar conjugar dos cosas que son totalmente diferentes. Esto resulta entretenido para el cerebro, pero dura lo que dura. Algunas metáforas no significan gran cosa porque sus palabras nunca deberían juntarse. Y creo que Borges tiene razón. El lenguaje extravagante me provoca una sonrisa. Me gusta leerlo, y de hecho hay algunos pasajes brillantes de Nabokov que me alucinan… Sus metáforas son extraordinarias, pero después de un rato empiezo a notar un cierto estreñimiento visual o mental… A medida que te vas haciendo mayor cambias. No quiero decir que te vayas haciendo minimalista a medida que te haces mayor… Yo jamás podría ser minimalista. Pero sí es cierto que te preocupa más el decir lo que necesitas decir de la manera más clara posible. Eso es lo que se convierte en imprescindible.
Antes le pregunté cómo era a los 14 años. Porque dijo que cualquiera que no puede explicar su obra a un niño es un charlatán.
Ahora no creo que eso sea totalmente cierto. La complejidad es importante. Siempre debería haber algo de misterio en tu trabajo. Me asombra cómo algunos escritores llegan a las presentaciones de sus libros y los sacan de las cajas cual modelos de avión prefabricados. ¡Como si en ellos no hubiera misterios! Encuentro que cuanto más escribes, más te das cuenta del misterio de escribir. Aunque sea algo freudiano o subconsciente, siempre hay algo que no controlas, que simplemente ocurre. Cuantos más autores conoces, más sabes diferenciar al escritor y al que no lo es. Sólo hay que fijarse. Ni siquiera tienes que hablar con ellos para darte cuenta. Salta a la vista. A los de verdad no les gusta mucho entrar en detalle sobre su obra.
"No tengo la voluntad necesaria para ser una gran escritora. Uno ha de elegir y yo he elegido vivir". Lo dijo usted.
¡Todas esas citas que vuelven para atormentarme!… Es una idea muy del siglo XX, y muy masculina, la de tener que trabajar y que tu familia y tu mujer se vayan al garete mientras tú te sientas y escribes esos libros maravillosos… ¡Pero los libros de los hombres que han hecho eso ni siquiera son buenos! Es posible vivir la vida y ser escritor. Cada vez hay más que viven una vida real, y no parece que su obra sufra mucho. ¡Al contrario, sus libros son aquellos que apetece leer! De más joven, yo tenía una noción errónea sobre la genialidad. Cuando hablo con Martin Amis o con Craig Raine, escritores que considero muy buenos, observo que tienen una noción muy anticuada sobre el ranking de autores. Te dirán: Joyce entra en el primero y Greene pertenece a la segunda clase. ¡Es una aberración! Hay cantidad de libros pequeños, de autores desconocidos, que son interesantes, pero son considerados de segunda. ¡No lo son! Edith Warton no es de segunda. Eso son tonterías, ¡es algo propio de machitos! Yo ya no me creo que esto sea una carrera de caballos.
Jovencísima y con mucho éxito. ¿Cómo cree que le ha afectado?
La gente habla de esto como si fuera algo inusual. Pero lo que resulta difícil es encontrar a algún escritor inglés que no haya escrito su primera novela a los 20 años. La gente tiene la memoria muy corta… ¡Ocurre casi con cualquier escritor de mi generación, y de la anterior! Ian McEwan fue el que más tardó en escribir su primera novela, ¡y la hizo a los 27! El resto eran muy jóvenes cuando empezaron. Lo mío no es atípico. Casi todos los escritores del mundo comienzan a escribir muy jóvenes. Leen y leen, y un buen día empiezan a escribir. Lo que puede resultar extraño es el éxito que obtengan de público. Pero aun así, la mayoría de escritores ingleses empezó a vivir de lo que creaban desde temprana edad. Lo de escribir me lo tomo muy en serio. El dinero ayuda, pero no hace que el libro sea bueno; las buenas críticas no hacen que un libro sea bueno. Y las ventas tampoco lo convierten en bueno. Está bien toda la atención que le han prestado; pero cuando yo haya muerto, Dientes blancos seguirá siendo el libro que es.
Le abrió la puerta a la celebridad…
Lo único que agradezco de esto es que me permitió conocer a tantos escritores grandes que significaban tanto para mí. ¡Podía estar sentada con ellos, tomando el té, hablando de lo que me interesaba! Esto es lo mejor del éxito que me proporcionó ese libro. El resto…, lo tiraría por la borda.
Ahora que ha conocido a tantos, ¿no le parece que a veces los escritores no son tan buenos como los libros que escriben?
No, nunca lo he sentido. Te puede ocurrir cuando tienes que entrevistarles: suelen ser un poco recalcitrantes… Pero eso no pasa cuando un escritor conoce a otro y hay interés por ambas partes. Las mejores tardes que he pasado en mi vida han tenido lugar en compañía de escritores.
Lee entrevistas con escritores en 'The Paris Review'. Es como entrar en su cocina.
Lo que me asombra de ellas, y sobre todo en comparación con las entrevistas que se hacen en el Reino Unido, es que éstas son combativas, procuran descubrir este lado oculto y misterioso del escritor, lo que en él hay de oscuro… Lo que ocurre en The Paris Review es que los propios autores son invitados a corregir las entrevistas. Normalmente el entrevistador se cree una especie de psicólogo que va a desenterrar algo… Pero cuando le concedes al escritor el poder de preparar su propia entrevista, el resultado puede ser muy revelador. Los entrevistadores de ahora parece que quieren ir a pillar al escritor. Pero en éstas de The Paris Review, en las que el escritor puede revisar, editar y cambiar cosas, se abre la posibilidad de que tú conozcas más de cerca al personaje que en una entrevista normal. Esto lo encuentro fascinante. Hemingway, por su manera de editar y preparar sus entrevistas, se revela como una persona repulsiva. ¡Se ve que siempre quería aparecer como el hombre fuerte y macho…! En cambio, Borges resulta una delicia de persona. En Inglaterra me niego a que me entrevisten. Si me diesen la oportunidad lo haría a través de e-mail. Porque soy escritora, no oradora. Y los periodistas obtendrían mucho más si me permitiesen tiempo para pensar las respuestas.
Tras entrevistar a Eminem, usted afirmó que jamás entrevistaría a otra persona…
Era difícil hacer una entrevista así. No por él, que es muy buena persona, sino por la tontería que surge alrededor de alguien famoso. Pensaba que era un genio y quería hablar de su trabajo. No estaba allí para atacarle o sacarle de quicio. Sólo me interesaba su obra, no su vida personal. Cuando comencé la entrevista, él se mostraba muy tímido, pero cuando se dio cuenta de que no le iba a preguntar nada personal, se relajó. Acostumbrado a que los periodistas entrasen a matar, estaba allí como petrificado. Cuando les aseguras que lo que les ocurre en su vida te da igual y lo que quieres saber son cosas acerca de su obra, este tipo de famosos se relajan y encima son capaces de brindarte algún detalle personal… Esa idea de que la entrevista sea un juego, una especie de caza de la intimidad de la gente, no la entiendo…
Tal vez sea la parte banal del periodismo: gente que no quiere saber cómo es la gente, sino qué lleva puesto…
Sí, exacto. La mayoría de entrevistas que me hacen empiezan con una descripción de mi vestimenta. Es deprimente. Intento no prestarle mucha atención. A mí lo que me interesa de los artistas es su arte. Lo demás me da igual. Cuando era joven y leía a los escritores ingleses, no recuerdo haber pensado en cómo eran físicamente. De hecho, no tenía ni idea de cómo eran. Es irrelevante. Ahora parece que eso es lo que más le interesa a la gente.
¿Y si pudiera entrevistar a alguien, pasado o presente, a quién elegiría?
Las únicas personas que me gustaría conocer son escritores. Aquellos otros con los que pude vivir una especie de relación iconográfica ya están muertos: Jimmy Stewart, Katharine Hepburn… No hay mucha gente que quiera conocer, la verdad. No me interesan.
Dijo usted algo sobre la necesidad de los libros -de sus propios libros— que recuerda lo que dijo Juan Rulfo sobre 'Pedro Páramo': buscó un libro así en su biblioteca y no lo encontró, así que lo escribió…
Es cierto, ocurre. Nos pasa a todos. Vamos a las librerías tras algo que no logramos encontrar. Y acabas escribiendo el libro que necesitas. Pero una vez que lo has escrito, dejas de necesitarlo. Y es duro. Los escritores veteranos suelen decir que entre sus libros siempre hay alguno que les gusta, que pueden releer. Pero a mí nunca me ha pasado. Recientemente hice algo que nunca hago, leerme otra vez. Leí The autograph man [su segundo libro] y tuve la sensación de que había sido escrito por otra persona.
¿Qué impulso hubo antes de 'Dientes blancos'?
Me pasé toda la adolescencia enamorada de alguien que no me quería. Se trata de una experiencia común entre escritores jóvenes. Tener un objeto de deseo representa un buen motor para escribir, o para empezar a escribir. Ése fue el impulso.
Ese libro se convirtió en 'best seller', se tradujo a muchos idiomas. ¿No le resultó extraño tanto éxito para una chica tan joven?
Sí, fue increíble. Se puso de moda. Y cuando algo está de moda, todo el mundo lo lee. Fue muy importante para mí. Ahora que han pasado 10 años puedo mirar hacia atrás y disfrutar recordando ciertos momentos, pero entonces lo pasé fatal; recuerdo que intentaba no darle importancia. Me resultaba extraño que de pronto todas esas personas supieran algo de mí. Hoy, sin embargo, me resulta gracioso pensar que en Finlandia me leen… Lo más divertido es hablar con gente que te cuenta que lo ha leído con 14 años… Esto continuará ocurriendo, y las diferencias de edad serán cada vez mayores. Sé que enseñan mi libro en los colegios, obligatoriamente. No estoy de acuerdo con esa obligatoriedad, pero, en fin, lo estudian con otros libros; pero ya el hecho de que te estudien produce una sensación extraña.
¿Sintió miedo a la hora de abordar otro libro, después del éxito de ése?
Eso del síndrome de la segunda novela forma parte de las tonterías mediáticas. Soy escritora y no voy a parar de escribir. Escribiré libros buenos o malos, pero continuaré haciéndolo. Prefiero pensar a largo plazo. No es lo mismo escribir un libro pasable que ser un mal escritor. Los malos escritores lo son el martes, el jueves y el miércoles que viene. Pero los buenos, a veces también escriben libros malos. Eso ocurre, es normal. Saul Bellow es un escritor increíble, pero tiene cuatro libros que personalmente considero terribles. Son muy, muy malos. Así es la vida.
¿Qué es un buen escritor?
Es difícil de definir. Lo sabes cuando lo lees. Muchas veces se hace obvio en el primer párrafo… Ahí ya sabes que el autor no te va hacer sentir abochornada, que no es ningún tonto, o demasiado pretencioso… Es algo obvio. Aunque el libro no sea de tu estilo, no importa. Hay muchos escritores que no son de mi estilo, pero eso no los convierte en malos. Ballard es un buen ejemplo. A mí no me interesa personalmente, pero es extraordinario…
En 'Sobre la belleza' decidió enfrentar dos mundos, dos familias, una inglesa y otra norteamericana. Escribió sobre ellas porque quería saber quiénes eran. ¿Conclusiones?
No sé si las he sacado. Pero haber vivido en Estados Unidos, en 2003, tuvo su efecto sobre mí. Es un país binario, lleno de debate político. Si hay algo que no soporto es precisamente el debate político. Lo encuentro vergonzoso. No puedo verlo en televisión, no puedo leerlo en los periódicos. La gente que habla de política en los bares me resulta muy desagradable. Así que escribir las escenas políticas del libro fue algo extremadamente difícil, porque la política es para mí la peor forma de comunicación. Me hace sentir náuseas. Escribir esas escenas fue una tortura.
Hay mucho humor en el libro. ¿Se divierte escribiendo?
¡Espero que mis libros nunca pierdan gracia! A mí lo que me gusta de verdad son los cómicos; me gusta conocer a escritores, pero lo que me encanta es conocer a los cómicos. Y, fíjate, cuando los conoces te das cuenta de que odian a su público, están llenos de desprecio… Cuanto más intelectual sea el cómico, menos chistes cuenta, hasta que el chiste desaparece totalmente y se dedican a atacar al público, como en el caso de Jenny Bruce. No quiero convertirme en alguien como Bruce, pero me gustaría encontrar formas de hacer reír a la gente que no sean tan facilonas. Y espero que en Sobre la belleza el humor nazca de otro lugar que no sea el más fácil o el más ingenioso.
Pertenece a una generación de británicos que nacieron con Margaret Thatcher y vivieron con Tony Blair. ¿Cómo ve ahora el mundo alrededor?
Como la gente de mi generación, no estoy interesada en la política, sino en la metafísica. No leo periódicos. Odio todo eso, se lo dejo a mi marido… No es que no me interese el mundo, es que aprendo más leyendo otras cosas. Lo único sobre política lo leo en The New Yorker, que tiene más información sobre la guerra de Irak que la necesaria. De todos modos, no me formo una opinión de algo por un artículo. ¡A veces con Schopenhauer comprendo mejor el mundo! Siento desesperanza, como todos, pero este tipo de apocalipsis que vemos hoy ocurre en cada década, y no hay que darle importancia. A veces pienso que lo que ocurre en Irak es minúsculo al lado de lo que ocurre en Groenlandia. Me sorprendo pensando más sobre los bloques de hielo que se derriten que sobre la guerra. Porque esto es lo que realmente está pasando.
Mientras hablamos hay escritores como usted que están perseguidos, que no pueden decir sus opiniones…
Sí, hay escritores en todo el mundo que viven bajo la censura, y yo tengo la suerte de no ser uno, de manera que la pregunta siempre es la misma: ya que tienes la libertad de hacerlo, ¿por qué no escribes sobre política? Es una trampa. Mientras Nabokov escribía Lolita, sus colegas en Rusia se jugaban la vida, y aun así prefirió escribir esa novela. Lolita le ha enseñado más al mundo sobre la libertad que lo que Pasternak pudo hacer en toda su existencia. Mereció la pena. Nabokov simboliza la libertad, y seguirá haciéndolo. No importa cuánto te presione la gente; de un modo u otro, cualquier persona siempre podrá escribir lo que quiera. No digo que no se escriba sobre política; hay gente que sí debería hacerlo. Pero los que no lo sientan como algo natural, no deberían hacerlo.
La belleza, el asunto de su último libro. ¿Qué es para usted la belleza?
Es una colección infinita de cosas. Para mí empieza por las caras de las personas. Soy muy afortunada en este sentido. Descubro la belleza al ver a dos personas hablando por la calle, en una piedra, en un árbol, en algún chiste… En la oportunidad de sentarse y leer cualquier cosa. Todo eso es belleza. Por eso no entiendo a la gente que se deprime teniendo tantas cosas bellas alrededor. Me siento feliz y siempre lo he sido. Puedo ser melancólica o sentirme triste, pero no soy capaz de deprimirme. Encuentro muy difícil sentirme miserable durante mucho tiempo. Sin ser religiosa, tengo una especie de sentido del éxtasis religioso. Siempre he sentido alegría. Soy así.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Domingo, 21 de enero de 2007
EL PAÍS


sábado, 20 de enero de 2007

Esther Tusquets / La vejez es una porquería


Esther Tusquets

"El sentido del humor aumenta con la edad porque la vejez es una porquería"


Fundadora de la editorial Lumen y autora de una decena de títulos de narrativa, ensayo y memorias, la escritora barcelonesa acaba de publicar, a los 70 años, su nueva novela, ¡Bingo! Allí retrata un universo "de medio pelo" al tiempo que reflexiona sobre el amor y el final de la vida. En esta entrevista habla de su pasión por el juego, de la liberación de la mujer y de su infancia de "niña bien".

"Habremos conseguido la igualdad el día que una mujer incompetente alcance un cargo de responsabilidad"

"Se ha escrito mucho sobre los perdedores de la Guerra Civil, pero no sobre los ganadores. Los privilegios eran totales. Yo no recuerdo el racionamiento"
En el local abundan los colores rojos y las luces brillantes. Una profusión de empleados extremadamente amables -el aparcacoches, el portero, los camareros, el propio que reparte los cartones- recibe a Esther Tusquets (Barcelona, 1936) con familiaridad. Estamos en un bingo de Barcelona, un lugar en principio insospechado para una intelectual de características tan exigentes, pero si algo define a esta escritora es su radical singularidad y, desde luego, su capacidad para sorprender. La sala es grande, las mesas espaciosas y los sillones confortables. Apenas instaladas disponemos de los prescriptivos cartones. Son muy pequeños, como billetitos de lotería. Una voz va recitando números y las partidas se suceden muy rápidas, más o menos cada dos minutos. No hay que poseer una habilidad especial para el juego, sólo tachar los números enunciados y esperar que la totalidad del cartón coincida para cantar el anhelado ¡bingo! Y, aparentemente, esto es todo. Tusquets pide los cartones de cuatro en cuatro porque "es la única forma de ir un poco más loca". Y añade, "pero no se preocupe, no se canta nunca y aunque se cante, al final nunca se gana". Uno se pregunta cuál es el atractivo real de este ambiente para que una experta jugadora de póquer y una asidua del bridge (juega por ordenador hasta las cinco de la mañana) dedique su tiempo a un juego de tan escasas emociones. Pero las respuestas van saliendo cuando relata las anécdotas vividas con las personas asiduas al local, con los taxistas que la devuelven a casa de madrugada, con algunas mujeres a las que ella misma acompaña en su coche al término de la jornada. En ese ambiente y esas vidas se ha inspirado para escribir el libro que acaba de publicar: ¡Bingo!




PREGUNTA. Así pues, ¿juega usted al bingo?
RESPUESTA. Juego al bingo. Llegué al bingo por casualidad, porque, aunque parece raro, hay muchos jugadores de bridge que van al bingo. Un día fui con un grupo de bridgistas y me pareció que era muy aburrido, porque no tienes ninguna iniciativa. Volví otro día y otro y me enganché. El bingo tiene algunas grandes cualidades; una es que conoces gente muy dispar, otra es que juegas a la hora que te dé la gana y otra que juegas sola, no con un partner que se te enfada y te riñe, como en el bridge.
P. ¿Es consciente de la sorpresa que supone el que alguien como usted, que ha dedicado su vida a los libros, se dedique a un juego en el que además la cabeza interviene poco?
R. El día que me fui de la cena en la que me daban el Premio Herralde para ir al bingo no lo podían creer, creían que bromeaba. Un bingo es un sitio al que una mujer puede ir sola a las cuatro de la mañana, que hay muy pocos. Y puedes ir pensando bastante en tus cosas. Luego está la emoción del azar. Soy muy jugadora, me divierte el puro azar.
P. ¿Y del bingo concretamente, qué es lo que le engancha?
R. Primero, la gente, y luego, el cantar. Que el numerito te salga. Es un momento genial, aunque sabes que pierdes dinero, porque siempre pierdes. Si un día ganas 1.000 euros, el próximo mes perderás 2.000. Tú sabes que recuperarás la mitad de lo que inviertas. Pero esto es algo que el binguero no piensa. Al entrar aquí se sorprende muchísimo de que su número no salga. Y se lo decimos a los vendedores como una cosa muy especial: "Me he quedado a uno". Y hay muchísima gente que se queda a uno. "Se me ha quedado en pantalla", y es la tragedia número uno. Lo normal es que no te toque.
P. ¿Le engancha más que el póquer o que el bridge?
R. Si hubiera un sitio en el que se pudiera jugar a cualquier hora y con la comodidad del bingo, prefiero el póquer. El bridge no, porque para jugarlo bien hay que concentrarse y dedicarse, y me da pereza. Elbridge es un juego fantástico, pero va en serio. En cambio, el bingo es puro azar, aunque los bingueros creen que depende de la mesa: "Siéntate en esta mesa, que hoy toca mucho", te dicen.
P. Lo mejor de su libro ¡Bingo! son los personajes y las historias en torno a ellos. Son historias de soledad o al menos bastante melancólicas.
R. Muchas sí. Sobre todo porque hablo del bingo a altas horas de la madrugada. Entonces es más melancólico. Por la tarde puedes encontrarte señoras que van un rato a jugar, se toman un té y unas pastas y cotillean de sus cosas. Y luego están los grupos de jóvenes, que irrumpen, hacen unas grandes partidas, gritan, casi los echan y se van. Está la persona que juega 20 euros y se larga, y está la que se va poniendo nerviosa y va saliendo al cajero automático a buscar más y más dinero...
P. ¿Ha encontrado algún drama humano que le haya conmovido?
R. No. Le dije a un taxista que me llevara a un bingo determinado, y me dijo: "Señora, si juega en serio, ahí se juega muy poco, vaya al Don Pelayo, que por lo menos merece la pena". Él me contó que un día salió un señor que iba en el taxi y le dijo que le llevara a un hotel de las Ramblas porque no se atrevía a volver a su casa. Ese nivel de drama no lo he visto.
P. El libro se lo ha dedicado a su hijo Néstor. ¿Cómo han recibido sus hijos su nueva afición?
R. Milena es muy tolerante, va a la suya, pero es muy tolerante. Néstor es un puritano, tiene unos criterios morales sumamente rígidos. Hubo un terrible drama porque un día estábamos comiendo juntos, a mí me quedaban tres cuartos de hora para ir a una radio y le dije que iría a El Corte Inglés a comprar un tapete. En su lugar me metí en el bingo y me vio. Fue una tragedia.
P. ¿Y cómo le convenció de que no tenía que tomárselo así?
R. Le escribí una carta que pensé que era muy convincente, pero no me dijo nada. Cuando le llamé diciendo que si la había recibido, me dijo: "No sirve de nada, porque no cedes en nada". Yo no dije que iba a dejar de jugar al bingo. Se lo tomó a la tremenda.
P. Correspondencia privada es uno de sus mejores libros. ¿El género epistolar es el que prefiere para expresarse?
R. Me siento muy cómoda. Hablando en segunda persona es muy fácil escribir. En literatura nunca parto de cosas a priori, nunca me propongo el estilo ni el tema, ni hacer literatura moderna o no moderna. Sale como sale. En mis primeros libros, las frases interminables de los incisos, no era en absoluto deliberado, es que salía así.
P. Sus textos también se caracterizan por un erotismo suave.
R. Sí, y creo que también está el sentido del humor, que quizá va aumentando con los años porque la vejez es una porquería. No estoy nada de acuerdo con eso de que cada edad tiene sus cosas buenas. Una ventaja tiene, y es que te da una enorme distancia con las cosas, y esto es fantástico. He aprendido que hay muy pocas cosas importantes.
P. Hace tiempo señalaba que a las mujeres el amor nos dura menos, pero usted se ha enamorado poco antes de cumplir los setenta años.
R. Sí, al final de Correspondencia privada digo que antes vivía aventuras y que con la edad sólo me pasaban cosas, y es que la vida es fantástica, te ocurren cosas inesperadas. Lo último que yo me esperaba era enamorarme, ni se me pasaba por la cabeza. Cuando en una reunión veía que las mujeres de mi edad estaban pendientes de una llamada telefónica, pensaba: "Dios mío, están chifladas". Y entonces me enamoré.
P. ¿Y cómo se dio cuenta? ¿Es lo mismo que a los 20 años?
R. Sí, el flechazo es el mismo que a los 20 años. Te pone la vida en tecnicolor. Todo adquiere otro relieve, todo tiene otro interés. Fue fantástico.
P. ¿Le gusta la época que vivimos?
R. Yo pienso que todo el tiempo presente es mejor que el pasado. Tenemos ventajas que son muy importantes. Sólo los avances de la medicina, por ejemplo, son de tal ventaja que compensan casi todo. La anestesia, eso de que no te duelan las cosas, que la gente muera sin sufrir, las mujeres en el momento de parir...
P. ¿Y por qué prefiere ser mujer, como decía en el título de uno de sus libros?
R. Es curioso, pero a todas las mujeres a las que les he preguntado prefieren ser mujeres.
P. Es cierto, pero parece una aberración.
R. Es una aberración. Las mujeres lo tenemos mucho más difícil que los hombres. Si tienes una niña es para pensar: "Pobrecilla, qué mala suerte has tenido". Pero me horroriza tanto el machismo, la obligatoriedad de los hombres de dar la talla, ser capaces de liarse a puñetazos, ser heroicos en la guerra, no llorar. Prefiero no ser yo la responsable del mundo en que vivo. Lo han hecho ellos. A lo mejor nosotras lo haríamos peor, pero está por demostrar. El mundo tal como es hoy de desastroso lo han hecho los hombres.
P. Esa talla que le horroriza es la que exigen a las mujeres, y si no las excluyen.
R. Sí. Las mujeres que llegan muy arriba se comportan como hombres: es una pena. Habría que inventarse otra forma de influir y tener poder que no fuera el masculino. En general, las mujeres son un poquito menos petulantes o ambiciosas. Se dice que en las empresas los ejecutivos masculinos son un poco más agresivos, se ponen histéricos si a uno le cambian la moqueta y a él no se la cambian. He visto a muchas escritoras dar entrada a otra mujer, me parece que somos menos celosas y más generosas. Las mujeres escritoras que he conocido son estupendas. Muchas siguen en la historia de que no hay problemas para la mujer: las mujeres que destacan deciden que si las otras no destacan es porque son tontas. Y claro, a mí me gusta mucho recordar esa frase de que habremos conseguido la igualdad el día que una mujer incompetente alcance un cargo de responsabilidad. Cuando una tonta sea director general habremos conseguido la igualdad. De momento no es así. De momento las mujeres, para llegar donde ellos empiezan, llegamos agotadas. El esfuerzo que tenemos que hacer para llegar al punto de partida de ellos ya te deja medio muerta.
P. ¿Y qué opina de esas culturas en las que el sometimiento de la mujer forma parte de su esencia?
R. Yo no acepto nada que me ponga de ciudadana de segunda. Cualquier ideología, cualquier nacionalidad que lo haga no me interesa. Los árabes no me interesan. Con eso y con el racismo soy beligerante. Hay cosas en las que no hay que pasar ni una porque si pasas una vas listo. Uno de estos días tengo que ir a hablar en un curso sobre Freud...
Esa prepotencia de los psicoanalistas de que si dices no a algo "es una resistencia". ¿Cómo demuestras que no es una resistencia? La envidia del pene es una estupidez: ninguna mujer sensata piensa esta tontería. Pero ellos te dicen, "en el fondo no lo sabéis". Es una tontería como una casa, y llevamos decenios de años hablando de la envidia del pene. Y además, que si compensa cuando tienes un hijo porque el hijo sustituye al pene... Eso para cualquier mujer sensata es una estupidez. El psicoanalista que dice eso es un machista. Todo lo que me haga ciudadano de segunda no me interesa. No soy masoquista.
P. ¿Por dónde ve un rayo de esperanza?
R. En esto de que decidamos cuándo queremos tener los hijos. El trabajo y la maternidad son irrenunciables. Será complicado, tendrá inconvenientes, pero son irrenunciables: tenemos que tener hijos, pero tenemos que trabajar. La independencia de la mujer empieza por tener su propio dinero, y el dinero lo consigue trabajando. Eso de que los padres también pueden tomarse sus días de vacaciones para el cuidado del niño son pequeños pasos que no están mal. De todos modos, la lucha de la mujer es dura. Ellos no aceptan que haya mujeres más tenaces que ellos y que ganen más dinero. Las mujeres de mi generación que están viviendo solas, incluso algunas muy guapas, son muchas.
P. ¿La solución está muy lejos?
R. La solución está muy lejos en todo, no por ser mujer, sino en todo. Yo creo que las mujeres hacen que la vida sea un poco más posible. Vivimos quizá demasiado consagradas a que reine la paz del hogar, a que reine la paz no sé dónde, a arreglar las cosas para que no se produzcan conflictos. Hacemos la vida un poco más suave. Que las mujeres sean como los hombres me choca mucho. De una taxista espero que se comporte de otra manera. Cuando una mujer conduce un coche y se comporta como un hombre, pienso: "¡Serás tonta!". Porque en principio nos podemos comportar de otro modo.
P. ¿Sigue escribiendo?
R. Escribo cuando tengo ganas. Ahora estoy escribiendo una cosa que me encanta y a lo mejor sólo me encanta a mí. Intento hacer un retrato de lo que era yo y de lo que era la sociedad burguesa catalana de los años cuarenta y cincuenta. Empieza con la entrada de los nacionales en Barcelona y no sé si terminará cuando entré en la universidad. Me parece que se ha escrito muchísimo sobre la Guerra Civil, sobre los que la perdieron, pero no sobre los que la ganaron, y sobre lo que era la infancia de una niña bien en Barcelona se ha hablado menos. Pasaban cosas muy fuertes. Yo jamás hice cola para un pasaporte, porque siempre me lo daba la policía. Llegaron a venir a hacernos el carnet de identidad al comedor de mi casa, sin tener que bajar a la comisaría. Se podía despedir a una criada sólo porque llevara una ropa que no correspondía a su clase aunque tuviera dinero para comprársela, o porque cantaba cuando trabajaba. Eran cosas muy fuertes. Yo he visto a un médico coger un plato y tirárselo por encima a la doncella que estaba sirviendo la mesa porque había untado el tomate por los dos lados del pan tal y como le había dicho el niño. Los privilegios eran totales. No recuerdo lo que llamaban racionamiento, el pan negro
... Había diferencias totales.
P. ¿Y de dónde le viene esa conciencia social?, porque usted formaba parte de esa burguesía.
R. Ha sido una reacción muy rara, pero siempre lo tuve muy claro. También te pasaban cosas divertidas. Teníamos dos personas trabajando en mi casa, y como mi madre era muy franquista, no decían nada, pero iban las dos por la carretera dando saltos y diciendo, "somos comunistas", y todos los días nos daban ensaladilla rusa. Yo las oía en la cocina decir, "para que se enteren". En mi familia estaban los Tusquets y los Guillén. Los Tusquets eran encopetados, por parte de madre, parientes de los Milá y de muy buena familia. Por lado del padre éramos banqueros judíos, y el hijo Juan, el sacerdote, estaba en el complot de los militares para el alzamiento. Franco le consultaba qué había que hacer en muchas cosas. Por otro lado, la familia de mi madre era completamente diferente: su padre era masón y el hermano de mi madre era nazi, pero nazi de ir por los bares cantando himnos con una corbata del color de la bandera alemana, y tenía en su casa un museo nazi. Las dos familias eran de la burguesía catalana, pero eran muy diferentes. Las mujeres eran fortísimas, para empezar. Vivían un millón de años. A mi abuela, cuando celebró su 90 cumpleaños, le hicieron una gran fiesta, y todos dijimos: "¡Qué bien ha funcionado todo, lo tenemos que repetir todos los años!". Ella dijo: "No, todos los años no, que es muy caro, cada cinco años". Tenía 90. Así era mi abuela. En toda la guerra salió a la calle con sus medallas de oro, y durante toda la guerra se morían de hambre en Pedralbes, pero las criadas servían la mesa, y luego comían en la cocina. ¿Sabe lo que eran las entradas en el Liceo? Señoras despampanantes con joyas, y en la calle, la gente mirándonos con admiración: entrabas como en los Oscar.




Esther Tusquets / Una editora particular






Esther Tusquets

Una editora particular

MARIA LUISA BLANCO 20 ENE 2007



ESTHER TUSQUETS empezó su carrera como editora en los años sesenta cuando su padre compró una pequeña editorial en la que proyectaban publicar no más de seis libros al año. Aunque esa cifra pronto se elevó hasta treinta, nunca sobrepasó el tamaño que le permitía leer personalmente la totalidad de su catálogo y relacionarse de forma atípica, casi doméstica, con el equipo de profesionales que siempre trabajaron con ella. "Empecé con muchísimo miedo porque la editorial me cayó de las nubes, no tenía vocación de editora", recuerda ahora. "Mis amigos daban por descontado que no duraría más de dos años. Tuve suerte y mi mérito fue saber aprovecharla. Cuando tengo una buena mano de póquer le saco partido. Y Mafalda y El nombre de la rosa fueron dos buenas manos", dice refiriéndose a los títulos que asentaron definitivamente aquella aventura. Esther Tusquets dirigió Lumen durante casi cuarenta años y su trayectoria estuvo caracterizada por la calidad de autores frecuentemente descubiertos por ella. Fue el caso de Gustavo Martín Garzo, que pasó de publicar en un sello local a ganar el Premio Nacional de Literatura con El lenguaje de las fuentes. Además, fue pionera en dar a conocer a escritores nunca antes editados en España (Susan Sontag, por ejemplo) y en crear colecciones de literatura infantil magníficamente ilustradas, cuando ese género era aquí casi inexistente. También creó una excepcional colección de poesía nada rentable en aquella época y la ya emblemática Femenino Singular, una colección sólo para mujeres escritoras. Cambiar, el panorama editorial, sostiene, no ha cambiado tanto desde entonces: "Lo que está mal ahora es lo mismo que estaba mal en mi época, y es que se edita diez veces más títulos de lo que se debería. Las multinacionales lanzan un título a ver qué pasa en tres meses: o se convierte en un pequeño best seller o se destruye y se quita del catálogo. Es lo contrario del editor vocacional, que hace poco a poco un buen catálogo del que nunca se tacha un autor. Y si salen cinco al año, salen cinco". Sobre las cifras de venta, matiza: "Son muy falsas. Quizá se venden más libros que antes, pero se venden los best sellers, los libros de calidad se venden menos. Eso es grave. Lumen vendía no sé cuántos miles de El nombre de la rosa, pero yo hubiera preferido que fueran menos y vender cinco mil de cada título de la colección Fantaciencia". Esther Tusquets se adelantó a su tiempo y con su estilo sereno contribuyó decisivamente a la cultura cosmopolita de la Barcelona que fue un referente cultural para todo el país en las décadas de los sesenta y setenta. Cuando a finales de los noventa las cifras del negocio amenazaban con obligarla a dedicar más tiempo a los números que a la literatura vendió el 80% del sello a una multinacional (Random House Mondadori), que la jubiló poco tiempo después, hace ahora diez años. Pero ni siquiera la jubilación la sumió en la nostalgia: "Comparado con el disgusto que tuve cuando murió mi último perro, el disgusto de vender Lumen no tiene color", declaraba en aquel momento, y esa declaración retrata muy bien la escala de valores de la editora, para la que disfrutar de lo que la vida le ofrece implica dedicar también su tiempo, y no en menor medida, a sus hijos, sus amigos, sus perros o sus viajes. Paralela a la edición, Tusquets desarrolló una brillante carrera como escritora que comenzó en 1978 con El mismo mar de todos los veranos y cuya última entrega es¡Bingo! Entre uno y otro, más novelas, relatos, ensayos y memorias como Prefiero ser mujer y Memorias de una editora poco mentirosa (ambos publicados por RqueR, el sello que montó con su hija al dejar Lumen). Finalmente, a caballo entre la autobiografía y la ficción, un libro excepcional, Correspondencia privada (Anagrama, 2001). Allí se reúnen cuatro cartas de la autora -una a su madre y tres a cada uno de sus amores- que constituyen un modelo de literatura introspectiva y el alumbramiento de toda una ética. Una auténtica joya y la demostración de que la buena literatura es la que habla de lo que le pasa a uno, de lo que nos pasa a todos.